Una Afganistán empobrecida sufre como ningún otro el cambio climático y sus consecuencias. La temperatura ha ascendido desde mediados del siglo XX en un promedio de 1,8 grados celsius. En el resto del mundo durante el mismo periodo el ascenso fue de 0,82 grados celsius. Las sequías prolongadas están dificultando que los afganos siembren otros cultivos distintos al de amapolas, prohibido desde 2022 por el gobierno talibán que dirige de facto los destinos de ese país.
Para una nación donde más del 80% de la población depende de alguna manera de la agricultura, los pequeños agricultores, los pastores nómadas y los comerciantes necesitan buenas temporadas de cultivo y pasto para obtener ingresos y alimentar a sus familias. El más lucrativo y resistente a las inclementes condiciones climáticas es la amapola. Su cultivo le permitía vivir un poco más holgados que ahora. Afganistán fue hasta hace poco tiempo uno de los principales productores del opio que se obtiene de esta planta, con el que se hace no solo la morfina, sino la heroína.
Cuando fueron obligados a dejar de cultivar amapola los ingresos de los agricultores se redujeron en un año desde 1.360 millones de dólares hasta los 110 millones, un 92% menos, según la ONU. Y la situación podría empeorar. Expertos asumen que, en el futuro, habrá periodos de sequía extrema cada año.
Opio rentable
Con el decreto de prohibición de siembra se advirtió que cualquier persona que la violara sería sancionada según la ley sharia y su cosecha sería destruida. Un portavoz talibán dijo que impusieron la prohibición debido a los efectos nocivos del opio -que se extrae de las cápsulas de semillas de amapola- y también porque va en contra de sus creencias religiosas.
La imagen de Afganistán empobrecida existía desde cuando solía producir más del 80% del opio del mundo. Fueron más de 40 años de guerra que destruyeron el país. Sin embargo, la heroína hecha con opio afgano representaba el 95% del mercado en Europa. En aquella época el dinero se destinaba a financiar a los grupos armados que combatían. Tras la regulación talibán, los agricultores tuvieron que reemplazar sus campos de opio por cereales, sobre todo trigo, que ofrece unos ingresos muy inferiores. Mientras que por cada hectárea de trigo se obtienen 770 dólares anuales, con el opio se logran unos 10.000. Hasta 2020 el cultivo de la adormidera suponía aproximadamente un tercio de todo el sector agrícola del país.
Ahora reclaman que no pueden ganarse la vida con alternativas típicas como el trigo y el algodón, que han caído en el precio a medida que han inundado el mercado desde que entró en vigor la prohibición del opio. Algunos otros cultivos que una vez crecieron en estas tierras, como berenjenas, granadas y albaricoques, se han vuelto difíciles o imposibles de cultivar debido a las duras condiciones que los investigadores afganos atribuyen al cambio climático. Durante décadas, los agricultores del sur de Afganistán confiaron en las amapolas de opio para ganarse la vida en medio de un desierto seco.
Afganistán empobrecida y con futuro incierto
La caída de los ingresos de los agricultores afganos se produce en un contexto ya muy difícil, con una aguda crisis económica, una persistente sequía y la destrucción causada por terremotos. Desde la llegada al poder de los talibanes, la pobreza en Afganistán se disparó. La Organización de Naciones Unidas calcula que afecta a 34 millones de personas. Aunque no existe un censo actualizado, en el país viven cerca de 40 millones de personas; es decir, que el 85% de la población vive en la pobreza.
Shams-u-Rahman Musa, un alto funcionario agrícola en Kandahar para el gobierno dirigido por los talibanes, acepta que “si no pueden cubrir sus gastos, volverán a cultivar amapolas”. Asegura que las autoridades son conscientes de la frustración de los agricultores: “Estamos haciendo todo lo posible para encontrar soluciones».
Dijo que están tratando de identificar los cultivos que pueden crecer en condiciones secas y saladas. Si bien el azafrán y el pistacho se encuentran entre las alternativas más prometedoras, la elección de la variedad será crucial para el éxito. Afganistán está apelando a otros países para que suministren semillas modificadas que sean lo suficientemente resistentes como para crecer aquí.
EL DATO
Afganistán está gobernado por el Emirato Islámico de Afganistán, un movimiento político-religioso y organización militar islamista deobandi. El 15 de agosto de 2021, los talibanes tomaron el control del país y el 8 de septiembre de 2021 declararon el Emirato Islámico y formaron un nuevo gobierno. El líder del Emirato Islámico es el emir Habaitullah Akhundzada, que vive en Kandahar y evita todo contacto con gobiernos extranjeros u organizaciones internacionales
Poca agua potable
El acceso al agua potable es muy limitado, es considerado uno de los más bajos del mundo. 73% de la población rural no tiene acceso al líquido y solo el 27% tiene acceso a instalaciones de saneamiento y servicios de higiene. Según la Agencia Nacional de Protección Ambiental (NEPA), casi 21 millones de personas en Afganistán carecen de acceso al agua potable debido al cambio climático. En Kandahar, algunos habitantes tienen que recorrer largas distancias y hacer cola durante horas en los depósitos de agua de beneficencia comunitarios.
Solo 43% de la población dispone de lavabos con las mínimas garantías sanitarias. En algunos pueblos, la gente cava un hoyo en la tierra para hacer sus necesidades, ya que construir letrinas en el interior de las casas es considerado una desgracia. El panorama en esta Afganistán empobrecida es desolador. Aproximadamente 85.000 niños mueren anualmente año, según USAID. La falta de agua potable o enfermedades causadas por la mala calidad del agua serían las responsables. Estas muertes se pueden prevenir si las personas tienen acceso a servicios esenciales e infraestructura adecuada.
Además de la actual crisis de inseguridad alimentaria, la exposición de la nación a los desastres naturales es la más alta del mundo. La degradación ambiental puede causar daños económicos considerables, lo que afecta la agricultura. Como resultado, está en peligro la seguridad alimentaria de comunidades enteras. La falta de nieve en el invierno hace temer que la sequía continúe y se agrave aún más la crisis humanitaria y de desarrollo del país.
Población adicta
Funcionarios afganos calculan que más del 10% de la población usaba drogas cuando los talibanes tomaron el poder hace tres años. Si bien las cifras más recientes no están disponibles, parece que quedan pocos adictos en las calles de Kabul, Herat y otras ciudades. Miles fueron forzados a ingresar a centros de rehabilitación.
Hayatullah Rohani, jefe del departamento de narcóticos en la segunda ciudad más grande de Afganistán, Herat, dijo que espera que se concrete la industrialización y que se pueda obtener ingresos que hagan olvidar el cultivo de opio. Herat es un centro industrial, y Rohani quiere que se construyan cientos de fábricas más. Afirma que cada uno de ellos podría emplear a 500 personas, no solo agricultores sino también ex adictos.
Un ex adicto de nombre Mohammad Arif, ahora es un instructor que enseña a los adictos a convertirse en guardias. Dirige a hombres jóvenes en un centro de rehabilitación de drogas talibán en Herat. Los ex adictos aprenden habilidades laborales, como hornear pan. En un centro en Herat, los adictos son conducidos por guardias que empuñan palos. Viven en edificios estrechos que se asemejan a un campo de prisioneros.
Allí se enseña también a reparar equipos de fábrica y teléfonos celulares, en preparación para la industrialización del país que deje atrás la imagen de una Afganistán empobrecida. Pero al igual que en cualquier lugar de Afganistán, el dinero es escaso para administrar una instalación, se quejó Rohani, incluso para la piscina que esperaba construir con el fin de ayudar a la recuperación de adictos.
Clima político tampoco es el mejor
Desde la llegada de los talibanes al poder, se han observado una serie de restricciones y abusos contra los derechos humanos. Principalmente las autoridades han endurecido las restricciones sobre los derechos de las mujeres y las niñas. Les impiden salir de casa sin un hombre, trabajar, asistir a la escuela secundaria y acceder a parques, gimnasios y salones de belleza. Quienes critican pacíficamente a los talibanes pueden enfrentar desaparición forzada, detención ilegal, arresto arbitrario, tortura y otros malos tratos.
Numerosos organismos de la ONU informaron de un aumento de los matrimonios precoces y forzados y de la violencia por motivos de género y los feminicidios, que quedaban impunes. Los talibanes desmantelaron progresivamente el marco institucional de ayuda a las sobrevivientes de violencia de género que había operado bajo el gobierno anterior.
El régimen talibán se ha vuelto cada vez más autoritario y dogmático, y el país enfrenta ataques terroristas y un estado general de inestabilidad. La libertad de expresión se ha visto reducida. 43% de los medios afganos han desaparecidos. Las críticas al régimen talibán están prohibidas y la autocensura es la norma. Los grupos étnicos, incluidas las minorías religiosas, sufren cada vez más marginación, prejuicios y desalojos forzosos. Los talibanes han llevado a cabo en público ejecuciones y castigos corporales, tales como lapidaciones y flagelaciones.