La naturaleza es feroz cuando se desata su furia y el cambio climático la está mostrando en su faceta más cruel. Brasil, tierra bendita con riquezas sin igual, hasta hace poco estaba al margen de las catástrofes naturales. Las recientes inundaciones dejaron claro que no es así. “El futuro de los fenómenos climáticos extremos ya está aquí”, advierten los expertos.
Brasil se jactaba de ser inmune a las catástrofes naturales. En el 2024 ha sido testigo de una realidad contraria. Las recientes inundaciones dejaron un saldo devastador: 175 vidas perdidas, 650.000 personas desplazadas y ciudades antes prósperas ahora inhabitables.
En Rio Grande do Sul, Brasil fue golpeado por cinco meses de lluvia en tan solo 15 días. Cientos de ciudades y partes vitales como Porto Alegre y su aeropuerto internacional quedaron bajo las aguas. El evento marca el peor desplazamiento masivo registrado en Brasil y el mayor en América debido a inundaciones en más de una década.
Ambientalistas alertan que es solo un presagio de lo que está por venir con el cambio climático, que amenaza con desplazar a más familias globalmente. El Banco Mundial proyecta que para 2050 unos 216 millones de personas podrían verse forzadas a migrar dentro de sus propios países debido al cambio climático.
Bajo las aguas
El estado de Río Grande do Sul, en el sur de Brasil, se enfrenta a una catástrofe sin precedentes: las peores inundaciones registradas desde 1941. Las lluvias extraordinarias de abril y mayo dejaron casi todo el estado bajo agua. El lago Guaíba alcanzó niveles récord y los 68 km de diques y muros de contención de de Porto Alegre se vieron desbordados.
Con más de 2 millones de personas afectadas y 450 de los 500 municipios inundados, la tragedia puso en evidencia la vulnerabilidad del estado ante eventos climáticos extremos. Además, las fuertes lluvias incrementaron el caudal del río Uruguay, causando inundaciones en 9 departamentos del país vecino y 3.300 desplazados.
País bendito
La creencia brasileña de ser un “país bendito” se tambalea ante la nueva realidad climática. Tras sufrir la peor sequía en un siglo que azotó la Amazonía, Brasil se enfrentó a la furia del agua. Rio Grande do Sul, comparado en tamaño con el estado de Nevada y conocido por su riqueza agrícola, nunca imaginó tal calamidad.
Las primeras víctimas sucumbieron electrocutadas o ante deslizamientos de tierra. Pero conforme los ríos crecían, la gente comenzó a ahogarse. El río Taquari, una arteria fluvial clave del estado, aumentó hasta un metro por hora al final de abril. Convergía con otros ríos desbordados que canalizaron las masivas precipitaciones hacia Porto Alegre. Los residentes buscaron refugio en pisos superiores y techos. Otros se negaron a evacuar por temor a los saqueadores.
Casas fluviales y embarcaciones fueron arrastradas tierra adentro junto con restos de ganado muerto. Una pequeña muestra de la magnitud del desastre. A medida que las aguas retroceden en Mariante y otras ciudades afectadas, emergía un paisaje desolador: vehículos destrozados y maquinaria agrícola dañada entre los escombros de lo que alguna vez fueron hogares. Los estragos obligaron al presidente Luiz Inácio Lula da Silva a desplegar las fuerzas armadas y declarar el estado de calamidad en 336 municipios afectados.
Porto Alegre enfrenta una recuperación ardua tras la crecida del río Guaíba. Pondrá a prueba la resiliencia y el espíritu comunitario de Brasil. El costo de la tragedia es astronómico. La ONU estima que las inundaciones han generado 47 millones de toneladas de escombros en todo el estado. Eduardo Leite, gobernador de Rio Grande do Sul, estimó inicialmente que la limpieza y reconstrucción costarían al menos 3.600 millones de dólares. Los economistas ahora predicen que la reconstrucción de la infraestructura del vasto estado, junto con la reubicación de hogares y escuelas a terrenos más seguros, podría ascender a unos 20 mil millones de dólares.
Evacuación masiva
Por siglos, las fértiles orillas del río Taquari en el sur de Brasil albergaron una comunidad laboriosa que prosperó gracias al maíz y al tabaco. Entre abril y mayo, la localidad de Mariante y sus 600 hogares fueron arrasados por las aguas. Como otros centenares de pueblos y caseríos. Dejando una estela de escombros y desolación.
La crisis ambiental en Brasil se profundiza a medida que las secuelas de las inundaciones recientes revelan un panorama sombrío. Las tuberías de alcantarillado dañadas han exacerbado la situación. Transformaron los verdes campos en focos de infección. Como el brote de leptospirosis que ya han cobrado 17 vidas.
El dilema más apremiante para las autoridades es proporcionar vivienda a los miles de desplazados. Se ha emprendido una tarea colosal: trasladar comunidades enteras a terrenos más elevados para evitar futuras catástrofes. El evento ha generado a la mayor evacuación en América desde las inundaciones en Colombia en 2010. En aquella ocasión se produjo el desplazamiento de 1.5 millones de personas, según el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos.
Cuatro Claves de la tragedia en Brasil
La devastación climática que azotó el sur de Brasil, con su saldo de 175 fallecidos, 108 desaparecidos, 806 heridos, 650.000 desplazados y 2.1 millones de damnificados, puede explicarse por cuatro factores críticos:
- Bloqueo atmosférico: Según Carlos Nobre, destacado científico ambiental brasileño, un frente frío antártico y una ola de calor en el centro del país convergieron sobre Rio Grande do Sul, creando un bloqueo que detuvo el frente frío en la región.
- ‘Ríos voladores’ de la Amazonía: Las corrientes de aire húmedo son esenciales para la irrigación del Cono Sur. Sin embargo, el anticiclón central provocó que las masas de aire descargaran una cantidad histórica de lluvia solo en Rio Grande do Sul.
- Océanos más calientes, lluvias más extremas: El cambio climático ha incrementado la humedad atmosférica debido al calentamiento global y la evaporación oceánica. Intensifican las precipitaciones y favorecen los fenómenos extremos.
- Falta de prevención: La ausencia de educación para enfrentar desastres, carencia de rutas de evacuación y sistemas de alerta adecuados, así como el mantenimiento deficiente del sistema de diques en Porto Alegre, crearon las condiciones para el desastre.
¿Era evitable?
En menos de un año, Río Grande do Sul ha sufrido cuatro desastres climáticos significativos. Los temporales solo en 2023 dejaron 80 muertos, y ahora la población enfrenta las consecuencias de la mala gestión. La pregunta que resuena es si esta catástrofe era evitable. El diputado local Adão Pretto Filho opina que las severas inundaciones que afectan a Río Grande do Sul podrían haberse evitado o haber tenido un impacto menor. Si el Gobierno local hubiese acatado el informe elaborado por la Comisión de Representación Externa de la Asamblea Legislativa de Rio Grande do Sul. El informe, presentado en agosto de 2023, recomendaba aumentar la inversión en prevención y protección civil, así como endurecer la legislación ambiental.
Falta de inversión y mantenimiento
Una investigación realizada por periodista locales reveló la falta de inversión en medidas preventivas contra inundaciones por parte del Ayuntamiento de Porto Alegre durante el año 2023. Según el Portal de Transparencia no se registraron acciones concretas en este ámbito pese a contar con un presupuesto asignado de 84.5 millones de dólares. La situación se agrava ante la reducción de personal en el Departamento Municipal de Aguas y Alcantarillado. Su plantilla se redujo a la mitad, pasó de 2.049 empleados en 2023 a solo 1.072 . Reducción de personal no fue compensada con nuevas contrataciones. El alcalde Sebastião Melo rechazó la incorporación de 443 trabajadores adicionales.
Según el secretario de Comunicaciones, Luiz Otávio Prates, los fondos se destinaron a otras áreas relevantes para la prevención de inundaciones. Como el inventario de gases de efecto invernadero y el mapeo de áreas de riesgo. Además de una inversión de 39,4 millones de dólares en drenajes y adquisición de embarcaciones y personal para la Protección Civil. No obstante, los hechos muestran que el sistema de contención de agua fue insuficiente ante el aumento del nivel del río Guaíba, que superó los cinco metros. El profesor del Instituto de Investigaciones Hidráulicas (IPH) de la UFRGS, Gean Paulo Michel, explicó al diario O Globo que la infraestructura existente (desde 1960), compuesta por diques y sistemas de bombeo, sucumbió ante las inundaciones tras décadas falta del adecuado mantenimiento.
Desregulación
La devastadora situación en Río Grande do Sul, exacerbada por el cambio climático y una coyuntura meteorológica excepcional, podría tener sus raíces en la flexibilización de las leyes ambientales que regulan las obras públicas y el medio ambiente. En todo Brasil, y particularmente en Río Grande do Sul, se ha observado la tendencia a la relajación de la legislación ambiental. El año pasado, el Congreso de los Diputados, con una mayoría conservadora, modificó el Código Forestal. Facilitó la deforestación de áreas protegidas.
El gobernador Eduardo Leite ha sido acusado por la oposición de debilitar el Código Ambiental estatal mediante 480 enmiendas que favorecen los intereses empresariales sobre la protección del medio ambiente. Los cambios incluyen la simplificación de los requisitos para licencias ambientales y la introducción de la autocertificación. Al nuevo Código Ambiental se le critica por desmantelar avances significativos en la protección del medio ambiente. Los expertos señalan retrocesos en medidas protectoras y una liberalización preocupante en la explotación de recursos naturales.
El gobierno regional defendió estas reformas como una “modernización necesaria” para equilibrar desarrollo económico y protección ambiental. La situación podría empeorar con la posibilidad de nuevas medidas que relajarían aún más las regulaciones ambientales. Como la construcción de represas en áreas protegidas. Las inundaciones reavivaron el debate sobre las consecuencias de tales políticas. Organizaciones como Agapan están exigiendo acciones inmediatas para abordar la crisis climática. Incluyen la restauración de áreas de conservación y recuperación del entorno natural.
No solo Brasil
Las recientes lluvias torrenciales e inundaciones no solo golpeaton Brasil, también a Kenia, Afganistán e Indonesia. El mundo está siendo testigo de lluvias torrenciales e inundaciones devastadoras.
- En Kenia, las inundaciones recientes produjeron 300 muertes y 285.000 damnificados. La temporada de lluvias intensificó por El Niño. Hay advertencias de posibles nuevas inundaciones debido a los altos niveles de humedad.
- Afganistán registró 350 muertes debido a inundaciones. El régimen talibán trabajó en operaciones de búsqueda y asistencia a los afectados. El país enfrenta una vulnerabilidad particular a los fenómenos climáticos extremos tras décadas de conflicto armado.
- En Indonesia, las riadas recientes causaron más de 50 muertes y dejaron una veintena de desaparecidos en Sumatra occidental. Las inundaciones se agravaron por el desprendimiento de lava fría del volcán Marapi, que entró en erupción en diciembre pasado.
Peor en el trópico
Mar Asunción de WWF España señala que, aunque no se puede atribuir cada episodio directamente a la crisis climática (también hay factores locales como la deforestación), lo cierto es que el cambio climático está aumentando la frecuencia e intensidad de los eventos extremos. Convirtiéndolos en una tendencia preocupante.
Fernando Valladares, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, explica que los océanos ya no pueden almacenar el calor excesivo. Lo que desencadena fenómenos meteorológicos inusuales y más intensos que superan los modelos y predicciones científicas habituales. Estas “bombas de calor” afectan especialmente a las regiones ecuatoriales y tropicales y se intensifican ante circunstancias adicionales como las erupciones volcánicas.
Para los científicos brasileños “el futuro de los fenómenos climáticos extremos ha llegado” a su país. Carlos Nobre advierte que el cambio climático está agravando los fenómenos extremos. “El aire más caliente retiene más agua, aproximadamente un 7% más por cada grado Celsius adicional. Significa que hay mucha más humedad en la atmósfera. El resultado: lluvias mucho más intensas”.