Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores a finales del siglo XIX fue la jornada laboral de ocho horas. Cumplir la máxima de «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa». Los movimientos y manifestaciones desembocaron en la aprobación de la jornada laboral de 8 horas. La consecución de la jornada de 8 horas marcó un punto de inflexión de la sociedad.
La conquista se mantuvo a pesar de las guerras, las crisis económicas, el surgimiento de medias jornadas laborales, horas extras de trabajo, etc. Era un equilibrio que nos sostenía, una brújula que guiaba las actividades hasta que llegó la pandemia de la COVID-19, y todo cambió. El confinamiento nos arrebató la rutina. Las paredes de las casas nos aplastaron y la frontera entre trabajo y vida personal se desdibujó. Las ocho horas laborales se mezclaron con las ocho horas de vida en casa. Y las otras ocho que solíamos dedicar al sueño se volvieron inciertas.
El tiempo se vuelve tedioso cuando no está estructurado. Buscar la solución imbuidos en la tecnología del placer es saciante y aburrido. Durante el confinamiento los peores aspectos de nuestro trato con el tiempo pasaron a primer plano: niños y abuelos aislados por la fuerza; de amigos, compañeros de escuela y familiares hartos de soledad.
La situación se tornó estresante sin la necesaria interacción social. Aunque los cambios sociales y tecnológicos estaban impulsando la transformación de ese equilibrio entre lo laboral y lo personal, la llegada de la pandemia lo aceleró, y de manera traumática.
Desafío contrarreloj
El equilibrio entre la vida personal y laboral se ha convertido en un desafío crucial. Pero con reglas distintas. Las restricciones, los cambios en la dinámica laboral y los aspectos psicológicos alteraron la forma de vivir y trabajar. El teletrabajo se convirtió en tabla de salvación, pero también en trampa. En plena pandemia, las videoconferencias mostraban personas en ropa interior y niños llorando al fondo, madres amamantando, mientras intentábamos mantener la compostura.
La línea entre el trabajo y el hogar se disolvió, y los balcones se convirtieron en escenarios improvisados para cumpleaños y juegos; para la interrelación humana perdida. El teletrabajo, aunque ofrece flexibilidad, también puede ser agotador. Las videoconferencias interminables, la falta de desconexión y la presión constante para demostrar productividad han afectado la salud mental.
Los tres bloques imaginarios de 8 horas que dividían nuestro día a día se resquebrajaron en intervalos de ansiedad. Las preocupaciones laborales se colaron en nuestros cuartos y el insomnio se convirtió en habitual.
Han pasado dos años desde la pandemia. Personas, empresas y gobiernos han mostrado una notable capacidad de adaptación y recuperación. Sin embargo, el costo humano y económico dejó consecuencias no han sido evaluadas completamente ni comprendidas.
En muy poco tiempo empleado y empresas experimentaron cambios que en condiciones normales habrían supuesto años de discusiones e inversión. El paso al trabajo a distancia casi de la noche a la mañana y la reducción en muchas empresa de la jornada laboral tendrán efectos duraderos en los modelos de negocio y sus estrategias. El concepto convencional del sitio de trabajo cambió que implican nuevos problemas relacionados con la seguridad y el bienestar de los trabajadores que requieren prontas soluciones.
La pandemia también fue un catalizador para repensar salud mental y el equilibrio emocional. Algunas empresas comienzan a priorizar el bienestar de sus empleados. Por ejemplo, capacitando a sus gerentes para abordar problemas de salud mental y utilizando tecnologías para mantenerse conectados con su personal.
Jornada laboral híbrida
Muchos auguran que el trabajo híbrido se convertirá en la “nueva normalidad”. Trabajar desde casa se combinará con la posibilidad de hacerlo en el centro de trabajo. Las empresas necesitan orientación para evitar una mala gestión del modelo de trabajo híbrido y una reacción que fomente las desigualdades. Deben aprender a gestionar una plantilla más autónoma y menos focalizada en el lugar de trabajo. Y redefinir el trabajo para pasar del enfoque de tareas predefinidas y estandarizadas a resultados laborales ampliados. La redefinición del trabajo propicia un aumento de los rendimientos debido a su importante potencial de creación de valor a largo plazo.
Para los trabajadores, el cambio significa mayor flexibilidad, más productividad, mayor autonomía, y equilibrio entre la jornada laboral y personal, además de una reducción del tiempo y de los costos de desplazamiento. Asimismo, se traduce en más y mejores oportunidades a poblaciones marginadas, como personas con discapacidad, trabajadores de edad avanzada o los que viven en zonas aisladas.
Sin embargo, la mayor flexibilidad y autonomía suele ir acompañada por efectos negativos. Una, es el aumento de la intensidad del trabajo y de las horas de trabajo, pero también los límites difusos entre el trabajo y el hogar, y el consiguiente desequilibrio. La imposibilidad de desconectar, el aislamiento social y el aumento de los niveles de seguimiento y control, pueden tener efectos perjudiciales en la salud mental de los trabajadores. Otros factores negativos relacionados con el trabajo a tiempo completo desde el domicilio tienen que ver con la salud física, la limitada disponibilidad de espacio y de herramientas apropiadas, y la falta de equipos y muebles de oficina adecuados.
Libros de autoayuda que no ayudan
Toda esta situación atípica que se vive después de la pandemia facilitó el surgimiento de abundante literatura de autoayuda. Casi todas enfocadas a buscar la paz mental equilibrado el tiempo libre y la jornada laboral. A veces no es obvio que estos escritos de autoayuda realmente consideren el equilibrio entre la vida laboral y personal. Mientras académicos y profesionales de recursos humanos miden los costos y beneficios de las horas flexibles y otras adaptaciones a las tensiones y conflictos entre el trabajo y la familia, los libros de autoayuda se centran en las actitudes y acciones de los trabajadores individuales.
Rara vez abordan la aparición de una economía en la que la flexibilidad es menos problema que las horas de trabajo impredecibles. Igualmente, los libros de la vida laboral ignoran los problemas de todos, y se centran en los de la élite profesional. Rara jerarquizan el derecho al tiempo libre, la felicidad y la necesidad de atención familiar. En lugar centrarse en el el problema real (demasiadas horas en el trabajo y muy pocas en el hogar), se enfocan en capacitar a los ejecutivos para administrar el tiempo de trabajo de manera más eficiente. Reducción de las reuniones, el uso de opciones de trabajo remoto y límites a lo que se puede esperar en el trabajo. Sin embargo, los empleados necesitan, sobre todo, una “estrategia, atención diaria, autoconciencia y disciplina” para mejorar la satisfacción tanto en el trabajo como en la vida.
En resumen, el equilibrio entre trabajo y vida personal es un desafío constante. Pero, al aprender de la historia y adaptarnos a las circunstancias cambiantes, podemos encontrar una armonía que permita prosperar en el nuevo mundo laboral. La pandemia nos enseñó que el equilibrio no es estático. Es una danza constante entre responsabilidades y necesidades personales. Quizás no volvamos a las ocho horas perfectas, pero sí encontrar un nuevo ritmo.