Por Cristina del Valle
Hace unos meses un joven de 17 años propinó a su pareja de 15 una paliza de tal brutalidad que le destrozó la nariz, el pómulo, la mandíbula y le ocasionó numerosas contusiones y heridas. La joven había roto la relación por el control y el acoso al que estaba siendo sometida. Pero el maltratador no podía permitirlo: le destrozó su cuerpo para dejar patente el mensaje de que él era el único poseedor y dueño de su persona y de su vida. Por eso, una vez más, he querido volver a insistir sobre el análisis del modelo cultural amoroso en el que somos educadas las mujeres. Lo que llamamos el mito del amor romántico con toda su carga del amor a cualquier precio, el amor de pareja como único centro de nuestras vidas, el tópico de la media naranja (que nos convierte en mujeres desposeídas de nosotras mismas dejando de ser sujetos de derechos) y el estereotipo del amor hasta que la muerte nos separe. Es este modelo amoroso el que normalizan e incorporan nuestras jóvenes en una perversa identificación del amor con el control, el aislamiento y la anulación.
Los datos de violencia en las parejas jóvenes, según diversos organismos internacionales, certifican un aumento progresivo y alarmante de las agresiones. Pero antes de la violencia explícita, en el comienzo de las relaciones de pareja, se da lo que el psicólogo Luis Bonino definió como micromachismos (MM), que son maniobras de control que ejercen algunos varones en las relaciones de pareja y que se ejercen en el ámbito de lo micro, un espacio casi imperceptible. Se trata de violencias invisibles y difícilmente detectables, que se definieron como tales por el daño que producen, a través de la repetición de las mismas a lo largo de la relación, en la autoestima y autonomía de las mujeres.
Estas maniobras de control se realizan para mantener el dominio y reafirmarlo frente a la mujer que se “rebela” exigiendo su sitio en la relación. A través de los micromachismos se intenta imponer sin consensuar el propio punto de vista. Son efectivos porque los varones tienen un aliado poderoso para usarlos: el orden social, que les otorga el “monopolio de la razón”. Se clasifican en tres tipos: MM directos, encubiertos y de crisis. En los directos, el varón usa la fuerza moral o psíquica para intentar doblegar y hacer sentir que ella no tiene razón. Así ocurre, por ejemplo, con las maniobras dirigidas a atemorizar, que implican una táctica en la que la mirada, el tono de voz y los gestos se utilizan para intimidar, advirtiendo de que si no se obedece va a haber bronca. Otras maniobras de este tipo de MM son la toma de decisiones sin consultar con la pareja, el ganar por cansancio imponiendo la propia opinión hasta que la mujer consiente a cambio de un poco de paz.
Los MM encubiertos son aquellos en los que el varón oculta su objetivo de dominio. Esta estrategia es muy sutil e impide el pensamiento y la acción eficaz de la mujer, llevándola a hacer lo que no quiere y conduciéndola en la dirección elegida por él. En estas maniobras de control el varón reclama atención continua, hasta el punto de exigir que la mujer identifique sus necesidades e intuya los momentos de sus deseos. Quiere exclusividad y dedicación. Probablemente el ejemplo más palmario de esta táctica sea el abuso de la capacidad femenina del cuidado, exigiendo que sea la mujer quien se ocupe de los hij@s, de la familia, de él, de sus amigos o de las tareas domésticas, obligándola a un sobreesfuerzo vital que le impide su desarrollo personal, la fuerza a incumplir promesas y a crear una red de mentiras para no comprometerse y utilizar los silencios para no tener que pactar ni negociar con alguien a quien no considera un igual.
Y, por último, los MM de crisis, que se utilizan cuando la mujer, por cambios en su vida, aumenta el poder personal y también ante la pérdida del poder del varón por razones físicas o laborales. Al sentirse perjudicado y que su posición de poder pierde valor, utiliza estas maniobras para restablecer su statu quo. La desconexión y el distanciamiento para hacer sentir a la mujer culpable de pensar en ella y en su desarrollo profesional y de no invertir lo suficiente en la relación o las amenazas de abandono y de irse con otra mujer “más comprensiva y cuidadosa” constituyen algunos ejemplos de esta conducta.
Aprender a detectar estas microviolencias a través del conocimiento y dar voz en los medios de comunicación a los expertos y a los movimientos de mujeres es fundamental para rescatar la vida de muchas de las jóvenes que son educadas en este modelo dependiente y anulador que, en muchos casos, acaba con sus vidas. Pero también es una obligación política y moral de toda la sociedad, además de un deber de las instituciones, priorizar la lucha contra la violencia de género en todas sus dimensiones y considerarla una prioridad del Estado. Sin embargo, entre otras voces autorizadas, el Fórum de Política Feminista advierte de que el gasto en políticas de mujer y contra la violencia machista ha disminuido en 17 millones de euros en cuatro años. El presupuesto destinado a la prevención de la violencia de género alcanza los 23,7 millones, mientras que en 2011 la cifra era de 30,3 millones, es decir, un recorte del 21,7 por ciento. En cuanto al dinero presupuestado para acciones específicas contra la violencia machista, las expertas hablan de un retroceso al menos del 22 por ciento entre 2011 y 2015.
El amor no es la hostia ni la crisis una coartada para justificar la falta de compromiso político con esta lacra.