La democracia ha perdido en fila las tres últimas elecciones en América Latina. Han resultado victoriosos los candidatos del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Pedro Castillo en Perú, un superviviente de Sendero Luminoso; Xiomara Castro, en Honduras, le esposa de Manuel Zelaya, a quien Nicolás Maduro le sirvió de chófer y lo ha mantenido con un sueldo de alto ejecutivo de Petrocaribe, con avión privado incluido; y Gabriel Boric, en Chile, el posmillennial que lideró a los jóvenes iracundo que quemaron y destrozaron el metro de Santiago y varias iglesias de valor patrimonial e histórico.
Ganados para un cambio, “porque peor no vamos a estar”, y emocionados por la «construcción» de una sociedad justa, inclusiva y cualquier otra consigna, los chilenos remasterizaron el triunfo de Salvador Allende de los años setenta. No sería un desperdicio tener cerca las cacerolas que silenció Augusto Pinochet con los Chicago Boys. Vienen tiempos duros, de hambre y desempleo.
Se impuso la emoción a la razón. Perdió la derecha acartonada de los balances y las proyecciones; de los promedios que adjudican cuatro pollos por personas y la realidad es uno con cuarenta y los nueve restantes con el estómago vacío.
Lo que viene puede ser muy parecido a lo que ocurrió con Hugo Chávez en Venezuela. Tal vez peor. Recordemos en qué clase de monstruo devino Daniel Ortega en unión de su esposa y vicepresidenta. En los primeros días la revolución sandinista todo eran flores, música y versos. Casi un santo. Todavía retumba la frase de un guerrillero sandinista a un guardia de Somoza: “Mi venganza será que tus hijos vayan a la escuela”. No fueron, posiblemente está muertos, presos o famélicos, y aún analfabetas
Los pueblos, pese a su inmensa sabiduría y experiencia, se equivocan o los engañan. Y las consecuencias son dolorosas y más duraderas de lo que se quisiera. Gabriel Boric llega en hombros del hedonismo, el facilismo y el relativismo. «Nada es definitivo, todo es posible. Basta soñarlo». Mientras los jóvenes se ilusionaban entre un abanico de utopías, los demócratas apelaban a la fría y cruda razón que no emociona ni despierta corazones. Una campaña para perder.
Todavía retumba la frase de un guerrillero sandinista a un ex guardia de Somoza: “Mi venganza será que tus hijos vayan a la escuela”. No fueron, posiblemente están muertos, presos o famélicos, y aún analfabetas.
No basta hablar de bienestar económico ni de libertad. Teniendo una y otro, se dan por garantizadas. Los electores suponen que pasan a una etapa superior, no que van a perder lo que tienen, lo que han ganado. El socialismo es la piedra de Sísifo. Siempre empezando de cero. Lo hace Cuba desde 1959. El socialismo no crea riqueza, la destruye.
En las estadísticas, Venezuela fue el país que más creció en 1992 y en democracia. Los golpistas venezolanos –aliados con los militares más reaccionarios e incultos– ofrecieron villas y castillos, y “democracia verdadera”. A los ambientalistas, a los periodistas, a los médicos, a los empresarios, a los obreros, a los burócratas, a los educadores, a los estudiantes les prometían lo querían escuchar. Ninguno se percataba de que eran promesas contradictorias. Además, los dos conatos de golpe militar abortaron el plan de recuperación y se perdió la inercia. A los pocos meses, algunos despertaron del sueño, empezando por los empresarios, pero hubo un salvaje endeudamiento para mantener viva la ilusión de la clase media que ya empezaba a emigrar
No aprendemos. Pasados 23 años, Venezuela es un país chatarra, un Estado fallido, incapaz de salvaguardar sus recursos naturales, de defender su soberanía territorial ni de garantizar el mínimo de bienestar a la población. De la franquicia cubana del “patria o muerte”, solo queda muerte: ajusticiamientos extrajudiciales, hambre, asesinatos, torturas y presos lanzados desde el piso 19.
Perú empieza a conocer lo que trae Pedro Castillo en las faltriqueras; en Honduras, el matrimonio Zelaya volverá a lo suyo, a sus negocios con los bienes del Estado, como las líneas grises de la telefónica y las irregularidades en los subsidios agrícolas, pero ahora tendrá más cómplices con los que repartir el botín. Y a todos le tocará a menos, especialmente a los más pobres que han puesto su esperanza en la señora Zelaya.
Solo a los “consultores” que manejan las campañas electorales como si estuvieran vendiendo bufandas o trajes a la medida se les ocurre darle prioridad a la estética y olvidar que no es un asunto de forma sino de fondo y mucho corazón. En lugar de intentar vender al candidato como hacen con la pasta dental deberían intentar convencer a los votantes de comprar un seguro de vida contra todo riesgo, que es lo que al fin y al cabo es la democracia y la libertad.
Los pueblos ganan las batallas decisivas en camiseta y descalzos, a veces en harapos, pero con ilusión, con el alma llena de esperanza de un futuro mejor y duradero, con menos estadísticas y más sonrisas. Winston Churchill no mostró una criptográfica tabla Excel. Prometió sangre, sudor y lágrimas para conservar la libertad, que era una garantía de futuro. Lo otro era la desaparición.
La pesadilla no termina. Gustavo Petro puntea las encuestas en Colombia y no sería imposible que también ganara. El antiguo virreinato de Nueva Granada es la próxima captura en los planes del Foro de Sao Paulo, del Grupo de Puebla y de todos los que consideran la libertad una desviación pequeña burguesa. Lo que la guerrilla de las FARC no pudo con su terrorismo, atentados, secuestros, narcotráfico y crímenes de lesa humanidad lo obtendrán valiéndose de un malestar más ficticio que real para que voten contra la democracia y la libertad, “la causa de todos sus males”.