Las nuevas variantes de plantas que se cultivan con propósito medicinal o recreativo tienen concentraciones más fuertes de alucinógenos
El creciente acceso y la legalización del cannabis en muchos lugares no lo hace más seguro. La nuevas variantes del alucinógeno devenido en producto medicinal y recreativo son mucho más potentes. Su mayor concentración puede conlleva un alto riesgo de dependencia y problemas de salud mental, como ansiedad y psicosis. Los consumidores pueden estar expuestos sin saberlo a niveles más altos de THC, el componente psicoactivo de la planta.
El cannabis ilegal, aunque también tiene sus riesgos, a menudo se considera menos potente que sus contrapartes con licencia. Los productores ilegales no buscan aumentar la potencia a los niveles extremos que se ven en el mercado legal. Esto puede significar que los consumidores al margen de la ley están expuestos a menos THC. Gran cantidad de estos productos no pasan por pruebas de seguridad rigurosas por falta de regulaciones adecuadas. Lo que puede resultar en el consumo de niveles inesperadamente altos de THC o de contaminantes peligrosos.
En la actualidad su presentación no se limita a flores secas en bolsas de plástico o a brownies. Ahora se vende como caramelos, gomitas, supositorios y concentrados vaporizables, con niveles de THC que pueden alcanzar hasta el 90%, comparado con el 2% o 4% de las plantas anteriores. Además, es de fácil adquisición en tiendas de barrio, dependiendo de la ubicación.
Con piel de cordero
Tratarlo como un alimento, cosmético o medicamento de venta libre es engañoso y peligroso. La presión para que sea legal el cannabis en Estados Unidos ha creado una situación sin precedentes. Votantes y leyes estadales han decidido que es un «medicamento» seguro. Una forma de eludir la regulación federal que exige pruebas exhaustivas de seguridad y eficacia.
La disponibilidad del cannabis crea la falsa impresión de que es tan inofensivo como una copa de vino o una cerveza. Sin embargo, ni los científicos o los responsables políticos, o el público han seguido el ritmo de la rápida expansión de este mercado.
No se sabe a ciencia cierta si los productos en los dispensarios son seguros o efectivos para los síntomas que afirman tratar.
Leyes estadales fragmentadas dejan a muchos usuarios en un limbo, y el conocimiento sobre los efectos del cannabis más potente todavía no es del dominio público. El vacío legislativo ha permitido que nuevos productos entren en el mercado con mínima supervisión.
Aunque pueden indicar el contenido de THC, se desconoce si son seguros o efectivos, o si la dosis indicada es correcta. Esto también incluye los derivados del cáñamo, que se venden como «bajos en THC» pero siguen teniendo un componente de toxicidad. Hasta que se realice una investigación rigurosa, clasificar el cannabis como una droga segura es un error.
En general, el gobierno federal no ha intervenido. Sigue prohibiendo la marihuana como una droga sin uso médico aceptado y con un alto riesgo de abuso. Sin embargo, en cuanto a la venta, legalizada en muchos estados, no regula características como pureza o potencia.
Efectos no medidos
El Instituto de Adicciones de la Escuela de Medicina Icahn, en Mount Sinai, explica que aún no se comprenden completamente los efectos de las formas modernas y potentes de cannabis en la salud. Estos productos están asociados con la posibilidad de sufrir esquizofrenia o psicosis, síntomas respiratorios y menor peso al nacer debido a la exposición prenatal. Los riesgos no están adecuadamente reflejados en la legislación ni en la comprensión pública.
Los estados que legalizan su venta no siempre consideran los peligros del THC de alta potencia. Los productos semisintéticos derivados del cáñamo, como el delta-8-THC, pueden contener sustancias químicas nocivas y no deben ser comercializados como seguros sin respaldo de datos. Para asegurar un uso seguro y efectivo del cannabis, las leyes deben estandarizarse a nivel nacional sobre la base de datos científicos.
Actualmente, en muchos estados, el uso de productos de cannabis conlleva cargos penales de manera arbitraria, mientras que los de cáñamo se venden legalmente, lo que crea una situación inconsistente.
El gobierno federal debe utilizar políticas establecidas, como las del alcohol y el tabaco, para sentar las bases del uso seguro del cannabis. Algo positivo de la legalización es que ha facilitado la investigación científica. La preocupación por su uso es creciente, en especial por la disponibilidad de productos potentes y su consumo diario.
La FDA supervisa a medias
La FDA es la encargada en Estados Unidos de supervisar alimentos, medicamentos recetados, de venta libre y dispositivos médicos. También de regular el tabaco, la nicotina y los vapes de nicotina, entre otros productos que pueden resultar dañinos a la salud. Sin embargo, cuando se trata de la marihuana para fumar, los concentrados de THC derivados del cannabis que se vapean o dabean y los comestibles infundidos con THC, se mantiene muy al margen.
La marihuana que se vende de forma legal en los dispensarios no está aprobada por la FDA. Tampoco ha avalado su seguridad o eficacia ni ha determinado la dosis adecuada. No inspecciona las instalaciones donde se producen los productos ni evalúa el control de calidad. La agencia se limita a invitar a los fabricantes a someter los productos del cannabis a ensayos clínicos y a su proceso de aprobación de medicamentos.
El sitio web de la FDA señala que el THC es el ingrediente activo de dos medicamentos aprobados para el tratamiento del cáncer. Aparentemente, solo por eso la sustancia está bajo su jurisdicción.
Al menos públicamente, no le ha prestado atención a los concentrados de THC derivados del cannabis o la hierba fumada en porros, sino más bien en otras sustancias: una variante del THC derivada del cáñamo, que el gobierno federal ha legalizado, y un derivado diferente del cannabis llamado cannabidiol o CBD, que se ha comercializado como terapéutico.
Hay que educar
Aunque las campañas basadas en el miedo causaron daño en el pasado, la promoción del cannabis legal como inofensivo es igualmente perjudicial. Emprender iniciativas de educación pública basadas en evidencia, dirigida a grupos de alto riesgo como niños, adolescentes, personas embarazadas y mayores de 65 años, mejoraría el conocimiento y alentaría opciones de salud más seguras.
Proporcionar información precisa sobre la reducción de los riesgos asociados con el cannabis permitiría a las personas tomar decisiones más acertadas sobre su salud. También se debe considerar el impacto de la alta densidad de minoristas de cannabis en comunidades de bajos ingresos y comunidades de color, que ya han sufrido por las estrictas leyes sobre su control en el pasado.
Es fundamental estandarizar las políticas de legalización a nivel nacional y eliminar las barreras a la investigación sobre su impacto en la salud es esencial. Las versiones modernas son más variadas y menos comprendidas.
La brecha de conocimiento es preocupante. Un histórico 42% de los adultos de entre 19 y 30 años de edad y el 29% de los de entre 35 y 50 años consumieron cannabis en 2023. Sin datos actualizados y matizados, las políticas seguirán siendo impulsadas por la percepción de las personas y no por la salud pública.
Falsa sensación
Como se quiere hacer con el cannabis, a nivel social las drogas legales dan una falsa sensación de causar menos daños, no solo porque están permitidas, sino también porque se asocian a momentos de celebración o de malestar. Esto permite que su uso sea aceptado en múltiples entornos, lo que facilita el abuso y sus respectivas consecuencias. Actualmente, el abuso de sustancias constituye uno de los principales problemas de salud pública.
Entre las drogas cuya comercialización es permitida están benzodiacepinas y otros sedantes-hipnóticos, alcohol y tabaco. Los primeros pueden causar sequedad de boca, apatía, disminución de tono muscular, descoordinación, afectación de conciencia en forma de obnubilación y somnolencia. Si el consumo progresa, los signos se hacen más intensos y pueden llegar al coma y a la depresión respiratoria.
A nivel conductual s asocia con la desinhibición, que en algunas personas puede llegar a comportamiento hostil o agresivo. El efecto es quizás más frecuente cuando se ingieren mezcladas con alcohol. Su abuso genera problemas de memoria, disminución de la capacidad de juicio, problemas en la coordinación y el habla entre otros síntomas cognitivos y motores.
Viejos conocidos
El consumo continuado de alcohol, aunque sea de poca cantidad, puede ser considerado de riesgo. Según la Organización Mundial de la Salud, causa daños si se consumen más de 20 g diarios. Esta cantidad supone aproximadamente tres copas de vino diario.
El riesgo no está solo relacionado con una cantidad elevada, sino también con la forma en que se lleva a cabo. El consumo moderado y continuo o el consumo excesivo puntual son peligrosos tanto por el riesgo de desarrollo de alcoholismo como por las consecuencias de las intoxicaciones agudas que desembocan en coma etílico, actos violentos, accidentes con lesiones físicas y problemas en las relaciones interpersonales.
Por su parte, el tabaco puede aumentar diez veces la probabilidad de sufrir un cáncer de pulmón. En fumadores crónicos (dos paquetes o más) es de 15 a 25 veces mayor. Sin embargo, durante los últimos años la desaprobación social y las sanciones legales han favorecido la reducción de su uso.
Los fumadores tienen riesgo de desarrollar bronquitis crónica y enfisema o de morir por enfermedad coronaria. El hábito de fumar influye negativamente en la fertilidad. Los niños de madres fumadoras pesan menos al nacer, aumenta el riesgo de parto de feto muerto y de muerte neonatal, debido a la absorción de plomo, cadmio y cianuro del humo.