Por Gorka Landaburu
Director de Cambio16
Ni el uno ni el otro están dispuestos a dar su brazo a torcer. Para ambos es una cuestión de principios. Pedro Sánchez no quiere gobernar junto a Unidas Podemos y Pablo Iglesias no concibe un gobierno que no nazca de la coalición. Mientras tanto, el país se sume en una preocupante parálisis.
Tras el fiasco de la sesión de investidura del 23 y 25 de julio pasado, en la que el candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez, salió derrotado por la falta de acuerdo del PSOE, que ganó las elecciones, con Unidas Podemos (UP), se puede decir que ni el verano ni las vacaciones de agosto han permitido templar los ánimos ni acercar posiciones entre los socialistas y la formación morada.
Estamos donde estábamos. Y se puede afirmar que más alejados aún. Ambas formaciones, en vez de buscar puntos de coincidencia en sus respectivos programas de gobierno, se han lanzado a una vertiginosa espiral de reproches mutuos y descalificaciones, vertidos en los medios de comunicación o vía redes sociales, sin ni siquiera descolgar el teléfono para hablar.
Durante estas últimas semanas, que deberían haber servido para reflexionar y abordar el acuerdo que permitiera encauzar la investidura del presidente en funciones, Pedro Sánchez ha dedicado todo su tiempo a recibir y a escuchar a representantes de distintos colectivos de la sociedad civil, como los líderes de la comunidad LGTBI.
Por su parte, Pablo Iglesias que ha salido políticamente muy tocado tras los malos resultados electorales de abril y mayo, ha puesto todo su empeño en coser las heridas por las que se desangra UP. El tesón del líder de la formación morada se ha centrado durante el periodo estival, y aun disfrutando de su permiso de paternidad, en la difícil tarea de evitar más fugas y nuevas discrepancias internas. El objetivo es volver a cohesionar a los suyos y afrontar unidos las negociaciones con el PSOE.
Se puede interpretar que todo este embrollo político forme parte de una teatralización, un postureo impostado de cara a la galería y a la opinión pública. Sin embargo, el fondo del problema se sitúa en la desconfianza, cada vez mayor, que enfrenta a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Ni el uno ni el otro se fían y, de esta manera, es muy difícil establecer una mínima relación. Sánchez nunca ha estado dispuesto a dar entrada en un gobierno de coalición ni a Pablo Iglesias ni a su formación. Por su parte, el líder de UP, consciente de que sus votos son imprescindibles, para que Sánchez siga en la Moncloa no está dispuesto a dar su brazo a torcer y menos que le ninguneen. Sabe que es la única oportunidad que tiene para tocar poder y no va a dejar pasar esa coyuntura. Esa es la razón por la que Pablo Iglesias apuesta por un gobierno de coalición y a poder ser un gobierno dentro del gobierno. Una petición que jamás aceptarán lo socialistas.
Gobierno a la portuguesa
Pedro Sánchez, que ha guardado silencio durante todo el verano, tiene un verdadero quebradero de cabeza y las perspectivas que se presentan, que profundizan en la brecha e impiden el acercamiento, no le dejan mucho margen de maniobra. Los socialistas se encuentran aislados y empecinados en proponer un gobierno programático a la portuguesa y que los demás le apoyen. Sánchez y sus colaboradores siguen lanzando guiños al PP de Pablo Casado y a Ciudadanos de Albert Rivera. Sánchez persigue que se abstengan en la investidura por el bien y la estabilidad del país. Este brindis al sol es una triquiñuela y se ha convertido en una auténtica cortina de humo para Pedro Sánchez. Porque él, más que nadie, sabe perfectamente que los partidos conservadores le seguirán negando el pan y la sal, más aún tras la moción de censura del año pasado.
No se puede ocultar que el mayor responsable de esta situación es el propio líder socialista, que a pesar de haber ganado con diferencia las elecciones ha sido incapaz, por ahora, de configurar una mayoría suficiente para seguir gobernando.
Esta parsimonia que se detecta desde la Moncloa presenta, no obstante, un riesgo que se agudiza cada día y que es la inestabilidad política y su nefasta repercusión en todos los estamentos políticos y económicos del país.
Este fracaso de la política puede pasar factura a corto plazo y más cuando, al parecer, se avecinan nuevos nubarrones en la economía mundial, condicionada por la guerra comercial global y la desaceleración del crecimiento.
Otra de las circunstancias que la clase política no parece tener en cuenta son los datos arrojados por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) en las últimas encuestas. En la muestra más reciente se revela que el 38,1% de los españoles consultados considera a los políticos y los partidos como el segundo problema de España, solo superado por el paro. Esta notable desafección a la política se manifiesta en el cansancio y hartazgo de un electorado que no entiende ni comprende cómo después de haber votado, los partidos muestren una incapacidad notoria en llegar a acuerdos y pactos para dirigir el país.
Cortoplacismo
Se impone una profunda reflexión. Es cierto que fueron muchos los votantes que se presentaron ante las urnas en las pasadas elecciones. Sin embargo, el ambiente político se ha contaminado. No es de recibo que en menos de cuatro años vayamos a ser llamados por cuarta vez a las urnas para ejercer nuestro derecho a voto y decidir una vez más quién queremos que nos gobierne. La mayor critica que se hace a todas las formaciones políticas, sin excepción, es su apuesta por el cortoplacismo, por la defensa del escaño y de los intereses personales más que por la atención o convicción programática.
En la política española el adversario se ha convertido en el enemigo a batir y la palabra en arma arrojadiza para la confrontación. La guerra verbal y los exabruptos en Twitter y las redes sociales sustituyen al diálogo y el contraste de ideas y argumentos, desplazando el debate parlamentario. Una guerra surrealista y ficticia basada en la descalificación permanente que, en muchos casos, roza el insulto directo. No somos los únicos, basta mirar al exterior y seguir a los Trump, Salvini y Bolsonaro de turno, que llegan a gobernar desde un tuit. No son buenos ejemplos, pero tampoco podemos caer en la misma trampa.
Salir del atolladero
El mes de septiembre, además de agotador, se presenta lleno de incógnitas e incertidumbre. El primer objetivo para todos y sobre todo para Pedro Sánchez tiene que ser evitar la repetición de las elecciones. Una vuelta a las urnas sería la triste y agónica confirmación del fracaso de la política y conllevaría, en consecuencia, una nueva paralización de la administración y de las instituciones.
El pacto y los acuerdos deben primar sobre las disensiones y los agravios comparativos. El meollo de toda la cuestión no ha de ser el reparto de carteras ministeriales, como pretende Pablo Iglesias, sino la coincidencia programática que permita salir de este atolladero.
En cualquier negociación es imprescindible ceder sin renunciar a los principios. La configuración de los gobiernos de las comunidades autónomas, a pesar de su dificultad y contradicciones, ha sido posible gracias a los acuerdos que finalmente se alcanzaron. Todos tuvieron que ceder para acercar posturas. Deberían servir de ejemplo para la política nacional.
A nadie se le deberían caer los anillos si pacta, aunque sea con un adversario político. Lo vienen haciendo muchos gobiernos europeos. Y en Euskadi hace décadas que gobiernan ejecutivos de coalición sin que se haya roto el País Vasco ni desmembrado España.
La recta final que nos espera, hasta llegar a la fecha tope del 23 de septiembre, día previsto para la disolución de las Cortes si no hay acuerdo, puede ser durísima y sobre todo muy tensa.
Jugar al póker mentiroso o lanzar órdagos sin ton ni son puede resultar contraproducente y tener efectos contrarios a los esperados.
Coherencia y practicismo frente a la izquierda
El vértigo electoral al que nos quieren someter es un cálculo sumamente peligroso. Sánchez y sus más fieles colaboradores no pueden dejar en manos del destino el futuro inmediato del país. Tampoco han de refugiarse en presuntas encuestas que, por mucho que les sean favorables y afiancen sus opciones electorales, no darán la solución pretendida. Al contrario, es más que probable que no contribuyan a desatascar el panorama político actual, ya de por sí muy complejo.
Desde la Moncloa se viene señalando, y a pesar que la información se filtra a los medios de comunicación con cuentagotas, que se va a presentar una buena oferta a Unidas Podemos, pero que en cualquier caso se descarta el gobierno de coalición. Es casi seguro que una vez redactada la propuesta, Pablo Iglesias la rechace. Y así seguirá el tira y afloja entre las dos formaciones hasta el último día y el último minuto.
No obstante, con o sin propuestas programáticas, hay que exigir a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que se sienten a la mesa de negociación. Que se dejen de contiendas y escaramuzas. Que se miren a los ojos. Que se reprochen lo que se tengan que reprochar y que expliquen con claridad a la opinión publica los puntos de concordancia y las discrepancias.
En estos cuatro meses, desde que se celebraron las elecciones, solo los partidos de la derecha han hecho los deberes. Sin complejos políticos y a pesar de las críticas, Partido Popular, Ciudadanos y Vox han logrado sin mayor dificultad acordar y hacerse con el control de comunidades autónomas y alcaldías importantes como Madrid, Murcia o Castilla y León. Una vez más los conservadores han demostrado su coherencia y practicismo frente a toda una izquierda que sigue enfangada en sus eternas batallas internas y divisiones absurdas, cuando no patéticas.
Las cosas están como están y la amenaza de unas nuevas elecciones pende sobre España como una espada de Damocles. Podemos pasar de la coalición a la colisión y, en ese caso, la onda expansiva es incalculable.
También queda la posibilidad de que Pedro Sánchez pueda ser investido con el apoyo de Pablo Iglesias. Pero este apoyo, que sería puntual y que alcanzaría solo a la investidura, dejaría a un futuro gobierno socialista en minoría. Un ejecutivo en precario, débil e inestable, cuyo recorrido sería más que incierto y con escasas posibilidades de agotar la legislatura.
Terquedad y personalismo
Por encima de los debates y de las discrepancias naturales, el nudo gordiano de todo el asunto es el ego y el personalismo tanto de Sánchez como de Iglesias. Al presidente en funciones le conocemos su terquedad y tenacidad, su manual de resistencia. Sus profundas convicciones que le han hecho llegar hasta la Moncloa.
En el pasado discurso de la investidura frustrada de julio, Pedro Sánchez respondió desde la tribuna al líder de la formación morada: “Si usted me obliga a elegir entre ser presidente del Gobierno o bien optar por mis convicciones, yo no tengo ninguna duda, elijo mis convicciones, elijo proteger a España”.
Pero quizás la mejor manera de proteger a España sea bajar un peldaño en la autoestima y esforzarse para buscar el mejor acuerdo para el país.
Eso es lo que la mayoría de las encuestas apuntan. Los pactos y los acuerdos forman parte de la nueva política y han llegado para quedarse. Por eso mismo votaron la gran mayoría de los españoles el 28 de abril y el 26 de mayo.
La petición que debemos hacer, ante la inmensidad de los problemas que nos acechan y que han de resolverse de forma apremiante, es que los principales implicados y responsables de este estancamiento político se pongan de acuerdo cuanto antes. El país no puede esperar por más tiempo.
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