Entre el lujo natural y sereno de Sotogrande y la historia trimilenaria de Cádiz, fluyen los secretos de la cultura, el arte, la gastronomía y la tradición. Vinos de Jerez, atún de almadraba, caballos cartujanos y Baelo Claudia, que dejó sus restos en Bolonia, muy cerca de una playa, Los Caños de Meca, testigo de la gesta naval de Trafalgar. Aquí la belleza y el mito alcanzan la categoría de leyenda.
Nos acercamos a Cádiz, el sur más sur de la península ibérica, donde las olas de sus costas besan también las de Marruecos, en busca de playas, alegría y buen comer y vamos a intentar contártelo con la emoción que merece. Recalamos en Sotogrande, un emblema de lujo donde políticos, empresarios y aristócratas se disputan cada metro de terreno para construir casas de impresión que nos dejan pasmados.
Elegimos esta vez un resort joven pero ya emblemático SO/ Sotogrande, emplazado en la urbanización que le da nombre y que fue fundada en 1964 por un inglés que se enamoró de la zona y la convirtió en un faro desde el que la alta sociedad alumbra discretamente al albur de su campo de golf y de polo.
La entrada al complejo nos contagia con su verdor inmaculado dirigiéndonos inexorablemente, entre flores y árboles, a bordear el lago artificial para acabar aterrizando en este enjambre de casitas edulcoradas que nos dan la bienvenida entre murmullos de un viento que amortigua el sol vespertino. La recepción es eso: recibirte con apertura de miras puesto que se divisa buena parte del entorno desde allí y porque el aire, el sol y la luz son los pilares principales de su arquitectura etérea.
Las habitaciones son amplias, muy amplias. Y con la singularidad de estar abiertas a patios que alegran las estancias cada momento del día. La decisión de acercarnos al Cortijo Tapas y Bar no se nos olvidará. Los cocktails de Alex Cabrera no te dejarán indiferente y las tapas son una reinvención de clásicos que consiguen despertar el apetito de cualquier comensal.
El espectacular cielo estrellado sirve de protección sobre la inmensa cama para dormir en el absoluto silencio que reina en estos parajes. Y con fuerzas renovadas amanecemos frente a un desayuno andaluz que nos mantiene embelesados. Con manjares para empezar el día y una visión despejada de todo el verdor que se extiende hasta el mar sentimos que nos gustaría desayunar así siempre.
La sensación de paz se multiplica en cerebro, cuerpo y espíritu y nos prepara para afrontar un día que nos ilusiona. Empieza con una de las tres piscinas que en cascada forman bancada hacia el mar acercándonos su olor a salitre y su brisa fresca. Retozar en sus hamacas es el epítome del dolce far niente y nos mantiene extasiados en una especie de meditación trascendente.
Despertando de este estado nos acercamos al spa, donde la sauna y los chorros de hidromasaje continúan por el sendero de purificación absoluta. Y alcanzamos el culmen con uno de sus masajes estrella de donde salimos levitando para comer en el restaurante de la piscina. Lo hacen todo a la brasa y la delicia ahora se apodera de nuestros paladares con una carne como no habíamos comido ni siquiera en Argentina.
Una guitarra nos regala sonidos de vida que a través del aire se hacen uno con nosotros. Fin de la dualidad. Somos uno con el entorno. Después de semejante estado de éxtasis nos toca disfrutar de uno de los deportes que identifica este lugar, el polo. Y allí nos divierte y emociona por igual el esfuerzo de jinetes y caballos que se deslizan por el verde de la cancha como bailarinas coordinadas en pos de una pelota.
Cae la tarde y es hora de cenar en Cortijo Santa María 1962. Su atún de almadraba nos deja sin palabras. Está pescado con una técnica milenaria que consiste en crear un laberinto de donde los atunes no pueden escapar. La velada se hace interminable contemplando la huida de la luz del día y la llegada de la oscuridad con sus lucecitas como nueva referencia.
Hablando de atún y de referencia, un restaurante que no podéis perderos es El Campero, en Barbate, el mejor atún del mundo que se prepara en unas 30 formas diferentes. Hay que reservar con mucha antelación.
Siguiendo la ruta de los restaurantes que no te puedes perder, encontramos Sarmiento, en Casares, donde todo se hace a la brasa pero ni notas el sabor del carbón. Es un sabor puro, directo y de una autenticidad sin parangón. En Vejer, tienes La Carbonería, otro sitio imprescindible de carnes, tan imprescindible como reservar. Con meses de antelación.
Fundamentalmente este pequeño universo microclimático, gastronómico y social es inmejorable para venir a disfrutar de un descanso estival con elegancia e invita a quedarse en sus alrededores más cercanos. También merece la pena dar un salto para acercarse a conocer las ruinas romanas de Baelo Claudia, en Bolonia, con un paseo didáctico que “no se puede aguantar” como dicen por aquí para referirse muy positivamente a algo.
Sin duda, Cádiz, a 100 km, es otra de las visitas dilatadas que te permitirán una extensa vivencia, desde historia, arte, y gastronomía hasta su bien conocida night life.
Tampoco debes perderte Ronda, a 50 km más o menos. Con una historia a sus espaldas que se remonta como la anterior a época romana te mostrará unas panorámicas de postal por sus cuatro costados asomándote al tajo horadado por el agua que la ha elevado durante milenios hasta los cielos.
Jerez de la Frontera es otra de las ciudades que bien merecen una visita. Sus calles y sus bodegas se nos antojan con un encanto especial. Solo ver bailar los caballos cartujanos de raza en la Real Academia de Arte Ecuestre bien merece una visita.
Nos vamos de esta tierra de alegría y con duende viajando entre alcornoques, el árbol centenario que puebla sus tierras, pero dejamos un pedacito de nuestro corazón porque estamos seguros de que volveremos más pronto que tarde. Nos ha encantado. No dejes de vivirlo tú también.