«Así somos rumanos y venezolanos. Un chorro costumbrista de gentilicio preñado de poleas ciudadanas que beben un guarapo llamado dignidad»
En Bucarest me sentí en casa. Cada esquina es estar en La Florida, Bello Monte, de Peligro a Pele el Ojo… Es transitar por Candelaria, la Esquina de Ánimas [frente al El universal] o Miguelacho [defensor de los desamparados]. La París del telón de acero. Es romántica y vetusta.
Las cicatrices de totalitarismo aún se tasan por el bajo rendimiento de algunos edificios. Estructuras planificadas para el Estado, no para la gente. Rumania es latina, festiva, vibrante, emotiva. Un pueblo que calla y de pronto, revienta. La revolución de 1989 no fue casual. Los pueblos sacuden…
Bucarest es carácter. Son pilares, portones y domos que hacen historia. Cómo la Esquina de Sociedad –sede de la Sociedad Patriótica en 1811– una casona de puertas de madera oscura claveteada, zaguán de huesitos, corredor de ladrillos y un gran jardín rodeado de elegantes pilares. Exhibe Bucarest su sinagoga, su templo coral, su gigantesco Parlamento o su avenida Victoria, similar a la nuestra, cerca de la Plaza de la Revolución.
Vivir Bucarest es volver a nacer. Es recordar el futuro desde un pasado irreverente, que volverá.
El vigor de Matías Corvino
Parte de la provincia de Transilvania fue del imperio Austrohúngaro… El rey Matías fue uno de los guerreros más temidos. Conquistó tierras indómitas, ocupadas por otomanos, húngaros, austríacos y romanos. Espíritu que se respira en la ciudad de Cluj, Napoka, al noroeste de Rumanía. Gente trabajadora, rápida de andar y responder; voluntariosa y educada.
El rumano no es contestatario, pero sí directo. Pareciera tener una calculadora en la cabeza. Si dos y dos no son cuatro, baten. No existe decir “déjalo así, déjalo pasar”. Como Matías Corvino, lo suyo es suyo. Y lo defienden con vigor y señorío, pero entonando humildad.
Reunidos con el presidente de la Comunidad Judía Europea, Aurel Vainer –leyenda viva de 88 años– nos cuenta cómo sobrevivió la guerra y la persecución. Su resiliencia está en cada palabra, cada experiencia. Exparlamentario rumano, líder liberal, doctor en economía y profesor de la Universidad de Bucarest, nos dice que el final de cada guerra quien capitula es el tirano, no el pueblo. “El elevado costo de la represión es inversamente proporcional al de la sumisión”, sentencia.
Hablando de Venezuela –con voz suave, añeja, pero desbordada de sabiduría–compara nuestro pueblo al rumano. Nos confirma lo que intuía. Rumanía es una sociedad noble y fiera a la vez. Pacífica, pero indómita. De la defensiva a la ofensiva en un abrir y cerrar de ojos. Sangre de Matías Corvino, de su ejército negro. Incontenible al desafío. Como la Venezuela heroica…
Las nuevas alianzas Rumanía y Venezuela
Nos comenta nuestro embajador en Rumanía, Mario Massone, la importancia de un programa migratorio programado, que forme al migrante. En Rumania existe una pequeña migración venezolana que bien adaptada y muy querida por los lugareños. La amabilidad, talento y fraternidad del venezolano es un valor que celebran los rumanos.
Vale destacar la inmensidad del edificio del Parlamento antes bautizado la Casa del Pueblo. Fue construido por Nicolae Ceaușescu. Es la sede parlamentaria más grande del mundo y el segundo edificio de mayor extensión (344.000 m2) después del Pentágono. Otros despachos oficiales –Extranjería, la Policía Nacional o el Servicio de Estadística– colindan [en herradura] en armonía con el Estado centralizado y contralor del comunismo.
De aquella Rumania socialista quedan cicatrices que contrastan con la modernidad. Calefactores externos que profanan fachadas de palacetes oficiales, vestíbulos gigantescos y muros de una espesura inusual, en línea con la generosidad del pueblo rumano. Hoy convertido en un país laborioso, petrolero y agricultor a la vez, en donde podemos visualizar nuevas alianzas. Sembrar el petróleo, reintegrarnos y vivir en paz, prosperidad y armonía.
Un chorro de independencia
Cada esquina de Bucarest tiene su historia, mitos y personajes. Recordé mi primera visita al centro de Caracas. Era un niño y mi padre quería mostrarme la Plaza El Venezolano y la Casa Natal del Libertador. Papá decía que ahí confluyen las cuatro esquinas más típicas de la ciudad: San Jacinto, Traposos, Doctor Paúl y El Chorro. Le gustaba la esquina del Chorro por su leyenda. Dos hermanos –Agustín y Juan Pérez– quienes en tiempos de la Independencia y originarios de las islas Canarias [de mis ancestros], que vivían en esa esquina donde preparaban un ‘guarapo’, con azúcar morena, papelón y limón, que dispensaban por poleas y “tazones” por un canal. Sana picardía y creatividad criolla.
Así somos rumanos y venezolanos. Un chorro costumbrista de gentilicio preñado de poleas ciudadanas que beben un guarapo llamado dignidad. Valor superior, libertario, sanamente salvaje por indomable, que grava capitulaciones.
Bucarest. Sus fachadas, calles, plazas y avenidas me trasladaron a casa y detonaron todas mis nostalgias… Contemplando al tope de su inmenso Parlamento –cielo azul de fondo– veo el serpenteo del amarillo, azul y rojo –vertical– de la bandera rumana. Súbitamente me viene la imagen de nuestro tricolor [horizontal] ondeando en la cúpula del Palacio Federal Legislativo, donde visualizo el alumbramiento de la nueva democracia y la Venezuela que viene… Así lo sentí en Bucarest. Porque los pueblos no capitulan…
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