Las ciudades se han ganado el calificativo de selvas de concreto. Las urbes se abren paso en el mundo sacrificando la vegetación existente. El cambio climático, caracterizado por temperaturas cada vez más altas, convierte a las ciudades en verdaderos hornos. Una opción para matizar este problema es volverlas más verdes para refrescarlas. Pero también pueden transformarse en alacenas a la mano si se crean en sus espacios más bosques de alimentos.
El cambio climático está teniendo un fuerte impacto negativo en los bosques de todo el mundo. El aumento progresivo de temperaturas, junto a la disminución de lluvias y el incremento de fenómenos extremos, está perjudicando seriamente la salud y productividad de los ecosistemas forestales. El estrés térmico y hídrico reduce la actividad fotosintética de los bosques y provoca una alarmante tasa de mortalidad entre las especies arbóreas. Además, está alterando la distribución geográfica natural de muchas especies, lo que pone en riesgo la biodiversidad y composición de los bosques.
Pero, en la lucha contra el cambio climático, los bosques cumplen un papel vital. Al ser sumideros de carbono naturales, absorben grandes cantidades de CO2 de la atmósfera y contribuyen a mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero. Tradicionalmente en las urbes las áreas verdes se han diseñado como un recurso estético y de esparcimiento. Hay un creciente movimiento que busca cambiar ese enfoque. Pretende transformar espacios, hasta ahora subutilizados como los terrenos baldíos, en bosques urbanos. Trayendo más verdor a las ciudades para refrescarlas. Pero al incorporar plantas frutales y comestibles también pueden producen alimentos. Usan como herramienta el sistema Miyawaki.
En peligro
La ONU estima que para 2050 más del 66% de la población mundial, equivalente a unos 6.700 millones de personas, vivirá en ciudades. Fenómeno que se registra principalmente en África y Asia, donde factores socioeconómicos impulsan la migración rural. La rápida urbanización, que a menudo se da de manera no planificada según la FAO, intensifica la presión sobre recursos naturales. Sumado al cambio climático, genera mayores índices de contaminación, escasez alimentaria y desastres.
Sin embargo, los árboles urbanos cumplen un papel clave en la mitigación del calentamiento global. Un gran árbol puede absorber hasta 150 kg de CO2 anualmente mejorando la calidad del aire. Filtran eficazmente contaminantes y partículas finas a través de sus hojas y corteza. Su estratégica localización es capaz de reducir hasta 8 °C las altas temperaturas de las «islas de calor» del cemento. Además, un árbol maduro intercepta más de 15.000 litros de agua anualmente, preveniendo inundaciones.
Las investigaciones demuestran que los espacios verdes mejoran la salud física y mental de comunidades, reduciendo enfermedades como la hipertensión. Un hábitat adecuado propicia mayor biodiversidad local. La planificación paisajística con árboles puede elevar el valor de propiedades un 20%. Según la FAO, a lo largo de su vida útil, los beneficios que aportan superan en 2-3 veces la inversión inicial en su plantación y cuidado.
Bosque comestibles
Su beneficio puede ser aún mayor si ese reverdecer de las ciudades es compatible con la producción de alimentos en sus espacios con la creación de bosques comestibles. También conocidos como bosques comestibles, son ecosistemas diseñados para la producción de alimentos y otras materias primas. Imitan la estructura y funciones de un bosque natural. Pero están compuestos por plantas perennes, como árboles, arbustos, herbáceas y trepadoras, que proporcionan frutas, semillas, setas y otros alimentos.
Se diferencian de los bosques naturales en que concentran una producción intensiva de alimentos en una superficie pequeña, cerca de asentamientos humanos, y requieren menos mantenimiento. Promueven la biodiversidad y actúan como sumideros de carbono. Este enfoque sostenible y regenerativo ha ganado popularidad en varios países, incluyendo, Estados Unidos, España y Chile. Donde se están desarrollando bosques comestibles en entornos urbanos como parte de procesos participativos de diseño, implementación y mantenimiento.
En capas
Los bosques comestibles se organizan en 7 capas verticales que permiten un uso más eficiente del espacio y proveer hábitats para la vida silvestre. Estas capas son:
- Árboles grandes (hasta 10m): castaños, araucarias, nogales, palma chilena.
- Árboles pequeños (hasta 10m): manzanos, maqui, cerezos, olivos.
- Arbustos (hasta 4m): culén, frambuesas, chilco, matico.
- Herbáceas: nalca, ortiga, mentas, alcachofa, puerros.
- Cubresuelos: nalca rastrera, frutillas, violetas, trébol.
- Raíces: raíces comestibles como topinambur, mashua, yacón.
- Trepadoras: kiwis, uvas, lúpulo, cóguil, voqui.
Cada especie se ubica según factores como luz, humedad, polinización y protección. El diseño multinivel aprovecha al máximo el espacio e integra la biodiversidad.
Sistema Miyawaky
Para la creación de los bosques comestibles se está utilizando el sistema Miyawaki. Un método de restauración ecológica y creación de bosques de rápido crecimiento. Desarrollado por el botánico japonés Akira Miyawaki, se basa en décadas de investigación en Alemania sobre el uso de semillas locales para regenerar áreas deforestadas.
Tiene como objetivo recrear la potencial vegetación natural de un espacio a partir de las variedades locales. Lo que permite la creación de bosques autóctonos densos y diversos en un corto período de tiempo. Para lo cual se siembran varias especies autóctonas de plantas unas cerca de otras. Lo que hace que sea aproximadamente 30 veces más densa que un bosque convencional.
El proceso de ingeniería ecológica recurre a las teorías de la sucesión vegetal para recrear el bosque potencial de un sitio, como si no hubiera sufrido alteraciones. De este modo, los «bosques Miyawaki» se convierten en refugios de biodiversidad adaptada a cada región. Tal como explica el biólogo chileno Cristóbal Valdés, más allá de su crecimiento acelerado gracias a especies autóctonas, otro beneficio es que valora la flora nativa.
Se viene utilizando en diferentes países, y se ha convertido en una forma efectiva de restaurar áreas verdes degradadas y crear bosques urbanos sostenible. Permite crear bosques nativos que crecen a un ritmo 10 veces superior al normal. Restaurando el equilibrio ecológico y los suelos sin dañar el medioambiente. Ha demostrado ser efectivo en la recuperación de grandes extensiones de hábitat de manera veloz en zonas antes degradadas. Cumpliendo un rol fundamental contra la pérdida de suelo y especies.
Ejemplo de Arizona
En Tucson, la distribución desigual del arbolado urbano genera grandes disparidades térmicas. Los barrios del sur, con densa urbanización y menor vegetación, superan en hasta 12 °C la temperatura de Catalina Foothills, ubicada al norte. Una zona más acomodada con manto verde de cactus y arbustos. En 2021 en Arizona se registraron 40 días seguidos por encima de 38 °C. Situación que empeorará con el cambio climático. Por lo que la alcaldía de Tucson se comprometió a plantar 1 millón de árboles antes de 2030 para mitigar el calor. El proyecto recibió una asignación de 5 millones de dólares de la administración de Joe Biden para combatir el calor mediante reforestación urbana.
Más que refrescar, estos árboles podrían alimentar a los vecinos. En el sur, donde una quinta parte vive lejos de tiendas, Brandon Merchant, que trabaja en el Banco Comunitario de Alimentos, promueve los «bosques de alimentos» comunitarios. En los cuales se cultivan mezquites. Un árbol comestible autóctono cuya harina se usa tradicionalmente para pan, galletas y tortitas.
Merchant relaciona problemas de salud y nutrición con falta de naturaleza. Los bosques serían espacios donde voluntarios cuidarían especies frutales para que los residentes, especialmente los de bajos ingresos del sur de la ciudad, accedan a alimentos cultivados localmente. Su proyecto recibió 500 mil dólares de Biden a través de la Ley de Reducción de Inflación.
Movimiento en expansión
La iniciativa de Merchant sigue la tendencia nacional de combinar silvicultura y alimentación. En EE UU, las personas y organizaciones comunitarias están plantando árboles frutales y comestibles en espacios públicos. Creando «bosques de alimentos» que proveen acceso a alimentos sanos y áreas verdes. Los bosques surgieron en iglesias, escuelas y terrenos baldíos de ciudades como Boston, Filadelfia, Atlanta, Seattle y Miami. Una iniciativa cuya popularidad va en aumento. Proporcionan seguridad alimentaria y beneficios ambientales como mejor calidad del aire y hábitats para la fauna.
El Philadelphia Orchard Project convirtió 68 sitios en huertos comunitarios, generando 5 toneladas de alimentos el año pasado. Sus huertos incluyen árboles frutales, bayas, vides y plantas polinizadoras. El banco de alimentos de Tucson plantó arbustos de mezquite, diseñando talleres sobre su cultivo y cocina. Se basa en el modelo de Dunbar Spring, donde 30 años de plantaciones transformaron el desierto en bosque comestible. Su «despensa viviente» provee una cuarta parte de los alimentos de Lancaster, con más de 400 especies locales comestibles y un millón de galones de agua retenidos. En Boston, el bosque de la Old West Church alimenta a un refugio femenino con manzanas, peras y vegetales de huertos abiertos a la cosecha comunitaria.
También en Chile
En Chile, la iniciativa DeVolver a la Tierra busca mejorar la calidad de vida y salud de comunidades a través de bosques alimentarios regenerativos diseñados de forma participativa. En agosto de 2021 comenzaron a trabajar con vecinos de Renca, Región Metropolitana, plantando en octubre dos bosques comestibles en el Cerro Renca. Su último taller abordó el mantenimiento y usos del bosque.
Los bosques juegan un rol vital ante la crisis climática. DeVolver a la Tierra fortalece lazos comunitarios y una relación más saludable con la naturaleza a través de soluciones pequeñas pero que benefician a la vida en la Tierra, desarrollando también proyectos de restauración ecológica.
Su director Francisco Coloma explica que pretenden acompañar a más familias en su transformación mediante la regeneración de espacios verdes que generen bienestar. Los bosques producen alimentos saludables y lugares de recreo, disminuyendo sus costos de mantenimiento al imitar procesos naturales que generan soberanía alimentaria y economías sostenibles.
España tiene su red
En España la Red Ibérica de Bosques Comestibles impulsa la creación y conservación de bosques alimentarios. A través de su plataforma online, ofrece asesoría, proyectos y difusión de prácticas agroecológicas para diseñar e implementar bosques de alimentos, tanto en zonas urbanas como rurales. Con más de 110 iniciativas ya desarrolladas, su principal objetivo es establecer al menos un bosque comestible en cada provincia ibérica.
Estos espacios generan soberanía alimentaria para las comunidades mediante sistemas agroforestales que brindan frutos, materiales de construcción y recursos, mejorando la autosuficiencia. Los bosques promovidos por la red se erigen como fuentes vitales de biodiversidad. Ya que proveen refugio para aves e insectos. Favorecen además la salud ambiental y de las personas, fomentando la colaboración ciudadana.
La red ofrece asesoría técnica para el diseño de bosques particulares, urbanos y corporativos. Comparte también contenidos que explican las múltiples ventajas agroecológicas, sociales y ambientales de este tipo de espacios vivos y productivos. La Red Ibérica de Bosques Comestibles trabaja para expandir los beneficios de los bosques alimentarios en la península.
Valiosa alternativa
Los bosques comestibles son una solución efectiva frente al cambio climático, que amenaza particularmente a regiones áridas como las que hay en Arizona, Chile y España. En 2023, las principales ciudades de la península superaron con frecuencia los 35°C. De acuerdo con las proyecciones, de seguir como vamos, el calentamiento global traerá un alza promedio de 2°C para 2100 que agravará estos efectos.
Según la ONU, la desertización afecta actualmente a más del 40% de las tierras emergidas, convirtiendo zonas fértiles en estériles. Por citar un caso, en Chile se calcula una pérdida anual de 150.000 hectáreas de bosque nativo, donde habitan cientos de especies endémicas en peligro. Ante tal panorama, los bosques alimentarios mitigan la pérdida de suelo y vegetación al capturar hasta 10 toneladas de CO2/ha/año mediante su fotosíntesis. Asimismo, regeneran hábitats y preservan la biodiversidad mediante sistemas agroforestales resilientes.
Su diseño, basado en la agroecología, permite enfriar microclimas y aumentar la productividad agrícola de manera sostenible; adaptándose de forma natural al cambio climático en curso y a futuro. Los bosques de alimentos ofrecen múltiples beneficios medioambientales, económicos y sociales que los posicionan como una alternativa efectiva ante los desafíos actuales planteados por el calentamiento global. Especialmente porque permiten transforman en hábitat sostenibles las actuales selvas de cemento.