La buena noticia ambiental derivada de la pandemia duró apenas unas semanas y quedó solo para el registro histórico. La ralentización industrial provocada por el confinamiento no contrarrestó los niveles sin precedentes de gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera, suben la temperatura y exacerban las condiciones meteorológicas extremas.
Provocan también aceleran la fusión de los hielos, el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos y la pérdida de biodiversidad en la flora y en la fauna. De allí, la lucha mancomunada por frenar su expansión.
La Organización Meteorológica Mundial señala que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera aumentó de manera sostenida en 2019 y, lamentablemente, la tendencia ascendente continuó en 2020.
Petteri Taalas, secretario general de la OMM, indicó que “el dióxido de carbono permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos. La última vez que se registró en la Tierra una concentración de CO2 comparable fue hace unos 3 millones o 5 millones de años. La temperatura era entonces de 2 a 3 °C más cálida y el nivel del mar entre 10 y 20 metros superior al actual, pero no había 7.700 millones de habitantes”.
El informe advirtió que en 2015 se superó el umbral mundial de las 400 partes por millón (ppm), y solo cuatro años después, se rebasaron las 410 ppm. “Esa velocidad de aumento no tiene precedentes en los registros históricos. La reducción en las emisiones debido a las medidas de confinamiento no fue más que una minúscula irregularidad en el gráfico a largo plazo. Tenemos que aplanar la curva de forma continuada”, afirmó.
El confinamiento y los gases de efecto invernadero
Ese ligero respiro en la abrumadora contaminación de las principales potencias del mundo insufló las esperanzas por rectificar y reorientar las políticas de producción y transporte. El parón brusco de las actividades industriales, comerciales y de movilidad benefició al planeta, al medio ambiente y al hombre. Desde China hasta Venecia, Barcelona o Madrid se reportaron efectos positivos durante la crisis sanitaria: cielos despejados, aguas cristalinas, menos contaminación.
“La pandemia de la COVID-19 no es una solución para el cambio climático. Sin embargo, nos brinda una oportunidad para adoptar medidas más sostenidas y ambiciosas encaminadas a reducir las emisiones hasta un nivel cero neto. A través de una metamorfosis integral de nuestros sistemas industriales, energéticos y de transporte. Los cambios que deben aplicarse son técnicamente posibles y viables desde el punto de vista económico, la afectación en nuestra vida cotidiana sería marginal. Es de agradecer que un número cada vez mayor de países y empresas se hayan comprometido a alcanzar la neutralidad en cuanto a emisiones de carbono. No hay tiempo que perder”, agregó.
Mayor contaminación a pesar de las restricciones
El Proyecto Carbono Global analizó la relación entre el confinamiento y las emisiones de gases de efecto invernadero. Estima que, durante el período con las restricciones más estrictas, las emisiones diarias de CO2 pudieron haberse reducido hasta un 17% a escala mundial. Pero, en vista de que todavía no está clara la duración de las medidas de confinamiento, ni su grado de rigor, el pronóstico de la reducción total de las emisiones anuales de 2020 es incierto.
No obstante, las estimaciones preliminares indican una disminución de las emisiones anuales mundiales entre 4,2 y 7,5 %. La reducción de las emisiones en esa magnitud no reducen la concentración de CO2 atmosférico. La concentración de ese gas seguirá aumentando, aunque a un ritmo ligeramente menor. La reducción en el crecimiento anual de entre será apenas de 0,08 y 0,23 ppm. Esto significa que, a corto plazo, el impacto de las medidas de confinamiento aplicadas a raíz de la COVID-19 no se diferencia de la variabilidad natural.
Reflexión y compromiso
El informe de la OMM sobre los gases de efecto invernadero compara los años 2019 y 2020, incluido el confinamiento por la pandemia.
Las cifras de 2019 se nutren de datos de estaciones individuales y evidencian que la tendencia al alza continúa en 2020. La media mensual de la concentración de CO2 en la estación de referencia de Mauna Loa, en Hawái, fue de 411,29 ppm en septiembre de 2020, frente a las 408,54 ppm de septiembre de 2019.
En la estación del cabo Grim, en Tasmania (Australia), las cifras fueron de 410,8 ppm en septiembre de 2020, frente a las 408,58 ppm registradas en 2019. Son registros desalentadores. Se impone no una reflexión, sino un mayor compromiso por reducir la emisión de carbono y sus efectos nocivos para todos.
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