Texto: Valeria Saccone Ilustración: Manuel Sombi Guevara
05/08/2016
El país acoge los primeros Juegos Olímpicos de América Latina, pero atraviesa la peor recesión económica en 25 años y una crisis política originada por la creciente corrupción.
«Creo que Brasil ha tirado a la basura su futuro para los próximos 10 o 20 años. Los problemas sistémicos del país nunca fueron resueltos y no subimos la cuesta del desarrollo tecnológico como China o Corea del Sur. Perdimos de nuevo el tren de la historia”. Es el amargo resumen que traza Reinaldo Normand, empresario brasileño afincado en Silicon Valley y apasionado por la tecnología.
El país que celebra los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica no tiene mucho que ver con aquel Brasil en plena expansión que en octubre de 2009 ganó la pugna a España en Copenhague. El COI confió la organización del evento deportivo más importante del mundo a un Gobierno encabezado por el carismático presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que en 2010 batió un récord histórico alcanzando una popularidad del 87%.
La economía florecía gracias al ciclo en alza de los precios de las materias primas, que sustentaban un gigante capaz de crecer a un ritmo del 7,5% anual. Eran los años dorados en los que se hablaba del “milagro económico brasileño” en los que el país anunciaba el hallazgo del presal en las costas de Río de Janeiro, uno de los mayores yacimientos de petróleo del planeta, con entre 270.000 y 300.000 millones de barriles. The Economist publicó una portada histórica con un cristo redentor a punto de despegar como un cohete, mientras que la revista Time designó a Lula “la persona más influyente del mundo”.
Siete años después, el panorama es mucho más sombrío. El país tropical atraviesa la peor recesión en 25 años con 11 millones de parados, una contracción del PIB del 3,8% en 2015, una inflación media del 10,67% en el mismo año y el escándalo de Petrobrás, un esquema de desvío de dinero público para pagar comisiones a políticos y constructoras. De hecho, es considerado el mayor caso de corrupción de Brasil y el segundo mayor del mundo, según la ONG Transparencia Internacional.
En el ámbito político, el reciente impeachment –proceso de destitución impulsado en el Parlamento brasileño– contra la presidenta Dilma Rousseff, reelegida en 2014 con 54 millones de votos, ha abierto el paso al Gobierno interino del que fuera su número dos, Michel Temer, también acusado de corrupción.
En poco menos de dos meses, tres ministros tuvieron que dimitir por su probada vinculación con el caso Petrobrás. Además, la Fiscalía General del Estado ha emitido un mandato de prisión contra el presidente del Senado, Renan Calheiros, y el expresidente de Brasil José Sarney. Sin olvidar que el líder de la Cámara, Eduardo Cunha, para muchos el verdadero Deus ex machina del impeachment, ha sido alejado de su cargo por múltiples acusaciones de corrupción y podría ser apartado forzosamente de la política por un periodo de diez años.
Como colofón está el riesgo del virus del zika, que llevó a Pau Gasol a plantearse públicamente la posibilidad de no acudir a los JJOO y el aumento de la inseguridad ciudadana. Recientemente, el equipo español de vela y una atleta paralímpica australiana han sido atracados a punta de pistola.
Por su parte, los policías se manifestaron en el aeropuerto internacional de Río de Janeiro hace unas semanas porque su salario está atrasado, mientras el gobernador en funciones de la ciudad declaraba el estado de calamidad pública para conseguir fondos de emergencia y poder hacer frente a la terrible crisis financiera que impide desde hace meses pagar los sueldos de los funcionarios.
“Cuando volví de España a finales de 2011 dejaba atrás la crisis económica española para aterrizar en un país en pleno auge económico. Río de Janeiro era la ciudad del futuro. Vimos al Cristo Redentor despegando en la portada de una prestigiosa revista y había dos eventos deportivos importantes por delante; los alquileres por las nubes; la promesa de la pacificación de las favelas y del fin de la violencia y el empresario Eike Batista anunciaba que limpiaría la bahía de Guanabara… Río era la ciudad donde todo el mundo quería vivir” analiza Bel Mercês, guionista de documentales que estudió cine en Madrid. “Sin embargo, era un maquillaje superficial. Suelo decir que viví la ascensión y la caída de la ciudad entre el Mundial de Fútbol de 2014 y los JJOO de 2016. Después del campeonato la realidad comenzó a aflorar. Y hoy Brasil pasa por una crisis brutal y el Estado de Río de Janeiro es quizás el lugar con las peores condiciones de vida”, agrega.
Un lustro después de regresar a Río, esta profesional del sector audiovisual está a punto de sumarse a los casi tres millones de brasileños que viven fuera de su país. Hace algunos meses que está tramitando su nacionalidad italiana, un lento proceso burocrático que va a costarle más de 5.000 euros. Su objetivo es regresar a Madrid, ciudad que adora. “Desde que nací, Brasil es el país del futuro. Esta muletilla se remonta a los tiempos del presidente [Getúlio] Vargas, a los años 40 del siglo pasado. Sin embargo, es un futuro que nunca vemos llegar”, señala Bel. “Hoy Brasil parece el país del pasado y esta situación, sin duda, influye en mi decisión de marcharme de nuevo a España. Uno se cansa de la eterna promesa de un futuro luminoso. Yo nací en 1983, cuando la dictadura acababa de caer. Lo que veo ahora es una democracia muy frágil y una economía maltrecha. Llega un momento en el que piensas: me piro”, añade Bel.
No es la única persona que se plantea rehacer su vida fuera de Brasil. En los últimos dos años ha aumentado un 40% el número de declaraciones de salida definitiva, que es el documento que presentan al fisco los que emigran. “Por cada uno que sale legalmente hay otro que no lo comunica a Hacienda”, matiza Gilberto Braga, profesor de Finanzas de la universidad Ibmec. En su mayoría son licenciados con experiencia profesional que se llevan a sus familias. Estados Unidos, Canadá y Australia son los destinos preferidos, aunque también optan por Europa. Como Bel, abandonan el país tropical porque se sienten decepcionados con la perspectiva irreal de una vida mejor.
La idea del país del futuro fue acuñada en 1941 por el escritor judío Stefan Zweig, que un año antes había encontrado cobijo en Brasil tras huir de la persecución nazi en su Austria natal. Desde el primer momento el Estado tropical ejerció una influencia muy fuerte sobre el literato que quedó patente en sus textos: “Si el paraíso existe en algún lado del planeta, ¡no podría estar muy lejos de aquí!”. Brasil, país del futuro es una de las últimas obras de Zweig, que paradójicamente se suicidó junto a su esposa pocos meses después de finalizar su ensayo. Al otro lado del Atlántico, Zweig encontró su segunda patria intelectual, ajena a los males que según él acechaban a Europa en aquel momento: el nacionalismo agresivo, el racismo y la lucha de clases. El escritor aprovechó sus vivencias personales para retratar un país inmenso, cautivador y muy fértil, dotado de recursos extraordinarios.
El judío, que conoció de cerca el horror nazi, valoraba por encima de todo que Brasil no hubiese tenido grandes guerras y que no experimentara el derrumbe de la civilización europea que le obligó a exiliarse en América Latina. En su ensayo retrata la belleza pura del interior de Brasil y el palpitante crecimiento de las ciudades, haciendo gala de una mirada utópica con la que dibuja un universo aparentemente a salvo de los males de la modernidad. Precisamente por eso Brasil le parecía un refugio reconfortante.
El país que Stefan Zweig conoció en 1941 era muy diferente del actual: tenía poco más de 40 millones de habitantes, de los que el 56% era analfabeto. Casi el 70% de la población vivía en áreas rurales y la mitad de las exportaciones estaba restringida a los productos agrícolas, siendo el café un tercio de las ventas en el exterior. La franja etaria entre cero y 14 años representaba el 43% de la población y un tercio de las personas entre 7 y 14 años no estaba escolarizado. Nada de eso minó el optimismo del escritor. Hace 75 años Zweig decidió que aquel país pobre, poco industrializado y semianalfabeto, que encima vivía en una dictadura, sería el Estado del futuro. Por esta razón fue acusado por sus críticos de simpatizar con la dictadura de Getúlio Vargas.
Sin embargo, la promesa de un futuro luminoso no nació en las páginas de Zweig. Toda la historia de este joven país se asemeja a una noria de esperanzas y decepciones. “La sensación que tengo es que estamos frente a un ciclo que se repite. Si miramos la historia de Brasil siempre hubo promesas de prosperidad, invariablemente seguidas de crisis. Hubo la de la caña de azúcar y la del café. La explotación del látex en Amazonia a principios del siglo pasado tampoco trajo el ansiado bienestar”, explica Vanessa
Telles, licenciada en Historia y Geografía y profesora de instituto en Río de Janeiro. Desde la época precolonial, Brasil ha pasado por varios ciclos económicos en los que bonanza y penuria se alternaban. El primero (1500-1530) estuvo ligado al cultivo del palo-brasil, una planta nativa de la Mata Atlántica que dio nombre al país. Era utilizada para teñir los tejidos, de ahí su enorme valor en el mercado europeo. Al principio los portugueses negociaron su explotación con los indios a través del trueque: a cambio de cortar y transportar esta madera, les ofrecían objetos desconocidos y armas. Posteriormente resolvieron esclavizar a los indios para amasar más riquezas.
Sin embargo, la explotación fue tan excesiva que el palo-brasil comenzó a escasear. En el mismo periodo, el comercio del azúcar empezó su auge mundial. Así arrancó el segundo ciclo, el de la caña, que ya era cultivada por los portugueses en otros países del mundo. Paralelamente fue introducida en Brasil la mano de obra esclava procedente de África. Y mientras el azúcar se convertía en el principal producto de exportación, la trata de negros y el transporte de esclavos africanos florecían. El ciclo de la caña de azúcar representó uno de los momentos de mayor desarrollo económico del Brasil colonial, que en los siglos XVI y XVII se posicionó como el mayor productor mundial de azúcar. Este producto fue la primera riqueza agrícola e industrial de la colonia y durante mucho tiempo constituyó la base de su economía. La competencia representada por el azúcar producido por los holandeses en las Antillas determinó el final del ciclo azucarero del país.
Pero otro empezaría al final del siglo XVII, el del oro, que fue encontrado por los portugueses en Minas Gerais, Goiás y Mato Grosso. Fue otro periodo resplandeciente de la economía colonial. Los portugueses decidieron hacer una gran apuesta en la extracción de este mineral, creyendo que les proporcionaría cierta estabilidad económica. El boom económico del oro, que era sistemáticamente enviado a Europa, conllevó un aumento considerable de la población de Brasil. Sin embargo, este ciclo terminó a finales del siglo XVIII debido al agotamiento de las minas. Ciudades como Paraty, que prosperaron durante esta etapa, atravesaron largas décadas de declive.
Con el agotamiento del oro, el algodón, también llamado ‘oro blanco’, pasó a ser uno de los principales productos de exportación a finales del siglo XVIII e inicio del XIX. La Revolución Industrial en Inglaterra hacía necesario el abastecimiento de materias primas para la industria textil. Por esta razón, el algodón adquirió un papel preponderante en la economía brasileña. Fue la época del llamado ‘Renacimiento agrícola’, cuando muchos productos tropicales comenzaron a ser cultivados simultáneamente en el país con el objetivo de suplir el mercado externo en Europa.
En el siguiente ciclo, el café u ‘oro negro’ emergió como uno de los principales productos de exportación, alcanzando su apogeo en el siglo XIX. Si bien el trabajo esclavo fue empleado en las plantaciones de café, la responsabilidad de este monocultivo quedó en manos de inmigrantes europeos, sobre todo italianos. A finales del siglo XIX, Brasil llegó a exportar más del 50% del producto consumido mundialmente. Una producción excesiva y la Gran Depresión de 1929 acabaron hundiendo este sector durante la era de Getúlio Vargas.
Sin embargo, una nueva promesa de futuro se perfilaba en el panorama económico de Brasil: la explotación del caucho en el norte del país, cuyo ciclo está dividido en dos fases: de 1879 a 1912 el primero y de 1942 a 1945 el segundo. Fue la época en la que el látex, utilizado para la fabricación de la goma, se convirtió en el principal producto de exportación de Brasil, que llegó a colocar en los mercados internacionales más de 30.000 toneladas en la primera fase.
En la primera, el principal impulso para la producción de este producto, extraído de un árbol autóctono de Amazonia, fue la Revolución Industrial de Inglaterra, que exigía más materia prima para la fabricación de productos. En este periodo, cerca del 40% de toda la exportación brasileña provenía de Amazonia. La riqueza producida por el caucho trajo muchos beneficios a las ciudades del norte de Brasil en las que fueron construidos puentes, casas y escuelas. En 1896, Manaos fue la segunda ciudad brasileña con una red pública de iluminación eléctrica. Su ostentoso Palacio de la Ópera es todo un símbolo de esta época de esplendor. El monopolio del caucho brasileño duró hasta 1910, cuando los holandeses y los ingleses empezaron a plantarlo en Sri Lanka, Malasia e Indonesia. El sector entró en crisis, con una breve remontada durante la II Guerra Mundial.
“Stefan Zweig no estaba tan errado, puesto que entre 1890 y 1980 Brasil fue el segundo país que más creció en el mundo. Sólo en las tres décadas después de la II Guerra Mundial, la economía brasileña registró un crecimiento comparable al de la China actual”, apunta Marcio Pochmann, profesor del Instituto de Economía de la Universidad de Campinas (Unicamp). “Con todo este desempeño, la apuesta de un futuro brillante para un país de dimensión continental, grandes riquezas naturales y con un pueblo dinámico y prometedor debería ser acertada. Todo eso no parece haber sido suficiente, especialmente para los neoliberales que siguen desacreditando a los brasileños”, añade.
“ALGO CULTURAL”
Después de décadas de pobreza y la tremenda inflación de la década de los 90, Brasil conoció otra época de bonanza que culminó en la era Lula, cuando los precios de materias primas como el petróleo, el acero y la soja subieron por las nubes. “Brasil nunca tuvo un periodo de crecimiento sustentado. Sólo conoció periodos de vuelos de gallina generalmente gracias al impulso en el escenario internacional de materias primeras, como en los años entre 2004 y 2010”, opina el empresario Reinaldo Normand, que en 2011 escribió un artículo para una revista brasileña titulado Brasil, o país do futuro?.
“Desde siempre, el país ha sido incapaz de planificar su desarrollo. Diría que es algo cultural”, señala Telles. “Brasil no avanza. Nunca supo aprovechar las oportunidades económicas que surgieron a lo largo de la historia. Los recursos nunca son utilizados de forma coherente porque hay muchos intereses en juego y muchos actores sociales envueltos. En Brasil los gobiernos son muy poco objetivos y la corrupción es tremenda”, añade esta profesora.
El desplome de los precios de las materias primas ha truncado el último gran sueño de Brasil, que se enfrenta hoy a una seria recesión. El precio del barril de petróleo, su gran activo, sigue por debajo de los 50 dólares, mientras que el nuevo Gobierno interino intenta abrir los inmensos yacimientos del presal a la inversión extranjera ante el colapso de Petrobrás por la malversación de fondos y la resistencia del Partido de Trabajadores a la perspectiva de una privatización de este recurso natural.
“Es impensable que un país con tantas riquezas naturales como Brasil se encuentre ahora en esta situación de parálisis”, señala Paulo Rabello de Castro, economista del Instituto Atlántico. “Nuestro país ha tenido en la última década un buen Gobierno surfista. Ha sabido surfear bien la ola, que de por sí venía buena. Solo que la ola ahora ha acabado y el mar ha cambiado. No podemos confiar en que el surfero siga dando un show”, agrega.
“Lo que vivimos hoy es otro ciclo. Estamos pasando actualmente por otra crisis. De aquí a un tiempo habrá un momento de calma, hasta que llegue la próxima crisis. Yo no veo este futuro próspero y luminoso. Incluso creo que estos ciclos no son una peculiaridad de Brasil y sí un reflejo de lo que acontece en el mundo. Pasa con la izquierda, que durante muchos años consiguió extenderse en muchos países, mientras hoy la derecha conservadora está volviendo al poder. Todo es parte de este ciclo”, afirma Telles.
Por lo pronto, en Brasil se está produciendo un éxodo masivo. Quien puede, se marcha del país tropical. Y el que no tiene esta oportunidad, sueña con irse. “Yo salí por tres razones: mentalidad atrasada, corrupción y violencia. En Brasil no me habría desarrollado tanto como profesional y persona, aunque tal vez mi vida hubiese sido más confortable. Aquí aprendes a dar valor a otras cosas y siempre hay el desafío de ser mejor. No es fácil, pero es gratificante mirar para atrás y ver cómo cambié para mejor”, señala Normand desde San Francisco.
Incluso un columnista de la revista brasileña Época incita a los jóvenes a marcharse. “¿Tienes entre 20 y 30 años? No desperdicies tu entrada en la vida adulta esperando una oportunidad para despegar. El país se va a quedar por los suelos durante varios años”, escribía en mayo Ricardo Neves. “Puedes estar seguro de que Brasil se estará arrastrando a lo largo de los próximos años. Hasta 2020 tendremos que resolver en primer lugar un amargo, profundo y complejo ajuste fiscal. Paralelamente, el país asistirá a un proceso político-jurídico similar al juicio de Nüremberg al final de la II Guerra Mundial, que culminará con la cárcel de al menos un expresidente, muy probablemente dos, y de muchos peces gordos”, continúa este periodista, para terminar con una exhortación que no deja ningún lugar a la esperanza.
“No pierdas el tiempo. Aprovecha que la tercera década es la mejor para que el ser humano desarrolle una cabeza global. (…) Los jóvenes con cabeza global constituyen uno de los principales activos para que un país se desarrolle y participe con protagonismo del ambiente global. Todos los países que se convirtieron en grandes actores deben superar aquella línea mágica de obtener la mitad de su PIB de las exportaciones. El camino no es exportar materias primas, como nos acostumbramos. Es más bien la exportación de productos y servicios de alto valor agregado”, finaliza Neves.
Bel Mercês está casi lista para su desembarco en Madrid. De momento, tiene un buen trabajo en una productora de televisión de Río de Janeiro que le permite incluso ahorrar un poco. “La ciudad es el retrato del Brasil profundo con la favela dentro de la ciudad y todos los estereotipos representados en un microcosmo. Y este Brasil profundo maltrata al ciudadano. Tenemos uno de los niveles de impuestos más altos del mundo y no hay servicios públicos mínimamente dignos. La sanidad y el transporte son terribles. El día a día te va cansando. La falta de seguridad en las calles pesa como una losa. Todos los días hay atracos y asesinatos, hay guerra en las favelas, el narcotráfico está al mando. Irse parece la opción más sensata”, asegura.
¿Es hoy Brasil el país del futuro? En 2013 The Economist llevaba a portada a Cristo Redentor a punto de estrellarse, y en la de este año el Cristo aparece sujetando un cartel con la palabra: “SOS”. No parece que quede mucho margen para el optimismo. “Cuando has vivido en la promesa y has creído que la ciudad y el país iban a mejorar, es todavía más duro aceptar el declive. Una cosa es llegar a un lugar y saber que nada funciona. Otra muy diferente es volver a tu país de origen, depositar tu fe en este espejismo de mejora y ver cómo este sueño implosiona en poco tiempo”, lamenta Bel.
“Ya en los años 60 Brasil era considerado el ‘país del futuro’. Se dice que Charles de Gaulle acuñó la frase, “y siempre lo será”. El optimismo se basaba en la gran reserva de recursos minerales, ricas tierras agrícolas y el capital humano en regiones meridionales y centrales bien desarrolladas del país. La irónica adición de De Gaulle se refería a la dificultad de hacer un buen uso de estas ventajas”, escribe Melvin Levitsky, profesor de Política y Práctica Internacional en la Escuela Ford de Política Pública y exembajador de Estados Unidos en Brasil.
El diagnóstico de este exdiplomático no es muy alentador. “Brasil está ahora en medio de una tormenta perfecta. Está experimentando una crisis económica, política, social y moral que desafía su estabilidad”. Su pronóstico para el futuro, con el ojo puesto en el proceso de impeachment todavía en curso, es demoledor: “Si Rousseff gana en el Senado en los próximos seis meses, tendrá que reconstruir su Gobierno. La posibilidad de tres gobiernos en seis meses se sumará al caos y descenso de Brasil en un momento en que se realizan los preparativos finales para los Juegos Olímpicos de este año a un ritmo frenético. Los ciudadanos de Brasil sólo pueden alzar sus brazos en desesperación y cambiar el canal a una telenovela diferente.
¿EN QUÉ CONSISTIÓ EL ‘IMPEACHMENT’?
El proceso de destitución –llamado impeachment en el mundo anglosajón– contra Dilma Rousseff se inició el 2 de diciembre de 2015 cuando el entonces presidente del Congreso, Eduardo Cunha, aceptó comenzar el procedimiento y una comisión especial de la Cámara Baja se encargó de realizar un informe sobre la viabilidad del cese de la presidenta. El documento fue aprobado en el pleno el pasado 17 de abril por una aplastante mayoría de 367 votos a favor y 137 en contra y por una comisión especial del Senado el 6 de mayo con un resultado de 15 contra cinco votos. Finalmente la Cámara Alta decidió el 12 de mayo su sustitución temporal. Le sucedió quien había sido la mano derecha de la propia Rousseff, Michel Temer, sobre el que la ya expresidenta había lanzado acusaciones de conspiración.