El 23 de septiembre, en un acto reservado y sin testigos, Alexandr Lukashenko se invistió a sí mismo para mantenerse en el poder por un sexto período consecutivo. Gobierna Bielorrusia, de forma ininterrumpida, desde 1994.
Tras el último fraude electoral, el 9 de agosto, los aliados de Lukashenko, en contra de la evidente mayoría del país que lo rechaza, anunciaron que había triunfado con 80,1% de los votos. Nada menos. La reacción de la sociedad bielorrusa no se hizo esperar: salieron a las calles de forma multitudinaria a denunciar la estafa y a exigir nuevas elecciones.
La Unión Europea no pudo guardar silencio ante las inocultables pruebas del desfalco electoral. Además de desconocer los resultados, también han planteado la urgencia de un nuevo proceso electoral, bajo condiciones que garanticen elecciones justas y transparentes. De hecho, el 24 de septiembre, la Unión Europea afirmó que el acto de toma de posesión “carece de legitimidad democrática”.
Entre los años 2006 y 2014, los dos regímenes de Bielorrusia y Venezuela desarrollaron lazos cuya magnitud y profundidad no se conocen del todo. Chávez hizo visitas anuales a Bielorrusia, entre 2006 y 2010. Por su parte, Lukashenko viajó hasta Caracas en 2007, 2010, 2012 y 2014. Además de los convenios que claramente beneficiaban a Bielorrusia, en ámbitos como petróleo, gas e infraestructura, nunca se aclaró en qué consistía el apoyo militar que aquel país proveería a Venezuela.
Tampoco se despejaron los rumores acerca de transacciones financieras que, partiendo desde Caracas y circulando por varios paraísos fiscales, terminaban en Minsk. Hay periodistas bielorrusos que sostienen que, cuando se acabe el régimen de Lukashenko, entre los secretos que se destaparán, y que han sido severamente protegidos hasta ahora, está la cuestión de los dineros, joyas y hasta lingotes de oro que jerarcas venezolanos habrían llevado a Bielorrusia en esos viajes. ¿Será cierto que es en bóvedas de ese país donde están guardadas grandes tajadas de dinero de los principales clanes del chavismo/madurismo?
A pesar de las diferencias geográficas, culturales e idiomáticas, numerosos comentaristas, especialmente bielorrusos, a menudo se han propuesto contestar qué explicaba la amistad y mutua atracción que unió a Chávez y Lukashenko. La respuesta a esa pregunta –que resume intereses económicos, diplomáticos, políticos y hasta de orden personal– es que eran cómplices. Monstruos del mismo pantano.
Uno y otro fundaron regímenes para establecerse en el poder de forma permanente e ilimitada. Ambos ejecutaron planes que guardan escalofriantes semejanzas. Los dos han realizado cambios a las leyes y la administración de la justicia en su país para adaptarlas a sus propósitos personales, incluido el de concentrar los poderes en la Presidencia, para gobernar sin la participación del poder legislativo. Además, han colonizado el Poder Judicial, para alcanzar una integración que les garantice inmunidad, impunidad y el uso de los tribunales como instrumentos de persecución y liquidación de las fuerzas opositoras.
El objetivo de desarticular, dividir y reducir a los demócratas y sus organizaciones ha avanzado con métodos semejantes: acoso físico, detenciones, torturas, penas de cárcel para los dirigentes políticos y sociales que protesten o lideren movimientos contrarios al poder. Ambos “sistemas judiciales” coinciden en la práctica de construir expedientes donde se habla de incitación al odio, conductas antipatrióticas, afectar el orden público, incitar a la rebeldía y otros. Todo ello ejecutado sin el menor recato: violando las leyes, el debido proceso y el derecho a la defensa. Ni uno ni otro se limitan en la caza de los demócratas, sino que también extienden la cacería a familiares y personas relacionadas.
Este lineamiento –que tiene la categoría de política pública– de amedrentar y aplastar toda forma de oposición los ha conducido a la creación de los instrumentos necesarios para coaccionar, acosar, apresar, torturar y violar los derechos humanos: cuerpos policiales y militares, especialmente entrenados y armados para el ataque a civiles indefensos, para allanar sus hogares, para sembrar el miedo en la sociedad.
La técnica principal de estas organizaciones basadas en la impunidad consiste en el uso desproporcionado de la fuerza. Son especialistas, como ha ocurrido en Venezuela, en escenas como esta: 15 a 20 uniformados, con los rostros cubiertos, atacan todos a la vez, a personas solas y desarmadas. Y, cuando están tirados en el piso, les patean la cabeza y el cuerpo.
Lukashenko y el dueto Chávez y Maduro, así como los integrantes de las bandas que los rodean, tienen otra especialidad común: elaborar listas de personas disidentes, que protestan o que han expresado simpatía por la democracia, para despedirlos de sus empleos, negarles el acceso a la educación, impedirles que usen los servicios públicos a los que tienen pleno derecho.
En Venezuela, las prácticas de discriminación han variado a lo largo del tiempo. La más reciente, que ha sido condenada por gobiernos y organismos multilaterales de todo el mundo, consiste en el uso de las bolsas de alimentos subsidiados, como instrumento de lealtad política: a quien no se adhiere al régimen, no les venden los alimentos. Es decir, los condenan al hambre. Porque de eso trata, a fin de cuentas, la ocupación de los monstruos del pantano: mientras matan la democracia, matan a sus ciudadanos.
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