Su infinita curiosidad la alivió, la recuperó y la llevó de vuelta a su mundo de tinta y papel, de páginas bañadas de historias y relatos. Seguramente, a los 85 años de edad, Gail Godwin no tenía entre sus planes escribir otro libro, como tampoco pasar un largo tiempo en una sala de terapias, dependiendo de cuidados y tratamientos médicos.
Un acontecimiento inesperado la hizo pensar que no había salida a su vida. De pronto todo cambió. Regaba un pequeño cornejo en su jardín, tropezó y se rompió el cuello. Durante meses llevó un collarín y perdió su independencia. Pero Godwin -autora estadounidense de muchos libros, entre ellos una docena de novelas, dos colecciones de cuentos y varios obras de no ficción- recobró su curiosidad, su aliento y su centro existencial.
De estas semanas convulsionadas nació ‘Getting to Know Death’(‘Conociendo la muerte’). Un libro lleno de gracia y humor, recuerdos de amigos y personas a las que Godwin ha sobrevivido, incluido un hermano y su padre que se suicidó. En Gail renace su oficio de escritora. Se muestra interesada y agradecida por las nuevas personas que entraron en su órbita: enfermeras, terapeutas. Su compañera de cuarto de rehabilitación, Agnes, y una asistente domiciliaria llamada Rusa.
Los retratos que dibuja de estas personas son tan interesantes como los recuerdos con su amiga de la infancia, Pat, y su compañero de toda la vida, Robert. Reflexiona sobre la poesía de Philip Larkin, la última obra de Samuel Beckett y la muerte de Henry James. Su mente creativa todavía salta y salta, haciendo piruetas del presente al pasado, de las personas y los libros que la han influido hasta la novela que acaba de publicar.
Un libro y la muerte genialmente esquivada
Su terapeuta le sugirió que aprovechara el tiempo para aceptar el peso de los años y el final de sus días. Le dio el título a su libro.
En ‘Conociendo la muerte’, Godwin nunca contempla su “base de poder” o el tipo de personalidad que los personajes de ‘Una madre y dos hijas’ consideran tan esencial para ser viejo. Podría decirse que eso se debe a que hace tiempo que consiguió asegurar su estatus como la más rara de las criaturas, una novelista literaria de éxito económico. Pero nada de eso es relevante en su más reciente publicación, en la que se muestra despreocupada por completo de su imagen o de lo que los demás piensen de ella.
“A veces el libro es muy sombrío, a veces divertido, a veces radiante. La muerte está siempre presente en el libro, pero no se enfrenta exactamente a ella porque su nada proporciona muy poca molienda al molino de Godwin”, dice Laura Muller -columnista de libros y cultura- en su artículo para Slate. “Esto es un poco sorprendente porque ella es cristiana y presumiblemente cree en una vida después de la muerte. Pero este libro trata realmente de la experiencia de ser bastante viejo conservando las facultades creativas”, agrega.
La propia Godwin escribe que mientras trabajaba en su novela de 2013, ‘Flora’, notó que su estilo estaba cambiando. “Estaba dando forma a una oración más corta y clara. Me dirigía hacia un enfoque esencial en el tema, casi severo a veces”. El “experimento” más emocionante para un escritor mayor, se aventura, es preguntar: “¿Cuánto de tu historia puedes transmitir sin exceso?”.
El estilo tardío en la obra de Godwin
Esta actitud concuerda con la noción convencional del “estilo tardío” de un artista: expresión perfeccionada hasta su esencia. Ejemplificada por el pintor J.M.W. Turner, cuyas últimas obras fueron inicialmente ridiculizadas pero luego anunciadas como precursoras del impresionismo.
A menudo, el estilo tardío se caracteriza por ser sereno y tolerante. Aunque el filósofo Edward Said (en un libro escrito poco antes de su propia muerte por leucemia) argumentó que la naturaleza discontinua del trabajo tardío de muchos artistas transmite “intransigencia, dificultad y contradicción”. Son el equivalente de esos viejos impacientes que no aceptan eufemismos y otras sutilezas, que insisten en llamar todo como lo ven.
Algunas de todas estas cualidades se encuentran en ‘Conociendo la muerte’. Los pensamientos de Godwin son un remolino de pasado (del cual hay mucho) y presente (del cual habrá una cantidad cada vez menor). Gran parte del libro está dirigido a su mejor amiga, Pat, a quien conoció en segundo grado, se mudó a un asilo de ancianos financiado por Medicaid y murió en 2021. Sirvió como recordatorio constante para su amiga de que la escritura y la ambición artística (el nexo de la propia “base de poder” de Godwin) sólo podían ser una parte relativamente pequeña de una vida digna.
El académico, crítico literario y filósofo Edward Said insistiría en que la no linealidad tan común en el estilo tardío representa una rebelión contra la sabiduría convencional. Es cierto que el meandro cronológico de ‘Conociendo la muerte’ puede dificultar en ocasiones su seguimiento. El libro fue escrito durante los meses en que Godwin se sintió aprisionada por su collarín y se vio obligada a mudarse al piso de abajo de su casa. A la habitación donde su marido enfermo pasó sus últimos meses: una transición siniestra.
Curiosidad, vivencias y una nueva oportunidad
Seguramente no era posible escribir un libro de forma sostenida en esas condiciones en que la muerte rondaba. Pero la naturaleza a menudo telegráfica, incluso gnómica, del estilo tardío parece ser el resultado de la eliminación de lo que llega a ser un relleno. La esencia permanece. Sólo hay que saber leerlo.
El guía de Godwin en esto es Samuel Beckett. Un escritor cuyo corpus entero parece de estilo tardío. Ella se enamoró de un breve texto de Beckett (escrito -¡sí! – en sus últimos años), «Imagination Dead Imagine», cuando era estudiante de posgrado en la treintena. En ‘Conociendo la muerte’ incluye el texto completo de una especie de poema en prosa que escribió bajo la influencia de esta obra. Ella imagina una conversación con su yo más joven que lo escribió en la que le pide: «Ayúdame a intentar hacer esto otra vez».
Sin embargo, este libro no se parece mucho a Beckett. Godwin no es tan aislada como el autor de ‘Esperando a Godot’. Es cierto que las memorias son parcas, y tienen sus repeticiones y fijaciones incantatorias: lo mucho que su obra tomó prestado de la vida de Pat y su historial familiar de suicidios. Así como la desesperación que sintió al graduarse en el instituto sin dinero para la universidad. Y el alivio que sintió cuando su distanciado padre se ofreció a pagarle la matrícula.
Lo cierto es que el pequeño cornejo que intentó rescatar aparece una y otra vez. Y al hacerlo se condenó a seis meses de corsé, a una operación y a una posible discapacidad permanente. Sin embargo, Godwin no es un personaje de Beckett, enterrada hasta el cuello en la arena. Activó sus vivencias y consagró una nueva obra que tal vez no tenía en su agenda.