Por Cambio16 / Efe
11/03/2016
Chernóbil y Fukushima destruyen el mito de que la energía nuclear es segura y evidencian que debe prescindirse de ella. Así lo ha asegurado el director ejecutivo de Greenpeace, Mario Rodríguez, en la presentación de un informe que denuncia la alta exposición radiactiva que aún sufren las poblaciones afectadas. Cinco años después de la catástrofe de Fukushima -el más grave junto al de Chernóbil de hace 30 años-, un equipo de la organización ecologista ha visitado la zona y ha medido dosis radiactivas muy superiores a los estándares internacionales y entre dos y 10 veces mayores que el objetivo fijado por el Gobierno nipón.
La responsable de nucleares de Greenpeace, Raquel Montón, recién llegada de la visita a Fukushima, ha subrayado que el nivel establecido por Japón de 0,23 microsievert/hora en el área afectada «no se mide nunca», sino que oscila entre dos e incluso doce microsievert/hora. Los organismos internacionales aconsejan, en condiciones normales, una exposición de 1 milisievert/año y, en caso de accidente nuclear, la Agencia Internacional de la Energía Atómica eleva la cifra a 20 milisievert/año.
Una de las zonas donde la ONG ha realizado sus mediciones, a 47 kilómetros de la central de Fukushima, en el distrito de Iitate, una persona no podría estar más de ocho horas en el exterior de su casa para no superar los 20 milisievert, según ha explicado Montón, que ha descrito la desolación, el abandono y la estigmatización que sufren las víctimas.
Residuos en 16 kilómetros cuadrados
«Los ciudadanos siguen alarmados» y casi 63.000 personas esperan aún el levantamiento de las órdenes de evacuación para regresar a sus hogares, ha destacado la responsable de la campaña nuclear, que ha criticado la dificultad y la falta de apoyo económico de las víctimas (600 euros al mes). Se cree que la mayoría de las zonas altamente contaminadas permanecerán inhabitables durante décadas y que generaciones de familias que se vieron forzadas a separarse durante la evacuación no vuelvan a encontrarse nunca.
Durante su viaje a Fukushima, ha afirmado Montón, era habitual ver cientos y cientos de bolsas con la tierra procedente de las tareas de descontaminación, amontonadas y sin control. En septiembre de 2015 se almacenaron 9,16 millones de bolsas de residuos de un metro cúbico cada una en 114.700 emplazamientos habilitados a tal efecto.
«La cantidad de residuos que se produjeron en el periodo posterior al desastre es asombrosa. Sólo alrededor de la central, los residuos cubren un área de 16 kilómetros cuadrados», añade el informe Heridas nucleares: el legado eterno de Chernóbil y Fukushima, un resumen de los tres estudios anteriores.
Depresión, ansiedad o cáncer de tiroides
En cuanto a los efectos sobre la salud de Chernóbil y Fukushima, en el primer caso la mortalidad es más alta, el porcentaje de natalidad es menor, el cáncer ha aumentado y los problemas psíquicos son frecuentes entre los supervivientes. En Japón «ha aumentado la incidencia de trastornos mentales como la depresión, ansiedad y estrés postraumático, y se ha detectado un incremento del cáncer de tiroides«. No obstante, han afirmado Montón y Mario Rodríguez, tendrán que pasar siglos antes de que se puedan conocer todas sus consecuencias.
En Chernóbil, cinco millones de personas aún viven en zonas contaminadas, en un área de 10.000 kilómetros cuadrados equiparable a diez veces la provincia de Zaragoza, sigue sin ser apto para actividades económicas, y la zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor del reactor sigue contaminada y no se puede vivir allí.
Los portavoces de Greenpeace han insistido en que los accidentes nucleares ocurren cada diez o doce años y nadie puede garantizar lo contrario. «El renacimiento de esta energía del que habla el lobby nuclear es falso y la realidad es que hay un declive», han coincidido. «Cuando estuve hace 20 años en Chernóbil me decían que era imposible que algo así ocurriera en Occidente y cinco años después volvió a pasar», ha enfatizado el director ejecutivo de la organización ecologista, en cuya opinión las nucleares españolas pueden apagarse sin problema, pues la potencia eléctrica instalada dobla la necesaria.
«Tenemos cafeteras atómicas» que impiden el fomento de las renovables, ha concluido Rodríguez, antes de sugerir a los presidentes de Endesa e Iberdrola que hagan un intercambio familiar y lleven a sus familias a Japón, diciéndoles que lo nuclear es «seguro».