La captura de carbono ha emergido como una herramienta contra el cambio climático. Sin embargo, su aplicación no está exenta de controversias, trampas, aguda picaresca, pero sobre todo de dificultades. La eliminación del CO₂ se centra en retirarlo del aire o en evitar que se libere a la atmósfera.
La captura y almacenamiento permanente lo almacena en el subsuelo o en formaciones geológicas. La captura y uso, lo reutiliza en la producción de combustibles sintéticos o materiales de diverso tipo. Los partidarios de esta tecnología argumentan que la reducción de CO₂ es significativa y que su almacenamiento seguro es sostenible. Además, permite su reutilización al ofrecer la posibilidad de usar el CO₂ en otros procesos, como fabricar productos químicos, combustible y cemento, entre otros. Su impacto positivo dependerá del tiempo que permanezca atrapado el carbono.
Sin embargo, la tecnología se viene utilizando de manera descarada en la extracción de petróleo. El CO₂ se inyecta en yacimientos de petróleo para aumentar la producción de un elemento que se utilizará como combustible altamente emisor de gases de efecto invernadero.
Artimaña o solución
La técnica de inyección de dióxido de carbono en pozos de petróleo o de recuperación mejorada de petróleo permite extraer los remanentes de los pozos maduros o agotados. El CO₂ se inyecta a alta presión y al disolverse en el petróleo reduce su viscosidad y facilita su flujo. Actúa como un “amortiguador de movilidad” y mejorar la producción de petróleo.
La inyección de CO₂ tiene implicaciones tanto ambientales como económicas, pues libera CO₂ adicional a la atmósfera. Un círculo vicioso. Encontrar un equilibrio entre estos factores es esencial para prácticas energéticas sostenibles. Implementar estas tecnologías a gran escala es costoso y requiere inversiones significativas. Además, el almacenamiento subterráneo puede tener consecuencias desconocidas para el medio ambiente.
La captura de carbono no es una solución a largo plazo, sino una medida complementaria. Muchos temen que sea apuesta imprudente por una tecnología costosa, no probada a escala y demasiado lejos del desarrollo completo para brindar una verdadera respuesta a la crisis climática. También la consideran una distracción peligrosa en el objetivo de reducir los combustibles fósiles.
Mucho dióxido de carbono
Aproximadamente 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono se eliminan cada año en el mundo y solo 0,1%, proviene de tecnologías como la captura directa de aire. Hay 18 plantas de captura directa de aire operando que eliminan cerca de 10.000 toneladas de carbono al año. Eliminar el carbono directamente del aire requiere mucha más energía y es más costoso que hacerlo en las chimeneas.
Las técnicas de eliminación de carbono tratan de emular los sumideros naturales de carbono, los océanos y los boques, que eliminan más carbono de del que emiten. Emplean algunas técnicas de baja tecnología, como la plantación masiva de árboles, incorporar nutrientes a los océanos para aumentar el crecimiento de la vida marina que almacena carbono o esparcir roca triturada en la tierra para provocar reacciones químicas que capturen el carbono del aire.
No obstante, estas tecnologías no tienen el impacto necesario a corto plazo. Por ello más allá de la captura de carbono lo que se hace imprescindible es que se reduzca la utilización de combustibles fósiles. Es crucial acelerar la transición hacia fuentes de energía renovable y reducir la huella de carbono desde la raíz.