Roland Griffiths, profesor de neurociencia, psiquiatría y ciencias del comportamiento de la Universidad Johns Hopkins, dedicó su vida a la investigación de las drogas psicodélicas. Durante su extenso trabajo sugirió que la psilocibina, que se encuentra en los hongos mágicos, puede inducir al misticismo. Observó que esas experiencias pueden ayudar a tratar la ansiedad, la depresión, la adicción y el terror a la muerte.
Científicos de varios centros y academias siguen hablando del legado Griffits, reconocido tal vez como el investigador de psicodélicos más famoso del mundo. Incluso, muchos expertos se han dado a la tarea de recobrar sus estudios y darle continuidad a sus ensayos.
Investigaciones innovadoras publicadas por Griffiths y sus colegas encontraron que la psilocibina, producía experiencias que resultaban en un significado personal sustancial. Podían contribuir a tratar la depresión y tenía efectos terapéuticos en personas que padecían trastorno por abuso de sustancias (tabaquismo, alcohol y uso indebido de otras drogas). Y angustia existencial causada por enfermedades potencialmente mortales.
El neurocientífico era conocido por sus amigos y colegas como un pensador analítico y un agnóstico religioso. Pero también veía a los psicodélicos como algo más que meras medicinas. “Comprenderlos podría ser crítico para la supervivencia de la especie humana”, dijo en una charla rescatada por The New York Times. Más adelante en su vida, admitió haber tomado psicodélicos y señaló que quería que la ciencia ayudara a desbloquear su poder transformador para la humanidad.
Algunos investigadores han cuestionado silenciosamente si Griffiths, en su enfoque en el reino místico, cometió algunos de los mismos errores que condenaron a la era anterior de la ciencia psicodélica.
Drogas psicodélicas, tratamientos, misticismo
Ahora, uno de sus colaboradores de toda la vida está ventilando una crítica más contundente. «El doctor Griffiths ha llevado a cabo sus estudios psicodélicos más como un centro de retiro de la ‘nueva era’, que como un laboratorio de investigación clínica», se lee en una queja de ética presentada ante la Universidad Johns Hopkins el otoño pasado por Matthew Johnson. El especialista trabajó con Griffiths durante casi 20 años, pero renunció después de una disputa con sus colegas.
Griffiths actuó como un “líder espiritual”, según la denuncia, infundiendo a la investigación un simbolismo religioso y guiando a los voluntarios hacia el resultado que deseaba. Y permitió que algunos de sus antiguos donantes (partidarios de la legalización de las drogas) ayudaran en los estudios, lo que planteó cuestiones éticas.
«Estas son acusaciones graves que deben ser investigadas», indicó Joanna Kempner, socióloga médica de la Universidad de Rutgers que revisó la denuncia. Los enfrentamientos en Hopkins, añadió, reflejan un debate más amplio en el campo sobre «desdibujar las líneas entre la investigación empírica y la práctica espiritual».
Muchos investigadores ven una promesa médica en el poder revelador de la psilocibina. Pero hasta ahora, no ha obtenido mejores resultados que los medicamentos tradicionales para la depresión en la única comparación directa realizada hasta la fecha. También es incierto su potencial para tratar la adicción y la anorexia. Y todavía no se sabe si el misticismo que desata es clave para la eficacia de las drogas psicodélicas.
«Las inferencias extraídas de la literatura en general ciertamente no se derivan de la evidencia», indicó Eiko Fried, psicólogo de la Universidad de Leiden en los Países Bajos, que recientemente publicó una revisión crítica del campo. Las drogas también conllevan riesgos impredecibles, como episodios psicóticos, mayor tendencia al suicidio. O dificultades emocionales prolongadas que probablemente no se denuncian.
Sello científico al uso de drogas
En un correo electrónico, Johns Hopkins le dijo a Johnson que estaba investigando sus acusaciones. Una portavoz de la universidad manifestó que «se espera que la investigación cumpla con los más altos estándares de integridad y seguridad de los participantes».
Griffiths estableció un laboratorio en Johns Hopkins que durante décadas publicó estudios bien considerados sobre la cafeína, la heroína y otras drogas. No pensó en los psicodélicos hasta la década de 1990, cuando comenzó a practicar la meditación y a leer sobre tradiciones místicas.
Por esa época, un amigo le presentó a Bob Jesse, un ex ejecutivo de tecnología que fundó una organización sin fines de lucro llamada Council on Spiritual Practices. A través de informes legales, investigaciones académicas y una empresa de publicación de libros, Jesse abogó por el uso de sustancias químicas y plantas alucinógenas para el bien de la humanidad. Ahora quería darles el visto bueno de la ciencia, como dijo más tarde en una conferencia.
En 1999, con financiación de la organización sin fines de lucro de Jesse, el doctor Griffiths comenzó a reclutar voluntarios sanos para un experimento. Los hongos que alteran la mente se han utilizado en rituales religiosos de diversas culturas durante siglos. ¿Se podrían inducir el mismo tipo de experiencias significativas en un laboratorio?
Su equipo distribuyó folletos por Baltimore: “Buscando personas comprometidas con el desarrollo espiritual para un estudio de los estados de conciencia”. Mientras, el laboratorio de Griffiths parecía una sala de estar, con un sofá, una selección de libros espirituales y de arte y un estante con una estatua de Buda. Y una hipótesis por delante: la relación de las drogas psicodélicas y el misticismo o experiencias místicas.
¿Experiencias místicas reales?
La idea, relata Nytimes, era hacer que los voluntarios “apreciaran los estados espirituales que pueden despertar”, según Bill Richards, psicoterapeuta y ex ministro metodista que trabajó en múltiples ensayos.
Richards entregó la pastilla de psilocibina o un placebo a los participantes en un quemador de incienso que Jesse le había regalado al equipo. Ni los investigadores ni los participantes sabían qué pastilla estaba en el quemador. Con una máscara para los ojos y auriculares, se animó a los voluntarios a tumbarse en el sofá para obtener los efectos máximos de la droga, que duran alrededor de cinco horas.
Al final de la sesión, Griffiths entró para documentar sus experiencias. «Estaba simplemente asombrado», comentó Richards. «Quería escuchar su historia una y otra vez».
Griffiths utilizó un “Cuestionario de Experiencia Mística”, que tiene sus raíces en una filosofía adoptada por el novelista y entusiasta de la psicodelia Aldous Huxley. Pide a los voluntarios que califiquen, por ejemplo, su sensación de tener “profunda humildad ante la majestuosidad de lo que se consideraba sagrado o santo”.
Más de la mitad de los 36 participantes en el primer estudio de Hopkins, que consumieron psilocibina -una de las drogas psicodélicas empleadas-tuvieron una experiencia mística «completa» o desarrollaron un proceso de misticismo total. Muchos lo clasificaron entre los más significativos de sus vidas. Cuando se publicó el estudio en 2006, lo acompañaron cuatro comentarios de investigadores de drogas, elogiando su rigor.
En sus estudios sobre otras drogas, dijo más tarde Griffiths, “nunca había visto algo tan único, poderoso y duradero”. Los resultados, asentó, sugirieron que «estamos preparados para este tipo de experiencias». El Consejo de Prácticas Espirituales envió una carta para recaudar fondos afirmando que el estudio “utiliza la ciencia, en la que confía la modernidad, para socavar el secularismo de la modernidad”.
Legado de Griffiths
Los voluntarios no eran una muestra representativa aleatoria de la población. En su libro de 2018, “Cómo cambiar de opinión”, el autor Michael Pollan observó que no había “ateos fríos” entre los participantes. Entre los que se encontraban un sanador energético, un exfraile franciscano y un herbolario. Griffiths fue abierto sobre este inconveniente del estudio. “Estábamos interesados en un efecto espiritual y al principio estábamos sesgando la condición”, le dijo a Pollan.
Algunos investigadores sospecharon que la droga provocaba experiencias místicas porque el laboratorio y el cuestionario inusuales habían preparado a los voluntarios para ese resultado. Richards también llevó a cabo largas sesiones preparatorias con voluntarios en su oficina central, dijo, para desarrollar la confianza.
«Roland no hizo el tipo de estudio que yo esperaba», indicó Rick Strassman, psiquiatra de la Universidad de Nuevo México. «Simplemente saltó con ambos pies al mundo de la experiencia mística».
Ya han transcurrido cinco meses de la muerte de Griffiths y se sigue hablando de él. De sus investigaciones y sus inquietudes, aún expuestas, sobre las drogas psicodélicas, sus beneficios y el misticismo.
«Tengo la ambivalencia de que esta narrativa pueda interpretarse como mi deseo de promover una religión psicodélica», escribió Griffiths.
Y, sin embargo, también abrazó a quienes lo veían como un profeta. En junio pasado, asistió a una cena en su honor en el encuentro de Ciencias Psicodélicas en Denver. Un artista reveló un retrato de él con una molécula de psilocibina flotando sobre sus manos extendidas.
En el marco dorado estaban inscritas palabras extraídas del Cuestionario de Experiencia Mística: santo, espíritu, éxtasis, asombro y paradoja. Griffiths firmó el reverso y escribió: «Que permanezcas consciente de la conciencia». La pintura está expuesta en la Capilla de los Espejos Sagrados en el norte del estado de Nueva York.