Por Pere Rusiñol
- La cuestión catalana, historia y política
- La fractura territorial, primera consecuencia de unas elecciones mal planteadas
- Catalunya ante su futuro y las cuentas de la independización
a ensalada catalana se ha servido esta vez con más ingredientes que nunca. Y también con un insólito punto picante, como si en lugar de aceite de oliva se hubiera servido con alioli.
Los comicios del 27 de septiembre han excitado más pasiones que nunca -la participación del 77,4% ha pulverizado récords y tópicos-, pero sus endiablados resultados tardarán en poderse descifrar correctamente. Como mínimo hasta después de las generales. El modelo surgido en la Transición ya ha saltado por los aires -por lo menos en Cataluña, quien sabe si como anticipo de una sacudida en el resto de España-, pero es pronto para saber qué lo sustituirá.
La coalición independentista Junts pel Sí -que integró a Convergència, Esquerra, las organizaciones de masas del independentismo y escisiones socialistas y democristianas- ganó las elecciones con 62 escaños, pero lejos de la mayoría absoluta (68) y ahora queda a expensas de la asamblearia y anticapitalista Candidatures d’Unitat Popular (CUP), que triplicó sus escaños y amasó 10. El independentismo, pues, ganó por vez primera unas elecciones en Cataluña -en 2012 CiU acudió con un programa soberanista, pero no aún independentista- y acapara la mayoría absoluta en escaños (72) pero no en votos (47,74%).
Normalmente, en las noches electorales todos dicen que han ganado, pero esta vez todos perdieron también. Junts pel Sí porque no tiene mayoría absoluta, ni el independentismo alcanza el 50% de los votos, ni tiene la cohesión necesaria -ni interna ni de país- como para seguir adelante como si nada con su programa, que formalmente se propone lograr la “desconexión” de España en 18 meses. Pero sus antagonistas tampoco pueden cantar victoria. Ni siquiera Ciudadanos, que pasa a liderar la oposición al saltar de 9 a 25 escaños pero que ve cómo se pulveriza el tópico de que una participación récord sería el fin del nacionalismo y se enfrenta, en cambio, al independentismo en sus cotas máximas; ni Podemos -que entró en la campaña catalana como alternativa al PP en toda España y sale de ella con el perímetro encogido en los márgenes de la IU de Julio Anguita-; ni los socialistas -salvan los muebles, pero con el peor resultado de toda su historia-, y, por supuesto, menos que nadie, el PP, triplemente humillado: por su espectacular caída (de 19 a 11 actas), por la mayoría absoluta independentista y por las muchas cabezas de ventaja que le saca Ciudadanos en una plaza clave para las generales.
l resultado es todavía más complejo de lo que aparenta en bruto, puesto que las coaliciones que obtuvieron representación son, a su vez, un laberinto muy poblado de partidos distintos. El nuevo Parlament nos retrotrae a la Italia más caótica de la década de 1980: nada menos que 11 formaciones estarán representadas. De los 62 diputados de Junts pel Sí, 29 son de Convergència Democràtica (CDC) -el partido de Mas, que en 2010 contaba con 62 diputados de CiU-, 20 de Esquerra Republicana (ERC), uno de la escisión independentista del PSC (MES) y otro de la de Unió (DC), además de 11 independientes.
De los 11 de Catalunya Sí que es Pot (CSQEP), cuatro están vinculados a Podemos, tres a Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), dos a Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), la IU catalana, y dos son independientes. Y luego, 25 de Ciudadanos, 16 del PSC, 10 de la CUP y 11 del PP. Éxtasis a la italiana: 11 partidos y el primero se queda en 29 escaños de un total de 135.
Con tantos ingredientes y tanto picante, lo más fácil es que la ensalada acabe siendo indigesta. Pero no necesariamente: la constatación de que nadie ha ganado de verdad y de que, en realidad, todos han perdido un poco -más allá de la propaganda- es probablemente la mejor noticia para los que esperan que en algún momento se alcance un pacto. Ahora ya se sabe que nadie va a perder por KO, por mucho que éste siga pareciendo el único plan de Mariano Rajoy, que encima aspiraba a la victoria sin ni siquiera comparecer más que en algunos mítines de campaña.
¿Y ahora, qué?
epende, porque hay varios pulsos simultáneos en juego y no pueden resolverse todos a la vez: el de dentro del campo independentista -una larga guerra por la hegemonía que ahora se reanudará-, el de dentro de Cataluña -partida literalmente por la mitad- y el del encaje (o desencaje) de Cataluña-España, que difícilmente podrá ser abordado de verdad hasta después de las elecciones generales en el mejor de los casos.
El pulso interno dentro del campo independentista es muy agudo y la última contienda electoral se ha limitado aa aplazarlo bajo el paraguas in extremis de Junts pel Sí: es una guerra de poder abierta entre Convergència (Artur Mas) y Esquerra (Oriol Junqueras) por el liderazgo del proceso que se agudizó en las pasadas elecciones europeas con el primer sorpasso de ERC sobre Convergència. Las relaciones entre Mas y Junqueras, por pulcras que parezcan, son en realidad pésimas y la falta de mayoría de Junts pel Sí deja al aún presidente a expensas de la CUP, que ha dicho del derecho y del revés que no va a facilitar su investidura ni por activa (votándole) ni por pasiva (absteniéndose).
aradójicamente, este portazo de la CUP no genera gran inquietud dentro de Junts pel Sí, salvo lógicamente entre los convergentes: puede representar la oportunidad largamente acariciada en ERC y otros sectores independentistas de izquierdas de asumir el liderazgo del procés y librarlo de la asociación con Mas y sus recortes, uno de los puntos que dificulta el relato que vincula la independencia con las mejoras sociales. Junqueras aguarda su momento -el compromiso por escrito de ERC para investir a Mas decae si éste no logra apoyos suficientes en el Parlament-, pero es consciente de que Raül Romeva, el exdiputado de ICV que encabezó la lista de Junts pel Sí, tiene más posibilidades que él mismo de desatascar el embrollo y de convertirse en la figura de consenso capaz de lograr un sí crítico de la CUP.
Este escenario de presidente de izquierdas de Junts pel Sí con el respaldo externo de la CUP no sólo descartaría por ahora la temida Declaración Unilateral de Independencia (DUI) -la CUP la ve inviable porque el sí en el supuesto plebiscito no alcanzó el 50% de los votos-, sino que facilitaría la posibilidad de colaboración con Catalunya Sí que es Pot, la coalición impulsada por Podemos, emparedada entre el sí y el no y debilitada por la gran polarización. Su candidato, Lluís Rabell, tiene como prioridad precisamente multiplicar las sinergias con ERC y la CUP, y soltar el lastre de Mas evidentemente lo facilitaría aunque CDC forme parte del nuevo Ejecutivo.
Estos movimientos, que están ya sobre el tapete, permitirían al independentismo abordar el segundo de los pulsos citados: la fractura interna dentro de Cataluña. Históricamente, el nacionalismo catalán siempre ha querido avanzar en su proyecto al ritmo más alto posible, pero sin perjudicar la cohesión social y por mucho que los líderes de Junts pel Sí se desgañitaran la noche electoral gritando una y otra vez “Un sol poble!” es evidente para todo el mundo que Cataluña ha quedado literalmente partida por la mitad. Y en bloques territoriales muy identificables, con la populosa área metropolitana de Barcelona como roca granítica opuesta a la secesión.
ataluña Sí que es Pot es pues la pieza que anhela el independentismo no sólo para sumar más que los demás, sino también para empezar a recoser Cataluña tras haberla tensionado hasta límites nunca vistos y regresar al punto de consenso de todas las fuerzas que iniciaron el procés: la exigencia de un referéndum como el de Escocia. Una vez mostrado un músculo muy superior al imaginado en Madrid -47,74% de voto abiertamente independentista- los soberanistas aspiran a reconstruir la gran coalición por el “derecho a decidir” que pone el referéndum como solución al conflicto. No es ningún repliegue: es su objetivo de siempre y el mejor instrumento para ampliar la hegemonía independentista. Bajo el paraguas de la exigencia de un referéndum, que tiene mucho apoyo social, cada amenaza del Gobierno de España es una gran oportunidad para dar otro nuevo salto en apoyos hacia la independencia.
a tercera pata citada de este endiablado jeroglífico -relaciones Cataluña-España y posibilidad real de un referéndum- va a depender naturalmente del tablero surgido en las próximas elecciones generales. Pero sea cual sea el resultado, en ningún caso va a ser posible la ensoñación de votar y despertar como si todo hubiera sido una pesadilla: ya no se puede rebobinar con lo que ha pasado en Cataluña ni sirven las viejas estrategias de seducción, como hablar catalán en la intimidad, prometer mejor trato fiscal o retoques constitucionales que traten de orillar las reclamaciones consideradas inasumibles. Todo lo que quede por debajo del referéndum nacerá con la garantía de no llegar a ninguna parte por mucho que se le quiera acompañar con la amenaza de todo el peso de la ley.
Mariano Rajoy ya ha dejado meridianamente claro que bajo ningún concepto se organizará nunca jamás un referéndum en Cataluña, pero tras el 27S los sectores más inteligentes del establishment español -los mismos que con tanta visión ayudaron a lanzar Ciudadanos como la mejor vacuna anti-Podemos- empiezan a darse cuenta de que Rajoy, que ha sido una fábrica de crear independentistas en Cataluña, puede convertirse en realidad en el mayor obstáculo para esta unidad de España que tanto promete garantizar.
Es imposible aventurar si el referéndum -idea que defiende incluso el fundador e ideólogo de Ciudadanos, Francesc de Carreras, que le ve encaje constitucional amparado en el artículo 92 de la Constitución– resolvería realmente el problema o no. Pero empieza a haber pocas dudas de que la salida simultánea de Mas y Rajoy del centro del escenario -ambos con previsibles dificultades para encontrar aliados para las respectivas investiduras- sería un buen punto de partida para encontrar una salida. O al menos para intentarlo.