Muy pocas personas pueden identificar a Clair Patterson y Thomas Midgley. Sin embargo, estos dos científicos han tenido un impacto tan grande en la vida de los seres humanos, de todos los seres vivos, del planeta, que el destino global dependerá en buena parte de lo que ambos hicieron.
Y no es una exageración. Thomas Midgley contribuyó en gran medida a los problemas ambientales que enfrentamos hoy. Y los seguiremos afrontando, al menos, durante el próximo siglo. Mientras, Clair Patterson descubrió el enorme peligro que corría el planeta. Alertó a la comunidad científica, enfrentó a las mayores industrias de su época, arriesgó su reputación y su bienestar. Y finalmente pudo detener el Día del Juicio. En conjunto, ambos representan las dos caras de la moneda en el progreso científico.
Un planeta envenenado
Thomas Midgley jr. fue un químico e ingeniero mecánico estadounidense. Le gustaba experimentar con sustancias químicas extremadamente venenosas sin preocuparse por las consecuencias que esto podría traer al mundo, a la población y al medio ambiente. Poseía más de 100 patentes. Fue elogiado por sus descubrimientos durante su tiempo. Pero hoy su legado se considera mucho menos encomiable. Se le recuerda principalmente por los graves impactos ambientales de sus innovaciones.
Es tristemente célebre por el desarrollo del tetraetilo plomo como aditivo para la gasolina. Todo comenzó cuando formaba parte del equipo de Charles Kettering en General Motors, trabajando en el desarrollo de potenciadores para gasolina.
A principios de la década de 1920, a Thomas Midgley se le ocurrió agregar tetraetilo de plomo a la gasolina para resolver el problema del golpeteo del motor, que se produce cuando el combustible se quema de manera desigual en los cilindros. Además de ruido, puede causar daños a las paredes del cilindro y los pistones.
Thomas Midgley siguió adelante con su idea, a pesar de que el plomo es una sustancia química tóxica. La documentación de sus efectos de envenenamiento se remonta al año 100 a.C. En la antigua Roma se sabía que este elemento podía causar locura e incluso la muerte.
A los historiadores siempre les ha intrigado por qué los romanos, pese a saber lo dañino del plomo para la salud, lo utilizaron en los sistema de distribución de agua (de allí viene la palabra «plomería»). Pero Thomas Midgley dejó muy atrás las incongruencias del antiguo imperio mediterráneo. Sabía que su invento era venenoso y sus efectos serían globales. Sin embargo, continuó.
En 1922, el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos advirtió sobre los peligros de la producción de plomo y el combustible con plomo. Sin embargo, estas advertencias de precaución no fueron atendidas. La eliminación primaria de la gasolina con plomo en los Estados Unidos no se completó sino hasta 1984.
Un planeta desprotegido
Pero aún quedaba más daño por hacer. En 1930, Thomas Midgley descubrió que el diclorodifluorometano podía usarse como gas refrigerante en neveras y acondicionadores de aire. Casi de inmediato, comenzó a ser fabricado comercialmente como Freon-12 por Kinetic Chemicals, donde era el director. Para demostrar que el gas era seguro, inhaló una gran cantidad y apagó la llama de una vela para probar que no era tóxico ni inflamable. Por lo tanto, decía, usarlo resultaba seguro.
Sin embargo, el gas freón es uno de los principales contribuyentes al agotamiento del ozono y se prohibió su producción. El diclorodifluorometano es un halometano de clorofluorocarbono.
Los clorofluorocarbonos (CFC) liberados por aerosoles y refrigeradores descompuestos causaron daños graves e irreparables a la capa de ozono, la región de la atmósfera superior que protege la vida en el planeta de la radiación ultravioleta y otras formas de radiación que pueden dañar o matar a la mayoría de los seres vivos.
Todavía sufrimos las consecuencias de las ideas mortales de Thomas Midgley. El historiador ambiental John Robert McNeill comentó que este inventor «tuvo más impacto en la atmósfera que cualquier otro organismo en la historia de la Tierra».
La otra cara de la moneda
Pero la ciencia tiene la gran virtud de corregirse a sí misma. Y la reivindicación de la comunidad científica vino de la mano de Clair Cameron Pattterson, un geoquímico estadounidense que pasó a la historia al convertirse en el primer ser humano en conocer y datar, mediante el método científico, la antigüedad de la Tierra.
Pudo deducir que sería posible descubrirlo si se lograba efectuar la medición de los isótopos de plomo en las rocas ígneas. Dado que el uranio es el elemento de mayor peso en la Tabla periódica, debía calcular las proporciones de uranio y plomo en las rocas. Al medir el tiempo empleado por el uranio (U238) hasta convertirse en plomo (Pb 206), se podía calcular la edad precisa del Sistema Solar y por tanto de la Tierra.
La degradación de uranio a plomo le sirvió para establecer la fecha oficial y científica del nacimiento de nuestro planeta, estimada en unos 4.500 millones de años.
Una voz en el desierto
Clair Patterson recibió el reconocimiento mundial y la financiación de sus investigaciones, pero en esa búsqueda de base científica absolutamente real, descubrió una realidad ciertamente aterradora.
Durante su trabajo de investigación se percató de que los niveles de plomo en su época eran absolutamente disparatados. De hecho, le costó mucho llegar a la datación de la Tierra. Para obtener una medición fiable tuvo que recurrir la creación de una habitación limpia, un laboratorio estéril absolutamente exento de contaminantes, muy especialmente del plomo ambiental.
Clair Patterson descubrió que, en cien años, la presencia de plomo se había disparado al punto de poner en serio peligro la integridad física de sus contemporáneos y las futuras generaciones.
No tardó en deducir que la decisión de Thomas Midgley de incluir tetraetilo plomo en la gasolina intervino decisivamente en las fatales consecuencias. Era tan metódico que sus estudios eran difícilmente revocables, pero pese a ello sufrió las amenazas, el desprestigio y la ira de la gran industria.
Dejó de recibir financiación de las empresas petroleras, que presionaron a la Universidad de Pasadena para que fuera despedido. Incluso el Servicio de Salud de Estados Unidos cuestionó su trabajo. Fue excluido del Consejo Nacional de Contaminación Atmosférica por Plomo.
Un destino más brillante
Afortunadamente las evidencias y los estudios de Patterson, difundidos por todo el mundo, convencieron a la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos. En 1973 dictaminó a su favor y ordenó la reducción progresiva del plomo en los combustibles que se completó en 1984.
El Banco Mundial pidió la eliminación de la gasolina con plomo en 1996. La Unión Europea la prohibió en 2000. Se estima que solo en Estados Unidos se liberaron 7 millones de toneladas de plomo a la atmósfera, a partir de gasolina.
Además, el ejemplo de Clair Patterson inspiró a un creciente número de científicos a advertir acerca de los peligros de otros productos, como los CFC. Hay mayor conciencia social, científica y empresarial. En 1986, el Protocolo de Montreal comprometió a la comunidad internacional a reducir gradualmente la producción de esta sustancia. La meta era que en 2010 cesara por completo su uso.
Sin embargo, ese objetivo no se ha logrado. Es hora de que la humanidad decida de qué lado de la ciencia se quiere colocar. ¿Preferimos estar junto a Thomas Midgley y poner en peligro a la vida sobre la Tierra. O nos colocamos la bandera de Clair Patterson, para evitar convertirnos en la primera especie en el planeta que cause su propia extinción?
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