Expertos, maestros y padres llevan tiempo cuestionando las ataduras que ejercen las redes sociales e internet en niños y jóvenes. Como factores de distracción y en casos severos, de trastornos disociativos. Un libro: “La civilización de la memoria de pez” (Editorial Grasset) abunda en detalles sobre la compleja relación entre esas tecnologías y el cerebro. Su autor, el francés Bruno Patino, asegura que a “nueve segundos, se ha reducido la capacidad de atención en el mundo contemporáneo. Somos una sociedad incapaz de mantener la concentración más allá de la excitación inmediata del último tweet”.
1-2-3-4-5-6-7-8-9 es tan fugaz. Lo que tarda en explotar un remolino de pompas de jabón.
Patino discurre un argumento, si se quiere filosófico sobre la vida en torno a un móvil celular. ¿Está nuestra civilización condenada a tener la misma capacidad de atención, la misma vida diaria y el mismo horizonte que un pez de colores en su pecera?. Esto es lo que el autor reflexiona en su texto.
Dice el articulista y licenciado en Ciencias Políticas que “nuestra distracción endémica, auténtica plaga de la sociedad moderna, es resultado de la imposición dirigida de un modelo de negocio. Un capitalismo digital que ha encontrado en la red la posibilidad de un mercado en permanente crecimiento. Una economía de la atención cimentada sobre la destrucción de nuestra concentración. Sobre el fomento de nuestra continua ansia de novedades, de imágenes, de estímulos, de ‘likes’”.
La buena noticia, sostiene, es que esto quiere decir que “no se trata de una nueva condición humana. No somos desatentos, nos han hecho así. Y por eso mismo podemos dejar de serlo”.
Bruno Patino y el bombardeo de las redes
En sus libros alerta de la dependencia hacia las pantallas. Pero como presidente de ARTE GEIE y ARTE France busca ganar público para esa cadena de televisión, también presente en internet y las redes sociales. “Hay un lado paradójico”, dijo entonces a ABC. “Pero no tan fuerte. En realidad, desde que trabajo en los medios, intento modestamente que todos tengamos una relación normal con las pantallas. Siempre desde medios que desarrollan ofertas de emancipación y no de adicción”.
«Nadie sabe lo que estamos haciendo con el cerebro de nuestros hijos». Esta cita de un ex ejecutivo de Facebook resume bastante bien de qué trata el libro. Porque si las cifras del tiempo pasado frente a las pantallas son alarmantes. En EE UU se dobló el tiempo pasado mirando smartphones en 2016 frente a una medición en 2021. Y son especialmente las consecuencias en los más jóvenes lo que más le preocupa a Bruno Patino.
Ya se conocen algunos de los efectos nocivos de una mayor exposición a las pantallas: «nomofobia» (miedo a ser separado de tu teléfono). Esquizofrenia de perfil (confusión entre perfiles de internet e identidad real), atazagorafobia (miedo a despertar indiferencia en las redes). Pero quizás los peores son los que no tienen un nombre específico. Como la incapacidad para concentrarse durante más de 9 segundos que se observa en los Millennials, alteraciones del sueño u oscurecimiento.
En sus páginas comenta que la prometida economía del conocimiento se ha convertido en la economía de la atención. Siendo infinito el espacio en Internet, “era necesario retroceder en el tiempo, hasta irrumpir en actividades fundamentales como el estudio, trabajo, vida personal y social, descanso”. Pero lejos de huir de esta esclavitud moderna, nos sumergimos en ella cada día un poco más con codicia.
El capitalismo digital
En «La civilización de la memoria de pez», Patino se adentra en el proceso por el que se pasó de una internet con aspiraciones de crear una inteligencia colectiva y una sociedad mejor informada al paisaje actual de polarización y desinformación, patente sobre todo en las redes sociales.
Considera que la adopción del modelo económico, es el momento en que se complica la cosa y en que el modelo cambia. Allí entra en escena la publicidad digital. “Cuanto más tiempo pasa en sus páginas, más tiempo está en contacto con la publicidad. Google, Facebook, YouTube tienen como objetivo que usted pase el mayor tiempo posible en sus servicios. Entonces la publicidad digital utiliza los datos personales para tener la máxima eficiencia posible”, dijo Bruno Patino en entrevista a la BBC.
Se desarrolla la famosa economía de la atención, que es un modelo que no es nuevo. Fue desarrollado en los años 60 por economistas en Estados Unidos, pero que cambia en ese momento por dos razones. Por un lado, con la invención del smartphone en 2006, usted puede estar conectado todo el día. La compañía puede intentar captar su atención 24 horas diarias, lo cual con una pantalla de computadora o de televisión o una radio no es posible, porque normalmente usted no vive con esa pantalla las 24 horas los 7 días.
A partir de ahí ya no hay límite en el número de horas que se puede intentar capturar a la gente. Y, segundo, con los datos personales de los usuarios, las empresas tienen los instrumentos para que el intento de captar la atención de las personas sea lo más preciso posible. Porque la máquina conoce muchas cosas de usted, cosas que provocan emoción y, poco a poco, adicción.
El día tiene 34 horas
Bruno Patino insiste en la influencia de la economía digital. Advierte que esa pantallita que usted tiene siempre en la mano, el smartphone, nos permite una conexión permanente. Y los modelos de economía de la atención nos empujan a estar en conexión con las redes sociales incluso si usted está haciendo otra cosa.
“Al principio”, agrega, “esos instrumentos buscaban el tiempo inútil que usted podía tener en el transporte o en las salas de espera. Pero poco a poco surgieron técnicas como el brain hacking o el dark side”.
Patino relata además, que “todos esos instrumentos que intento explicar en el libro y que, insisto, no son secretos. Y plantearlos no tiene nada de complot, que son totalmente públicos. Todos los conocemos y los vivimos, intentan capturar su atención con esas alertas, ganchos y notificaciones”.
Lo hacen cuando usted está cenando, almorzando o desayunando con su familia, asoma. Cando usted está trabajando por supuesto, cuando usted está haciendo otra cosa. “Poco a poco pasamos horas haciendo por lo menos dos cosas al mismo tiempo, mirando nuestra pantalla del teléfono inteligente y tratando de tener una vida normal”.
Cuando se hace la suma de todas las horas que pasamos en las pantallas, sostiene el autor, “estamos viendo que para mí el día tiene 34 horas, pero el promedio en 2019 eran 31 horas, es decir, que pasábamos 7 horas haciendo dos cosas al mismo tiempo”.
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