Otro día en que el calendario indica una celebración mundial. Este 22 de junio es el Día Mundial de los Bosques Tropicales y, otra vez, no hay motivos de fiesta. En 2020, mientras buena parte de la población global se resguardó en casa y la economía se detuvo, otros apresuraron la deforestación como ocurrió en Brasil. En la mayor selva tropical del mundo, se talaron 24 árboles por segundo.
Aunque el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) designó esta fecha en 1999, para concienciar al planeta de los beneficios de estos bosques, solo ha servido de mero recordatorio. La llegada de este día encuentra estos bosques con menor superficie y mayor agresión a sus suelos y plantaciones. Con el interés de sembrar soja y palma africana, y criar vacas por el cuero y la carne.
Algunos gobiernos y empresas suelen pasar por alto los beneficios de estos bosques. Son el hábitat de miles de especies de plantas, aves, mamíferos, reptiles y anfibios. Contribuyen al equilibrio del oxígeno, del dióxido de carbono y de humedad en el aire. Regulan el ciclo del agua, ayudando a evitar inundaciones y la erosión de los suelos. Son vitales para contrarrestar el cambio climático, debido a que absorben el dióxido de carbono (CO2).
El Observatorio del Clima, en su informe más reciente, se enfoca en Brasil por ser un pulmón para el mundo y por su voraz deterioro. Señala que la deforestación se extendió en 2020 a lo largo de 13.853 kilómetros cuadrados en los seis ecosistemas de ese país. Un área 13,6 % superior a la destruida en 2019. Una muy mala noticia.
Estos bosques tropicales están ubicados cerca de la línea ecuatorial, en países de América del Sur, África y el sudoeste de Asia.
Indetenible la deforestación en Brasil
La extensión de la deforestación destruida en Brasil la calculó MapBiomas Alerta. Una herramienta desarrollada por veinte organizaciones ambientalistas, académicas y tecnológicas. Procesa los datos recogidos con la ayuda de imágenes de satélites por cinco entidades.
Calculó la devastación en los seis grandes ecosistemas brasileños: Amazonía, Pantanal, el Bosque Atlántico, Cerrado (Sabana), Caatinga y Pampa. Según el estudio, el 61% de la cobertura vegetal destruida en Brasil pertenecía a la Amazonía, la mayor selva tropical del mundo. El texto, avalado también por Greenpeace, WWF y Amigos de la Tierra, advierte que en el 99,8 % de la tala fue ilegal.
De acuerdo con los cálculos de MapBiomas, la deforestación creció 9 % en 2020 en la Amazonía, 6 % en el Cerrado y 43 % en el Pantanal, que son los mayores ecosistemas. Pero el salto desproporcionado del 405 % ocurrió en la Caatinga, del 125 % en el Bosque Atlántico y del 99 % en la Pampa.
“Lamentablemente la deforestación crece en todos los ecosistemas y el grado de ilegalidad sigue siendo muy elevado. Para afrontar la deforestación es necesario acabar con la sensación de impunidad”, afirmó el coordinador general de MapBiomas, Tasso Azevedo.
Las organizaciones ambientalistas ponen el dedo en la gestión del Bolsonaro. Al defender la explotación de los recursos naturales de la Amazonía, incluso en reservas indígenas. Y flexibilizar la fiscalización de las actividades que atacan directamente al medioambiente, como la minería y el comercio de madera. Siembra de soja, entre otros.
Tras dos años de crecimiento a elevados niveles, la deforestación en la Amazonía siguió aumentado en los cinco primeros meses de 2021. Se extendió a lo largo de 2.336 kilómetros cuadrados, un área en un 14,6 % superior a la del mismo período del año pasado.
Brasil y otros países talan los bosques y su futuro
Global Forest Watch señala en un documento las naciones más afectadas por la acción del hombre. Brasil encabeza la clasificación de los diez países con mayor deforestación. La lista también incluye a Bolivia, en tercer lugar; Perú, en el quinto; Colombia, en el sexto, y México en el décimo.
El reporte apunta a las materias primas como propulsoras de este fenómeno en América Latina. «Vemos el mayor impacto en términos de área en Brasil. También vemos una alta tasa de deforestación impulsada por las materias primas en Bolivia, Paraguay y Argentina, y en menor medida en Colombia».
A ello, se agregan motivos relacionados con el clima. «Vemos varios lugares con incendios inusuales, brotes de insectos y daños por tormentas que probablemente tengan vínculos con el cambio climático», apuntó Mikaela Weisse, investigadora de esa organización.
Y recordó los incendios de la Amazonía y Pantanal. «La mayoría de los incendios son iniciados por personas, pero se escaparon de control este año debido a niveles de sequía no vistos en el Pantanal desde la década de 1970», explicó. «El Pantanal experimentó un alza de 16 veces en la pérdida de bosques primarios en 2020 en comparación con 2019».
Asimismo alertó que «el mayor impacto de la pandemia en los bosques aún está por llegar. Los países intentan reconstruir sus economías y tendrán que decidir si hacen protegiendo los bosques o poniéndolos en peligro”.
En sentido contrario a la preservación del ambiente
Bolivia reportó «fuertes incendios debido al clima seco y caluroso en 2020, con mucha quema en la Chiquitanía. También continuaron grandes parches de deforestación, como los detectados en Brasil, por productos agrícolas en Santa Cruz», explicó.
«Fue el quinto año donde dicha pérdida superó las 200.000 hectáreas. Esta pérdida de bosque ocurrió en zonas poco usuales. En la transición entre la Chiquitanía y la Amazonía y otras zonas en la región del Chaco», agregó Daniel Larrea, coordinador del programa de Ciencia y Tecnología de la Asociación Boliviana para la Investigación y Conservación de Ecosistemas Andino-Amazónicos.
“Proteger el ambiente, reforestar, reconstruir y proteger ecosistemas es una de las maneras que la humanidad tiene para evitar futuras pandemias”, recordó a Astrid Puentes, Codirectora de AIDA. En el caso de la región no está claro que sea así, indicó a DW la ejecutiva de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente.
“Desafortunadamente lo que estamos viendo es que hacia allá no van los estímulos de crecimiento en América Latina”, advirtió. “Hay una gran tendencia a incluir el extractivismo como una manera necesaria para el crecimiento económico, para justamente rescatar a las economías”, lamentó, apuntando el caso de México, “que empezó la pandemia ya con una situación económica de crecimiento casi cero”.
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