Pocos se quejan de que el 12 de octubre se celebre en España el día de la Virgen del Pilar. Es una festividad religiosa, una manera de respetar las creencias ajenas y de reforzar las propias. Pasó el tiempo de los librepensadores contra idólatras, ateos contra creyentes y de racionales contra piadosos ferverosos y dogmáticos. De este lado del mundo se entendió que hay asuntos más importantes y definitivos. Los discípulos de Mahoma siguen en pleno combate. Todavía no acaba.
No ocurre lo mismo con el Día de la Raza, el Día de la Hispanidad o Día de la Fiesta Nacional de España. Haber encontrado ese punto neutro y convergente de denominar la hazaña de Cristóbal Colón como un “encuentro de dos mundos” ha servido para matizar los ánimos y bajarle el volumen a la discrepancia, a entender que la historia no es lo que cada uno quiera, sino lo que cada uno con su entendimiento, información y talento puede interpretar. El pasado y sus consecuencias no se puede modificar. Es historia, y bastante útil.
Crucificar hoy a Torquemada, demonizar a Cristóbal Colón o santificar a Moctezuma Xocoyotzin es tan tonto como no querer reconocer los centenares de millones de muertes que trajo el materialismo dialéctico, la dictadura del proletariado, la construcción del hombre nuevo y demás farragosas teorías de la ingeniería social que todavía se enseñan, no se debaten, en aulas que se fungen de universitarias.
El marino genovés nunca fue simpático
Colón, por su acento italiano, por su aguzada viveza y su inocultable ambición de riqueza y fama ¿trascendencia histórica?, entre otras “deficiencias” de su personalidad, no fue un personaje simpático para sus contemporáneos. Hasta lo metieron preso en América y cruzó de vuelta el Atlántico encadenado en la bodega del barco. Pero indudablemente logró una hazaña y sin proponérselo, al descubrir por equivocación un continente, creó un nuevo mundo. Lo que ocurrió después no es su responsabilidad personal, sino del que cometió las tropelías. Sus aspiraciones reales no iban más allá de un poco de oro, la propiedad de unas buenas hectáreas en el nuevo continente y el rango de Almirante de la Mar Océana para toda la eternidad.
Fue precisamente con la celebración de los 500 años del primer viaje de Colón a lo que después se llamó América que lo volvieron a colocar sobre las brasas. No para llamar Colombia lo que por la labia de Américo Vespucio, que le contó sus exploraciones y aventuras al cartógrafo y mapista alemán Martín Waldseemüller, terminó eternizándose como «América» en la geografía mundial. En el planisferio mural Universalis Cosmographia, que dibujó Waldseemüller para el tratado Cosmographiae Introductio, que redactó Mathias Ringmann, apareció por primera vez identificado con el nombre de América el continente que tropezó Colón. Con la imprenta, que empezaba su desarrollo en ese momento, el mapa se popularizó entre los científicos y se asentó ese nombre. También fue América la palabra que usó el geógrafo Gerardus Mercator en sus trabajos publicados en 1538. No obstante, no era ese su nombre oficial. Hay otras historias sobre el cognomento, pero son más rebuscadas. Una es que en lengua maya, una civilización extinguida cuando llegó Colón, esas tierras se denominaban Amerrisque, que quiere decir «tierra donde sopla el viento». Leyendas y cuentos de camino.
América no aparecía en el lenguaje real, ni el rey se ocupó de darle nombre
El Reino de España siempre denominó sus posesiones al otro lado del charco Reinos castellanos de Indias. Indias Occidentales las llamó la Corona Británica. Todavía en el siglo XX a los españoles que «hacían América», los llamaban indianos, no americanos. Los americanos eran los estadounidenses, que se adelantaron y llamaran a su país Estados Unidos de América, como una manera de ponerle distancia a Europa. La nominación se implantó y para el resto del mundo ellos eran/son los americanos. Los de más abajo prefirieron tomar los nombres escogidos para su nación en el proceso independentista y de instauración del sistema republicano.
El único país que 300 años después del paso de Colón por el Caribe se acordó del navegante genovés fue Colombia, y no directamente. Colombia fue el nombre que Simón Bolívar propuso en el Congreso de Angostura, en 1819, para la nueva nación que integraría el Virreinato de Nueva Granada con la antigua Capitanía General de Venezuela. El experimento duró hasta la secesión de Venezuela, pero lo que quedó se siguió llamando Colombia, aún después del desprendimiento de Ecuador y Panamá. Colombia era la patria grande de Bolívar.
No llegó ni a los cayos de Florida, pero es el país que más lo honra
Colón ha sido más reconocido y horado por Estados Unidos, aunque no le aportó nada directamente. Ni siquiera se acercó a las playas de Florida, ni tuvo oportunidad de multiplicar su asombro ante el delta del Orinoco en la desembocadura del Misisipi. Casi todos los estados tienen una o dos ciudades que se llaman Columbia o Columbus, también universidades, centros culturales y académicos. Plazas y avenidas llevan su nombre. Tienen muchas estatuas de Colón. Y, además, hay un día nacional, dedicado a celebrar al hombre que convenció a Isabel la Católica para que le financiara una aventura que carecía de lógica y razón en ese momento de gran oscuridad y pesimismo. Atormentado por las terribles admoniciones de Girolano Savoranola.
España tampoco se ocupó mucho de Colón. No se hizo responsable de sus restos mucho menos de su nombre. Que no le cumpliera las promesas era de esperarse. El aprovechamiento de su hazaña fue ordinariamente pragmático: abundantes y fértiles tierras, ricos mares, generosas cosechas y abundancia en oro, plata y piedras preciosas. Las posesiones de ultramar eran eso, posesiones, aunque se le proclamaran provincias o virreinatos. De allá llegaba el ron, el tabaco, el añil, el azúcar y el cacao, entre muchas piezas de oro.
Nunca fue un homenaje a Colón, siempre una exaltación a la raza española
Si España no se ocupó de Colón cuando todavía no era capaz de imaginar cuánto había ganado gracias al genovés, mucho menos se ocupó de lo que a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX había perdido en las luchas independentistas y que se empezó a llamar Hispanoamérica o Iberoamérica para contrarrestar el poderío anglosajón que apropió de la palabra “América”.
Fue en 1892, pasados 300 años, cuando la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, a propuesta del presidente Antonio Cánovas del Castillo, promulgó un decreto que declaraba fiesta nacional el 12 de octubre de ese año en conmemoración del descubrimiento de América. No por Colón, por la raza hispánica.
Antes no se celebraba el “Día de la Raza” ni la “Fiesta de la Raza”, tampoco el “Día de la Hispanidad”. Fue el 12 de octubre de 1914 cuando oficialmente, y por primera vez, se conmemora el Día de la Raza, con la asistencia del marqués de Lema, ministro de Estado, en representación del gobierno de España. No obstante, no se celebraba el encuentro de razas que ocurrió en América, sino la “raza española” que “ha tenido providencialmente la fortuna de llevar la bandera de la civilización y del progreso en aquella memorable empresa, realizada por Colón bajo los auspicios de la gran reina Isabel la Católica”. Fue lo que dijo Faustino Rodríguez San Pedro en su discurso de orden. En 1918, una ley sancionada por Alfonso XIII, declaró fiesta nacional el día12 de octubre de cada año, “con la denominación de Fiesta de la Raza”. Nada de Colón ni de encuentro de ambos mundos.
En Madrid, el 12 de octubre de 1935, en plena Segunda República, se celebró el Día de la Hispanidad, que después se le pretende adosar un aprovechador eco franquista, pero fue en 1958 cuando un decreto de la Presidencia del Gobierno estableció el 12 de octubre como fiesta nacional con el nombre de “Día de la Hispanidad”.
Más democracia y menos Colón
Con la restauración democrática en 1981 y la Constitución española de 1978, se declaró el 12 de octubre como “Fiesta Nacional de España y Día de la Hispanidad”. No duró mucho. En 1987, faltando 5 años para celebrarse los 500 años de la llegada de Colón a isla de Guanahaní, la ley 18/1987 prescinde de la denominación “Día de la Hispanidad” y denomina “Día de la Fiesta Nacional de España”. Se acabó Colón. Otra vez al olvido.
En la América hispana que ha devenido en Latinoamérica –otra vez los anglosajones– no se celebra el Día de Colón, como en Estados Unidos. Se celebraba el Día del Descubrimiento de América o el Día de la Raza. Salvo en Argentina, nunca fue popular el término “hispanidad”, y menos con ese sentido de raza superior que connotaba. Se celebraba como el día en que blancos, indios y negros se unieron en una raza nueva, distinta. No era el caso de Estados Unidos, pero sí del sur del Río Grande hasta la Antártida. Un continente caféconleche, en todas sus gradaciones y ritmos.
En el quinto centenario de su llegada a San Salvador, Colón es más culpable que nunca
Con la celebración de los 500 años del descubrimiento se alborotó el cotarro. El revisionismo histórico, el buenismo, lo políticamente correcto y fundamentalmente los complejos el sentimiento de culpabilidad, no de culpa, que siempre tiene donde encender la mecha, empezó una tarea incesante no solo para denigrar de Colón, sino para cuestionar la civilización occidental, a Occidente, el capitalismo y los valores implícitos como la libertad, la democracia y el individualismo humano. La confusión reinó. Empezaron a aparecer culpables, y, por supuesto, Colón era el más culpable de todos. No hay delito que no se le haya imputado ni maldad que no atesorara.
Cuando se pretende ir hacia el futuro guiándose por el espejo retrovisor, los impactos con la realidad resultan demoledores. Idealizando el pasado que pudo ser y no fue, no son pocos los que se siente atraídos por los cantos de sirena y avergonzados por los porcentajes de los supuestos genocidios causados por el sarampión, la rubeola y la viruela, que contra todo rigor científico elevan hasta 93%. Por Dios. Obvian que fue un intercambio de microbios, bacterias, virus y patógenos, pero que como suele ocurrir, se impuso la civilización más adelantada, la que tenía pólvora y caballos. Darwin reconsiderado. Occidente fue el gran ganador, pero no España, en esencia fue mucho lo que desperdició y derrochó, pese a los reales decretos y las bien peinadas pelucas de sus majestades.
Occidente creció. Y creció la civilización occidental en Estados Unidos y creció Europa que volvió a las suyas precisamente cuando más sanguinarias se hicieron las viejas utopías. Ese camino de vuelta lo empezó temprano Haití, la segunda nación independiente. Empezó a luchar por su libertad en 1791, pero la independencia solo le sirvió para retroceder. Un camino que pasados dos siglos emulan venezolanos, cubanos y nicaragüenses, además de las pintadas en las calles de Chile. Crece la audiencia.
Colón live no matters,
En 16 estados de la Unión norteamericana, de Estados Unidos, no celebran el Día de Colón. No le reconocen méritos. En los últimos tiempos, con «el pluralismo radical» se ha incrementado la presión para cambiarle el nombre a la festividad. Eliminarla. Hay para todos los gustos y colores, pero siempre esgrimen los mismos argumentos: el racismo, la esclavitud, el genocidio, el etnocidio y hasta el cambio climático. Mientras más lejos está el enemigo más fácil es atacarlo, denigrarlo, demonizarlo. Mentir.
Criminales admirados, venerados y exaltados en el altar del patria (o muerte)
Lo paradójico es que quienes criminalizan a Colón, tumban sus estatuas y ponen en su boca palabras que nunca pronunció, lucen camisetas y tatuajes con el rostro del Che Guevara, el argentino-cubano que no escondió el placer que le daba matar y que comandaba los fusilamientos en el cuartel de la Cabaña, en La Habana; también aquellos que hasta no hace mucho elogiaban a Stalin y aceptaban que construcción del socialismo incluyera el asesinato de más de 70 millones de personas. También odian a Colón los lectores del librito rojo de Mao, que aplaudían el gran salto adelante y la revolución cultural, que sí fue un genocidio, pero que nunca han cuestionado con el veneno que reservan para Colón.
En el Día de Colón, no de la resistencia indígena, ni del encuentro de dos mundos, ni de la hispanidad ni mucho menos de la raza, celebremos al marino genovés, que aunque poco diestro en el arte de navegar supo encontrar, un poco más debajo de las islas Canarias, los vientos que lo llevaron a la Tierra de Gracia, a América y al nuevo mundo que una turba de fanáticos pretende destruir.
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