La conferencia climática COP30 realizará en Belem y el presidente Lula se propone convertir los ecosistemas y las comunidades de la selva amazónica en modelo para el mundo
El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ha pretendido, desde estos casi dos años de vuelta al poder, desmarcarse de su antecesor Jair Bolsonaro. Muchas son las decisiones y políticas dirigidas a revertir las adoptadas por el líder conservador, entre ellas, respetar la selva tropical más grande del mundo que posee Brasil y comparte con otros países suramericanos. Lula está promoviendo una “bioeconomía” en el Amazonas que proteja la biodiversidad y a la vez ayude a los residentes indígenas.
La estrategia lleva tiempo en elaboración. Pero fue en junio que el gobierno aprobó el decreto que establece la Estrategia Nacional de Bioeconomía. El texto establece la cooperación entre estados, municipios, sociedad civil y entidades privadas para incentivar empresas que promuevan el uso sustentable, la conservación y valorización de la biodiversidad. Así como la descarbonización de los procesos productivos.
“El hecho ambiental ya no es un tema activista, ya no es un tema universitario, ya no es un tema como solíamos decir de los ‘animales grillo. Es un llamado a la responsabilidad por nuestros seres humanos para que no se pierda esta oportunidad de salvar el planeta”, dijo Lula.
Esta propuesta y otras vinculadas a potenciar la defensa del medio ambiente y el combate al cambio climático, las ofrece Brasil –en calidad de anfitrión- en la cumbre del G20 que inició este lunes en Río de Janeiro. En este evento también se abordará la lucha contra el hambre, la crisis climática y las tensiones comerciales entre bloques.
Una bioeconomía verde para el Amazonas
Lula busca posicionar a Brasil como mediador y defensor de los intereses del Sur Global y promover una agenda centrada en la urgencia climática y los desafíos económicos. En la cumbre planteará a los asistentes la iniciativa de “bioeconomía” en el Amazonas. Una economía ecológicamente intacta, rentable, neutral en carbono y respetuosa con sus numerosos habitantes.
Algunas organizaciones afirman que durante la gestión de Lula se ha reducido la deforestación de la Amazonia en más de un tercio. Soportado en esos informes, aprovechará la cita con las mayores economías del mundo, para comprometer a esos gobiernos con su visión de una bioeconomía verde. Aunque existen denuncias de que los ganaderos están incorporando la deforestación química con Agente Naranja en Brasil.
La bioeconomía suena a verde y es un acierto asociarlo con la frondosidad y magnificencia del Amazonas. Pero los críticos, según Yale Environment 360, advierten que es un camaleón semántico, sin una definición consensuada. La esperanza consiste en controlar la destrucción ambiental y apoyar a las comunidades rurales arraigando las economías en el uso sostenible de los recursos biológicos de la naturaleza.
En las manos equivocadas, un crecimiento de las bioeconomías podría acelerar esa destrucción al proporcionar una cobertura para el lavado de imagen ecológico de las empresas tradicionales.
En su nombre, señala la publicación de la Universidad de Yale, las compañías farmacéuticas ya saquean los bosques tropicales en busca de genes para fabricar nuevos medicamentos. Mientras los productores de energía están dejando de quemar carbón para cosechar árboles para obtener “biomasa”. Y los forestales reemplazan los bosques naturales biodiversos con plantaciones de especies únicas de árboles.
Disparidad de términos y políticas
El presidente de Brasil ha manifestado que quiere cambiar la ambigüedad del término y crear una versión de bioeconomía más verde, menos extractiva y más responsable socialmente para el Amazonas y el mundo. Espera que, a partir de entonces, los países miembros del G20 y las instituciones internacionales lo adopten en sus estrategias bioeconómicas.
Desde que el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen acuñó por primera vez el término en la década de 1970, la bioeconomía ha tenido distintos significados. Los académicos han identificado cuatro significados distintos y a menudo contradictorios.
Dos de las definiciones son en gran medida extractivas. Se centran en la biotecnología, que utiliza genes extraídos de la naturaleza para sintetizar nuevos productos. O en la búsqueda de beneficios derivados de la cosecha de grandes volúmenes de madera y otros productos forestales para sustituir todo tipo de productos. Entretanto, las otras dos definiciones son más conscientes desde el punto de vista ecológico y social.
La “bioecología” considera el comercio de los diversos productos de los ecosistemas (frutas, plantas medicinales, pescado, aceites vegetales) como un medio para dar valor a la conservación de la biodiversidad. Otro enfoque “biocultural” promueve el conocimiento tradicional y la cultura con la naturaleza como la mejor vía para la protección ecológica y la justicia ambiental para los habitantes de los bosques. Estas definiciones pueden conducir a resultados de políticas muy diferentes.
Thomas Fatheuer, un científico social de la Fundación Heinrich Boll, en Berlín, sostiene que para la mayoría de los gobiernos “el discurso bioeconómico reduce toda la naturaleza a un recurso llamado ‘biomasa’”. Y “concibe la naturaleza en términos de capital natural”. Ese enfoque, afirma, daña los ecosistemas y no tiene en cuenta los intereses de sus habitantes y custodios tradicionales.
¿Qué debería ser la bioeconomía?
El término, una vez aclarado, podría convertirse en una vía para reordenar las prioridades económicas en lugar de reducirlas no solo en Amazonas sino en el mundo. Hannah Mowat, coordinadora de campañas de Fern, una organización con sede en Bruselas que defiende los bosques y sus habitantes, tiene otra lectura. “Podría ser algo muy bueno: promover la producción local y aumentar el flujo de ingresos para las comunidades”, ayudándolas a vender en los mercados internacionales, por ejemplo..
Lula, en su calidad de presidente del G20, se anticipó a los acontecimientos. Pedirá a sus colegas líderes que respalden 10 “principios de alto nivel en bioeconomía” elaborados por un panel de expertos internacionales de los países del G20 que él convocó.
Tal respaldo, dice su gobierno, sería “la primera vez que la bioeconomía ha sido objeto de un documento acordado multilateralmente dedicado a este tema”. Aunque los principios “no son vinculantes”, el equipo de Lula “espera que sirvan como base para futuras discusiones sobre bioeconomía en el mundo”, y se debatan en la reunión del G20, en Sudáfrica 2025.
Estos principios incluyen la promoción de la economía, parámetros ecológicos como la conservación de la biodiversidad, el consumo sostenible, la reutilización generalizada de los recursos biológicos. Así como la restauración de los ecosistemas degradados y la adaptación al cambio climático. Estos principios también abarcan parámetros sociales como la erradicación del hambre, la protección de los derechos indígenas y la distribución equitativa de los beneficios del uso de los recursos genéticos.
Regiones producen bajo esquemas de neutralidad
“Hay mucho en juego”, dice Joana Chiavari, abogada ambientalista de Climate Policy Initiative y la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. “El Amazonas tiene el mayor potencial y los mayores riesgos asociados (con) la promoción de la bioeconomía”. Pero las semillas para una bioeconomía verde están ahí. Con un puñado de cultivos forestales locales de origen sostenible que están a la venta a nivel internacional.
Una de las primeras pioneras fue la Reserva Extractiva Chico Mendes. Creada por decreto gubernamental en 1990 y bautizada en honor al activista ambiental y recolector de caucho asesinado. Sus millones de hectáreas de bosque en el estado de Acre están reservados para la cosecha de látex de caucho silvestre y nueces de Brasil. La reserva sufre cierta deforestación, porque la cría de ganado es más lucrativa. Pero sus bosques permanecen prácticamente intactos. Se ha convertido en un modelo para otras iniciativas de cosecha forestal.
Otro caso de éxito indígena es la comercialización de numerosas especies de pimientos en el Territorio Indígena Alto Río Negro. Los pimientos han sido fundamentales para las tradiciones espirituales y las ceremonias de mayoría de edad de la tribu. Ahora las mujeres venden su mezcla única de jiquitaia de 78 pimientos a los mejores restaurantes y chefs famosos de todo el país. Así como a tiendas especializadas en EE UU y en otros lugares
Lula quiere convertir los ecosistemas y las comunidades de la selva amazónica de su país en un modelo para el mundo. El próximo año también será anfitrión de una conferencia climática de la ONU (COP30) en Belem, la capital del estado amazónico de Pará. Región que ha establecido sus propios objetivos de bioeconomía para lograr la neutralidad de carbono.
Amazonas sostenible y rentable
La importancia de frutos del bosque, como cocos de palma, para la economía brasileña suele subestimarse. Según una medición oficial, los productos naturales de la Amazonia representan menos del 0,01% de la economía del país. Pero Carlos Nobre, del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia, concluyó que esos datos subestiman seriamente su importancia.
La bioeconomía “es parcialmente invisible en las cuentas nacionales”, dijo, porque muchas transacciones locales tienen lugar fuera de la economía formal.
Nobre cree que su contribución económica es más de diez veces superior a las estimaciones anteriores. Afirma que una bioeconomía en la amplitud del Amazonas y plenamente desarrollada basada en los frutos del bosque podría alcanzar los 6.750 millones de dólares en 2050. Y emplear a casi un millón de personas. Pero ¿será esto posible?