Por MARÍA JESÚS HERNÁNDEZ
Hablamos de miedo, de pánico, de estigma; hablamos de huidas, de pérdidas, de dolor, de muerte. Hablamos de ébola y de un pequeño de dos años llamado Emile. Caso cero, le dicen. Hay que retroceder hasta diciembre de 2013 y viajar a Meliandou (Guéckédou), una remota aldea en Guinea, para situar el origen de esta pesadilla que cuenta ya con más de 10.000 muertos en África Occidental.
Y es que este lunes, 23 de marzo, hace un año que la comunidad internacional reconoció la existencia de un brote de ébola en África, una epidemia que según Médicos del Mundo, sigue sin estar controlada, pese a que el nivel de infecciones ha bajado considerablemente y se sitúa en los cien casos por semana frente a los más de mil que se registraban entre noviembre y diciembre de 2014.
Allí, en África Occidental, donde el ébola nunca había asomado, un pequeño de dos años tropezaba en 2013 con un murciélago, transmisor del virus. Poco más se sabe del contagio. La fiebre y los vómitos no se hicieron esperar. En un acto de desesperación, su madre, Sia, le cogió junto a su hermana Philomene y buscó ayuda donde cualquiera la buscaría: en casa de su madre, la abuela Koumba. El destino quiso que tuviera invitados. Ninguno fue inmune.
Ni chamanes ni rituales, la enfermedad siguió su curso y el 28 de diciembre el ébola se lleva al niño. Tras él, a su hermana y a su madre embarazada quien, tras un aborto, había contagiado a la comadrona. Fue la abuela la primera que buscó ayuda profesional, en Guéckédou, donde tenía una amiga enfermera. La abuela murió; y su amiga también, pero en otro lugar, Macenta. El virus se expandía.
Ya ha pasado un año de la muerte de Emile y este lunes, 365 días después de que el mundo reconociera la existencia de la epidemia, las ONG denuncian que la epidemia sigue sin estar controlada, aunque destacan que ha detenido el progreso de los países más afectado. Además, critican que la comunidad internacional reaccionó tarde y que el incendio, que comenzó en la pequeña Meliandou, hizo sonar realmente las alarmas cuando saltó alguna brasa al Primer Mundo.
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