Cuando las decisiones se toman a las carreras rara vez se pueden prever todas las consecuencias. Cualquiera que sea el impacto más allá del objetivo original de eliminar “lo malo” (la propagación del virus), las consecuencias se consideran no intencionales. Sin embargo, una vez que los hechos están sobre la mesa y los efectos secundarios adversos están documentados, es necesario tomar medidas correctivas.
Si el que toma las decisiones sabe que las acciones que se adoptaron afectan profundamente la vida de las personas más allá del objetivo original y no toma medidas para mitigar su impacto negativo, entonces las consecuencias inesperadas no pueden calificarse como tales, el Derecho Internacional las califica como “daños colaterales”.
Debemos recordar que la Corte Internacional de Justicia califica los efectos inesperados como daño colateral en función detres parámetros: 1) Necesidad; 2) Distinción; y, 3) Proporcionalidad. Primero, la corte determina si el dolor infligido fue necesario o innecesario en las circunstancias. A continuación verifica si las decisiones fueron hechas intencionalmente para lograr un objetivo especifico (reducir el numero de personas infectadas) y lo diferenció del impacto adverso del resto de la población. Finalmente, las cifras de los efectos adversos (especialmente el número de muertos) deben ser considerablemente menores que los beneficios obtenidos por la sociedad como un todo (número de personas que se salvaron).
Mientras que todo el mundo reconoce que estas tres condiciones se prestan para interpretaciones arbitrarias, la siguiente evaluación indica que la mayoría de los que toman las decisiones de política no son conscientes del daño colateral que han causado (y están causando) en el manejo de esta pandemia.
Peor aún, parece que algunos de estos políticos decidieron emprender una guerra ideológica “para proteger a la gente” haciendo caso omiso del hecho de que están causando aún más daños más allá de sus pretendidos objetivos.
Miremos la realidad que nos ocupa.
La ONU advierte: 1.2 millones de niños podrían morir en los próximos seis meses
Tres cuartas partes de los niños del mundo viven con la orden de quedarse en casa. Una medida que desató el peligro más real de la pandemia: el miedo. Los hospitales de todo el mundo reportan que están medio vacíos, excepto las salas de emergencia, convertidas en salas de coronavirus.
Las parteras no reciben más niños, las mujeres embarazadas tienen miedo de la cercanía y en la mayoría de los países han colapsado los exámenes de rutina para las madres y los niños. Las mujeres embarazadas, los padres de niños no van mas al médico por miedo, y cuando van, ya es muy tarde
Los medios de comunicación han creado una psicosis de miedo, obsesiva y simplista, sobre cuatro cifras: 1) el número de personas infectadas; 2) a cantidad de pacientes en las UCIS; 3) las personas recuperadas; y, 4) el total personas fallecidas. Sin embargo, el manejo de la pandemia se traduce en duras estadísticas que nunca reportan: la alta tasa de mortalidad infantil causada por la decisión de contener el virus.
La Universidad John Hopkins en Estados Unidos estima que 1,2 millones de niños podrían morir antes de los 5 años de edad en los próximos 6 meses. La tasa de mortalidad de las madres se incrementará en un 33%. El peor registro desde 1960. Se traduce en 1,5 millones de muertos adicionales (y subiendo), 5 veces la tasa de muerte actual por el virus (y subiendo).
Los políticos que proclaman “salvar a los pobres de una muerte inminente” los están condenando “de facto” a vivir una vida llena de miedo y causan una tasa de muertes mayor que el impacto del virus. Un daño colateral.
135 millones de personas marchan hacia el borde de la hambruna
La imposición de la casa como cárcel, que confina hasta 10 personas en 20 metros cuadrados en las barriadas muy pobres en la periferia de las ciudades, sin agua corriente ni comida, con la policía vigilando su encierro, crea condiciones de vida desastrosas. Estos confinamientos bloquean además el acceso a comida y agua; evitan que los pobres obtengan sus ingresos diarios, especialmente de las madres solteras, cabeza de familia, que día a día obtienen su sustento de las labores de limpieza o de cocina.
Los vendedores ambulantes, que proveen a los más pobres de los pobres, vieron cómo se evaporaba su base de clientes. Los productos perecederos que ellos vendían provenientes de las granjas, se están pudriendo y los campesinos se quedan sin los medios indispensables para sobrevivir. La distancia social que se ha impuesto corta de tajo su ingreso a cero.
El mundo vive una ola de hambre inducida por la pandemia. Las estadísticas de las Naciones Unidas informan que en mayo pasado más de 135 millones de personas más pasan hambre. Las organizaciones no gubernamentales calculan que la prolongación del encierro doblará este número. Entonces en 2020 el mundo contará con 1.150 millones de personas sufriendo de hambre, unos cuantos de cientos más de los 880 millones registrados hace un año. El dramático aumento de la desnutrición llevará a una tasa de mortalidad 10 veces mayor que la del virus. Un resultado de las políticas que aplicadas para proteger a la gente del coronavirus. Esto es un daño colateral.
Las muertes por suicidio y violencia intrafamiliar superan a las del coronavirus
Si bien las muertes inducidas por al pandemia, «daños colaterales», pueden afectar principalmente a África, Asia y Latinoamérica, el tercer drama que se desarrolla es el suicidio y la violencia intrafamiliar. Un aspecto que es peor en Europa y en Estados Unidos.
Primero, el encierro obliga a millones de mujeres a estar confinadas con sus agresores en un espacio limitado. Segundo, se ha estimado que el número de suicidios ha alcanzado los más altos niveles de todos los tiempos. El número de víctimas, en la mitad de los 118 países que imponen el confinamiento y el distanciamiento social estrictos, es mayor que el de las víctimas del coronavirus.
En Colombia es realmente impactante: cuando las muertes por la COVID-19 eran solo 525, el número de suicidios y de muertos por violencia intrafamiliar se había doblado, por lo menos. ¡Y todavía la alcaldesa de Bogotá se daba el lujo de pelear con el gobierno central que ordenaba la verdadera apertura del país y de su economía!
La violencia intrafamiliar en Bogotá alcanza ahora un estimado de más de 100 por 100.000 habitantes de (desde los 69/100.000 reportado en el 2015). Un tercio de esta violencia afecta a los niños. Hablamos de cerca de 3.000 casos adicionales de violencia severa causados por la reclusión obligatoria en sus casas de las personas, muchas con un área de tan solo 20 metros cuadrados.
Se estima que el número de suicidios se ha doblado en el grupo de edad más afectado por el confinamiento: 500 hombres jóvenes entre los 20 y 24 años de edad. El incremento de los suicidios en Colombia superará a las muertes originadas en el coronavirus.
Somos cuidadosos con la cifra de suicidios y muertes por la violencia intrafamiliar. Muchos gobiernos censuran a los medios de comunicación. Los datos informales confirman que los números se disparan hasta el techo, pero los medios no reportan estos hechos. La censura y la supresión de las noticias reales es peor que la difusión de noticias falsas (fake news).
¿Cómo los políticos pueden adherirse estrictamente al confinamiento obligatorio y a un enfermizo distanciamiento social para pelear contra el virus, cuando las estadísticas de suicidios y violencia sobrepasan las estadísticas del virus? Esto es daño colateral.
La mafia toma el control
El confinamiento estricto impuesto por los gobiernos reduce sustancialmente los ingresos de las organizaciones criminales (la mafia), cuyos ingresos de la prostitución, drogas, secuestros y extorsión están paralizados por el bloqueo. Cuidado, no es “ganancia” para la sociedad. La mafia siempre gana en las crisis de la sociedad.
La orden de confinamiento elimina los ingresos de los que viven a día. La imposibilidad de ir a la calle «a vender, a limpiar vidrios o simplemente robar para sobrevivir” crea una dolorosa escasez de efectivo. La mafia es el prestamista disponible especialmente para las microempresas. Financia los negocios callejeros que se quedaron sin clientes. Les provee préstamos en efectivo, les organiza alimentación para la familia, les da tiempo de celular, clientes y entregas. Posteriormente, ellos le piden, a quienes les prestaron dinero, emplear a alguien más, un favor que es muy difícil de negar.
En poco tiempo, una nueva persona manejará el negocio con o sin la autorización del titular. Al beneficiario de los generosos préstamos lo convierten en una simple fachada. La mafia explotará su posición, sus relaciones, el fondeo del gobierno y las relaciones con los bancos. En esta nueva situación, la prostitución, las drogas y la extorsión se harán parte de su red de negocios.
Las frutas frescas se pudren, los suministros médicos tienen poca disponibilidad por el cierre de los aeropuertos, de aquí que la mafia emprenderá un agresivo movimiento conducente a controlar la cadena de suministros de frutas, vegetales y suministros médicos.
La falsificación de máscaras subestándar, guantes y medicinas, más los riesgos en la recolección en los cultivos y en las entregas a domicilios, comprará lealtades y dependencias. Esto no es daño colateral, pero si una gran pérdida para la sociedad civil. Los políticos que pretenden “salvar a los pobres” realmente los están entregando a las mafias.
Contención sin «daños colaterales»
Los gobiernos deben reconocer que son responsables de los daños colaterales y por el incremento de poder de la mafia. El número de muertes causado por el hambre, la falta de servicios médicos, el suicidio y la violencia intrafamiliar sobrepasa de lejos los individuos fallecidos a causa del coronavirus.
Las tendencias empeora día a día. Es urgente modificar los resultados negativos con decisiones inteligentes. Los gobiernos que se rehúsen a corregir el rumbo, podrían ser juzgados en la Corte Internacional por haber causado a conciencia una tasa de mortalidad que es manifiestamente desproporcionada en relación con el objetivo original, fomentando de paso el aumento de la mafia. Desde que la información es pública, ningún político puede pretender “que no lo sabían”.
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