La guerra de Ucrania y la crisis económica evidencian un claro retroceso del multilateralismo y la cooperación para el desarrollo. La globalización también está en retirada. Es probable que el nuevo orden internacional reproduzca un mundo de bloques con un difícil equilibrio de poderes. En esta coyuntura geopolítica, muchos países aspirarán a un retorno del no alineamiento en medio de la presión de las grandes potencias.
Tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, no hay otro camino para la comunidad internacional que reforzar la seguridad a través de la defensa de las libertades. La guerra ha propiciado un reforzamiento de la Unión Europea, así como una apuesta clara y decidida de Estados Unidos y la OTAN, además de otros países democráticos, en defensa de un orden que es preciso reconstruir constantemente ante los desafíos y amenazas que afronta.
En Latinoamérica, la alta fragmentación de las instituciones imposibilita la integridad regional y avanzar en políticas coordinadas y de cooperación. El enfrentamiento entre Estados Unidos y China se verá proyectado en la región mediante peticiones de lealtad y adscripción incondicional por ambos lados. La duda que surge es si los gobiernos latinoamericanos podrán adoptar una política de neutralidad.
“RECONFORTA LA POSICIÓN UNIFICADA DE LA UNIÓN EUROPEA, SUMADA A ESTADOS UNIDOS, LA OTAN Y OTROS PAÍSES DEMOCRÁTICOS EN DEFENSA DE UN ORDEN QUE CREÍAMOS CONSOLIDADO DEFINITIVAMENTE, PERO QUE HAY QUE SEGUIR CONSTRUYENDO Y RECONSTRUYENDO DE FORMA PERMANENTE. NO HAY OTRO CAMINO QUE REFORZAR LA SEGURIDAD A TRAVÉS DE LA DEFENSA DE LAS LIBERTADES”
Carlos Malamud es investigador principal del Real Instituto Elcano y catedrático de Historia de América en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Miembro de la Academia Nacional de la Historia de Argentina, ha sido seleccionado como uno de los “50 intelectuales iberoamericanos más influyentes”, según Esglobal. Ha sido Senior Associate Member (SAM) en el Saint Antony’s College, Universidad de Oxford (1992/93), e investigador visitante en la Universidad de los Andes (Cátedra Corona, 2003) y la Universidad Di Tella.
Entre 1996 y 2002 fue subdirector del Instituto Universitario Ortega y Gasset y director de su programa de América Latina. De 2000 a 2002 fue director del Observatorio de Seguridad y Defensa en América Latina del mismo instituto y subdirector del Observatorio Electoral de América Latina de Nueva Mayoría. Doctor en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera académica investigando sobre la historia económica del período colonial de España y América Latina, y luego se especializó en la historia política de América Latina de los siglos XIX y XX.
Ha sido profesor en la Universidad Complutense de Madrid y el San Pablo CEU. Miembro del Consejo Asesor del Instituto de Cultura de la Fundación MAPFRE. Actualmente combina su trabajo como historiador con el de analista político y de las relaciones internacionales de América Latina.
El mundo que se perfila da la espalda al multilateralismo y la cooperación, acrecentando el poder del Estado y el autoritarismo. ¿Está en riesgo la democracia? ¿Estamos dispuestos a sacrificar libertades en aras de la seguridad?
Es verdad que el multilateralismo y la cooperación interestatal están en retroceso, y que el aumento de regímenes iliberales supone una amenaza para la democracia. Sin embargo, reconforta la posición unificada de la UE, sumada a Estados Unidos, la OTAN y otros países democráticos en defensa de un orden que creíamos consolidado definitivamente, pero que hay que seguir construyendo y reconstruyendo de forma permanente.
En el contexto actual de la invasión de Ucrania por parte de Rusia no hay otro camino que reforzar la seguridad a través de la defensa de las libertades. Solo si nuestros países democráticos dan pruebas más que evidentes de que pueden seguir respetando el Estado de Derecho podrán convertirse en un referente para otros en el futuro.
Dugin, el ideólogo de Putin, afirma que “el gran problema es que hemos roto con Occidente y el liberalismo de una forma irreversible: o construimos un mundo diferente y un orden mundial alternativo dentro de los límites de nuestra civilización o… ya sabemos qué sucederá”. ¿Un futuro incierto y un destino aterrador?
Dugin es, como bien se dice, un ideólogo, no un estratega. Su deseo es construir un orden nuevo, marcado por los regímenes autoritarios como Rusia y China, en franca oposición a Occidente, al mundo liberal y democrático, es lo que sencillamente le aterra. Es verdad que vamos hacia un mundo incierto, cuyo camino dependerá mucho de cómo se resuelva la crisis de Ucrania, pero no tiene por qué ser aterrador.
Obviamente hay muchas papeletas para que sea así, toda vez que muchos de los puentes que sostenían el viejo orden multilateral se están desmoronando y las antiguas reglas de juego ya no sirven más. Lo que no termina de ver Dugin, o sencillamente no quiere verlo, es que a este paso el futuro de Rusia podría convertirse a medio plazo en un simple satélite de China, algo que sería catastrófico para las aspiraciones imperiales de Moscú y sus veleidades de gran potencia.
De ahí que la determinación del gobierno chino, en relación con su ubicación en el conflicto, sea muy importante para los tiempos que están por llegar.
La guerra de Ucrania ha evidenciado que, además de la confrontación militar y cibernética, en futuros escenarios bélicos se luchará en todos los campos con una especie de resistencia global cuyos frentes pasan por el ámbito económico, empresarial, bancario, financiero, informativo, comunicacional, cultural, deportivo, institucional y hasta religioso. ¿Así se concibe la guerra total?
La guerra del futuro será una guerra integral. Eso implica no dejar de lado las redes sociales y el papel que los ciudadanos, uno a uno o colectivamente, decidan asumir en cada situación. Hoy las guerras son acontecimientos próximos. Cualquiera puede grabar una matanza y difundirla. Las barreras de hoy son menos significativas que las del pasado. Es obvio que, en países como Rusia, la censura y la propaganda siguen funcionando, pero todo es mucho más complicado de lo que dejan ver las apariencias.
El posicionamiento de Rusia y de China parece apuntar a un nuevo orden internacional que dividirá al mundo en autocracias económicamente intervencionistas y democracias liberales con economías de mercado. Para Occidente es un riesgo comerciar con adversarios de los que depende. ¿Es el fin de la globalización?
La globalización, tal como la concebimos en los últimos años, está en retirada. Es probable que volvamos a un mundo de bloques y que muchos países aspiren a un retorno del “no alineamiento”. Pero esto será mucho más complicado y las presiones de las grandes potencias irán en aumento.
Uno de los objetivos del nuevo orden internacional será garantizar las cadenas de aprovisionamiento, lo que implica el control de todos los puntos del circuito. La mejor prueba de ello es la actual dependencia de buena parte de la UE del combustible ruso (gas y petróleo) y los esfuerzos por romperla en el medio plazo.
A los riesgos económicos, laborales y sanitarios que ya se abordaban en Latinoamérica, y que actúan como un freno para la recuperación, se une ahora el riesgo geopolítico y la amenaza de una mayor polarización. ¿Podrá mantenerse cierta neutralidad en la región?
América Latina es un continente fragmentado y heterogéneo. Las diferencias entre gobiernos hacen imposible alcanzar los más mínimos consensos en lo relativo a la agenda regional y la agenda internacional. Esta situación se ve agravada por el estado crítico del proceso de integración regional. A esto se suma la lucha entre China y Estados Unidos por “el alma” de América Latina, con presiones sobre los países de la región que irán en aumento.
Las respuestas individuales frente a la vacunación y la falta de una posición común ante la invasión rusa de Ucrania así lo atestiguan. Por eso no puede haber respuestas coordinadas, sino salidas individuales. Solo aquellos países más fuertes, con gobiernos estables y una política exterior clara estarían en condiciones de garantizarse una cierta neutralidad.
¿Qué papel tendrán los organismos financieros multilaterales, como el FMI o el Banco Mundial, y regionales, como el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco de Desarrollo de América Latina?
Deberían jugar un papel más activo, especialmente por el deterioro económico causado por la pandemia y que la guerra de Ucrania va a agravar dado el aumento de la inflación y de los precios de alimentos y combustibles en el mercado interno. La labor tanto de los bancos regionales de desarrollo (BID y CAF), como de los multilaterales, ha sido manifiestamente mejorable. Es necesario que tomen las medidas necesarias para evitar repetir los errores del pasado y garantizar el crecimiento económico de aquellos países más comprometidos con un coherente programa de reformas.
Con el escaso margen de endeudamiento, la falta de cooperación internacional y la débil inclusión financiera, ¿de qué forma afecta a la integración regional la crisis que estamos viviendo?
Como se ha apuntado más arriba la integración regional en América Latina está en crisis y esta es previa a la irrupción de la pandemia o a la guerra de Ucrania. El mayor problema es el enfoque político-ideológico que se le ha dado a la integración en las dos últimas décadas y su falta de institucionalidad. Una de las causas de esto último es la clara apuesta por la llamada “diplomacia presidencial”.
Argentina se acaba de incorporar a la iniciativa china ‘Cinturón y Ruta de la Seda’, que incluye 23.700 millones de dólares de financiación. El gigante asiático pretende incrementar su influencia estratégica en los mercados internacionales. Es el primer gran país latinoamericano que se suma, pero no será el único. ¿Pasa inexorablemente el futuro de la región por China?
La financiación china no es gratuita y exige serios compromisos de diverso orden. Lo primero, habrá que ver si esta cifra astronómica prometida a Argentina se concreta y cómo. Por otra parte, si bien China se ha convertido en el primer socio comercial de América Latina, con la excepción de México, más vinculado a Estados Unidos, habrá que estar muy pendientes de la evolución futura del nuevo orden internacional y de cómo se forman las cadenas globales de valor y de abastecimiento. Una mayor dependencia rusa de China reduciría para Pekín el valor de muchos mercados latinoamericanos.
¿Qué papel desempeñará Estados Unidos en este escenario?
Dependerá básicamente de la voluntad de la Administración Biden y de las siguientes de garantizarse el apoyo de los países occidentales y democráticos. Y aquí América Latina tiene mucho que decir. Si EE.UU. apuesta, de forma bipartidista, por reforzar sus alianzas, y suma a ello a la UE, su papel puede ser mucho más activo.
La lucha contra el cambio climático ha sufrido un gran revés con la guerra, que ha evidenciado la enorme dependencia de los combustibles fósiles. ¿La recuperación debe girar en torno a un pacto verde por la sostenibilidad?
Totalmente de acuerdo. La cuestión es si los países autoritarios, muchos de ellos productores de energías fósiles y no renovables, están dispuestos a mantener el compromiso en la lucha contra el cambio climático.