César Miguel Rondón acompañó a los venezolanos cada amanecer, de lunes a viernes, durante 30 años. Un espacio radial que no tenía nombre y que simplemente llamábamos “el programa de César Miguel”, se convirtió en referencia de periodismo de calidad, ameno y variado.
Su voz, su seriedad, su lectura temprana de la prensa nacional e internacional, sus entrevistas y comentarios o sus conversaciones gratísimas con venezolanos queridos por la audiencia, lo hicieron único.
Así fue hasta el 28 de enero de 2019, cuando salió del aire por la “censura dura y pura” del régimen. “Jamás me imaginé que volvería al exilio”, nos contó en esta entrevista el destacado periodista, escritor y apasionado de la lectura y la música.
César Miguel nació el 18 de noviembre de 1953 en el exilio, en Ciudad de México, donde sus padres se refugiaron cuando, perseguidos por la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, tuvieron que abandonar el país. El dictador cayó en enero de 1958 y al mes siguiente la familia Rondón Tejada retornó a Venezuela.
—¿Alguna vez llegaste a pensar, a imaginar, que te tocaría volver al exilio?
—Pues no, no pensé que terminaría en el exilio. Toda mi vida la hice en Venezuela, en un país profundamente democrático. Salí varias veces del país a estudiar fuera, pero uno salía siempre convencido de que regresaría; no solo convencido, sino con el pasaje de regreso, con la fecha, y se contaban los días para el regreso. El exilio supone que sales sin fecha de regreso, además sales contra tu voluntad. No, jamás me imaginé esto.
Una amenaza inapelable
—¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
—La amenaza de cárcel en cadena de radio y televisión por el dictador. ¡Una amenaza inapelable!
El 12 de mayo de 2017, César Miguel hizo unos comentarios en su cuenta personal en Twitter sobre la persecución o escrache que opositores han realizado en el exterior contra personajes del oficialismo. Nicolás Maduro lo interpretó como “incitación al odio”, denunció en su momento la ONG Espacio Público.
«El tuit al que alude Nicolás Maduro tiene tres preguntas que no llaman a la violencia. Pregunto cómo se sienten las víctimas del escrache, que condeno. Tengo una trayectoria pública de cuatro décadas. Jamás he pronunciado una palabra alentando odio o violencia entre venezolanos», respondió César Miguel en su cuenta en Twitter el 17 de mayo.
En un editorial y en una serie de tuits, el periodista dejó clara su posición: “No estoy de acuerdo con el escrache porque no creo en la justicia por propia mano. Como demócrata he respetado las posiciones de los demás, aunque no las comparta”.
Después de este incidente, César Miguel y su familia salieron del país. No obstante, continuó haciendo el programa desde el exterior.
—¿Qué cosas importantes te llevaste y cuáles tuviste que dejar?
—Cosa importante que me llevé, la vida y la vida de mis hijos y de mi esposa. ¿Qué dejé? Mi casa, por ahora.
—¿Y Bárbara, cómo se sintió con el cambio?
—A Bárbara le pegó mucho la circunstancia como salimos, sobre todo la circunstancia terrible de la humillación y de la agresión por las autoridades del Saime.
—¿Cómo se sienten en el exilio?
—Hemos hecho vida. Bárbara es permeable, es magnífica. Un guante, se acopla. Buena parte de mis hijos ya estaban afuera. Y Floralicia y yo hemos hecho una dupla magnífica, como siempre. El exilio nos ha hecho trabajar más en llave, más en yunta, lo cual es maravilloso y me hace feliz.
—Dentro de lo malo, ¿hay algo bueno que hayas podido valorar del exilio?
—Siempre hay cosas buenas en medio de todas las penurias. Siempre hay aprendizajes. La primera y fundamental enseñanza es saber que el país es bastante más que una referencia geográfica. El país está en uno, el país es uno, el país lo llevamos dentro. Y conocer y encontrarse con tanta gente venezolana que está en un trance parecido es descubrir ese otro país y esa otra posibilidad de país, lo que es algo muy positivo sin duda.
Un largo corte musical que aún escuchamos
—Antes de lo ocurrido en mayo de 2017, ¿hubo algún tipo de amenaza o censura hacia ti por parte del régimen actual o de algún anterior gobierno?
—¡Ufff, la lista es larguísima! Desde Hugo Chávez. El primer enfrentamiento fue cuando Hugo Chávez era candidato, imagínate. Hubo cualquier cantidad de reprimendas y llamadas de atención. Solo que Maduro incrementó de manera increíble, dramática, peligrosísima, la censura y la represión. Y las cosas terminaron conmigo como terminaron.
La audiencia de César Miguel nunca se enteró de esas presiones. Nunca las hizo públicas. La procesión iba por dentro, como dirían nuestras abuelas. Pero el jueves 24 de enero de 2019 los hechos trascendieron. César Miguel leyó los titulares como lo había hecho durante 30 años. Al terminar, informó que no podía profundizar en el análisis de los hechos políticos, como era lo habitual en su programa, “porque las circunstancias no lo permiten”. Dijo que irían a un corte musical y que regresarían con el foro, un espacio habitual del programa. En esa oportunidad hablarían sobre la resiliencia de los venezolanos.
Los titulares de ese día informaban de que Juan Guaidó, en tanto presidente de la Asamblea Nacional, había asumido en la víspera como encargado de la Presidencia de la República.
Pero el 28 de enero fue peor: el programa no salió al aire. “Gracias a las amigas y amigos que han manifestado preocupación por nuestra ausencia de esta mañana. Es la misma situación que está planteada desde el pasado jueves. No es autocensura, es censura pura y dura la que nos ha silenciado”, escribió César Miguel en su cuenta de Twitter.
«Debo confesar que han sido días duros, muy duros. No informar es un dolor profundo. Sobre todo, si ese ha sido el pulso de mi esfuerzo. El propósito de mi ser». Con estas palabras, divulgadas a través de su cuenta en Instagram, César Miguel informó ese día que su programa salía del aire.
Así fue como dejamos de escuchar el programa de César Miguel que salía cada mañana, de lunes a viernes, desde el 31 de julio de 1989. Un programa que fue variando con el tiempo, con nuevas secciones, pero que mantuvo intacto el cierre: todos los días se despedía con una canción de los Beatles.
Un programa sin nombre
—¿Por qué tu programa no tenía nombre?
—¡Porque nunca se le puso! (Risas)
—¿Cuándo y cómo surgió este espacio informativo?
—Fue un invento de Napoleón Graziani. Él sabía que yo madrugaba, que me levantaba a las 4:00 de la mañana. Cuando a Napo le dan la dirección de la FM de Radio Capital, decidió que el programa matutino lo hiciera yo, por lo madrugador que soy. Ya yo había hecho en Radio Capital un programa que se llamaba A golpe de 8. Se llamaba así porque venía después del noticiero de Adolfo Martínez Alcalá, quien terminaba su programa a la hora que le daba la gana y, entonces, yo empezaba a golpe de 8, cuando él me daba chance. Yo ahí repasaba las noticias del día. Después, Napo propuso que se leyeran también los periódicos. Así surgió el programa.
—¿Y a qué se debió su éxito?
—Creo que se debió a que era una manera diferente de darle la agenda al oyente. Te doy una idea. Yo nunca leía los periódicos antes, los leía de primera vista, de manera que el impacto, la sorpresa, el disgusto o el agrado que me producían lo transmitiese directamente al micrófono y fueran compartidos de manera fresca y espontánea al oyente. Creo que el éxito estuvo siempre en esa especie de comunión muy estrecha que tenía yo con el que me oía.
—¿Hay algo de este programa que te haya dado especial satisfacción, alguna entrevista o alguna gran noticia que te haya tocado dar?
—En 30 años te imaginarás que entrevisté prácticamente a todo el mundo, no solo en el ámbito nacional, sino también internacional. Pude entrevistar a grandes escritores, a protagonistas de la noticia, líderes mundiales. Tuve noticias que me llenaron de alegría y algunas de mucho pesar. A mí me tocó hacer la cobertura del golpe de Estado del año 1992 desde la medianoche, cuando eso ya estaba en Unión Radio; pero también noticias muy felices, como, por ejemplo, cuando el Proyecto Cumbre coronó el Everest. Caramba, eso fue una gran fiesta para todos los venezolanos y me encantó que fuera mi voz la que condujera esa alegría.
—¿Nunca te dio flojera levantarte temprano? ¿No sé, que fueras a una fiesta y te provocara quedarte un rato más en la cama? ¿O que te sintieras mal, con gripe, por ejemplo?
—Soy bastante sano, casi nunca me enfermo y ninguna gripe me ha tumbado. Y te voy a hacer una confesión. Comprenderás que cuando yo empecé a hacer este programa, ya serían 31 o 32 años atrás, yo era joven. Más de una vez hice el programa pegado, de la parranda pa’l micrófono.
Telenovelas, música y béisbol y el país que llevamos dentro
—¿Cómo te surgió la vocación por escribir telenovelas?
«¡Yo nunca tuve vocación para escribir telenovelas!», responde muerto de la risa.
«Eso fue una casualidad increíble. Yo regresé de vivir en Nueva York. Ibsen Martínez fue con varios amigos a recibirme esa noche en casa de mis padres. Y ahí me contó que estaba trabajando en Venevisión y que debía escribir algo para Lila Morillo y no se le ocurría nada. Mientras nos tomábamos unos tragos, por no dejar le sugerí una historia que se me ocurrió en el momento. Y para hacerte el cuento corto, al día siguiente me pidió que lo acompañara a Venevisión y conté la idea que se me había ocurrido para Lila. Yo pasé todo ese día en Venevisión y a las 5:00 de la tarde ya estaba conociendo a Lila y en la noche a Joselo. Tiempo después salió la serie al aire, que fue todo un éxito y se llamó La otra historia de amor. Aún no había deshecho las maletas y ya tenía un contrato como escritor de televisión en Venevisión. ¡Ni yo lo podía creer!
—¿En qué te inspirabas para crear esas historias?
—No eran fruto de inspiración alguna, sino el resultado de mucho pensar. En la primera telenovela, que fue Ligia Elena, hice todo al revés. Yo estaba muy asustado cuando me dijeron que tenía que escribir una novela larga, porque la otra historia de amor fue una miniserie. Se me ocurrió pensar en un niño pobre y la niña rica; por lo general, las telenovelas son al revés, él es el rico y ella la pobre. Y cuando ya tenía más o menos el cuento armado, Tabaré Pérez, que fue el productor, me sugirió poner al muchacho como trompetista, como el de la canción de mi amigo Rubén Blades. Los personajes eran míos. Ligia Elena tuvo el encanto de esa relación de padre e hijo, entre Pancholón y Nacho, ellos dos solitos frente al mundo, y eso no era frecuente en una novela. Había mucho humor, mucho desparpajo, mucha irreverencia. Y después me toco nada menos que Amazonas, ¡imagínate! El susto fue más grande cuando me dijeron que me iban a dar la pareja protagónica de Delia Fiallo, que eran Eduardo Serrano e Hilda Carrero. ¡Cónchole, qué susto! Y ahí fui haciendo cosas.
—¿Hay alguna que te haya gustado más?
—Unas me gustaron más, otras menos. Fui muy feliz escribiendo El sol sale para todos. Ka Ina fue un momento de gloria, sin duda alguna. Esta me gustó mucho porque yo hacía todo, era el productor, el productor ejecutivo, y se hizo tal cual como yo quise que se hiciera.
—¿Por qué dejaste ese género?
—Es que Ligia Elena fue mi primera última telenovela. Yo siempre estaba escribiendo la última telenovela. Lo que pasa es que tenían éxito y entonces me exigían más. Y no debo hablar mal del género porque me permitió criar una familia de cinco hijos y criarlos bien.
—¿Por qué tanta pasión por la música?
—Porque, parafraseando los versos de Ignacio Piñeiro… “La música es lo más sublime/ para el alma divertir/ se debiera de morir/ quien por buena no la estime”.
—Sé que también eres un gran lector…
—¿Tú sabes cuál fue el primer libro que yo leí? Mickey Mouse va a la luna. Ese me lo compró mi mamá en un supermercado en Ciudad de México, lo recuerdo clarito. Desde Mickey Mouse va a la luna a la última novela que leí, que es una de Guillermo Arriaga, una maravilla llamada Salvar el fuego, son sesenta y tantos años de una vida hecha dependiendo del libro, añorando siempre el libro. Si te mandara una foto de la pequeña biblioteca que se ha levantado en este tiempo de exilio, que van a hacer ya casi tres años, verás que ya es una biblioteca respetable. El número de libros es importante. Te voy a mencionar solamente los que tengo enfrente en este momento. El italiano Andrea Camilleri, Paul Auster (estadounidense), Ian McEwan (británico), Álvaro Enrigue, mexicano, el de Ahora me rindo y eso es todo. Mira, (el español Arturo) Pérez-Reverte, que escribe magníficamente historias gratas. Recién leí a Irene Vallejo, El infinito en un junco, que es un ensayo precioso sobre libros antiguos.
—¿Algún autor o libro que te haya marcado?
—La lista de quienes me han marcado es muy muy larga. Los clásicos me han influido. Yo pasé por la Escuela de Filosofía de la UCV donde me empapé en buena medida de la cultura helénica, que me marcó muchísimo. Me gustó mucho el teatro helénico. Y como todos, somos hijo de Homero, en mi caso especialmente de la Ilíada. He vuelto sobre ella en muchas versiones modernas. Homero, Ilíada por Alessandro Barrico, por ejemplo, lo tengo en este momento al frente. Me gusta mucho la novela policial, la novela de espías. El escocés Philip Kerr, quien creó un personaje maravilloso, Bernie Gunther, un detective. Tengo a John le Carré. Y entre los escritores británicos, aunque él era en realidad polaco, está por supuesto Joseph Conrad, que me marcó de manera muy muy importante. Todo lo que escribió Raymond Chandler me ha marcado. Philip Marlowe (un detective privado creado por Chandler) fue como un tío mío con el que aprendí a crecer.
—Con tantas cosas, ¿cómo te queda tiempo para también estar pendiente del beisbol?
—Bueno, me gustaría estar más pendiente del beisbol, si supieras. Hoy en día no hay temporada, por el coronavirus. Pero por lo general me ocupo de ver cómo va el average, cómo va la situación de los equipos, pero no como quisiera. ¡Me encantaría ver todos los juegos!
—¿Hay algo más que hagas y de lo cual no nos hayamos enterado? ¿Cocinar, pintar, jardinería…?
—Nooo… Hago otras cosas que me gustan muchísimo hacer, pero de esas no hablo en público… (risa muy pícara)
—En tus fotos en Instagram apareces con anteojos morados, anaranjados, amarillos, transparentes, clásicos… ¿Por qué tanta coquetería con los anteojos?
—Yo soy un chico obediente. ¡Son vainas de Floralicia!
—¿Cuál sería el soundtrack de tu vida?
—Va a comenzar siempre, siempre, siempre con El Nazareno de Ismael Rivera. Porque por una razón que determinó primero el azar, siempre que yo empezaba algo, sonaba esa canción. Yo me mudaba, por ejemplo, y por alguna razón la primera canción que sonaba en ese nuevo sitio donde me mudaba, era esa. Por ello, cuando arrancó el programa de radio el 31 de julio, Día de San Ignacio, de 1989, aunque era una emisora pop, con pura música en inglés, la primera canción que sonó para comenzar mi programa fue El Nazareno. El otro título sería With a little help from my friends, porque todo lo que he logrado en la vida lo he logrado con una pequeña ayuda de mis amigos. Una tercera sería La fanfarria para el hombre común de Aaron Copland, porque es una fanfarria extraordinaria para eso que es el hombre común, el llamado ciudadano de a pie, que somos todos nosotros.
Publicado en Curadas
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