Una trama de ambiciones desmedidas, conquista, asesinatos y guerras ha signado la vida de un rincón de África, protagonista de uno de los capítulos más infames de la historia del colonialismo. Un país bendecido por la providencia con riquezas y recursos naturales inimaginables que ha sido, al mismo tiempo, castigado y sometido más allá de lo imaginable. Congo es el horror.
Si un rincón del planeta pudiera ser tomado como un ejemplo contemporáneo de la mitológica figura de la cornucopia sería la República Democrática del Congo (RDC). Es uno de los países más grandes del continente africano y también uno de los más ricos de la región en cuanto a recursos naturales potencialmente explotables. Tiene 800.000 km2 de tierra cultivable, 1.100 tipos de minerales y metales preciosos y un río, el majestuoso y caudaloso Congo, con un potencial hidroeléctrico que podría alumbrar toda África austral (aunque solo el 7% de los congoleses tiene acceso a electricidad).
Los minerales incluyen cobalto, cobre, manganeso, zinc, oro, carbón, casiterita, niobio, tantalio, petróleo, diamantes, estaño y uranio, entre otros. Además, posee importantes recursos forestales.
El Coltán: Progreso a un alto coste
Por si esto fuera poco, la RDC cuenta con un mineral que es materia prima para la industria tecnológica, cuyas aplicaciones lo hacen indispensable para la vida moderna tal como la conocemos: el coltán.
Se trata de un mineral que se utiliza para fabricar componentes claves de los móviles, smartphones y dispositivos electrónicos portátiles cada vez más potentes y sofisticados.
El interés de la explotación del coltán es fundamentalmente poder extraer el tantalio, un metal muy valorado en la industria de la telefonía móvil.
Con el tantalio se puede conseguir una mayor capacidad con un menor tamaño. Como los condensadores son vitales en cualquier aparato electrónico, a la hora de fabricar dispositivos portátiles, interesa desarrollar condensadores tan pequeños como sea posible. Gracias al tantalio, las personas pueden disponer de la última tecnología en la palma de la mano.
Las reservas mundiales de coltán, calificado como el nuevo “oro negro”, se encuentran en un 80% en la República Democrática del Congo.
El contraste entre riqueza y crisis humanitaria
A pesar de esas potencialidades, los indicadores de nivel de vida, en áreas tan diversas e importantes como salud, educación, seguridad y alimentación, sitúan la República Democrática del Congo a la zaga de otros países con menos recursos naturales.
He aquí algunos datos a tener en cuenta:
- El PIB per cápita, en 2018, fue de 444 euros. Lo que lo coloca en el puesto 188 en relación con los 196 países del ranking de este indicador.
- De acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas para medir el progreso de un país, los congoleños están entre los que peor calidad de vida tienen en el mundo.
La maldición de una bendición
El coltán, en lugar de ser una fuente de riqueza para el país, a menudo termina beneficiando a los grupos armados que controlan las minas. La explotación de los minerales de manera ilegal tiene como consecuencia que haya una categoría de personas más vulnerables.
En una población donde cerca de la mitad son menores de edad y donde la extracción del mineral es a menudo complicada para un cuerpo adulto, muchos menores son víctimas de trabajo forzado y explotación infantil. El control del coltán puede considerarse como la principal causa del desencadenamiento de la última guerra en el Congo, que se inició en agosto de 1998 y terminó oficialmente en 2003.
De acuerdo al cálculo de Naciones Unidas en su informe S/2002/1146 de 16 de octubre de 2002, el número de defunciones directamente atribuibles a este conflicto “puede estimarse entre 3 y 3,5 millones de personas”.
Crisis humanitaria
La República Democrática del Congo se ha visto envuelta en una compleja crisis humanitaria que ha durado décadas. La situación en los últimos años se ha deteriorado de forma gravísima debido al aumento del número de combates dentro del país, así como su intensidad.
La crisis ha multiplicado el nivel de hambre. Se han perdido cosechas enteras, generándose una grave escasez de alimentos.
Millones de personas carecen de acceso a agua apta para el consumo y se ven obligadas a beber de fuentes que podrían estar contaminadas. Cinco millones se han visto obligadas a abandonar sus hogares para salvar sus vidas, originando la mayor crisis de desplazados de África. Según el Programa Mundial de Alimentos, en el año 2016 aproximadamente el 63,6% de la población vivía por debajo del umbral de pobreza y carecía de acceso a recursos para satisfacer sus necesidades básicas. Más de siete millones de personas se hallaban en situación de inseguridad alimentaria y casi la mitad de los niños menores de cinco años padecía malnutrición crónica.
Reaparición del ébola
El país también se enfrenta actualmente al segundo brote de ébola más grave del mundo, después de la epidemia de África Occidental de 2015, que se cobró más de 11.000 vidas.
Desde que se detectó este brote en agosto de 2018, el virus se ha propagado de cuatro a 19 zonas sanitarias en dos provincias del este de la República Democrática del Congo: Kivu del Norte e Ituri. Combatir el virus está resultando todo un desafío ya que se ha detectado en zonas de muy difícil acceso, debido a la presencia de grupos rebeldes armados.
Aunque es la décima epidemia de ébola en Congo en las últimas cuatro décadas, es la primera vez que ocurre en una zona devastada por la guerra.
Hasta el momento, se han reportado 2.000 casos y más de 1.300 personas han muerto, de acuerdo a cifras del Ministerio de Sanidad del país africano. Ante esta situación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reiteró en febrero de este año la necesidad urgente de recaudar 130 millones de euros, para hacer frente al avance de la enfermedad.
Violencia de género
La República Democrática del Congo tiene una de las tasas de violación más altas del mundo. Se calcula que aproximadamente 48 mujeres son violadas cada hora. Así lo refleja un estudio del American Journal of Public Health.
Muchos expertos atribuyen esta situación al conflicto armado. Durante años, los grupos de milicias rivales utilizaron comúnmente la violación y la esclavitud sexual como un arma de guerra.
Pese a la gravedad de la violación continua de derechos humanos, algunos investigadores frivolizan al asegurar que la causa principal estriba en una tendencia ancestral de los hombres de tratar a las niñas como a súbditos. Por otro lado, los violadores se amparan en supersticiones locales. Afirman, por ejemplo, que al violar a una niña de corta edad tendrán más suerte en los negocios o ganarán más dinero. Estos hechos tienen consecuencias muy graves debido a que el país no cuenta con atención médica adecuada. Las mujeres y los niños y niñas que son violados por los militares corren alto riesgo de resultar infectados con VIH/sida, que se propaga muy velozmente.
Un conflicto histórico
El Congo ha sido escenario de una de las más cruentas historias de dominación colonial en el mundo. Leopoldo II, rey de los belgas, fue a finales del siglo XIX uno de los principales dueños de esta porción del continente africano. El territorio luego terminaría siendo colonia de Bélgica. Leopoldo II creó su propia empresa para la obtención de marfil y caucho, concediendo tierras y licencias a diversas empresas e intereses privados, a cambio de un porcentaje sobre los beneficios finales. Para extraer las materias primas, se obligó a los nativos a trabajar en unas condiciones terribles.
Los castigos físicos, incluyendo utilizar la mutilación de manos y pies, se hacían frecuentes. El terror fue el método para incrementar la producción y tener dominada a la población. Ante la presión internacional, en 1908, el Parlamento belga obligó al rey a ceder sus dominios, los cuales quedaron bajo la autoridad del gobierno. Hasta 1960, el Congo permaneció bajo soberanía belga. A partir de su independencia, ese año, varias facciones disidentes se formaron con el propósito de asumir el Gobierno del país. Todo ello generó una serie de conflictos armados.
A pesar del tratado de paz en 2003, que puso fin a la guerra civil, los combates se mantienen hasta la actualidad en la República Democrática del Congo, un territorio bendecido por la naturaleza, marcado por la tragedia y castigado por la ambición humana.
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