Por 360.dkvseguros.com
05/06/2018
El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) lo advertía. Es necesaria una transformación de nuestro modo de vida para contener el aumento de temperatura en 2 grados centígrados sobre el nivel preindustrial para final de siglo. Éste, el nivel considerado “seguro” por los científicos. Fundamentalmente, para enfrentar con éxito los riesgos que el calentamiento va a traer consigo.
El informe propugna una dramática transformación del sistema eléctrico mundial. En primer lugar, supone acabar con siglos de supremacía del carbón, el petróleo y el gas. Pero no es el sector energético el único al que hay que darle la vuelta. La industria y la agricultura le van a la zaga en emisiones. Y le siguen los edificios, incluso por delante del transporte.
Hacia la búsqueda de hogares sostenibles
Según el IPCC, los edificios (residenciales, públicos y comerciales) representaron en 2010 el 32% del consumo final de energía, con unas emisiones de 8,8 gigatoneladas de dióxido de carbono (CO2). Y proyecta que la demanda energética de los edificios se duplique para mediados de siglo. Asimismo, que sus emisiones aumenten entre un 50 y un 150%. Al mismo tiempo, la población que vive en ciudades seguirá creciendo. Si en 2011 más de la mitad de la población mundial vivía en áreas urbanas, se espera que esta proporción sea del 70% en 2050.
Jesús de la Osa, autor del informe Hogares saludables, edificios sostenibles del Observatorio de Salud y Medio Ambiente de DKV, explica. «Hay que evidenciar la importancia de cuidar el medio ambiente no solamente con nuestras acciones o decisiones en los espacios colectivos. Sino también desde nuestra propia casa”. Y es que pasamos entre el 90 y el 95% de nuestro tiempo en hogares y lugares de trabajo y de ocio. Todos instalados en edificios, cuyas peculiaridades (temperatura, humedad, iluminación, sustancias químicas, factores biológicos, confort…) pueden determinar nuestra salud.
¿Pero cuán eficientes y sostenibles son nuestras viviendas y nuestros edificios?
“La sostenibilidad no es una cuestión que haya calado en los sectores involucrados en la producción de vivienda en nuestro país”, lamenta Carlos Expósito. El arquitecto y socio del estudio Alia Arquitectura, Energía y Medio Ambiente precisa. «El sector inmobiliario y el de la edificación son absolutamente impermeables al concepto de hacer las cosas mejor de lo que meramente se les exige».
Por su parte, Leonor Rodríguez, profesora titular de la Universidad Politécnica de Madrid, define. «Las ciudades forman un ecosistema urbano. Principalmente caracterizado por un área donde habita una población cuyas actividades se alejan de la naturaleza». Así lo puntualiza en el libro Agricultura urbana integral. Textoeditado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
Reverdecer las ciudades
Pero cada vez más empiezan a proliferar jardines de fachada, terrazas y azoteas. En algunos casos, éstas son verdaderas obras de arte. Las azoteas verdes aíslan térmica y acústicamente. Asimismo, purifican el aire, capturan CO2, regulan el flujo del agua, refrescan la ciudad, generan encuentro y comunidad. Y, en el mejor de los casos, hasta alimentos. Los jardines son elementos del paisaje que contribuyen a reducir la contaminación atmosférica y el impacto ambiental. Asimismo a mejorar el microclima urbano en las ciudades.
Antonio Pou, profesor titular del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid, considera que “urbes y megalópolis deberán fundirse con la naturaleza para sobrevivir. Lo que realmente necesitamos es integrar bloques importantes del funcionamiento natural dentro de las ciudades, para que sean más habitables. La naturalización de las urbes no es un asunto de opción de tipo de vida o de manera de pensar, es una necesidad que se hace más imperiosa cada día que pasa”.
El ejemplo de que algo no está funcionando bien en las ciudades donde vivimos es la escasa presencia de gorriones, especie ligada al ser humano desde su origen. Desde la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), advierten de que el descenso en su población puede estar reflejando cambios ambientales que afectarán también a otras especies silvestres, para bien o para mal, y sobre todo a la especie más común en medios urbanos: nosotros.
“No se trata de una cuestión anecdótica. Menos biodiversidad urbana significa más contaminación, más emisiones de CO2, menos zonas verdes y, por tanto, entornos menos saludables”, indica Asunción Ruiz, directora ejecutiva de esta organización ambiental. ¿Es esto lo que queremos?