Brasil, tierra vibrante y diversa, despliega ante nosotros un mosaico cultural y natural que encanta a quienes exploran sus vastos horizontes. En este artículo, nos sumergiremos en la riqueza de estas tres joyas brasileñas, descubriendo la mezcla de modernidad, tradición y una naturaleza que se despliega en una danza encantadora.
Aterrizamos en un São Paulo de madrugada donde el calor o la falta de frío es lo primero que nos llama la atención. Una megalópolis que nos intriga porque sus dimensiones son inabarcables y su oferta en todos los ámbitos es cuasi ilimitada. Nos recibe una ciudad aparentemente hostil con edificios que se multiplican clonándose en altura y tipología hasta donde la vista alcanza.
El tráfico simula el caos del universo en sus atascos. Autopistas infinitas que como lianas gigantes marcan la ruta en kilómetros de atascos a sus desesperados, pero acostumbrados conductores; casas coloniales que viven huérfanas bajo la protección de enormes naves industriales; edificios imponentes que se asoman de reojo a favelas que hacen de su recogimiento y tipología una urbanización del siglo XXI.
La jungla urbana es un concepto y se hace realidad aquí como en pocos lugares del mundo, por eso también encontramos ficus gigantes emergiendo sin pedir permiso por cualquier calle en el intento de colonización de una tierra que fue suya.
UNA HISTORIA DE BUEN GUSTO, HORMIGÓN Y MADERAS TROPICALES
Elegimos el hotel Fasano Itaim donde la marca es un referente en el país que la vio nacer y que colma en cada una de sus propiedades a los huéspedes más exigentes. Itaim es una de sus más recientes inauguraciones. Con un estilo cercano al modernismo brasileño nos cuenta una historia de buen gusto enmarcada en hormigón y envuelta en listones de maderas nobles tropicales.
La sensación es apabullante, pero no excesiva, aunque estemos en el país de la exageración. La sutileza de sus espacios se ve sabiamente salpicada por un mobiliario autóctono que representa lo mejor de los diseñadores brasileños, desde Sergio Rodrigues a Jaeder Almeida. El estudio de sus telas y colores simplifica la visión de conjunto y se aparea con la emoción de percibir la belleza elaborada en pequeños detalles, mesitas de caoba, sillones generosos, lámparas con pantalla de pergamino.
En definitiva, una atmósfera que es la que recibe y enamora al que se adentra en sus dominios. Nos topamos de frente con el Comic Com Experience, un festival que se celebra en la ciudad este fin de semana y que ha triunfado previamente en ciudades como Los Ángeles alcanzando un número de seguidores y gamers superlativo que han ocupado toda la ciudad.
Aun así, queremos explorar los alrededores y nos encontramos con tesoros como un anticuario, Herrero, de origen español que hace las delicias de nuestras papilas estéticas. Con mobiliario vintage que recupera y restaura de Jaeder Almeida, Sergio Rodríguez o el mismo Oscar Niemeyer nos sentimos en casa con su conversación entendida y apasionada. Sin duda un tesoro al que recurrir para encontrar piezas inéditas de los grandes arquitectos y diseñadores del siglo pasado en Brasil.
Después del paseo, un taxi nos lleva hasta la Avenida Paulista para tomarle el pulso a la ciudad más energética y lo hace atravesando el barrio de Jardim Europa, donde descubrimos edificaciones que nos muestran el buen hacer de la arquitectura autóctona. Mansiones que se hospedan en la visibilidad más extraordinaria y que hacen del recorrido un goce a golpe de vista como un rosario de impactos visuales que nos dejan con ganas de volver con más calma. La calle Oscar Freire nos divierte con su jolgorio de tiendas de marcas brasileñas e internacionales abarrotando la calle con un bullicio de alegría contagiosa.
Llegamos a la Avenida Paulista y, tras pasearla de norte a sur, llegamos al MASP, el Museo de Arte de Brasil que levantara nuestra admirada Lina Bobardi en un ejercicio de equilibrio sin parangón. Llegó a sostener el edificio sobre cuatro pilares dejando un vano de unas proporciones inimaginables donde el aire parece ser el elemento constructivo más reconocible. Solo Álvaro Siza se atrevió, en un homenaje creemos a la propia Bobardi, con el Pabellón de Portugal en la Expo de Lisboa donde la panza de hormigón oscilaba caprichosa colgante desde sus únicos agarraderos laterales.
Nos acercamos a visitar también el hotel Unique de Julio Ohtake, de hace 23 años y que sigue siendo un hito en el catálogo de edificios. Volvemos a la calidez del hotel para recibir un tratamiento corporal que relaje nuestros músculos afectados ya por el síndrome de Stendhal para luego refugiarnos en Gero, su único restaurante en homenaje al nombre del dueño, que ofrece el glamur que se espera del sello Fasano y, al mismo tiempo, una comida italiana que no deja indiferente. Vieiras, gambas rojas, pulpo, pasta reciente con Cacho Pepe o el contra filete de wagyu son solo algunos de los platos que te harán repetir una y otra vez.
Fuera de nuestros dominios decidimos cenar en un restaurante que nos han recomendado en el hotel Emiliano y nada más entrar empezamos a entender por qué. La apertura visual de su lobby se complementa con la limpieza formal en la estructura con unos techos altos, altísimos, que lo elevan a la categoría casi de catedral del comer.
El mobiliario es justo el que necesita el ambiente con sillones de destacados arquitectos brasileños, cómo no, encontrando entre ellos a los hermanos Campana o Jaeder Almeida. Una cristalera gigante de suelo a techo muestra al comensal las más de 300 referencias de vino que atesoran. La comida es muy sabrosa y está muy bien emplatada, haciendo de cada entrega una pequeña obra de arte comestible.
ISLA MÁGICA, PLAYAS DE ENSUEÑO Y HERENCIA CULTURAL
Nos gustó tanto el concepto del restaurante y hotel que decidimos alojarnos en Río de Janeiro en la misma cadena. Al día siguiente, volamos a Florianópolis, la joya costera de Brasil que cautiva con su encanto natural y su fusión única entre playas de ensueño y una rica herencia cultural. Conocida como la “Isla Mágica”, esta ciudad isleña ofrece un escape paradisíaco donde las aguas turquesas del Atlántico acarician interminables extensiones de arena dorada.
Desde la exuberante vegetación hasta la arquitectura colonial, Florianópolis invita a explorar su belleza diversa, donde la vida moderna se entrelaza armoniosamente con las tradiciones arraigadas, fusionando el ritmo relajado de sus playas con la energía vibrante de su vida nocturna y la autenticidad de su cultura local. Aquí la naturaleza y la historia convergen y nos disponemos a descubrirlo desde Fuso, un hotel de reciente apertura fusionado con la naturaleza donde se emplaza. Sus colores, el verde de la exuberante vegetación que lo camufla, el azul del océano al que se asoma sin complejos y tierras, los de su paleta decorativa que define mobiliario y espacios.
Su compromiso con la sostenibilidad es auténtico e indiscutible. Aquí todo es natural y orgánico según el deseo y propósito expreso de su fundadora, Eduarda Tonietto, que con 35 años recorrió hoteles de medio mundo durante casi un año para traer retazos de ideas que construirían su sueño. Y el sueño de cualquiera, porque visitarlos es lo más parecido a habitar la Naturaleza desde el resguardo de unos bungalows que sirven de punto de fuga hacia un universo que enamora.
Bajar a desayunar al comedor de tonos claros es una experiencia de calma continuada donde todo el personal viste con atuendos expresamente pensados para no interferir en los sentidos. Otra vez los tonos tierra y tejas se apoderan de esta danza servicial que te acerca los manjares, porque es lo que son, en platos de barro cocido que magnifican su sabor.
El servicio está sin duda a la altura de su belleza. Nos decidimos a visitar la Fortaleza São José da Ponta Grossa, un fuerte portugués ubicado a pocos pasos, para comprobar la solidez visual de unos muros que intentaban proteger la región de invasores, principalmente españoles, que podían impedir la consolidación del dominio portugués en el siglo XVIII. Tras la histórica visita decidimos salir a correr por la conocida playa de Jureré para empaparnos de la energía del lugar y, gracias a que llovía, se hizo más fácil la tarea.
A pesar de empaparnos por fuera, descubrimos una naturaleza que ya no vemos porque nos hemos convertido en una parte más del escenario viviendo la experiencia como una realidad aumentada de unicidad y, fundidos con el paisaje, ya no somos meros observadores, sino la realidad misma. Con este estado de elevación nos acercamos al spa para recibir un masaje que acaba de derretirnos bajo unas manos expertas que se mueven como anguilas por nuestra espalda fluyendo como aguas salvajes en busca de la liberación final, el océano de plenitud.
El atardecer desde la atalaya que es nuestra habitación no se puede describir. Una alfombra verde a nuestros pies dirige nuestra mirada hacia un azul revelador, el océano en su inmensidad matizado por algunas islas y siluetas de cabos a lo lejos. Un preámbulo inmejorable para una cena de altura, porque aquí la cocina,con el chef Anderson Quevedo al mando, busca la excelencia incansablemente en cada plato, y hemos de decir que lo consigue.
Nos acercamos al centro histórico de Florianópolis y recalamos en el Armazém Rita Maria, un mercado a la europea con numerosos puestos de comidas variadas. Así que seguimos el recorrido del barrio colonial o lo poco que queda de él con fachadas en colores pastel y adoquines en el pavimento.
De ahí nos fuimos al Mercado Público, donde el bullicio se apodera de los sentidos con gente yendo y viniendo entrelazando puestos de comida y de venta variada en una especie de hormigueo incesante que nos invita a regresar a la paz de nuestra jungla en medio del todo, de nuestro todo.
La Fortaleza São José da Ponta Grossa es un fuerte portugués cuyos muros intentaban proteger la región de invasores, principalmente españoles, que podían impedir la consolidación del dominio portugués en el siglo XVIII.
ESENCIA CARIOCA, BELLEZA Y DIVERSIDAD
Llega el momento de partir, de dejar el paraíso dentro del paraíso y no sin tristeza poner rumbo a otro destino no menos excitante, Río de Janeiro. Esa ciudad que cautiva con su energía vibrante y su impresionante puesta en escena, se convierte en el broche de oro perfecto para nuestro excepcional recorrido. Con playas de arena dorada, la icónica estatua del Cristo Redentor abrazando la ciudad desde lo alto y una cultura que baila al ritmo de la samba, Río es una experiencia inigualable.
En este marco de belleza y diversidad, nuestro hotel se erige como un oasis de lujo y comodidad, fusionando la esencia carioca con servicios que elevan la estancia a una categoría de elegancia única. Recorremos los primeros kilómetros de Copacabana extasiados ante el ir y venir de bañistas, surfistas con tablas gigantes en bicicleta, colores de sombrillas, sol, mucho sol, el que se necesita para bañar el pavimento que en su día trajeran los conquistadores portugueses con la técnica de los pedreiros, consistente en ir colocando piedras haciendo grafismos figurativos y que, en el caso de Río, tienen un efecto hipnótico gracias al paisajista brasileño Roberto Burle Marxa.
La llegada a Emiliano, nuestro hotel, es más impresionante de lo que habíamos imaginado. La visión arquitectónica del talentoso Arthur de Mattos Casas redefine el modernismo brasileño. El minimalismo y la meticulosidad en cada detalle dan vida a un entorno sofisticado y acogedor que se integra de manera impecable con el espíritu carioca. Con una elegancia en vena que deja traslucir su fachada de celosía cambiante nos recibe la discreción hecha edificio.
La fachada, con su diseño orgánico y dinámico, se presenta como una auténtica obra maestra. Los detallados “cobogós” no solo deslumbran estéticamente, sino que también permiten que la luz y las preferencias de los huéspedes den forma al edificio. Es una arquitectura que cobra vida y se convierte en una experiencia visual y funcional única.
Esa elegancia con la que los verdaderos connoisseurs viven rodeándose de belleza que no grita, sino que responde a una estética aprendida, pausada y que resalta por sí sola para el ojo educado. Es su razón de ser. Una puerta de cristal translúcida impide ver desde el exterior lo que ocurre en el interior y se desliza con elegancia ante la presencia de una cara amiga abriendo el tesoro que se esconde detrás de ese umbral vítreo en forma de espacios bien configurados para la función que se les ha encomendado.
Un bar nada más entrar con piezas de Paola Lenti o Sergio Rodrigues, entre otros, para pasar a la recepción, que se articula con dos sillones de Lina Bobardi en torno a una mesa de Isamu Noguchi con una lámpara de Vibia que te vigila desde arriba con elegancia silenciosa. La siguiente sala es la más especial, dispuesta a modo de biblioteca con techos altísimos y dotada de un jardín vertical que la alegra con su verdor.
Dispersos, pero perfectamente colocados, encontramos el icónico Mole de Sergio Rodrigues multiplicado por cuatro en torno a una mesa de Almeida. El spa tampoco nos deja indiferentes trufado nuevamente de mobiliario icónico. Nos acaloramos desde el interior de la sauna con toda Copacabana abierta en canal que se muestra impúdica a través de un cristal transparente de suelo a techo.
MENINOS DE LUZ: LUJO, SOSTENIBILIDAD Y SOLIDARIDAD
Para bajar esta sensación subimos a la piscina del rooftop. Y aquí ya el alma se nos desparrama, como lo hace el agua de su infinity pool fundiéndose con el océano. Es la plenitud para un ojo inquieto. Nos quedamos absortos unas horas tirados en las hamacas afrontando esta visión e intentando digerirla lo mejor posible. Pero más allá de la opulencia y el confort, lo que verdaderamente me conmovió fue el compromiso del hotel con la sostenibilidad y la responsabilidad social.
El “Pijama Emiliano Meninos de Luz” ejemplifica esta filosofía de manera extraordinaria. La reutilización del 90% de las sábanas del hotel en un año es asombrosa, y la donación del 100% de los ingresos de estos pijamas a la organización Solar Meninos de Luz refleja un auténtico compromiso con la comunidad local. Se puede resumir como una experiencia que te sumerge en el lujo, la sostenibilidad y la solidaridad, todo en un entorno de belleza y sofisticación.
Después de disfrutar del brunch que ofrece los fines de semana el hotel con platos altamente elaborados y presentaciones más que notables, queremos probar sabores de la ciudad, adonde van los locales y nos decidimos por Toto, un restaurante contemporáneo con aspecto de neobistro parisino y ambiente relajado. La comida es sencilla (o mejor dicho, sencillamente exquisita) con influencias de países que admira su chef, Thomas Troisgros, el popular Toto, pronunciado Totô, su apodo desde la infancia, cuarta generación de chefs en la familia con sabores que “calientan” el alma como ellos mismos dicen. Más que recomendable.
Seguimos la estela de descubrimiento en Ocyà, un restaurante tan elegante como el público de la zona que lo frecuenta, el barrio de clase alta Leblon. El mar es su seña de identidad y es de ahí de donde se proveen para servir un producto pescado de forma artesanal y consciente. Para ellos, el mar “da la vida que protege, alimenta y fortalece”. Es esa unión de elementos naturales, agua y fuego, el de sus brasas, lo que crea esta magia en boca totalmente sostenible.
Dejamos para el final el restaurante vasco Lasai (tranquilo, en euskera), la Experiencia con mayúsculas en Río, ya que este estrella Michelin está considerado como el mejor restaurante de la ciudad. Al frente de sus fogones, Rafael Acosta, que después de pasar cinco años por el reconocido Mugaritz decidió instalarse a lo grande haciendo de la gastronomía brasileña su seña de identidad. Las verduras de kilómetro cero son su elección principal para ofrecer un menú cerrado a ciegas.
Te sientas en una barra de Corian y él te da de comer lo que haya elegido de temporada y proximidad. Frescura máxima como bandera indiscutible e innegociable. Comienza el baile, porque una pléyade de ayudantes de cocina se mueven a un ritmo preciso y vertiginoso mientras preparan los alimentos que nos ofrecen con la explicación profesional de cada paso.
Ocho aperitivos, tres platos principales y dos postres. Un espectáculo sensorial difícil de traducir porque el juego de sabores en boca no deja indiferente a ninguno de los diez comensales que se asoman a los fogones desde donde se hace la magia que hace volar tu paladar a territorios inexplorados y enormemente satisfactorios. Sin duda un must si viajas a Río.
Nos hemos quedado sin tiempo para visitar el Cristo Redentor, el Pan de Azúcar, el Museo del Conocimiento (de Calatrava, por cierto) o el Jardín Botánico, que nos encanta, así que tendremos que volver pronto a esta ciudad que nos enamora para acabar la tarea que hemos dejado pendiente.
La iniciativa ‘Pijama Emiliano Meninos de Luz’ supone una experiencia que te sumerge en el lujo, la sostenibilidad y la solidaridad, todo en un entorno de belleza y sofisticación, además de reflejar el compromiso con la comunidad local.