El filósofo Brian Treanor, de destacada trayectoria académica, es un amante de las actividades al aire libre que reflexiona sobre la complejidad de la noción de la naturaleza y lo salvaje
No es un filósofo cualquiera. Brian Treanor, además de una destacada trayectoria académica es un amante de las actividades al aire libre. Pero no en actitud contemplativa. Practica la escalada, el esquí, la carrera a distancia y la pesca con mosca. Es un apasionado de la naturaleza y el ambiente. En el ensayo “Preservar la idea de espacio natural”, Treanor reflexiona sobre la complejidad de la noción de la naturaleza y lo salvaje.
En un acto sin precedentes de filantropía ambiental, Kristine McDivitt-Tompkins, exdirectora ejecutiva de Patagonia, donó un millón de acres a Chile en 2018, facilitando la creación y expansión de parques nacionales.
Esta donación, combinada con áreas protegidas ya existentes, ha permitido la creación de cinco nuevos parques nacionales y la expansión de otros tres. Entre ellos se encuentra el Parque Pumalín Douglas Tompkins, bautizado en honor a su difunto esposo.
Doug Tompkins, fallecido en 2015, cofundador de The North Face y Esprit, dedicó gran parte de su vida a la conservación de la Patagonia. Tras amasar una fortuna como cofundador de The North Face y Esprit, se mudó a Chile y compró 40.000 acres de tierra. Motivado por su amor por la naturaleza y su filosofía ecologista inspirada en la Ecología Profunda, Tompkins se embarcó en una misión para proteger y preservar la Patagonia.
La visión de Tompkins no estuvo exenta de controversia y acusaciones de colonialismo. Algunos chilenos cuestionaron las intenciones de un extranjero adinerado que compraba vastas extensiones de tierra y las convertía en reservas naturales. Su pasión por la conservación y compromiso con la Patagonia eran innegables.
Relación compleja
El filósofo Brian Treanor parte de este hecho para reflexionar sobre la visión conservacionista de este estadounidense que buscaba proteger la naturaleza prístina de Chile. En el ensayo “Preservar la idea de espacio natural”, explora la compleja relación entre el ser humano y los espacios naturales, utilizando el legado de Kristine McDivitt-Tompkins y Doug Tompkins como un caso de estudio para ilustrar su argumento. Treanor nos invita a reflexionar sobre qué significa realmente la preservación de la naturaleza y cómo las acciones de individuos como los Tompkins pueden influir en la conservación a gran escala.
Treanor señala que la donación de tierras de McDivitt-Tompkins al gobierno chileno, que permitió la creación y expansión de parques nacionales, es un ejemplo de cómo el compromiso personal con la naturaleza puede traducirse en beneficios colectivos. La visión de Doug Tompkins, influenciada por la filosofía de la Ecología Profunda, buscaba no solo proteger, sino también ampliar la Patagonia salvaje.
«La visión de Tompkins estaba informada por sus lecturas en la filosofía de la Ecología Profunda, un movimiento filosófico y espiritual que reclama derechos morales y legales para el mundo natural, así como por la experiencia estadounidense de preservación de la naturaleza, incluida la creación del Sistema de Parques Nacionales», escribe.
Apariencia colonialista
El ensayo también aborda las críticas que enfrentaron los Tompkins, como las acusaciones de imponer un modelo de conservación extranjero que algunos consideraban una forma de colonialismo moderno. Treanor utiliza estas críticas para discutir la tensión entre la protección ambiental y la soberanía nacional, así como las percepciones de arrogancia asociadas a las grandes donaciones de tierras.
«Incluso los partidarios de Doug Tompkins reconocían que podía ser arrogante y brusco. Sus detractores decían que el uso que hacía del dinero y el poder para imponer la conservación al estilo estadounidense en una tierra extranjera apestaba a colonialismo».
Treanor argumenta que nuestra comprensión de los espacios naturales no es un hecho objetivo, sino una construcción cultural que ha evolucionado a lo largo del tiempo, influenciada por corrientes filosóficas y experiencias históricas. «La idea de lo salvaje está tan omnipresente, tan enredada en la historia y la mitología de la frontera, tan profundamente arraigada en la psique estadounidense, que para la mayoría de la gente cuestionarla tendría tanto sentido como preguntarse si Estados Unidos es una democracia».
Naturaleza salvaje
El autor destaca que la idea de lo salvaje, tal como la conocemos, está impregnada en la psique estadounidense, moldeada por figuras como Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, John Muir y David Brower. «La idea de tierra salvaje no es una forma platónica, una verdad universal, inmutable y eterna. Es, más bien, una idea que surgió en una época y un lugar concretos, y que evolucionó a lo largo de su historia», acota. Esta concepción se refleja en la retórica de organizaciones ecologistas y se utiliza incluso para comercializar productos que rara vez entran en contacto con la naturaleza.
Treanor nos invita a cuestionar esta visión romántica de la naturaleza como un espacio “no tocado” por el ser humano, ya sea como un recurso para explotar o como un santuario para la renovación espiritual. La naturaleza salvaje, según esta perspectiva, se asume como la antítesis de la cultura humana. Un lugar remoto y peligroso, pero también como la apoteosis de la naturaleza. «La visión euroamericana de los espacios naturales no es la misma, por ejemplo, que la de los agricultores de Tamil Nandu o la de los pastores nómadas de la estepa mongola».
Para Treanor la noción tradicional de lo salvaje es una construcción cultural que evolucionó significativamente a lo largo del tiempo. La idea de lo salvaje, lejos de ser una constante universal, es más bien una idea que surgió en una época y un lugar concretos. Que ha sufrido una metamorfosis a lo largo de su historia.
Cultura diversa
Los diferentes grupos dentro de la sociedad estadounidense, como los afroamericanos y los WASP (White Anglo-Saxon Protestants), experimentan la naturaleza de distintas maneras. La diversidad cultural influye en nuestra relación con el entorno natural y desafía la visión dominante de los espacios naturales. “La cultura ‘americana’ es diversa, y los individuos de diferentes grupos a menudo piensan y experimentan la naturaleza de maneras muy diferentes”.
Treanor nos recuerda que un segundo problema del concepto de naturaleza salvaje es que propaga una falsedad peligrosa.»Un dualismo naturaleza/cultura que sugiere que los humanos son, en esencia, antinaturales”. Una idea que se contradice con la realidad de que los humanos son parte integral de la naturaleza y han coevolucionado.
El filósofo nos lleva a reflexionar sobre cómo la idea de espacio natural se desarrolló en el contexto histórico de la colonización de Norteamérica. Lo que llevó a malentendidos y caracterizaciones erróneas de los pueblos indígenas. La experiencia colonial estuvo marcada por un importante malentendido y una monstruosa caracterización errónea del continente.
“Dado que la idea de espacio natural se desarrolló en el contexto histórico de la colonización de Norteamérica, se vio profundamente influida por la forma en que los europeos americanos vivieron esa historia”. Lo que reforzó la idea de que la naturaleza salvaje o primigenia era la naturaleza sin seres humanos.
Malentendido histórico
Treanor puntualiza que esta percepción estaba basada en un grave malentendido: enfermedades como la viruela y la gripe diezmaron a las poblaciones indígenas mucho antes de que los colonos se asentaran en el territorio. Dejando tras de sí tierras que parecían vacías y sin rastro humano.Estos paisajes aparentemente desolados reforzaron la noción de una naturaleza prístina y salvaje. Libre de la influencia humana.
Pero ignoraba la realidad de que las culturas indígenas prosperaron allí durante generaciones. Los colonos a menudo tergiversaban la imagen de los pueblos indígenas, describiéndolos como “salvajes” que no “mejoraron” la tierra. Por tanto, según ciertas teorías de propiedad, no tenían derecho a ella.
Esta distorsión racista de la realidad justificó en sus mentes la confiscación y el desplazamiento de los nativos. Especialmente en áreas de valor económico o estético. Un ejemplo se vivió en Yosemite. “Los miwok locales fueron expulsados al mismo tiempo que se urbanizaba el valle para los turistas colonos que buscaban una experiencia «salvaje». Para crear esa experiencia para los colonos eliminaron la presencia humana encarnada por los indígenas”.
Polémica
Treanor destaca que, aunque la intención de proteger los espacios naturales es noble, no está exenta de controversia. Especialmente si se percibe como una imposición colonialista. La desconfianza y hostilidad que enfrentaron los Tompkins en la década de 1990 reflejan la complejidad de las relaciones sociales y políticas en la conservación. Doug Tompkins, a pesar de su idealismo, fue criticado por su enfoque comercial y controlador, lo que generó tensiones con la comunidad local.
“Tal vez a los ecologistas estadounidenses les pareciera obvio que Doug Tompkins perseguía un objetivo admirable. Para muchos chilenos, sin embargo, había algo turbio en que un rico norteamericano comprara la tierra y les dijera qué hacer con ella”. La declaración de Antonio Horvath, miembro del Senado chileno al New York Times, fue un fiel reflejo de esa percepción. “Tompkins es parte de una ‘larga lista de aventureros extranjeros con planes extravagantes’ y sus planes plantean ‘cuestiones legítimas de soberanía y desarrollo’”.
Mas críticas
La Fundación para la Ecología Profunda, fundada por Tompkins, tampoco escapa a la crítica. Ha sido acusada de tener una “agenda francamente imperialista”. El historiador Ramachandra Guha argumenta que la ecología profunda y el ecologismo al estilo estadounidense pueden ser perjudiciales para el “Tercer Mundo”. Porque el modelo de preservación de espacios naturales “vírgenes” no es aplicable universalmente y puede conducir a la pobreza regiones densamente pobladas y con pocos recursos.
Treanor también reflexiona sobre la posición de Kristine Tompkins respecto al “crecimiento económico en estampida” y su impacto destructivo en el medio ambiente. Aunque reconoce que no le falta razón, «es difícil no sentir que las críticas agudas al sistema económico mundial se emiten desde una posición algo comprometida cuando se hacen después de haberse convertido en multimillonario gracias a la participación entusiasta en ese sistema”, apunta.
Validez de “lo salvaje”
En su ensayo, Treanor aborda las críticas de filósofos ambientales como J. Baird Callicott y Steven Vogel. Quienes cuestionan la noción tradicional de lo “salvaje” y la propia idea de “naturaleza”. Treanor defiende la importancia de estos conceptos. Argumenta que nos ayudan a distinguir y valorar ciertas partes del mundo. Sostiene que no debemos abandonar las palabras y conceptos de “naturaleza” y “espacios naturales”, porque nos permiten identificar y discutir áreas del mundo que deseamos preservar.
A pesar de no ser perfectos, estos términos ofrecen una claridad y facilidad que otros no poseen. “La naturaleza y los espacios naturales nos siguen ayudando a identificar y discutir partes del mundo que queremos distinguir de otras partes del mundo. Aunque estos términos no son perfectos, lo hacen con una precisión, claridad y facilidad que no poseen otros términos”.
También plantea que debemos reconsiderar nuestra relación con la naturaleza. Sugiere que todo es parte de ella. Desde la tecnología hasta los elementos más orgánicos. Propone una visión más inclusiva y animista, similar a la de culturas indígenas y filósofos antiguos. En las cuales la naturaleza se ve como un conjunto de seres animados y conectados.
“Cuando tomamos entidades que son en gran medida libres o independientes, seres que expresan espontáneamente su propio paisaje, y hacemos que se comporten o funcionen según nuestros deseos o preferencias, hemos distorsionado su ser natural. Esto no nos devuelve a un dualismo naturaleza/cultura ni sugiere que los seres humanos sean antinaturales. Cuando algo no es selvático de esta manera, la cuestión no es que los humanos lo hayan hecho, sino que los humanos lo han convertido en otra cosa”.
Humanidad y naturaleza
Al reflexionar sobre la relación entre humanidad y naturaleza, y cómo nuestras acciones pueden alterar el estado natural de las cosas. Treanor argumenta que cierto grado de antinaturalidad es inherente a la vida. Como cuando un león caza a un antílope, transformándolo de un ser vivo a un recurso para otro ser. Idea que se extiende a las acciones humanas. «No hay nada antinatural en que un león mate a un antílope. Aunque el antílope haya sido desnaturalizado al ser transformado de un ser vivo con sus propios bienes y fines en un cadáver que sólo sirve a los fines del león”.
También aborda la confusión común entre los términos “naturaleza” y “espacio natural”, enfatizando que la presencia humana no desnaturaliza automáticamente un lugar, pero sí puede hacerlo menos salvaje. «Empecemos por reafirmar que la presencia humana no hace que algo sea antinatural, aunque los humanos pueden hacer o hacer cosas que son antinaturales”.
En su ensayo cita el experimento de Thoreau con el cultivo judías, como ejemplo de domesticación del paisaje y de como con las prácticas agrícolas más benignas pueden reducir la “condición silvestre” de un lugar. La preocupación de Thoreau dice, es haber hecho el bosque Walden menos salvaje. “Haber coartado su libertad, haberlo dominado, haberlo doblegado a sus propios fines, haberlo domesticado”.
Treanor, concuerda con el filósofo Michel Serres, quien observa que incluso los animales marcan su territorio como una forma de apropiación. “Estos depósitos corporales no son meras notificaciones, que declaran ‘estuve aquí’; son apropiaciones, que afirman ‘esto es mío’”.
Marca territorial humana
Nos recuerda que, aunque la apropiación por contaminación es un rasgo común en el reino animal, los humanos hemos elevado esta práctica a un nivel sin precedentes. Al afectar la composición química de la atmósfera y el pH de los océanos, y dispersar microplásticos por todo el planeta. “Caen del cielo en forma de gotas de lluvia. Circulan en nuestra sangre, en las placentas y en la leche materna”.
Treanor expresa su preocupación con claridad. «Los humanos, en mayor o menor medida, han extendido su contaminación por toda la Tierra, con el resultado de que no hay lugar que no esté bajo la amenaza de una apropiación humana explícita o implícita». Precisamente, el concepto de espacio natural es esencial para Treanor. Son lugares que no han sido domesticados (es decir, apropiados y convertidos en domus). Estos espacios son vitales para la preservación de la biodiversidad y la autonomía de los seres no humanos. «Son zonas en las que otros seres siguen actuando en su mayor parte al servicio de sus propios fines, en lugar de ser doblegados para servir a fines humanos”.
“La naturaleza y lo salvaje pertenecen a esa clase de palabras que son importantes pero difíciles. Belleza, amor, justicia, perdón y términos similares forman parte de este grupo. ¿Debemos desechar también esas palabras simplemente porque son equívocas, porque no alcanzan la precisión matemática? Parece absurdo e improbable. ¿Por qué iba a ser diferente la naturaleza? Si valoramos el ser y la independencia de la naturaleza no humana, necesitamos conceptos que apunten a ella y que nos ayuden a articular cómo y por qué es valiosa, tanto en sí misma como para nosotros”.
Brian Treanor
Cultura humana
Para Treanor las culturas humanas no son inherentemente malas o antinaturales. Por el contrario, representan un bien distinto y valioso para el mundo. Como lo demuestran las riquezas culturales de ciudades como París y Roma. “Pero la domus no es salvaje. Y un mundo totalmente domesticado no sólo no es salvaje, sino que es antinatural”.
La idea de lo salvaje debe ser entendida como aquellos espacios naturales que no han sido excesivamente modificados por la humanidad. Lo que nos ayuda a evitar los errores del colonialismo y las injusticias que generó. Por lo que es totalmente coherente afirmar que diversas culturas humanas habitaban Norteamérica antes de la colonización europea y, al mismo tiempo, que había grandes extensiones de Norteamérica que eran espacios naturales.
El desafío surge al considerar la justicia reparadora para las comunidades indígenas y los esfuerzos de conservación como los de Doug y Kristine Tompkins en Chile. Aunque las culturas indígenas modificaron su entorno, no lo hicieron con la intensidad destructiva de la modernidad industrial. Pero, actualmente, la mayoría de las culturas indígenas de las Américas habitan el mundo de un modo completamente moderno e industrial.
“Cuando las comunidades indígenas adoptan el proyecto moderno y su tecnología industrial, la huella de su domesticación también se vuelve moderna, y su hábitat también degrada los entornos salvajes”.
La justicia reparadora y la conservación de la naturaleza a menudo presentan exigencias éticas complejas que deben ser equilibradas cuidadosamente. La preservación de entornos no modificados es esencial y, paraTreanor, debe ser considerada en cualquier esfuerzo de justicia reparadora.
Sin definiciones absolutas
Aunque Treanor apoya los logros de Tompkins Conservation en colaboración con el gobierno de Chile, reconoce que el proceso no estuvo exento de reproches. Pocas cosas en el mundo lo están. Durante los años en que el proyecto recibió las críticas más duras, los partidarios de Doug Tompkins afirmaron que incluso sus detractores acabarían apoyando el fruto de su trabajo. “En gran medida, así ha sido. Muchos chilenos están orgullosos de haber salvado estos ecosistemas y a sus habitantes no humanos”.
En su análisis, Treanor sugiere que la ética y la filosofía ambiental requieren un enfoque más matizado que el que permiten las definiciones absolutas. Sostiene que la naturaleza y lo salvaje no son términos claros y unívocos, admiten grados. En muchos casos- afirma- sería mejor hablar en términos de cosas más o menos naturales, más o menos salvajes. En lugar de hablar como si la naturaleza o lo salvaje fuera un asunto de todo o nada.