Un vídeo que se hizo viral en la red Tick Tock puso al descubierto una imagen suntuosa y extravagante. Brutalmente repulsiva o celebrada por muchos. Un general vietnamita fue captado comiéndose un chuletón recubierto de oro que cuesta casi 10 veces el salario mensual promedio de un ciudadano en su país. El inusual platillo y su particular comensal motivaron a la experta culinaria Ligaya Mishan a elaborar un ensayo sobre la ética de comer comidas extravagantes en 2022. El caso es, sin dudas, un buen exponente.
En su crónica publicada en The New York Times Style Magazine, Mishan despliega un largo trabajo a partir de ese video que, aunque fue eliminado, quedaron copias circulando en las redes sociales en Vietnam. “¿Cuál es nuestra deuda con los otros cuando comemos?”, pregunta Mishan para sacudir las conciencias ante el revuelo del bistec recubierto de oro.
Ligaya escribió en “In A Starving World, Is Eating Well Unethical?”:
“Midas está en la cocina. Un bistec tomahawk reluce recubierto de oro de 24 quilates, con el mango largo del hueso al descubierto. Cuando se corta con un cuchillo, la capa dorada se revela como carne real, moteada de rosa y envuelta en grasa. El chuletón es del chef turco Nusret Gokce, más conocido como Salt Bae.
«Y es el propio Gokce quien entrega el becerro de oro a la mesa del general To Lams, ministro vietnamita de seguridad pública en el asador Nusr-Et en Londres. El chef rebana los cortes de carne para que caigan como fichas de dominó. Luego apuñala uno con la punta de su cuchillo y lo alcanza a través de la mesa hacia su invitado de alto rango. El general abre la boca y acepta el mordisco como si fuera su merecido”.
El precio del chuletón recubierto de oro
El vídeo se publicó en la cuenta de Gokces TikTok y se eliminó. De acuerdo con los recibos de otros comensales en Nusr-Et que mostraban en redes, un tomahawk dorado (chuletón de oro) costaba entre 850 y 1.450 de libras esterlinas. Entre 1.155 y 1.975 dólares, significativamente más que el salario oficial del general To, que según se informa es de alrededor alcanza a 675 por mes (el ingreso mensual promedio per cápita en Vietnam de alrededor de 180 dólares).
Había un indicio de posible corrupción: ¿Quién pagó por esta comida y de dónde vino el dinero? A algunos les pareció ofensivo, por principio, ver a un funcionario del Partido Comunista, un campeón del proletariado, cenar con tanta opulencia. Otros notaron la ironía en esta exhibición triunfal de materialismo. Pues se produjo inmediatamente después de la peregrinación de To Lams a la tumba de Karl Marx. El filósofo con cuyas teorías “el pueblo vietnamita derrocó unos sistemas de opresión gobernados por colonialistas e imperialistas”, como repite el gobierno.
Estas reacciones igualmente feroces se registraron en Venezuela, en 2018, aunque Mishan no lo plasmó en su ensayo. Nicolás Maduro copó titulares de la prensa mundial, comiendo en el lujoso y costoso restaurante del chef Gökçe, en Turquía. Regresaba de una gira en China y se desvió solo para degustar las carnes del famoso Salt Bae y fumar habanos.
La imagen fue retirada de las redes del chef, pero quedaron en YouTube y tuits para la indignación de los venezolanos, la mayoría en pobreza crítica y extrema. Y donde la carne es un bien escaso para su población que comenzaba a huir del país en busca de mejores condiciones de vida. Para entonces, más de 2 millones de personas habían emigrado y hoy ya supera los 6 millones.
Corrupción, ostentación en crisis y chuletón de oro
Mishan, refiriéndose al general vietnamita comiéndose el chuletón recubierto de oro, dice que la crítica le parece justa. Un servidor público debe tener un estándar más alto que una persona promedio, pero la corrupción es particularmente preocupante en un país conocido por restringir la disidencia, la oposición. Al calco ocurre en Venezuela.
De hecho, la actividad de los opositores, es competencia de este ministro en particular. Poco después del incidente del chuletón dorado, la policía en Danang interrogó a un vendedor de fideos que publicó un video de sí mismo imitando los gestos operísticos de Salt Bae. Pero, ¿es esto simple hipocresía o una falta de ética?
En 1975, cuando la ciudad de Nueva York estaba al borde de la bancarrota y las medidas de austeridad incluían despidos masivos y recortes radicales en la seguridad social, The New York Times publicó en la primera plana una historia sobre una cena para dos que costó 4.000 dólares, más de 20.000 dólares de hoy.
Un artículo alegre del editor Craig Claiborne, sobre una noche en un restaurante caro degustando 31 platos (langosta, foie gras, faisán, trufas) y 9 vinos, desató malestares.
Claibome no gastó su propio dinero, o no mucho. Había ganado una cena gratis de cualquier precio en una subasta benéfica que financiaba American Express y con 300 dólares (alrededor de 1.500 al precio de hoy) se dispuso a encontrar la comida más cara. Los lectores inundaron de comentarios críticos la reseña. «Asqueroso”, «presumidamente decadente», «despilfarro» fueron algunos de los calificativos. Claiborne les respondió que lamentaba que se sintieran así.
Pero a los lectores, ¿les habría importado tanto si hubiera ganado un Mercedes-Benz en su lugar? Cierto, nadie va a las barricadas solo por falta de un Mercedes-Benz.
Vergüenza por comer algo costoso
El chuletón de oro de Salt Bae se vende en una cadena de 27 restaurantes de su propiedad en 6 países. El «chef» de 39 años de edad tiene una fortuna personal de unos 50 millones de dólares. A sus establecimientos acuden personas adineradas, celebrities. En ocasiones, son atendidos por el propio chef, que se moviliza en su jet privado para cautivar a sus extravagantes clientes. Bae tiene además, un estilo teatral y realiza un ridículo performance para rociar sal en los chuletones.
Un punto crucial para el debate. Ligaya Mishan se aferra a las extravagancias culinarias para recordar las hambrunas que se vienen en el mundo. Señala que 2.300 millones de personas, casi 1 de cada 3 habitantes experimentaron hambre o inseguridad alimentaria en 2020. «El caso del general vietnamita es una clara hipocresía», subrayó.
Pero ¿qué pasa con la persona promedio? ¿Debería haber vergüenza o culpa por disfrutar alguna vez de una comida lujosa? Tal vez no, dice Mishan. Particularmente cuando es poco probable que una persona que renuncia a una comida ponga comida en el estómago de otra.
¿Significa esto que no podemos comer nada en absoluto sin culpa? Más que de la moral se trata de legislar el placer, ya sea porque te distrae de lo que realmente importa o porque daña a los demás. Cuando condenamos el precio del chuletón dorado, ¿estamos tratando de avergonzar a los comensales para que expíen dando una suma equivalente a los miserables y hambrientos?, reflexiona Mishan.
Ingredientes y mano de obra bien remunerada
En el extremo opuesto del debate, están quienes critican a las personas por usar ocasionalmente cupones de alimentos para comprar cangrejos o pasteles de cumpleaños, como si solo los ricos merecieran tales delicias. ¿Es el ultraje un arma auténtica, un intento de desbaratar y corregir el sistema o es lo mejor que podemos esperar por un poco más de conciencia de los males del mundo. Y la gratitud por privilegio propio, como cuando los padres exhortan a los hijos a limpiar sus platos porque personas en otras partes del mundo se mueren de hambre, ¿en verdad disminuye el hambre en el mundo?
Otro ángulo es que la verdad, quizás indeseable, es que la comida debería ser cara, mucho más cara de lo que es dado el daño que la agricultura ocasiona al medio ambiente y la mano de obra necesarios para la siembra y la cosecha. «Típicamente, un tercio de los ingresos de los restaurantes se destina a ingredientes. Y otro tercio para pagar a los trabajadores lo que debería ser al menos un salario digno. Hay también la cuestión del valor de la comida verdaderamente excepcional. Testimonio de la maestría o el ingenio del chef. ¿Eso no es digno de recompensa?
Puede ser más difícil justificar las papas fritas de 200 dólares hechas con papas bañadas con Dom Pérignon, crujiente y bañada con polvo de oro, y trufas negras, que podrían haber sido inventadas para llamar la atención de Guinness World Records (como lo hizo).
¿Es oro todo lo que brilla?
También la pizza de 10.000 dólares, anunciada como «la más cara del mundo», coronada con colas de langosta y tres tipos de caviar y servido en la intimidad de tu casa con las parejas de Rémy Martín y Krug. Tal vez este exceso solo debería hacernos reír. El verdadero problema con el chuletón de oro es que el oro comestible no tiene sabor. Es puro adorno, y un ingrediente muy barato, alrededor de 2 dólares por hoja.
Condenamos, pero también podríamos burlarnos de los comensales adinerados deslumbrados, que piensan que solo porque el precio es alto reciben algo especial.
Olvídate de las trufas por completo y no podrás salvar a nadie más que a ti mismo. ¿Por qué no simplemente trabajar para un mundo donde todos tienen suficiente para comer, mientras disfrutan de lo que hay en su mesa, ya sea alta o baja? Y déjate consentir con el mordisco decadente ocasional, para mañana, los gusanos.