El Palacio de Cristal sirve de escenario al nuevo proyecto del artista portugués Carlos Bunga (Oporto, 1976), titulado Contra la extravagancia del deseo. La muestra, organizada por el Museo Reina Sofía, constituye su mayor intervención en Madrid hasta la fecha. Bunga inició su carrera vinculado a la pintura, aunque pronto amplió sus intereses hacia otras disciplinas artísticas que le permitían cuestionar la arquitectura como lenguaje del poder, y otras inercias arraigadas a ella, como el orden o la solidez, prescindiendo voluntariamente de los materiales tradicionales y apostando por la precariedad de unas estructuras compuestas tan solo por planchas de cartón y cinta adhesiva. Contra la extravagancia del deseo continúa esta línea de investigaciones: el entorno cambiante que circunda el Palacio que acoge la muestra, así como el contexto en el que fue originariamente construido, componen algunas de las claves de este nuevo trabajo.
La naturaleza efímera de las construcciones del artista va inevitablemente unida a dos conceptos: tiempo y lugar. Bunga redimensiona la experiencia de un espectador que no solo contempla la obra, sino que también se integra en ella y la transforma.
La naturaleza efímera de las construcciones del artista va inevitablemente unida a dos conceptos: tiempo y lugar. Bunga redimensiona la experiencia de un espectador que no solo contempla la obra, sino que también se integra en ella y la transforma. La estructura de cartón que conforma la instalación que se presenta se confunde con el propio edificio de hierro y cristal que lo acoge, dando lugar a un entorno híbrido y cambiante: “Un espacio performativo, espontáneo e inestable que será construido, usado y destruido con mucha más facilidad que la arquitectura convencional”, afirma la coordinadora de la muestra, Soledad Liaño. El artista dirige nuestra atención precisamente a todas estas arquitecturas nómadas, de materiales precarios.
En esta intervención Carlos Bunga hace públicas historias fuera del foco –al igual que en su reciente proyecto Home (2022) para la Fundação Calouste Gulbenkian–, pero además difumina el límite entre interior y exterior, haciendo al edificio partícipe del medio exterior, de un ciclo natural en continuo devenir que lo define y condiciona. Asimismo, la naturaleza reivindica su espacio en la construcción de cartón y se abre paso a través de la hojarasca de la pintura.
“Contra la extravagancia del deseo –reflexiona el artista– es una actitud de resistencia por todo aquello material que nos rodea y aleja cada vez más de la esencia espiritual que debería imperar en nuestras vidas. Este proyecto es una invitación a pensar conmigo otros modos de ser, estar y habitar en medio de la dualidad en que vivimos”.
En la instalación se citan la majestuosidad de los elementos que componen el edificio, ubicado en el Parque del Retiro, y la precariedad del cartón empleado por el artista para la construcción de su obra. El Palacio de Cristal lo construyó Ricardo Velázquez Bosco en 1887 como parte del complejo de construcciones erigido con motivo de la Exposición General de las Islas Filipinas de ese mismo año.
El invernadero estaba destinado a albergar los ejemplares botánicos filipinos, pero la mayoría no sobrevivió a la larga travesía marítima. Hubo que improvisar nuevos contenidos que justificaran el edificio: una innovadora arquitectura de hierro y cristal, elaborada gracias a los avances técnicos y a la disponibilidad de los nuevos materiales logrados a partir de la imparable industrialización de finales del siglo XIX.
Los proyectos como este fueron todo un alarde constructivo que inauguró Joseph Paxton en el invernadero de Chatsworth (1837-1840), y posteriormente en el Crystal Palace con motivo de la Exposición Universal de Londres de 1851. Entre otras ventajas, este sistema con elementos prefabricados permitía alzar y desmontar el edificio muy ágilmente, cumpliendo con la naturaleza efímera de las exposiciones universales tan en boga en aquellas fechas.
De la misma manera, Carlos Bunga construye su arquitectura interior efímera contando con las condiciones climáticas y de conservación tan particulares del Palacio, que pueden afectar a la propia instalación y que desmontarán cuando finalice su exhibición, al igual que sucedía con los pabellones de los eventos mencionados anteriormente.
UNA ESTELA AUTOBIOGRÁFICA EN LA OBRA
Conscientemente, Bunga reivindica una estela autobiográfica como parte de la narrativa. Ello se entiende si echamos la vista atrás: Su madre se vio obligada a huir con una hija de dos años de su país, Angola, mientras estaba embarazada de él. La familia del artista fue parte del éxodo de refugiados que generó la guerra de la Independencia de Angola (1961-1975), y que fueron acogidos en Portugal gracias a los corredores humanitarios aéreos organizados por la Cruz Roja.
Tras pasar un tiempo en dos centros de acogida en Oporto, los reubicaron en unas casas preconstruidas que el Fondo de Fomento de la Vivienda de Portugal destinó en 1983 a familias portuguesas con escasos recursos, así como a un pequeño porcentaje de refugiados angoleños. Los materiales perecederos de estas construcciones propiciaron un deterioro casi inmediato que, al poco tiempo, devino en su demolición debido a las inaceptables condiciones de habitabilidad.
Bunga, como ha declarado, aprendió a adaptarse a estos espacios transitorios. Esta manera de relacionarse con el mundo, tal y como ha afirmado, le hace sentirse nómada en su forma de pensar, pero también de ser y estar.
La obra de Carlos Bunga ha sido expuesta en museos y centros de arte internacionales tan relevantes como el Museu de Serralves en Oporto (2012), el Museo Universitario de Arte Contemporáneo MUACUNAM de Ciudad de México (2013), el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA, 2015), el Museum Haus Konstruktiv de Zúrich (2015), el Museu de Arte, Arquitetura e Tecnologia de Lisboa (MAAT, 2019), la Whitechapel Gallery de Londres (2020) o la Secession de Viena (2021). También ha participado en la 29 Bienal de São Paulo (2010) y en la Manifesta 5 (2004) realizada en Donostia-San Sebastián.