Michael Somoroff (fotógrafo y miembro del Consejo Editor de Cambio16)
Había una vez un sabio y su alumno que viajaban juntos en un periplo místico hacia la tierra de la Promesa Eterna, a la que solo se podía llegar mediante la práctica de una antigua verdad. Juntos marcaron cada entrada por la que pasaron con recordatorios de las energías divinas de las que formaban parte y los protegían si se activaban a lo largo del camino. Ellos, al igual que nosotros, eran viajeros que buscaban la riqueza y la felicidad eterna.
Un día, mientras subían por un tortuoso sendero que atravesaba un peligroso puerto de montaña de roca afilada y escarpada, ascendiendo cada vez más alto, pudieron ver el futuro que se extendía ante ellos. Con la mirada fija, se detuvieron en un acantilado cincelado en la penetrante y peligrosa roca. Mirando hacia el horizonte observaron más allá un desierto, un oasis, un destino futuro que ofrecía gracia y pastos verdes y flores deslumbrantes.
El perfume de la dulce miel llenaba el aire y prometía la plenitud eterna. A través de una oscura niebla que se elevaba de la tierra ardiente pudieron detectar a lo lejos el paraíso que buscaban rodeado de un gran desierto que se interponía entre ellos y la tierra que deseaban alcanzar. El sabio señaló hacia el horizonte y le dijo al joven estudiante:
“Mira hacia nuestro destino, amigo mío, la Promesa Eterna, un paraíso, una tierra sagrada de plenitud nos espera. Allí gobierna el poder del Uno. Es una isla en un mar sin vida, de muerte y arena desértica, que debemos conquistar para saborear sus tesoros, y SER para siempre, como los dioses han aconsejado”.
El estudiante se asomó sin percibir nada especial. Solo vio el desierto que se empeñaba en engullir una isla aprisionada, que luchaba por sobrevivir en su aislamiento. Vio cada brizna de hierba meciéndose en un viento ardiente, estallando en soledad, cada una gritando su sufrimiento individual, su deseo sin respuesta, suplicando un propósito.
Confundido, el estudiante preguntó:
“Maestro, solo he visto hojas de hierba marchitas que se balancean de un lado a otro, cada una alcanzando desesperadamente el cielo, confirmando a su vez la solitaria cárcel que las mantiene prisioneras. Veo la separación y los sueños en llamas, en la penuria, y la gran distancia que se interpone entre nosotros y nuestro destino. No percibo el paraíso del que hablas. Más bien solo un largo y peligroso camino hacia una isla tomada como rehén por un gran desierto donde seguramente gobierna la muerte”.
El sabio se rio y contestó:
“Ves solo lo que quieres ver. Ves cada brizna de hierba en particular. Yo veo un gran campo de posibilidades infinitas donde cada brizna de hierba encuentra su propósito como parte del campo de la Unidad y la abundancia infinita. Cada brizna es parte de un todo único de riqueza ilimitada. Yo veo la perfección. Tú ves la hierba, yo veo un gran pasto como una alfombra mágica que espera cumplir todos nuestros deseos. Seguramente es un paraíso de leche y miel, un universo fastuoso sin final”.
La conciencia manda: vemos qué y dónde están los pensamientos
La conciencia, es decir, todo aquello de lo que uno es consciente, esculpe por supuesto nuestra visión del mundo. No reconocemos lo que no hemos experimentado previamente. Lo que no es consciente, de hecho, no ‘existe’. Un buen ejemplo de ello es el contraste entre la experiencia de la nieve de un esquimal y la de una persona que ha crecido y vive en un clima cálido. Un esquimal tiene muchos nombres para la nieve, ya que es capaz de detectar las sutiles diferencias entre los distintos tipos de nieve debido a su experiencia con cada uno de ellos, ya sea húmeda, helada, granizada, en polvo, etc. El habitante de un clima más cálido solo ve ‘nieve’.
Como ya escribí en la edición 2.281 de Cambio16, según la ciencia actual, más allá de los sentidos surge una imagen del mundo más real que la que la mayoría de nosotros experimentamos en nuestra vida cotidiana. Es científica. Es una visión que honra la continuidad de la energía, que impregna todos los rincones de la creación. Desde el punto de vista de la física, el mundo es un todo único formado por energía infinitamente creativa y en expansión.
La energía no tiene la inteligencia de recibir, sino que solo da y llena: sigue el hilo por el que fluye. La energía es la fuerza fundamental y plena de la conciencia universal, el sustrato de la creación, que genera espontáneamente cualquier cosa en la que pongamos nuestra atención. De hecho, nosotros somos los creadores.
Nuestra visión contemporánea es que el mundo es un todo inclusivo. Una visión que hemos desarrollado durante miles de años y, por tanto, está literalmente en nuestros genes. Como cultura, estamos completamente comprometidos con esta visión de las cosas y la hemos llamado ‘universo’.
Definimos el mundo como una conversación con todo lo que se basa en esta idea de unidad, es decir, ‘uni’ como nuestro contenedor. La idea perdura tan integrada bajo la superficie de nuestra vida cotidiana que la olvidamos. Este concepto es la base de nuestra cultura. Lo damos tan por sentado que hemos olvidado que es nuestro principio fundacional. En consecuencia, la mayoría de las veces no somos conscientes de sus implicaciones.
Una de las ramificaciones de esta visión del mundo es que, como individuos, nos encontramos en una experiencia binaria del mundo. Es decir, que siempre hay un ‘yo’ y un ‘tú’, un ‘yo’ y un ‘otros’, una ‘parte’ y un ‘todo’. Evidentemente, con base en la experiencia del mundo de cualquier persona está su ‘yo’. Es lo que entiendo por ‘yo’. Cuando digo ‘yo’, en realidad me refiero a mi separación en contraposición al ‘todo’ del universo. Cada uno de nosotros es el experimentador/creador del mundo más allá de nuestros cuerpos (yo). Evidentemente, no somos el todo, la totalidad, sino una parte del todo.
Profundizando en esto, descubriremos que no somos la mayor parte del universo, pero que, sin embargo, somos una parte de él, por lo que sentimos constantemente el anhelo de una mayor conexión con él. En realidad, esto es lo que nos impulsa. Somos criaturas con una voluntad infinita de recibir más.
En general, nos referimos a esta experiencia como ‘deseo’, es decir, quiero estar conectado a lo que me falta. Quiero vivir más allá de mi límite. Siempre queremos más de lo que tenemos. Es una ley existencial. Siempre queremos mayores ‘beneficios’. Este hecho debe ser respetado si queremos tener éxito en la creación de un futuro sostenible.
El deseo significa superar mi sentido de carencia o límite para estar conectado a la abundancia de la totalidad del universo. Recibir más para beneficiarse infinitamente
Esto explica por qué estamos permanentemente persiguiendo el crecimiento y la riqueza. Nos guiamos por nuestros deseos o, más exactamente, por nuestro sentido de lo que nos falta, que es prácticamente todo. Aceptémoslo. Nuestro ‘yo’ es el principio que guía nuestras decisiones y acciones, aunque deseemos que no sea así, y es la fuente misma de la realización sostenible en todos los niveles.
A través de nuestros deseos, nos convertimos en parte del mundo, incluso lo creamos. Recíprocamente, el mundo se convierte en parte de nosotros. Este mecanismo de dar y recibir es la actividad fundamental de la creación. Lo encontramos en todo. Siempre hay una inteligencia masculina que da, una inteligencia femenina que recibe. La relación neutral y equilibrada de ambas crea el acceso a la riqueza y opera en cualquier situación. Esto es la riqueza. La inteligencia equilibradora es el comercio de la felicidad. Aprendemos a ser parte del universo a través de la experiencia del cumplimiento de nuestros deseos. Y explica nuestro compromiso cultural con el crecimiento y la rentabilidad sostenible.
A medida que mis deseos crean cualquier movimiento hacia la realización, la conciencia de mis limitaciones invertidas en el concepto de mi YO, aunque sea subconsciente, me impulsa hacia una riqueza cada vez mayor, que en realidad significa una mayor conectividad o comunión con el todo abundante del universo.
Esta es la raíz de la sostenibilidad. Es permanentemente sostenible porque es el motor de la creación
Cada respiro, cada deseo que se alberga, cada acción que se inicia la motiva la voluntad de recibir algo. A través de estos deseos individuales, específicamente adaptados, como me defino en el mundo. Pilotan cada una de mis acciones en las que a su vez participan los demás. Creamos juntos la ‘realidad’ mediante el intercambio, el comercio. La realidad es una construcción social. Una poderosa idea que volveré a analizar en el futuro.
Volviendo a nuestra parábola inicial, aunque tanto el estudiante como el sabio miraban hacia la misma meta lejana y distante, al igual que cada uno de nosotros que tenemos nuestros propios deseos, ellos avanzan juntos hacia la realización porque compartimos su fuente: ser parte de todo el Universo.
El estudiante, anclado en su ego juvenil, el deseo de recibir para sí mismo, vio la proyección de su yo, su separatividad, como la lente a través de la cual percibía el mundo. Experimentó su destino como ‘cosas’, desconexiones, distancia y distinción. En cambio, su maestro, el sabio que había practicado durante años para percibir el mundo como un todo universal en contraposición a su yo limitado, desarrolló una mentalidad de ‘nosotros’ infinitos. El sabio vivía una conciencia de pura riqueza que contrasta fuertemente con la conciencia limitante de los límites, como lo prescribe el punto de referencia del ‘yo’ de su compañero.
El sabio veía un universo de posibilidades infinitas y de comercio porque para él todo estaba conectado. Veía más allá del intercambio entre ‘cosas’ porque las veía como una parte de un todo mayor, dentro del cual funcionan armoniosamente creando un cuerpo único. En otras palabras, para el sabio eran componentes en el comercio que accedían a la riqueza de la que ya forman parte de forma sostenible. Esto explica por qué el sabio experimentó un mundo de abundancia infinita y eterna (sostenible).
Un sabio, por definición, ve el propósito de cada brizna de hierba como definido por el abundante campo del que forma parte
Afortunadamente, adquirir esta sabiduría no requiere la guía de un sabio. Como sociedad, estamos comprometidos con ella, como he señalado, a través de nuestra definición colectiva del universo. Sin embargo, sí requiere desarrollar una experiencia más verdadera de uno mismo, que esté más exactamente arraigada en el conocimiento factual de que cada uno de nosotros es parte de una verdad mayor: la verdad de la totalidad del SER, la unidad, el todo. Nadie, en su sano juicio, discutiría este principio.
Esto requiere un recordatorio constante sobre la forma en que nos definimos a nosotros mismos y nuestras experiencias. No se trata del ‘yo’, sino que cada uno de nosotros se define como una parte del mecanismo de creación de riqueza del universo ‘entero’. Debería ser fácil crear un mundo de esta manera, esta situación existencial, como he señalado, es irrefutable.
Sin embargo, en contra de la intuición, mi experiencia del universo es la de lo que me falta, no la de mi realización. Alcanzar esta conciencia es el primer reto para crear un mundo sostenible
La interdependencia entre nosotros y todo lo que compone el universo es la verdad que debemos admitir. Es la sostenibilidad. El conocimiento de esta verdad debe servir como base de una nueva economía mundial si esperamos sobrevivir en un futuro largo y próspero. Es la última oportunidad comercial, porque, en realidad, es puro comercio. En el centro de todos los retos a los que nos enfrentamos hay, de hecho, una oportunidad económica que surge de nuestra desvinculación de la simple verdad de que, juntos, formamos parte de un todo mayor.
La sostenibilidad es siempre el subproducto de la realización de cualquier deseo porque, en realidad, nuestra interminable voluntad de beneficio la sostiene. La sostenibilidad es un sistema circular; el sistema de creación, que es lo que lo hace sostenible. Es el infinito dar y recibir entre la parte y el todo. Más concretamente entre nuestros deseos y nuestra realización.
La sostenibilidad no puede ser forzada ni arbitraria. Debe ser el resultado de la auténtica y apasionada voluntad de recibir, o de mejorar los propios deseos. Esta ley natural de creación es el estado último de la economía que da lugar a todas las expresiones de riqueza.
No hay ‘solo’ en el universo, sino infinitos conjuntos de relaciones en el discurso que crean riqueza, ya sean partículas subatómicas, átomos, moléculas, células, organismos… lo que sea. Como un rompecabezas, el mundo no es más que un conjunto de fracciones que componen un todo mayor, la unidad del UNIVERSO, lógicamente la fuente obvia de toda riqueza lo incluye todo. Se basa en la inteligencia universal de la energía con su comportamiento expansivo de ‘dar y recibir’.
“La sostenibilidad es un sistema circular; el sistema de creación, que es lo que lo hace sostenible. Es el infinito dar y recibir entre la parte y el todo. Más concretamente entre nuestros deseos y nuestra realización”
Entonces, la pregunta es: ¿Cómo puede uno alinearse con estas leyes económicas naturales de sostenibilidad que parecen oponerse a nuestra naturaleza fundamentalmente egoísta? La respuesta es simple: ajustando nuestra experiencia del mundo desde la conciencia de mi yo. Es decir, el límite a la conciencia de la fuente de riqueza, el todo, como el sabio. De este modo activo la riqueza sostenible al reconocer que toda la riqueza es el resultado de la conexión, el intercambio o el comercio de algún tipo.
Sencillamente, todos los métodos de creación de riqueza se reducen a alguna forma de dar como punto de partida. No me refiero al altruismo o a alguna prescripción moral o ética sobre cómo hay que comportarse. Me refiero a la economía pura y sostenible que requiere honrar el dar y recibir para el que estamos realmente diseñados. Dado nuestro egoísmo fundamental, que parece problemático, pero que ahora se entiende mejor como nuestra oportunidad real, porque es la mitad de la ecuación de creación de riqueza, no puede ser de otra manera. La historia y las noticias cotidianas lo siguen demostrando.
La respuesta está en la comprensión de que dar es la plataforma para recibir cualquier cosa, y no al revés. Como este es el caso, es sostenible. Al igual que en la naturaleza, recibir para dar o contribuir al todo es una riqueza sostenible porque respeta la naturaleza binaria de uno mismo, la parte y el todo, el universo, al mismo tiempo que los une comercialmente.
La sostenibilidad significa ser rentable sin interrupción y crear una plenitud universal como forma de funcionamiento
Cada uno de nosotros es brizna y pasto al mismo tiempo. Esto es sostenible porque, sencillamente, es cierto.