Gustavo Porporato Daher, Universidad Autónoma de Madrid
La canción de Queen We are the champions plasma las opciones que la competencia ofrece: o bien se es el ganador que alcanza todo lo deseable o bien el perdedor que no disfruta de la simpatía de nadie. La pregunta que nos debemos plantear es si el concepto de competitividad debe ser adaptado o complementado en los modelos de aprendizaje para alcanzar mejores resultados en nuestra sociedad.
La competitividad es un rasgo humano analizado hace siglos por el naturalista inglés Charles Darwin, quien observó cómo la sociedad humana se caracteriza por la lucha, la hostilidad y la competencia desaforada. Pero el investigador matizó más tarde estas afirmaciones, añadiendo:
“Por importante que haya sido y siga siendo la lucha por la existencia, en lo que concierne a la parte más elevada de la naturaleza humana existen otros factores más importantes. Pues las cualidades morales avanzan (…) mucho más por efecto del hábito, la potencia racional, la instrucción, la religión, etc. que por la selección natural”.
Darwin identifica la competencia por la adaptación del individuo como algo instintivo, ya que el único proyecto que le anima es el de su propia supervivencia.
Darwinismo social y conciencia cultural
Los conceptos del darwinismo social forman parte de la conciencia cultural de nuestra sociedad. Comienzan su desarrollo en la familia, escuela, entornos deportivos y universidades, pero en el ámbito profesional es donde alcanzan su esplendor. El millonario estadounidense John Rockefeller afirmó que “el crecimiento de un negocio de importancia no es nada más que la supervivencia del más apto”.
Posteriores desarrollos de la tesis de Darwin generaron el darwinismo libertario, el cual establece que la posibilidad de supervivencia de los seres vivos aumenta en la medida en que se adaptan en forma armoniosa, entre sí y a su medio.
Siguiendo esta línea, el geógrafo ruso Piotr Kropotkin sostuvo que la sociabilidad es el mecanismo clave en la evolución. Las especies que poseen un mayor grado de cooperación son aquellas que tienen más oportunidades de sobrevivir, al reemplazar el mecanismo de la competencia.
La siguiente aportación de relevancia es la teoría de la cooperación. Esta teoría postula que la cooperación puede evolucionar a partir de pequeños grupos basados en el principio de reciprocidad y que la importancia de la estrategia de la reciprocidad viene dada por el éxito que muestra con respecto a otras estrategias. También sugiere que la cooperación basada en la reciprocidad puede imponerse a estrategias más competitivas.
Definición de competitividad
La competitividad personal o autoexigencia –es decir, competir con uno mismo– permite maximizar las posibilidades para realizarse personal, profesional, social y moralmente.
Pero mientras la autoexigencia se refiere a la motivación interna para mejorar continuamente y alcanzar metas personales, la competitividad con los demás es “el fuerte deseo de ser más exitoso que otros” o “un acto de buscar ganar o lograr lo que otros también persiguen”, como quedó definida por la antropóloga Margaret Mead.
Impacto de la competitividad en los estudiantes
La competitividad entre los estudiantes puede motivarlos, pero también puede generar presión innecesaria y sentimientos negativos, afectando a la autoestima y el bienestar emocional. Uno de los factores que más generan actitudes competitivas en los niños es el pensamiento que no deben colaborar, sino competir para superar a otros alumnos. Este comportamiento se da por factores como el individualismo, y la presión del entorno familiar.
Algunos experimentos han documentado que las mujeres tienden a responder menos favorablemente a la competitividad que los hombres, obteniendo peores resultados que los hombres en entornos competitivos incluso cuando se desempeñan de igual manera en entornos no competitivos.
Es innegable que la competitividad permite alcanzar nuevos retos y objetivos que ayudan a evolucionar a la sociedad. Competir con uno mismo o con otros puede hacer florecer el talento, hacernos más adaptables y orientados al resultado.
Competitividad y colaboración en la educación
El éxito, entendido como alcanzar el objetivo deseado, está al alcance de cualquier persona. Para lograrlo, hacen falta habilidades mentales como la capacidad de fijar objetivos, la búsqueda de la mejora continua y la capacidad de gestionar los fracasos.
Sin embargo, es necesario entender que hemos evolucionado como especie también a través de los mecanismos de la cooperación. La reciprocidad que promueve la cooperación, en contraste con la competitividad, sirve para ayudarse a sí mismo y a los demás.
La colaboración, que estimula el desarrollo de la empatía, la autoestima y el pensamiento creativo, contribuye a la formación del espíritu crítico y las ganas de aprender. La cooperación asegura que la ejecución sea eficaz, eficiente y ordenada.
Por lo tanto, los dos conceptos (competitividad y colaboración), lejos de ser excluyentes, ayudan a comprender las características de la naturaleza humana. Es necesario poder incluir ambos desde los primeros niveles de la educación para que puedan ser aplicados en el mundo profesional y desarrollar así un mejor modelo de sociedad.
La competitividad constructiva mejora las capacidades de los alumnos, desarrolla sus ambiciones y fomenta su aprendizaje. Los modelos educativos deberían fomentar esta competitividad constructiva a la vez que la complementan con prácticas de colaboración que faciliten los procesos de toma de decisión y propicia una competencia constructiva. Combinar ambos mecanismos al educar a los niños y jóvenes ayudará a que desarrollen todo su potencial.
Parafraseando a Margaret Mead:
“Debemos crear nuevos modelos para que los adultos puedan enseñar a sus hijos no lo que deben aprender sino cómo deben hacerlo”.
Gustavo Porporato Daher, profesor de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad Autónoma de Madrid
Publicado en The Conversation. Lea el original.