Por Belén Kayser
19/11/2017
El campo vuelve a ser el origen de todas las cosas. La proliferación de espacios de trabajo en las zonas rurales anima a los emprendedores a volver al pueblo de forma temporal o definitivamente para montar allí sus proyectos.
“Estoy en el mejor sitio del mundo, a lo mejor no vuelvo a casa”, susurra Tomás al otro lado del teléfono. Tomás, que ha viajado por todo el mundo, abrió una clínica de fisioterapia en Asturias. Su siguiente plan es poner en marcha un negocio social. Para ello no ha buscado una oficina vacía, tampoco una oenegé. Tomás, que es asturiano, ha cogido la mochila y el portátil y se ha plantado en la aldea gallega de Senderiz, una población de 20 habitantes. Allí es donde pensará y planeará, rodeado de árboles y de casas de piedra; de orballo y atardeceres en mitad de la naturaleza. Este es, por el momento, su hogar y su oficina. Se llama Sende y no es un hotel rural, tampoco un campamento de verano… Es un coworking, o sea, compartir un espacio de trabajo aunque las profesiones nada tengan que ver, y es rural. No es el único en España; parecen querer ser la red que salve a los pueblos de la extinción. Pero no tienen prisa.
“Este es un lugar perfecto para desconectar, pensar diferente y usar la naturaleza como motor de inspiración”, explica Edo Sadiković, uno de los fundadores del proyecto. “Arreglamos unas casas de piedra y todo está convertido en espacios creativos para vivir, trabajar, cocinar y pasarlo bien”. Sadiković, de origen serbio, hizo su primer experimento en una aldea en su país de nacimiento, allí conoció a su pareja, con la que se trasladó a Galicia para poner en marcha Sende, “un centro de innovación donde la gente monta su negocio y se vuelve a casa”. ¿Su público objetivo? “Gente que piense parecido, profesionales del mundo IT que pueden moverse para trabajar en un entorno más innovador y creativo –explica–, “pero también artistas, creativos y educadores con los que organizamos talleres”.
En España hay unos 8.300 pueblos, pero solo los habita el 20% de la población; 5.000 de estos pueblos tiene menos de 1.000 habitantes y el resto, menos de 100. Estas poblaciones caminan hasta su extinción. Existe por primera vez una generación que ni siquiera ha conocido el pueblo de sus abuelos. Asimismo, como consecuencia de la crisis, en la última década el éxodo ha sido hacia al extranjero. Lo que pareciera un punto sin retorno, sin embargo, se ha convertido en la vacuna que, en pequeñas dosis, podría salvar a los pueblos. “Esto es un fenómeno global en Europa, hay una ola de interés”, apunta Diana Moret, rural shaker y fundadora de PandoraHub, un ecosistema de emprendedores y espacios en zonas rurales con vocación itinerante. “La gente se va a las ciudades, buscando la vida perfecta, y comprueba que no tiene nada que ver”. Para ella, la gentrificación “es un virus”. Así, el aumento de los precios de la vida en las ciudades junto a la bajada del poder adquisitivo “hace casi imposible vivir una vida gratificante”.
Un vivero de compañías
Los llamados nómadas digitales se han propuesto generar oportunidades de negocio y empleo en áreas rurales. Son grupos de emprendedores y viajeros que le han perdido el miedo a trabajar desde cualquier parte. Y resuelven así el aislamiento del trabajador autónomo y combaten la nula productividad de jornadas infinitas a un precio asequible en un entorno agradable. Para Quim Gudayol, gerente del espacio de coworking rural Nexes Forallac en la Costa Brava (Girona), la clave de la proliferación de estos espacios es que “la gente cada vez tiene menos miedo a dejar o perder su empleo por lo que prueban trabajar más tranquilos”. Su colega de PandoraHub comparte esta opinión: “Han caído tantas cosas que ya nadie da nada por hecho”. Gudayol es uno de los primeros emprendedores en poner en marcha un coworking rural de este tipo. Ahora es casi un vivero de empresas. Lo hizo en su pueblo, donde ya han germinado, en plena naturaleza, más de 30 proyectos. Los trabajadores autónomos, especialmente los programadores, son el colectivo más interesado en estas iniciativas. Para Diana Moret tiene que ver con que “el sector tecnológico tiene gran necesidad de huir de las máquinas”.
PandoraHub propone desde su proyecto “trabajar con la posibilidad de moverte”. “Hay que minimizar las ataduras al espacio físico, nuestra apuesta no es abandonar la ciudad, sino conseguir flexibilidad laboral”. Ayudan a los pueblos a encontrar el potencial que tienen para poder atraer emprendedores con este modelo de coworking rural. “Vamos a pueblos donde tienen un nivel de infraestructura suficiente y donde haya emprendedores, donde haya quien dinamice –relata– y les ayudamos a centrarse en las áreas que mejor les funcionen. También les ponemos en contacto con otras comunidades que estén en lo mismo”. Para que estos espacios arranquen hace falta, como comenta Diana Moret, tener una base, un potencial. Para cumplir este requisito, sin embargo, siempre hubo alguien detrás que se encargó de intuirlo y construirlo. Almanatura, una empresa social afincada en Arroyomolinos de León (Huelva), un pueblo de menos de mil habitantes, es uno de estos ejemplos.
Red de 200 pueblos
En 1997, los hermanos Israel y Juanjo Manzano decidieron tomar medidas ante la falta de alternativas en el mundo rural para los jóvenes. Lo que empezó como actividades de dinamización social y turismo activo en Arroyomolinos ha evolucionado a una consultora que “evita la despoblación, que fija la población rural, a través de alianzas público privadas para empoderar a las personas”. Detrás de esta definición, de Juanjo Manzano, late un proyecto y un reto tan grande como la población sobre la que actúan. Almanatura, “segura de que es posible vivir desde un pueblo con una idea de negocio”, prepara la apertura de su coworking rural, con puestos fijos e itinerantes. De momento, ha extendido una red de acción de 200 pueblos, a los que asesora y forma en materia de emprendimiento y para poner en valor lo rural. Además, trabaja con empresas como Coca-Cola. “Intentamos que la responsabilidad social corporativa de las empresas no se quede en un lavado de cara, que haya un impacto real”, apunta.
Por eso, y porque les va bien, pueden “elegir a los clientes”. “Queremos enseñar a los líderes que con mejores prácticas, más coherencia y menos ambición, nuestras empresas serían sostenibles”. Aunque un coworking rural sirve de punto de encuentro para generar proyectos y empleo en un área y atraer a habitantes de unos 20 kilómetros a la redonda, la idea de Juanjo Manzano, la del coworking itinerante, resulta atractiva. De un lado por la riqueza de los encuentros puntuales, el intercambio de saber entre la población local y la foránea. Y también porque la idea es atraer talento, “pero no abrumarlo para que se traslade y deje la ciudad”, dice Juanjo Manzano. “Esta fórmula no funcionaría, no queremos traer a la gente de las capitales al pueblo, sino establecer encuentros puntuales con calado”. Teme, además, que la inadaptación se les atasque. “Un pueblo en vacaciones no es un pueblo en invierno”.
PandoraHub hace ‘safaris’, vacaciones o encuentros en estos coworking rurales con propósito de formación entre emprendedores. El factor vacacional, de hecho, fundamenta gran parte de los proyectos. “Sería ideal que un emprendedor no tuviera que dejar a su familia entre semana para volver a la oficina”, explica Quim Gudayol, con dos coworking en la Costa Brava. “Si alguien que va de vacaciones sabe que tiene un coworking cerca, se va más tranquilo. Un coworking rural podría ser la clave para elegir uno u otro destino, y así, el pueblo podría ser un destino vacacional, que es otro ejemplo de cómo un coworking puede reactivar la economía local”. En este sentido, los cursos son un incentivo. Por ejemplo, Sende ofrece encuentros de dibujo, intercambios y encuentros sobre emprendimiento rural y derechos humanos, y hackathones y una academia de negocios. PandoraHub también está especializada en cursos y contenidos.