Por Andrés Sánchez Braun | Efe
09/09/2016
Corea del Norte le ha recalcado este viernes a la comunidad internacional con su quinta prueba atómica, la segunda en apenas ocho meses y la más potente hasta ahora, que su programa nuclear constituye un pilar innegociable que sustenta al régimen de Kim Jong-un.
La declaración de intenciones de Pyongyang resulta en esta ocasión más tajante que en ensayos anteriores porque llega tras el conjunto de sanciones comerciales –las más contundentes hasta la fecha- que le impuso la ONU hace apenas seis meses como castigo por su prueba nuclear y de misiles de principios de año.
El régimen había espaciado con lapsos de entre tres y cuatro años las detonaciones subterráneas de los otros cuatro dispositivos que había empleado hasta el día de hoy en su base de pruebas nucleares de Punggye-ri, en el noreste del país.
En este sentido, Corea del Norte ha recordado con este último ensayo que su intención pasa por «ser reconocido como un estado nuclear», según contó a Efe en Seúl Choi Gang, vicepresidente del Instituto Asan de Estudios Políticos.
La de este viernes constituye la enésima prueba de que Pyongyang se muestra indiferente a las sanciones, considera el arsenal atómico como garante total de la supervivencia del régimen y no está dispuesto a desviarse un ápice del curso que adoptó a finales de la década pasada, aún bajo el timón de Kim Jong-il, padre del actual líder.
Esto implica que no se sentará a negociar bajo la demanda de un compromiso previo para su desnuclearización, tal y como piden Washington, Seúl y Tokio, que paradójicamente hallan un argumento adicional para sus exigencias cada vez que Pyongyang hace estallar un artefacto atómico o dispara un proyectil balístico.
Sin embargo, la posibilidad de abandonar la «carta nuclear» parece antojarse aún más remota bajo el mandato del joven Kim Jong-un, que arrancó apenas a finales de 2011 y durante el cual se han hecho ya más ensayos nucleares y lanzamientos de misiles que a lo largo de los 17 años de gobierno de su padre.
La explosión de este viernes también envía otro rotundo mensaje al mundo en lo que respecta a los continuos avances del programa armamentístico norcoreano.
No solo porque ha sido la detonación más potente lograda hasta ahora (unos 10 kilotones frente a los 7-9 de la prueba de enero de este año); los preparativos de la misma también se han disimulado con relativo éxito.
Este viernes mismo, la web especializada 38North publicó, apenas tres horas antes de la prueba nuclear norcoreana, el análisis de unas imágenes de Punggye-ri captadas por satélite el pasado 27 de agosto.
Aunque se apreciaron «operaciones menores de excavación», la web, ligada a la Universidad John Hopkins y una de las entidades civiles con mejor criterio a la hora de anticipar los movimientos de Pyongyang en el terreno armamentístico, fue incapaz de aclarar si el despliegue estaba directamente «ligado a los preparativos para una quinta prueba nuclear».
Por otro lado, la afirmación de Pyongyang de que lo detonado este viernes es una cabeza nuclear que se puede equipar en sus misiles requerirá de un análisis adicional, pese a que el consenso entre los expertos sigue siendo que el régimen Juché aún no puede miniaturizar sus bombas para colocarlas como carga útil sobre proyectiles.
Por último, lo acontecido en Punggye-ri vuelve a cuestionar la verdadera efectividad de las resoluciones y las correspondientes sanciones promulgadas por el Consejo de Seguridad de la ONU y sitúan el foco nuevamente en China, que como mayor socio comercial de Corea del Norte es el principal encargado del cumplimiento de estos castigos.
Expertos estadounidenses consultados por la agencia Yonhap como Victor Cha, exasesor de la administración Bush, creen que la condena verbal de la ONU y el resto de potencias resultarán «más de lo mismo» para Pyongyang y que harán falta acciones más contundentes que las adoptadas hasta ahora.
Cha incide además en que con esta prueba el programa nuclear norcoreano se vuelve a postular como uno de los problemas más acuciantes en materia de seguridad para el Gobierno que resulte de las elecciones de noviembre en Estados Unidos.
Sin embargo, con Pekín cada vez más distanciado de Washington y Seúl a cuenta del escudo antimisiles THAAD o sus actividades en el Mar de China, la opción de que la superpotencia asiática, con poder de veto en el Consejo de Seguridad, apoye sin trabas un grupo de medidas más severo se presenta cuanto menos complicada.