Desde el pasado 16 de abril, día en que el TSJ emitió la sentencia que ordena a El Nacional pagar la cifra absurda y fuera de toda lógica legal y financiera, de más de 13 millones de dólares por un delito que no ha cometido, he recibido centenares de llamadas, correos electrónicos y mensajes por WhatsApp, portadores de preocupación y solidaridad. Diosdado Cabello, el hombre-terror, está a la caza de El Nacional y de Venezuela.
Presidentes y expresidentes, parlamentarios de varios países, altos directivos de organismos multilaterales y de entidades defensoras de los derechos humanos, dirigentes políticos de varios países de América Latina, periodistas y directivos de medios de comunicación, además de obsequiarnos estimulante expresiones de apoyo y reconocimiento a los trabajadores y periodistas de El Nacional, han sido insistentes en una misma pregunta de fondo: ¿qué ocurre con Diosdado Cabello? ¿Qué explica su inquina, su aversión constante y sin disimulos?
Todo poder de vocación totalitaria tiene fundamento en la práctica y en la proyección del terror. Para mantenerse, la dictadura desarrolla prácticas cuyo objetivo es generar, entre los ciudadanos, un estado permanente e intenso de miedo. Se crean organismos o se pervierte los existentes, para que persigan, detengan, torturen y asesinen a quienes se le oponen. El terror, históricamente, ha hecho uso alternativo y combinado de la violencia verbal y física, los tribunales y la propaganda. Pero no basta con que existan estructuras policiales o paramilitares que actúan fuera de la ley: hace falta el hombre-terror, el que imparte las órdenes, el que amenaza, el responsable de que nadie olvide que el poder lo puede todo, si así lo desea.
Salvando las distancias históricas y las características propias de cada proceso, Diosdado Cabello es la versión actual y chavista del Lavrenti Beria del estalinismo, del Arturo Boccheti del régimen de Mussolini, del Gheorghe Pintilie de la Securitate de Ceaucescu: el hombre encargado de impartir, de irradiar el terror. Semejante a Heinrich Himmler, que divulgaba fotografías en las que aparecía con su esposa y su hija en el patio de su casa, Cabello hace circular por las redes sociales retratos de carácter familiar, en los que aparece como un hombre plácido e inofensivo.
No creo prudente especular por las razones sicológicas, biográficas y políticas, que han conducido a Cabello a ocupar ese específico rol, ese perverso papel en el espacio público venezolano, que consiste en rumiar odios; emitir una gama incalculable de falsedades, señalamientos y acusaciones; proferir insultos sin limitación alguna; amenazar a diestra y siniestra, desde su programa Con el mazo dando.
En los últimos meses, quizás desde finales del 2020, se repite un análisis, que sostiene que Diosdado Cabello ha perdido poder en los últimos tiempos, a manos de Jorge Rodríguez y de los susurrantes que lo rodean.
Esta afirmación me resulta dudosa: un hombre que tiene en su tablero fichas del TSJ, DGCIM, FAES, SEBIN, FANB, SENIAT, gobernaciones, alcaldías, empresas básicas y más, no es un hombre de poder debilitado, sino un factor poderosísimo, propietario, además, de un estatuto de impunidad, probablemente único en el marco del régimen madurista.
Hubo un corto tiempo, en el que personas bien informadas, empresarios y políticos, insistían en que Cabello era una persona razonable, que se oponía a los extremismos. Hablo del período en que ejerció como presidente de Conatel –1999 a 2001–. Si disimulaba o no, hoy carece de importancia: esa era la imagen que producía entre algunos de sus interlocutores.
La pregunta que cabe hacerse, ¿qué fue lo que pasó para que Cabello embruteciera, se asumiera como el rostro del rencoroso y feroz de ahora, se convirtiera en el hombre-odio, en el hombre-terror del régimen ahora encabezado por Maduro?
Con el mazo dando debe ser un caso único en el planeta: un programa fijo semanal, en la televisora del Estado, donde un hombre extremadamente poderoso exhibe su poder, escenifica su ‘hago y digo lo que quiera’, vilipendia sin control, acusa sin fundamento, trae a su escena a centenares de militares para que lo aplaudan y coreen, mientras, inseparable de sus obsesiones, con una lengua precaria y procaz, ataca, denigra y humilla.
A lo largo de los años, Chávez, Maduro, Cabello y otros voceros del régimen, una y otra vez, han proferido agravios, bizarras invenciones y disparates, en mi contra, contra nuestros profesionales y contra El Nacional. Han enviado todas las fiscalizaciones posibles y también hordas que han lanzado excrementos en contra de nuestra sede.
Nos han llevado a los tribunales. Han prohibido a nuestros periodistas el acceso a ruedas de prensa y eventos informativos. Nos han hackeado y bloqueado. Nos han empujado al exilio. Nos cerraron el acceso a la importación de bobinas de papel, para que no pudiésemos continuar imprimiendo nuestro diario. Nos han perseguido ferozmente, tal como han hecho con otros medios de comunicación, con partidos políticos y ONG, con empresas y con miles y miles de ciudadanos, especialmente los que han expresado su deseo de una vida digna y bajo un régimen de libertades.
El hombre-terror, el hombre-odio y su régimen, lo han intentado todo. Y ahora va por nuestra sede y por la rotativa. Pero algo he de anunciar: hagan lo que hagan, vamos a seguir. No será su odio el que ponga fin a nuestro recorrido.
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