En Ciénaga Grande de Santa Marta convergen la rica biodiversidad y la trágica historia de Colombia. Esa gigantesca laguna, en la zona norteña del país, es una de las más estratégicas para la vida del planeta. Sirve como un nodo de interconexión en una red hidrológica compleja, que une la principal vía fluvial de ese país, la cordillera costera más alta del mundo y el Mar Caribe. Durante milenios, este sistema existió en un equilibrio dinámico que permitió que la vida floreciera, pero la acción del hombre lo convirtió en un desastre medioambiental.
Más de 130 especies de peces se refugian en Ciénaga Grande. Junto con 200 especies de aves, manatíes y otros 18 mamíferos, 26 reptiles, 3 especies de manglares y cientos de otros tipos de plantas y árboles.
Ernesto Mancera, biólogo marino de la Universidad Nacional de Colombia, ha pasado los últimos 35 años estudiando los manglares y otras especies de la región. Afirma, todavía con asombro, que “Ciénaga Grande de Santa Marta es el ecosistema estuarino más productivo del mundo”.
A pesar de su belleza, paz, rica biodiversidad y vida. Además de sus múltiples reconocimientos internacionales, se entrelazan una sensación de fascinación y tristeza. Ciénaga Grande ha sufrido décadas de degradación. La alteración humana de su hidrología dinámica y la obstrucción de puntos esenciales de conexión han llevado a sus manglares y especies acuáticas a sufrir devastadoras mortandades masivas.
Al mismo tiempo, los pueblos tradicionales que han vivido durante mucho tiempo en armonía con la ecorregión han experimentado la brutalidad. La explotación y la denigración de su conocimiento tradicional, reseña The Revelator. Pero hoy hay esperanza. Expertos y líderes comunitarios dicen que un esfuerzo riguroso y coordinado podría conducir a la recuperación de este lugar complejo y resistente.
La Ciénaga Grande en Colombia
El complejo delta-laguna de Ciénaga Grande abarca alrededor de 20 lagunas interconectadas en Colombia y ocupa aproximadamente 4 280 km2.
Al este se encuentra la imponente Sierra Nevada de Santa Marta, que en sí misma es un punto crítico de biodiversidad y una reserva de la biosfera de la Unesco. Tres ríos nacen en las tierras altas de la Sierra: el Sevilla, Fundación y Aracataca. Estos ríos alimentan directamente a la Ciénaga Grande con agua dulce y ricos sedimentos.
Las montañas también contienen bosques, páramos y glaciares, todos ubicados dentro de los territorios de los pueblos indígenas.
A lo largo del oeste se encuentra el río Magdalena, la vía fluvial más larga e importante de Colombia. La Ciénaga Grande es parte del sistema del Delta del Magdalena, que desemboca en el Mar Caribe por el norte. Y se conecta al río a través de canales naturales que traen flujos sostenidos de agua dulce y sedimentos.
El agua dulce de los canales y los ríos de la Sierra es fundamental para la salud y el equilibrio de la Ciénaga Grande, cuyo hidroclima semiárido experimenta en promedio mucha más evaporación que precipitación. Se espera que el cambio climático exacerbe este déficit de agua dulce.
“La interconexión entre estos diversos ecosistemas, el hidroclima y el intercambio de aguas salobres y dulces crearon condiciones únicas. Y proporcionaron la energía para la notable biodiversidad y productividad de la Ciénaga”, confía Mancera.
Esta conectividad hidrológica y la propia Ciénaga Grande también tienen un valor biocultural insustituible para los pueblos de la Sierra. Pero, esa conexión ha sufrido durante casi 100 años.
Compleja historia que inspiró a García Márquez
El deterioro de décadas de la Ciénaga Grande comenzó como una extensión de la época bananera de la década de 1920 en Colombia. Cuando corporaciones multinacionales como la United Fruit Company, en colaboración con las autoridades locales, incentivaron y explotaron grandes plantaciones de banano.
Esta región a lo largo de las estribaciones occidentales de la Sierra cerca de la Ciénaga Grande se conoció como la “zona bananera”. Y su compleja historia inspiró el realismo mágico del pueblo ficticio de Macondo en “Cien años de soledad”, del Premio Nóbel Gabriel García Márquez. Pero la realidad estaba lejos de ser mágica.
Poderosos hacendados desviaron y contaminaron el agua de los ríos que alimentan la Ciénaga Grande e impidieron a los pueblos indígenas de la Sierra realizar sus tradicionales peregrinaciones, recoge The Revelator.
“A fines de la década de 1950, una carretera unió las ciudades de Ciénaga y Barranquilla para facilitar la exportación de banano a EE UU”, dijo Mancera. “Esto cortó la comunicación natural entre la Ciénaga y el Mar Caribe”. Surgieron pueblos a lo largo de la carretera, lo que trajo una mayor deforestación y desechos.
En la década de 1970, el gobierno construyó otra carretera mal concebida paralela al río Magdalena a lo largo de la margen occidental de la Ciénaga Grande. “Este fue el punto crítico”, añadió el biólogo. “Este camino cortó la conexión vital entre el río Magdalena y la Ciénaga”.
Con menos agua dulce fluyendo hacia el sistema, el agua y los suelos de la Ciénaga Grande se hipersalinizaron. Los niveles de agua también bajaron, exacerbados por El Niño. Esto condujo a la primera mortandad masiva de manglares y peces. Con el tiempo, aumentaron en aproximadamente el 55-60% de los bosques de manglares ahora perdidos. Y se perdió más del 70% de los peces.
Interés internacional
Después de un informe condenatorio en 2017, la Ciénaga Grande se colocó oficialmente en la Lista Ramsar Montreux de humedales en riesgo extremo. Esto generó un renovado interés e inversión en la ecorregión. Un ejemplo es el nuevo proyecto “Paisajes Sostenibles” a través de la FAO de la ONU, en colaboración con INVEMAR y otras entidades.
“Estos proyectos prometen una mejor coordinación de los diferentes actores. E incluir a las comunidades en el proceso”, dijo Mario Rueda, coordinador de investigación y científico pesquero de INVEMAR.
Si bien aún está por verse el impacto de este renovado interés respaldado internacionalmente, en Colombia hubo cambio de gobierno. El presidente Gustavo Petro, ha proclamado su apoyo al medio ambiente, los pueblos tradicionales y la paz.
La Ciénaga Grande es un testimonio de resilencia, el que este complejo ecosistema siga siendo productivo en Colombia. Y todavía tenga potencial de restauración después de décadas de amenazas interconectadas.
Pero la resiliencia solo llega hasta cierto punto, y el ecosistema aún puede llegar a un punto crítico sin retorno. Si la Ciénaga Grande va a recuperarse, necesita investigación y planificación integradas a largo plazo, con participación de la comunidad local. E incluso tutela, que tiene un historial de éxito en otras áreas locales y dirigidas por indígenas.
En particular, la región necesita estudios rigurosos de restauración de manglares para demostrar cuánta salinidad del suelo puede resistir cada especie. Y qué resultados son posibles en términos de captura de carbono y recuperación de la pesca.
“Se ha demostrado que simplemente plantar semillas sin este conocimiento firme para un ecosistema estuarino dinámico, o cualquier otro ecosistema forestal, no funciona”, sostuvo Mancera. “Muchos proyectos en la Ciénaga han fracasado porque ignoran la ciencia básica y la planificación integral”.
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