Por Iñigo Aduriz
«Somos la vanguardia democrática del sistema político en España”. El pasado 20 de mayo, un eufórico Pedro Sánchez celebraba con esas palabras su triunfo en las primarias del PSOE. Siete meses después de ser expulsado por la fuerza de la dirección del partido, el madrileño volvía a conseguir el aval de la militancia para coger las riendas de los socialistas españoles y despertarlos del letargo electoral que acumulan desde hace casi una década.
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Porque puede que, como dice Sánchez, el hecho de que la formación haya asumido las primarias les sitúe en una posición más avanzada en cuanto a su funcionamiento interno respecto a otros partidos. Pero los socialistas españoles, como los socialdemócratas europeos en general, hace años que han dejado de ser percibidos como la “vanguardia” política por la ciudadanía.
En ocho años, de 2008 a 2016, el PSOE perdió 5.864.626 votos al pasar de los 11.289.335 que logró en las elecciones generales en las que resultó reelegido como presidente José Luis Rodríguez Zapatero, a los 5.424.709 sufragios que obtuvo en los comicios de junio del año pasado, con Sánchez a la cabeza.
La evolución es similar a la de otros partidos socialdemócratas europeos. El PASOK griego, que tras la recuperación de la democracia en el país nunca había obtenido menos del 30% de los apoyos, se hundió al 6% en las generales de 2015. En Islandia, las elecciones de 2016 arrojaron un resultado de apenas el 5,7% para los socialdemócratas en las elecciones de 2016, trasladando prácticamente todos los apoyos a los ecologistas.
Más recientemente, en Francia, la elección de François Hamon como candidato a las presidenciales francesas y el insólito crecimiento de un exministro socialista, Emmanuel Macron, situó al Partido Socialista del país en un irrisorio 6% de apoyo ciudadano y está al borde de la desaparición ya que el propio Hamon ha anunciado el lanzamiento de un partido propio.
En Holanda, el Partido del Trabajo (PvdA) que ha sido una fuerza histórica de gobierno, apenas alcanzó el 5,7% en los comicios de marzo, desviando sus votos a otros partidos de izquierda o incluso a la ultraderecha. Y en algunos países del Este, como Polonia o Hungría, los partidos socialistas van ya en coalición con otras formaciones. Aunque el respaldo electoral resiste en otros lugares como Italia o Reino Unido, las divisiones internas de sus respectivos partidos socialdemócratas son constantes.
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¿Qué fue lo que pasó?
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¿Cómo es posible que formaciones que han sido determinantes para construir el bienestar y el desarrollo de sus países, sean ahora en muchos casos formaciones minoritarias y padezcan años de desgastes? Carmen Lumbierres, profesora de Ciencias Políticas de la UNED, apunta varias razones. “Los socialdemócratas no han sabido diferenciarse de los liberales o de los conservadores tradicionales, que comparten también la defensa de la globalización, el multilateralismo y la internacionalización”, señala.
El veterano dirigente socialista, el hoy eurodiputado Ramón Jáuregui, asegura ser consciente de que “el ideal reformista transformador de la socialdemocracia ha perdido empuje con la globalización”, porque “el viejo espacio del Estado-Nación en el que la izquierda construyó su pequeño sueño de justicia, protección e igualdad social ha desaparecido”. Y la socialdemocracia sufre especialmente en Europa porque el dumping social –explotación de los trabajadores a través de la permanente baja de los salarios– ha hecho una importante mella en el Estado del bienestar y los partidos socialistas no han sabido, querido o podido remediarla.
Jáuregui remarca que “la socialdemocracia y sus políticas está permitiendo que la justicia social resista, aunque no se construyen pisos nuevos de ese estado del bienestar, sino que únicamente se están aguantando las vigas del edificio”. Eso hace que la ilusión de la ciudadanía por las tendencias socialdemócratas se haya ido fracturando.
Ignacio Urquizu, sociólogo, autor de La crisis de la socialdemocracia: ¿Qué crisis?. (Los Libros de la Catarata, 2012) y actualmente diputado del PSOE en el Congreso de los Diputados, aporta otra teoría: “La izquierda no es más que una evolución ideológica que se adapta a los cambios de las sociedades. Lo que ha sucedido en los últimos años es que el cambio social es de unas dimensiones nunca antes vistas, el shock es más profundo que nunca y las propuestas no pueden ser las mismas que las de hace 20 años”.
Ante esos retos, el parlamentario advierte del riesgo que puede suponer no hacerles frente de forma inmediata: “Siempre ha habido progresismo pero en el siglo XIX ese espectro ideológico lo ocupaban los liberales, a quienes los socialistas se comieron a principios del XX. Lo que está sucediendo es que ahora los liberales vuelven a empezar a ocupar ese espacio y el riesgo es que lo conquisten del todo”, alerta.
En cuanto a la pura batalla electoral, Jáuregui reconoce que, en todo el continente, los socialistas están peleándose por los votos de dos tendencias antagónicas. Por un lado, con la extrema derecha, “que ofrece al tradicional votante socialdemócrata soluciones falsas prometiéndole a la ciudadanía protección frente a la globalización y la inmigración y amparando a las empresas ante la deslocalización”. Por otro, con la extrema izquierda “que se limita a dar más fuerza al discurso de la protesta,”.
¿Qué pasos debe dar la socialdemocracia?
1.- No competir en la protesta
“No tenemos más remedio que reconstruir nuestro proyecto erigiéndonos en una izquierda útil con opciones de ganar porque vuelva a conectar con la mayoría de la sociedad a través de una recomposición de nuestras propuestas”, argumenta Ramón Jáuregui. “Desde un punto de vista táctico no podemos competir en el terreno de la protesta con las formaciones que están a nuestra izquierda porque siempre saldremos derrotados ante la prevalencia de las posiciones que no aspiran a gobernar sino a únicamente manifestar el descontento. Porque para ser un partido mayoritario debemos lograr la confianza de la mayoría. La socialdemocracia no puede ser una minoría indignada”, remarca.
2.- Elaborar Una agenda progresista
Tanto el eurodiputado vasco como Urquizu inciden, en este sentido, en la importancia de dirigir las propuestas de los partidos socialistas a una “economía globalizada y digital”. Jáuregui señala que la izquierda “debe tener una agenda progresista para la globalización que sea valiente y moderna y que incorpore sus sueños tradicionales como la defensa de la dignidad humana, la igualdad de oportunidades o la justicia social”.
Para ello ve imprescindibles “mesas supranacionales de Gobierno” como “una UE fuerte que tenga capacidad de decisión y unas Naciones Unidas con más poder internacional”. El enfoque más inmediato de las políticas debería centrarse, así, en la “lucha contra los paraísos fiscales o la inclusión en la agenda política de la protección del medioambiente o de los derechos humanos”. Asimismo, los estados deberían poner en marcha “políticas de intervención sobre los salarios, elevando los salarios mínimos y poniendo, por ejemplo, límites a los precios de los alquileres”.
3.- Diseñar un renovado marco laboral
Urquizu defiende, por su parte, “un salto cualitativo en la propuesta socialdemócrata. Tiene que reivindicar no solo la educación y la sanidad públicas sino hacer bandera de los mejores sistemas de educación y sanidad públicas. Además, debe aceptar que quienes les votan son principalmente las clases medias urbanas, por lo que tiene que conseguir llegar a los estados de ánimo de la sociedad, que es tecnológica, construyendo además referentes propios de ciudadanía”. El sociólogo aboga por incorporar a la agenda socialdemócrata “cuestiones salariales y de organización del trabajo” pero siempre siendo conscientes de que ya “la idea del trabajador no es la misma”.
4.- Defender un discurso propio
“La diferenciación y la búsqueda de un discurso propio, homogéneo en todo el ámbito europeo, que reclame una regulación política multilateral adaptándose a la internacionalización de la economía es imprescindible para la socialdemocracia”, insiste la politóloga Carmen Lumbierres. “En este camino los socialistas cuentan con un aliado fundamental, que es su implantación en todo el territorio europeo como ningún otro partido de izquierdas”, añade. Asimismo, considera que los partidos socialdemócratas deben “encontrar la fórmula para conciliar el liberalismo económico con la igualdad de oportunidades, así como la protección a los ciudadanos en riesgo de exclusión”.
5.- Apostar por la economía de mercado
“El combate al neoliberalismo no puede hacerse cuestionando la economía de mercado”, recalca en la misma línea Ramón Jáuregui. “La socialdemocracia interviene y regula el mercado, pero acepta que la economía y el crecimiento se muevan por el dinamismo del mercado. Claro que nos disgustan los efectos del capitalismo financiero y por eso pretendemos limitarlo con reglas que forzosamente vendrán del consenso internacional.
Nos preocupa enormemente el crecimiento de la desigualdad o el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases medias. Pero eso no nos lleva a formulaciones panfletarias o a retóricas antiguas, sino a nuevas soluciones predistributivas y fiscales que influyen en el abanico salarial o que crean nuevas figuras impositivas a la riqueza y al patrimonio”, apunta el eurodiputado, remitiéndose a un artículo (Un partido de mayorías) que publicó en el ya desaparecido semanario Ahora, el pasado otoño.
6.- Un nuevo acuerdo social
La búsqueda de soluciones y de propuestas que vuelvan a situar a la socialdemocracia en el liderazgo social es, precisamente, una de las principales labores de la Fundación Europea de Estudios Progresistas, que recientemente ha elaborado un documento –Next Left, New Social Deal, La próxima izquierda, un nuevo acuerdo social– fruto del trabajo y del debate de ocho años entre algunos de los principales dirigentes de los partidos socialdemócratas europeos. Se incluyen 10 propuestas estratégicas para que los progresistas se conviertan en el movimiento del futuro (ver cuadro).
En el texto, al que ha tenido acceso Cambio16, la fundación insiste en que ante las tendencias “egocéntricas” de los últimos años, que han sumido a los partidos socialdemócratas en diversas trifulcas internas, lo que se necesita es “una nueva apertura” a la sociedad. La manera de iniciar esa reconquista es “encontrando el coraje” para poner en marcha las ideas que se han ido desarrollando en estos últimos años a través de sus think tanks.
“Es necesaria una visión ideológicamente inteligible, políticamente sólida y electoralmente atractiva. La nueva agenda necesitaría encarnar la esperanza como una explicación que todos y cada uno de los miembros del movimiento pudieran ofrecer a sus familiares, amigos y conciudadanos de por qué es importante pertenecer y votar por cada uno de los partidos progresistas.
Para ello, la nueva agenda tendría que ser una prueba de que la socialdemocracia es capaz de transformarse no porque se debilite o pierda una u otra elección, sino porque entiende la modernidad, puede contribuir a expresar las opiniones de las nuevas mayorías y su misión recién definida la hace relevante en el esfuerzo histórico contra las fuerzas neoliberales que hasta ahora han estado dando forma al siglo XXI”.