Por Iñigo Aduriz
08/12/2017
Daphne Caruana estaba obsesionada con denunciar la corrupción en su país, Malta. La periodista sacó a la luz los vínculos del Gobierno laborista de la isla con los papeles de Panamá y la evasión fiscal. Y desveló una red de prostitución en la que estaba involucrada parte de la oposición. Cuando, en octubre, su coche saltó por los aires al explotar la bomba que alguien colocó contra ella, y que la mató, sus amigos reconocían que era difícil saber quién era su asesino. Podía ser “cualquiera”, porque ella y su familia llevaban años recibiendo amenazas. Fue la última víctima de la denominada era de la guerra de la información, en la que existe una lucha entre la propaganda que difunden los poderosos y el periodismo independiente que ofrece información de interés público. De momento, las bajas se acumulan en este último bando. En lo que va de año han sido asesinados 42 profesionales de la información en todo el mundo, y 183 periodistas han sido encarcelados por ejercer su trabajo, según datos de Reporteros sin Fronteras (RSF).
“Hay indicios preocupantes en todos los ámbitos del mundo”, reconoce Alfonso Armada, vicepresidente de RSF en España. Porque a los métodos habituales de presión por parte de los gobiernos y los lobbys económicos y de poder, se han sumado ahora las redes sociales. “Se utilizan para hacer mucho más incómodo el trabajo de los periodistas y, en algunos casos, se emplean de forma mezquina instigando desde el poder al linchamiento a profesionales de la información”, lamenta. Y cita las elecciones estadounidenses en las que resultó vencedor Donald Trump o el plebiscito que dio pie a la salida del Reino Unido de la Unión Europea –el llamado Brexit– como casos en los que esas redes han sido empleadas por los servicios secretos extranjeros para crear “una visión irreal de la información” o “la famosa posverdad”.
La presión hacia los periodistas crece en todo el mundo. En algunos países como Corea del Norte o Eritrea, ni siquiera se conocen informadores independientes por el férreo control que ejercen los regímenes dictatoriales que gobiernan allí y por la brutal represión que padece cualquier tipo de cuestionamiento o disidencia. El país que dirige Kim Jong-un, último en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa de RSF., “sigue manteniendo a la población en la ignorancia, bajo el temor de ser enviada a un campo de concentración por haber escuchado una radio ubicada en el extranjero. Y la Agencia Central de Prensa Norcoreana (KCNA) es la única que cuenta con la autorización de proporcionar información oficial a los medios de prensa escrita o radiofónica”, apuntaba la organización en su último informe. Señalaba, asimismo, que a pesar de que las autoridades “muestran una gran flexibilidad frente a la prensa extranjera, autorizando que un número creciente de reporteros cubran las actividades oficiales”, en realidad, “el régimen sigue controlando de manera meticulosa la información a la que puede tener acceso la prensa extranjera”.
En Cuba, apunta Armada, “no hay ataques de violencia directa” contra los periodistas “pero no existe la libertad de prensa ni de expresión y las condiciones siguen sin mejorar”. El país sigue a la cola de América en cuanto al derecho a la información. La Constitución solo autoriza la prensa oficial, que se encuentra bajo el control directo del Estado y quienes se oponen al monopolio “sufren intimidaciones, detenciones arbitrarias y una censura feroz”. Además, el acceso a Internet llega únicamente al 5% de los hogares.
Situación grave en México
Los periodistas padecen persecuciones y presiones también en países que celebran elecciones. Especialmente grave es la situación en México, donde los “ataques directos y las muertes” de informadores “son constantes”, recuerdan desde RSF. A las presiones del Gobierno se suman las del implacable cártel de Los Zetas y la corrupción generalizada. No hay una protección institucional del periodismo y, desde la década de 2000, el número de profesionales asesinados o desaparecidos no ha dejado de crecer. Lo mismo ha sucedido en países de Centroamérica como Honduras, Guatemala y Nicaragua, que viven la violencia del crimen organizado vinculado al narcotráfico. Allí, los cárteles hacen imposible el ejercicio de los periodistas, que tampoco pueden recurrir a medios oficiales porque están corrompidos.
Esos climas de terror suelen lograr su objetivo y generalizan la autocensura, una práctica –guardar información que pueda ser comprometida para los poderosos– que no afecta solo a aquellos profesionales que ven en riesgo sus vidas. La concentración de los medios de comunicación en grandes conglomerados empresariales, la crisis de la publicidad –que hace que los medios dependan de los ingresos de instituciones o grupos económicos– y un mayor control gubernamental han extendido esa autocensura. Quien no la practica se sitúa ante el riesgo de perder su empleo o, en casos extremos, puede verse forzado al exilio.
El caso de Venezuela
A esto último se han visto abocados un buen número de periodistas en Venezuela, donde, como explican desde RSF, el ejercicio de la profesión “es muy arriesgado” y se producen “persecuciones y ataques” a los informadores que no comulgan con el Gobierno de Nicolás Maduro. La organización denuncia que el Ejecutivo “tiene sus propias estrategias para someter a los medios de comunicación: sus amigos han comprado diversos medios de comunicación críticos”. Y “la escasez de papel de prensa, suministro que depende del gobierno, ha hecho imposible la tirada de varios periódicos impresos obligados a cerrar”.
En Asia se ha agravado la situación de los periodistas en China. Alfonso Armada denuncia “restricciones a la libre de circulación y al uso de internet y fuentes extranjeras”, así como detenciones. “Hay una omnipresencia de los medios oficiales con una verdad oficial que, cuando se cuestiona, se corre el riesgo de sufrir la represión o ser encarcelado”, indica. “Hay una vigilancia constante y se aplican continuamente medidas para entorpecer la libre circulación de la información”. China es uno de los países que dedica más recursos a controlar la información de los ciudadanos, llegando a emplear incluso hackers oficiales para difundir esa ‘verdad’ gubernamental. En ese mismo continente, el trabajo propio del periodismo se ha vuelto especialmente peligroso en lugares como Filipinas, Pakistán, Bangladesh, Vietnam o Laos, donde ya no existen independientes.
El periodismo en Siria
Más cerca, la guerra de Siria ha supuesto un antes y un después a la hora de informar en Oriente Próximo. Allí, no solo el Gobierno realiza persecuciones y amenaza y encarcela periodistas. La represión a los informadores se ha mostrado con crudeza en las áreas controladas por otros grupúsculos rebeldes y, especialmente, en las que gobierna el llamado Estado Islámico, que ha perpetrado secuestros y asesinatos de profesionales que se han llegado a retransmitir a través de las redes e internet.
RSF alerta de que “Siria es el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. A finales de 2016, al menos 11 profesionales habían sido asesinados en el ejercicio de sus funciones, 28 informadores se encontraban encarcelados en prisiones del Gobierno de Damasco y 26 permanecían secuestrados por grupos yihadistas. Sin embargo, estas cifras podrían ser todavía más elevadas debido a que el recrudecimiento de la guerra en Siria ha convertido a regiones enteras del país en auténticos agujeros negros para la información”. La situación también se ha agravado en Irak, Irán o Arabia Saudí.
En las fronteras de la Unión Europea está Turquía, donde los periodistas son menos libres desde el golpe de Estado perpetrado contra el régimen de Tayyip Erdogan en julio del año pasado. RSF ha llegado a considerar al país como “la mayor prisión del mundo para los profesionales de la información”. Solo en 2016 se cerraron unos 150 medios de comunicación, dejando a 2.300 trabajadores sin empleo e implicando la retirada del carné de prensa a casi 700 periodistas. A finales de año, más de un centenar de periodistas estaban encarcelados, Y de ellos al menos 40, se encontraban en prisión por el mero hecho de ejercer su profesión. “Bastaba con hacer alguna crítica al poder o con tener cierta empatía con el movimiento del clérigo Fethullah Gülen, acusado de promover el golpe de estado, o el movimiento político kurdo, para que un periodista fuese enviado a prisión acusado de “insulto al presidente de la República” o “propaganda terrorista”, sin que la justicia considerara necesario probar su implicación en actividades criminales”.
No es mejor la situación en las antiguas repúblicas soviéticas de Turkmenistán –una de las dictaduras más herméticas del mundo–, Tayikistán y Azarbaiján. Incluso en el gigante ruso, Amnistía Internacional denunciaba en su último informe que se han intensificado “las restricciones del derecho a la libertad de expresión” y continuaron procesos judiciales contra periodistas críticos con la doctrina del Kremlin.
En democracias consolidadas
La reacción ante el terrorismo internacional ha provocado retrocesos en la libertad de los periodistas incluso en democracias consolidadas como las de EEUU o países de la Unión Europea. En Reino Unido, Francia, Alemania e incluso España –a raíz de la aprobación de la llamada ley Mordaza– se han adoptado medidas que restringen la información al dar, por ejemplo, nuevos poderes en el control de esa información a sus policías. RSF percibe como “graves” los controles de la prensa de la Polonia de Jarosław Kaczyński o de la Hungría de Viktor Orban. Frente a estos retrocesos, el ranking de la libertad de prensa de RSF lo encabeza este año Noruega. Y le siguen Finlandia y Suecia. Además, la organización ha percibido una importante mejora en Colombia por el fin del hostigamiento a raíz del conflicto con las FARC.
Con la mirada puesta en esas mejoras, los defensores de la libertad de prensa siguen teniendo la esperanza de lograr una información libre a nivel global. La libertad de pensamiento es la base del desarrollo humano. Y la posibilidad de difundir informaciones e ideas a través de una prensa libre es garante de una sociedad plenamente democrática.