Por Javier Molins
17/12/2016
Carlos Cruz-Diez goza de una envidiable salud a sus 93 años, algo que él achaca a que fue “fabricado con muy buenos materiales” y respiró “aire puro entre los cañamelares de Caracas que, en la época, estaba rodeada de haciendas.
No existía la hamburguesa ni el hot dog y la industria alimentaria no era tan sofisticada. Me alimentaba de las gallinitas que teníamos en el corral y las legumbres frescas y sin pesticidas”. Toda una lección de hábitos de vida saludable que nos da este pionero del arte cinético que hasta el 19 de noviembre cuenta con una exposición en la galería Cayón de Madrid y al que esperan siete exhibiciones más a lo largo de los próximos meses en todo el mundo.
Cruz-Diez es conocido como el gran maestro del color y su interés por el mismo se remonta a su más tierna infancia, a la época en la que su abuela le servía el desayuno “sobre el mantel blanco donde se reflejaba el color de los cristales de la romanilla [celosía] vecina. Esos colores no estaban pintados sobre el mantel y, sin embargo, existían y yo jugaba con ellos”.
Desde que ingresó en la escuela de Bellas Artes, este artista venezolano tuvo claro que no quería hacer lo que se había hecho toda la vida. “Me preguntaba por qué todo el mundo pintaba igual, por qué tiene que ser una materia aplicada con un pincel sobre una tela”. Y fue así como dirigió en un primer momento su mirada hacia el arte comprometido socialmente aunque, de inmediato, se dio cuenta de que ese no era su camino: “Después del fracaso de creer que pintando los problemas sociales se crearía conciencia para darles solución, decidí que era mejor darle a la gente el placer de hacerlos partícipes en la creación de la obra”.
Cruz-Diez ya había sacado su arte del estudio a la calle, algo que sería una constante en su trayectoria. Realizó pasos de cebra en Caracas con color e incluso un proyecto para el metro de París que pudiera ser contemplado desde los vagones. Todo con el propósito de “crear un choque visual para despertarnos de la actitud robótica a la que nos sometemos al transitar por la ciudad”. Como señala, “nuestra vida se debate entre la individualidad y la colectividad. Cuando salimos a la calle somos colectividad y las estructuras sociales convinieron en crear códigos para que todo el mundo actuara de la misma manera. Si esos ‘sagrados’ códigos se modificaran sin perder su función, recibiríamos el mensaje de que todo puede tener otras soluciones que las establecidas”.
Experiencias vivenciales
Y fue así como Cruz-Diez llegó a lo que se conoce como arte cinético o arte óptico. El precursor de este movimiento fue el ruso Naum Gabo con su manifiesto realista. Luego llegó Calder con sus esculturas móviles y finalmente toda una serie de artistas que se juntaron a mediados de los años 50 en la galería parisina Denise René. Entre ellos estaban Cruz-Diez y su compatriota Jesús Rafael Soto y el trabajo de estos creadores supuso toda una revolución en el arte de la segunda mitad del siglo XX hasta el punto de que las colecciones de los mejores museos como la Tate Modern (Londres) o el Pompidou (París) disponen en sus colecciones permanentes de una sala dedicada a este movimiento. En palabras de Cruz-Diez, con el arte cinético “el arte pasa de ser contemplativo, a ser participativo. Se abandona el muro para expresarse en el espacio con las ‘ambientaciones’. Se crea el múltiple, para que la distribución evite que sólo una minoría puede disfrutar de las obras”.
Este artista considera que sus obras -por las que se han llegado a pagar en subasta más de medio millón de euros- “no son cuadros ni esculturas, sino ‘soportes de acontecimientos’. Trato de poner en evidencia las diversas manifestaciones del mundo cromático. En mis obras, el color que vemos, no es el que ha sido pintado sobre el soporte, lo que provoca asombro y afecto”.
Estas experiencias vivenciales, como también denomina a sus obras, pueden disfrutarse en muy diversos lugares del mundo, como el edificio City Center de Washington diseñado por Norman Foster y en el que Cruz-Diez ha realizado una intervención en el hall con sus características láminas de color, que permite que el interior del edificio sea diferente de día y de noche. O como la intervención de color que ha realizado en los amplios ventanales del nuevo espacio de la galería Cayón, situada en el antiguo salón de actos y teatro de un convento de la madrileña calle Blanca de Navarra.
Cuando se le comenta que ese tipo de intervenciones recuerdan a las vidrieras de las catedrales medievales, el artista lo tiene claro: “Las catedrales góticas perforaron los muros y colocaron vitrales para iluminar de color el espacio místico. Durante décadas he predicado que el arte no es solamente algo que se cuelga en un muro, sino que puede tener muchos soportes, como llevarlo a la calle y a los sitios de trabajo para asistir espiritualmente al robotizado peatón y al rutinario trabajador”.
Las referencias artísticas de Cruz-Diez son muy amplias. “Desde muy joven me apasionó la historia y me di cuenta de que si no conocía profundamente el pasado del arte, no podría avanzar. En los pintores de las cuevas de Altamira hasta Picasso he encontrado la información básica para estructurarme. Si no fuera por Velázquez, los impresionistas, los constructivistas, Albers… yo no existiría. Tengo profunda admiración por los grandes inventores del arte”.
La relación del caraqueño con España ha sido muy estrecha y dilatada en el tiempo, pues desde su primera exposición en la Galería Buchholz de Madrid en 1956 hasta la actual en Cayón han pasado 60 años. En aquella época, conoció y entabló amistad con los principales artistas españoles como Canogar, Chirino, Millares o Tàpies, y recorrió el país para encontrar sus raíces y explicare “por qué los latinoamericanos son así”.
Cruz-Diez recuerda la España de la postguerra que conoció por primera vez con gran sorpresa. “Yo no entendía cómo España estaba en crisis, cuando los cafés, bares, teatros y estadios estaban repletos de gente. Por la Gran Vía madrileña a las tres de la mañana era difícil desplazarse por la cantidad de gente”. Un comentario que también podría aplicarse a la España actual que ha atravesado dificultades económicas.
Pero para crisis, la que vive actualmente su país de origen. “Lamentablemente, la riqueza nos empobreció moral y económicamente. Ni las dictaduras ni la democracia, que tanto ha hecho para construir la Venezuela moderna, lograron resolver algunos problemas básicos en la estructura social. Por lo tanto, llegó un militar golpista apoyado por el gran capital y encontró despejado el camino para instaurar el ineficaz populismo”.
El artista hace estas reflexiones sobre su país, donde se le ha dedicado el Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez, aunque hace ya más de 50 años que reside con su familia en París. Fue la capital gala donde se dio a conocer a nivel internacional y en la que ha recibido varios reconocimientos como la Orden de las Artes y las Letras o la Orden Nacional de la Legión de Honor.
Estando ante un artista que ha hecho del color el objeto principal de su obra, la última pregunta es obligada. ¿Qué es para Cruz-Díez el color? “Es del dominio de lo afectivo, es como el amor. ¿Por qué te embarcaste con esa mujer si hay otras más bellas? Porque esa es la que me gusta”.