Me gustaría ser valiente. Mi dentista asegura que no lo soy… Cualquier destino, por largo y complicado que sea, en realidad consiste en un solo momento: el momento en que un hombre sabe para siempre quién es… Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mi opinión… Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Algunas ideas, Jorge Luis Borges (1899-1986)
Jorge Luis Borges pertenece a ese tipo de escritores que su genialidad ha hecho que de tanto exaltarlo, elevarlo y manosearlo, para intentar explicarlo –en el plano literario, filosófico o político–, algunos críticos han terminado desfigurándolo y haciéndolo impenetrable. o muy aburrido y duro para abordar, independientemente de lo muy inquietante que pueda lucir la obra y el personaje, y sea moda la escritura breve al estilo de los haiku y tanka japoneses.
La calidad de su escritura conmociona el mundo de las letras, por lo original y enriquecedora. Pocas obras en la historia de la literatura han tenido tantos enfoques y generado tantas controversias
Si me preguntan hoy quién es Jorge Luis Borges -muchos años después de que la musicalidad, la sobriedad y la sabiduría de sus ensayos y la secreta episteme de sus cuentos me hechizara (afirmación que de seguro daría pie a una de sus clásicas ironías)–, contestaría: un gigante de las letras del siglo XX; el último de los grandes enciclopedistas que nunca dejó de ser un niño erudito, que exploró, estudió y trabajó con vehemente voluntad schopenhaueriana las posibilidades literarias de la filosofía y la ciencia, con una prístina memoria, una ilimitada imaginación y una exquisita ironía.
El maestro Ítalo Calvino quizás haya descrito con más sencillez la técnica y el virtuosismo de su escritura:
Borges es un maestro de la escritura breve. Consigue condensar en textos de poquísimas páginas una riqueza extraordinaria de sugestiones poéticas y de pensamientos: hechos narrados o sugeridos, aperturas vertiginosas sobre el infinito e ideas, ideas, ideas.
Admirado continúa:
Cómo se realiza esta densidad, sin la más mínima congestión, en los párrafos más cristalinos, sobrios y airosos; cómo esa manera de contar sintéticamente y en escorzo lleva a un lenguaje de pura precisión y concreción, cuya inventiva se manifiesta en la variedad de ritmos, en los movimientos sintácticos, en los adjetivos siempre inesperados y sorprendentes: este es el milagro estilístico, sin igual en la lengua española, del cual solo Borges conoce el secreto.
Dos Borges, dos escritores, dos tiempos
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado… Y nadie pudo advertirlo ni verlo, Maestro, porque los enciclopedistas habían sido olvidados y el saber enciclopédico había muerto, dividido en múltiples libros que hicieron el saber más especializado y a su vez, más finito.
Al formarse en la enciclopedia desde que abrió los ojos en la biblioteca de su padre, puso a un lado la especialización y tomó el camino del estudio simultáneo de las letras, de las distintas escuelas filosóficas, las ciencias, las religiones, las diferentes culturas y las diversas versiones de la historia para fines literarios que lo hicieron erudito, para potenciar el cuento como género, al lector como protagonista, y una prosa inquietante, de apariencia móvil, de deslumbrante concisión sintáctica y lucidez semántica, al decir de Rodríguez Monegal.
Enrique Anderson Imbert ha afirmado que, en el fondo, Jorge Luis Borges es un nihilista con vastos conocimientos de las escuelas filosóficas que le sirven para, en cada cuento, ensayar una dirección filosófica distinta. A lo que el mismo Borges respondió:
Sí, es verdad. No soy filósofo ni metafísico; lo que he hecho es explotar o explorar –me parece una palabra más noble– las posibilidades literarias de la filosofía. Creo que es lícito.
Desde que leí sus obras completas por primera vez, supe –y esto no es nada inusual para quien ame la literatura– que hay dos Borges bien diferenciados por la calidad, la técnica y el estilo.
Uno es el Borges que nace en Argentina, que a los 15 años se marcha a Europa y hace el bachillerato en francés en una escuela en Ginebra, realiza una corta pasantía en España, regresa a Buenos Aires, donde se establece definitivamente y produce algunos poemarios y ensayos: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente e Inquisiciones (1925), Cuaderno San Martín (1929), Historia universal de la infamia (1935), Historia de la eternidad (1936), entre otras obras e iniciativas literarias.
El otro es el Borges de Ficciones que, después de fallecido su padre en febrero de 1938 tras una larga y penosa agonía, y de un accidente que lo mantuvo al borde de la muerte en diciembre de ese año –cuando subía de prisa unas escaleras para mostrar una nueva colección de cuentos de Las mil y una noches a María Luisa Bombal–, restablecido del trágico percance, escribirá Pierre Menard, autor del Quijote.
Su padre, a quien amó con devoción, le reveló las dos primeras enseñanzas sobre la literatura: amar a los libros por sobre todas las cosas y el poder de la poesía: las palabras no son solo un medio de comunicación, sino símbolos mágicos y música.
En cuanto al trance de la muerte, sale afianzado en la idea que venía rumiando desde hacía tiempo: que la realidad empírica es tan ilusoria como el mundo de las ficciones, pero inferior y que solo las invenciones pueden suministrarnos herramientas cognoscitivas confiables.
Cada escritor sufre en algún momento trascendente de su vida la aparición de un momento repentino de luz, sea por las amenazas de una enfermedad, algún accidente, una verdadera aflicción, un suceso inesperado marcado por el azar, el encuentro con la verdadera condición sexual o la revelación de un íntimo secreto a sí mismo.
Un instante sagrado en que se hará presente lo mejor del espíritu y de la sangre de sus antepasados, genéticamente cruzados y multiplicados, vueltos una caballería descendiente de hechiceros, magos, alquimistas, y hombres comunes e ilustres del arte, la ciencia y la filosofía, viajeros en el tiempo, que vienen a asistir para ayudar a descifrar códigos herméticos de su creación que se encuentran bloqueados.
Para los cristianos una revelación, para los budistas la iluminación, para los agnósticos el simple destino movido por el bondadoso azar, único, complicado y excepcional, donde la gracia se hace obra de arte.
El momento de la iluminación le llegó a Borges después del accidente.
El Borges vanguardista del ultraísmo y más tarde bucólico de los años veinte (al decir de Rodríguez Monegal) de poemas suburbanos, de temas deliberadamente humildes, ensalzadores de la felicidad simple del vivir y transparentes de una inquietud metafísica… se transforma en la década del treinta en el Borges de la Revista Sur, con su cosmopolitismo de alto vuelo; el Borges metafísico que especula sobre el tiempo, el espacio y lo finito, la vida y la muerte y si hay destino para el hombre; el Borges que hace alardes de erudición y que ya pergeña sus celebérrimos textos trampa; comentarios exhaustivos, por ejemplo, de libros que no existen, o relatos que juntan y mezclan lo real con lo ficticio. También se percibe un cambio en materia de estilo, una labor de poda en la prosa y los metros, que pasan a ser más claros, más nítidos, más sencillos.
Pero la caballería aún no ha logrado venir en su auxilio. Llegará a partir de las Ficciones y las siete narraciones breves contenidas en El jardín de senderos que se bifurcan (1941), luego las nueve de Artificios, de 1944, y las diecisiete de El Aleph, en 1949.
La obra de Borges tiene sus altos y bajos y su continuidad como toda creación artística; pero existe coincidencia en la crítica de que lo mejor de su literatura son sus cuentos. Basta rescatar una de sus confesiones a Bioy Casares en 1962:
Yo me veo un poco como Moore, que empezó escribiendo absurdamente y llegó con el tiempo a mejorar. Desde luego que Moore alcanzó excelencias muy superiores a las mías… Mis primeras obras son incorregibles.
El Borges humano y héroe de su madre
El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me llama, pero yo soy el río; es un tigre que me devora, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.
Borges
No puede explicarse el Borges ser humano sin la referencia a su amada madre, doña Leonor Acevedo de Borges, el único verdadero y gran amor de su vida. Su relación con ella puede ser de mucha utilidad para aproximarnos a lo que fue su relación con las muchas mujeres de las que estuvo enamorado. Por algunas ignorado, por otras malquerido y otras movidas por diferentes circunstancias: interés literario, prestigio o vanidad femenina.
Inolvidable resulta el prólogo que le dedica a su madre en la primera edición de las obras completas. Devota admiración de un hijo que ama sin medida a su madre y le devuelve como solo él sabe hacerlo, con emotiva y distinguida prosa, el amor, los cuidados, la amistad, y las enseñanzas recibidas:
Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos. Yo recibía los regalos y pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada para merecerlos. Por supuesto, nunca lo dije; la niñez es tímida. Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores… tu prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos, las mañanas del Paso del Molino, de Ginebra y de Austin, las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, Madre, vos misma.
Es la carta de amor –de las que se conocen– más universal, sentida y bella, escrita a una mujer por el gran escritor. En sus otras relaciones con el sexo femenino, a decir de Octavio Paz, Borges es una inteligencia lúcida en la que hay un gran ausente: el amor. Ni el amor sublime ni el terrestre ni Dante ni Propercio. Ni en lo sublime ni en lo terrenal. En Borges, pienso, todo su amor ha sido consagrado a la diosa Gea.
Amores o saltos al vacío
No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los escritores que he leído, todas las personas que he conocido, todas las mujeres que he amado, todas las ciudades que he visitado.
Jorge Luis Borges.
Borges había sido formado para leer, estudiar, investigar, escribir, pero nunca había tenido ningún contacto social para ponerse a prueba en los distintos escenarios de juventud, donde se compite para ver quién liga más, quién bebe más, y como diría Serrat, en una de sus canciones, quién la tiene más grande. No tenía vida mundana, no lo imagino bailando y entrando a un cuarto con una meretriz. A los 20 años su padre le había concertado la primera cita en un burdel de Ginebra y no tuvo valor para consumarla.
Utilizando las categorías de amor mencionadas por Stendhal en su libro Del amor, llegamos a la conclusión de que hay grados en nuestros amores que van de lo físico a lo espiritual, del placer al dolor, de la libertad a la fatalidad. Hablamos del amor que describe nuestra evolución y conciencia vital.
Para Stendhal, esa experiencia se condensa en el amor pasión. Este tipo de amor sí se asoma en la obra de Borges. Ese amor que nos envuelve en un torbellino del cual es imposible escapar, como en el caso de los personajes de Proust, y que nos lanza al abismo, al pecado, al goce, a la entrega total sin sopesar consecuencias; el amor carnal que nos quiebra la voluntad y nos hace sufrir profundamente no está presente en la estética borgiana; al menos, no se siente.
La experiencia que nos insinúa la literatura borgiana es la de un amor que puede prescindir del contacto físico o que ha renunciado a la posesión. Víctor Carreño lo precisa con prestancia literaria en un ensayo sobre El amor en Borges:
Más que ignorancia o rechazo del cuerpo debemos ver en este amor un exilio del alma, un desarraigo del tiempo, una continua despedida del presente y de los seres… El de Borges es un amor espiritual que no místico. Hay en él una atenuación del recuerdo físico por el recuerdo afectivo, una adhesión a lo perdido en vez de a lo esperado… Solo me queda el goce de la tristeza.
Un enamoramiento que no pasa del caracoleo
Soñar es la actividad estética más antigua de la humanidad.
Borges
Le fascinaban las mujeres y no sabía cómo entrarles. Toda la experiencia que le sobraba a Bioy Casares le faltaba a Borges. Tenía una facilidad enorme para enamorarse como la tienen todos los estetas, pero ignoraba los artificios para llevarlas a la cama; temía contaminarse de desnudez y eso le producía culpa. Era demasiado conservador y tímido en exceso. Llegó tarde a hablar en público: a los 46 años, gracias a la ayuda del psicólogo Miguel Cohen-Miller, que lo ayudó a vencer la tartamudez y el miedo.
Siempre las mujeres tomaban ventaja de su timidez e impericia para mostrar dominio sobre él, como lo tuvo siempre su madre sobre su vida y su obra. Por citar un caso, Borges estaba muy enamorado de Silvina Bullrich.
Un día ella le preguntó:
—¿Qué hiciste anoche, cuando volviste del Tigre?
Borges: —Fui caminando a casa, pero pasé frente a la tuya; tenía que pasar frente a tu casa.
Silvina le preguntó a qué hora había pasado.
Borges: —A las doce.
Silvina: A esa hora yo estaba en mi cuarto, en mi cama, con un amante.
Ese gesto tiene mucho de provocación, de indelicado, de irrespetuoso, conociendo su interés por ella. Fue larga la lista de amigas, compañeras de trabajo, académicas, estudiantes y desconocidas de las que quedó prendado.
Enamorarse es uno de los más exquisitos placeres de la vida. Es una delicia espontánea y el más precioso de los ejercicios para robustecer el ego cuando se trata de afirmarse en la belleza femenina. Para Borges, uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única.
El problema es que el enamoramiento sea mutuo o correspondido, de manera que se convierta en una corriente de dos para que nazca el amor, como dijera Alberoni. En el caso de Borges casi nunca pasaba, lo mejor era –hoy estoy convencido– que no lo afectaba, era una fuente de inspiración, una motivación para la creación. Un juego de azar que se practica en ocasiones por disfrute o vanidad.
Tres mujeres, dos mandatos
Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes.
Borges
Después de leer el libro Borges a contraluz, pienso que a Estela Canto no se le ha hecho justicia a su condición de escritora y traductora, y especialmente con su condición femenina muy eclipsada en un país de machos y en las letras por la genialidad de Borges.
Una mujer que se gana un premio municipal de literatura a los 30 años por su obra El muro de mármol, y que está considerada una de las más fieles traductoras de En busca del tiempo perdido, no puede caricaturizarse en los términos utilizados por la gran matrona Leonor Acevedo de Borges: bailarina por pieza, desclasada y libertina sexual.
Todo lo que escribe Estela sobre Borges tiene sentido y mucho. No es una biografía, es una narración de impresiones sobre el Borges humano y escritor, después de ocho años de amistad íntima, que ayudan mucho a comprender su vida y obra.
La lectura que hace de Borges lo exalta y lo explica, nunca lo disminuye. Pienso, a contraluz, que ella era parte de toda esa comidilla que se gesta en los círculos literarios de América Latina, donde los solitarios que no encajan son puestos a un lado, si no son favoritos o amigos de uno de los caciques que controlan la tribu de editores, escritores y académicos.
Amores deshilachados
No hables a menos que puedas mejorar el silencio.
Borges
Estela Canto nunca le mintió ni mintió sobre Borges. Lo admiraba y le gustaba lo que sentía por ella, pero nunca llegó a sentirse enamorada de él. Fue una relación unilateral a la que ella correspondió físicamente hasta donde lo sentía como amiga íntima que fue durante casi ocho años, entre 1944 -cuando lo conoce en casa del matrimonio Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo-, y el fin en 1953 cuando la dan por terminada:
Yo tuve la suerte de conocerlo en los años más decisivos de su vida, los años de su madurez como escritor… Entonces me dedicó el cuento que muchos consideran su obra más importante: El Aleph. Voy a escribir sobre el hombre a medio camino entre una juventud que él consideraba fracasada y una vejez en la cual el triunfo llegó a ser, por momentos, abrumador… Borges ha sido quizás el escritor más original de la segunda mitad del siglo pasado.
Estela Canto, cansada de besos furtivos y atontados, lo increpa frente a Bioy Casares: «Nuestra relación no puede seguir así. Nos acostamos o no vuelvo a verte».
Aunque, según sus confesiones, la amistad entre ambos duró hasta 1985. En noviembre de ese año Elsa lo vio por última vez, antes de partir de Buenos Aires, a dar forma final a su vida, cerrar el círculo, rubricar su destino y morir.
Nunca fue bien vista, menos aún aceptada, por la madre de Borges, por razones harto conocidas –liberal sexualmente, comunista y atea–, por lo que la relación no podía pasar de lo que fue: una experiencia amistosa, siempre hostigada por su madre que, a pesar de todo los obstáculos e impedimentos sirvió de motivación e inspiración durante el mejor momento de la creación literaria del escritor.
A ella, la mujer que supuestamente más amó y a la que pidió matrimonio en varias oportunidades, le escribe unas cartas muy sosas, plenas de sus ajetreos literarios. No dignas de su pluma, ni en parentesco con las probadas destrezas de gran escritor en el cuento y el ensayo. Todas del mismo corte aburrido y cansón, donde casi únicamente comenta su intensa vida de trabajo literario.
La actitud de Borges hacia el sexo era de terror, como si temiera la revelación que en él podía hallar. Sin embargo, toda su vida fue una lucha por alcanzar esa revelación.
Borges requería de la temeridad y el coraje virago resuelto de Estela Canto, cuando cansada de besos furtivos y atontados lo increpa frente a Bioy Casares: Nuestra relación no puede seguir así. Nos acostamos o no vuelvo a verte.
Ella lo confiesa en su ensayo:
Nuestra amistad es el relato del amor frustrado. Todos sus amores lo fueron, hasta que una tarde en Nara, cuando al tocar a Buda, descubrió su voz verdadera, esa voz que también eran sus ojos. El hecho de que lo entendiera creó sentido, trazó la forma perfecta que él andaba buscando y que Dios le tenía destinada.
Elsa Astete, un matrimonio sacado de la chistera de su madre
Creo que no le falta nada a Estela Canto, cuando define su carácter:
Por naturaleza y por circunstancias, Borges era un hombre sumiso. Él aceptaba el fardo de convenciones y las ataduras establecidas por un medio social presuntuoso, profundamente tribal, tosco y primitivo.
Nadie duda, por la forma sorpresiva en que se produce, y por los rasgos eminentemente conservadores y moralistas de la señora Astete, aun recién enviudada, que el invento de este enlace fuera un ardid muy bien urdido por la ‘reina madre’, ya consciente de su ancianidad y su presumible pronto final.
El matrimonio de Borges con esta ex novia de juventud, fue considerado por todos sus amigos y su círculo de conocidos un verdadero disparate, por las diferencias fácilmente perceptibles de los dos contrayentes.
La edad de ambos –Borges 68 y Elsa 57– los niveles de compromisos cada vez más exigentes de Borges, los estilos de vida y los hábitos de ambos ya bastante consolidados. Se casaron en septiembre de 1967 en la iglesia Nuestra Señora de las Victorias. La única madrina fue doña Leonor, lo que confirma su autoría del drama.
No hay duda de que en la descripción emerge visiblemente –confieso, ignoro cuál de los dos sentimientos privó cuando escribió la escena– el simple celo de mujer herida, no sé si por el afecto al amigo que va dócilmente al fracaso, o por la reminiscencia afectiva de lo que alguna vez pudo ser.
Me enteré por casualidad en un almuerzo –cuenta Estela Canto–, que se había casado: En una fotografía se lo veía avanzando por la nave central de la iglesia, con la cabeza levantada, más envuelto en nubes que nunca. De la mujer que iba a su lado no recuerdo nada, ni la cara, ni el cuerpo, ni el vestido, ni el sombrero, aunque la miré con curiosidad.
No había nada chocante ni llamativo en ella. Una de esas caras como se ven centenares en autobuses, confiterías y calles, una cara que hubiera desconcertado a Sherlock Holmes. Ni siquiera era vieja: era una mujer de edad indefinida.
No hay duda de que en la descripción emerge visiblemente –confieso, ignoro cuál de los dos sentimientos privó cuando escribió la escena– el simple celo de mujer herida, no sé si por el afecto al amigo que va dócilmente al fracaso, o por la reminiscencia afectiva de lo que alguna vez pudo ser.
Siento que, para las expectativas, duró mucho, casi tres años en los que, estoy seguro, quien llevó la peor parte fue Borges. Por lo menos, así lo refleja en 3 de las 27 razones que esgrimió a uno de sus traductores al inglés, Norman Thomas Di Giovanni, para huir, pedir el divorcio y buscar asilo en su otra casa, la única, la verdadera… la de su madre:
Se inmiscuye en todos mis asuntos particulares y ha tentado que las secretarias de la Biblioteca Nacional espíen mis correspondencias, mis llamadas y mis visitas. No ha mostrado el más mínimo interés en mi obra literaria, pero sí mucho en los resultados pecuniarios de esa obra. Le preocupa por alguna razón oscura y posesiva mis amigos actuales y anteriores, mis familiares e incluso mis antepasados.
La señora Kodama, un cierre inesperado
La vida de muchos escritores es extraña. De todos los enamoramientos que vivió y disfrutó Borges, nadie pensó que quien cerraría su ataúd en Ginebra sería una dama de ascendencia japonesa que conoció cuando él era un hombre maduro y ella una adolescente. Ya no era mandato de la reina madre, ella no estaba. Muchas de las enamoradas de ayer ya no existían, otras estaban felizmente casadas y otras desencantadas. La adusta y misteriosa señora Kodama, sin duda era un destino.
Dice que él fue la mitad de su alma; que ha sido lo que Héctor para Andrómaca: su padre, su madre, su hermano pero aún más ‘el amor que florece’. Borges empezó a frecuentar a la señora Kodama a partir de 1975, cuando el escritor está en el mejor momento de su fama y es invitado a dar conferencias y a recibir reconocimientos y Honoris Causa en las mejores universidades del mundo.
Hay muchas nubes que aún envuelven su personalidad, además de difícil, cerrada, sobre sus orígenes y la historia familiar. Como todos los amores de Borges, está llena de un cierto enigma. Especialmente porque esa alianza, también inesperada, sellaría en definitiva el futuro de sus últimos días y el destino y disposición de su herencia literaria y financiera que no debió ser de poca monta.
Cuenta Bioy Casares, uno de sus amigos más queridos según el mismo Borges, a quien nunca guardó secretos:
María era una mujer de idiosincrasia extraña; censuraba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios prolongados; lo celaba ante la devoción de sus admiradores; se impacientaba por sus lentitudes. Junto a ella vivía temiendo enojarla. Además, María era una mujer de tradiciones muy distintas a las suyas. Borges alguna vez le confesó: Uno no puede casarse con alguien que no sabe qué es el poncho o lo que es el dulce de leche.
Silvina, esposa de Bioy, también buena amiga de Borges, dirá:
Borges partió a Ginebra y se casó para mostrarse independiente, como un niño que quiere ser independiente y comete un disparate. Y agregaría: viajó para mostrarse independiente y de paso no contrariar a María.
Epílogo
El genio de Borges y su doble reflexión está presente en toda su vida, su escritura y sus opiniones; es exhibicionista, simpático e irónico, no exento de arrogancia y extrañeza y eso lo hace inquietante y enigmático.
- Shakespeare en literatura fue un amateur. Un divino amateur. Dante un verdadero literato (las piezas de teatro no se consideraban literatura, eran algo como los guiones de cine hoy en día).
- Las conversaciones de Sábato son demasiado anecdóticas. Se parecen muy poco al pensamiento.
- Me he pasado toda la vida discutiendo contra las opiniones (que Cervantes es superior a Quevedo, que en las novelas los caracteres son lo más importante, que la novela policial es un género inferior), contra la opinión que ahora sustento.
- Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.
- De mi debilidad obtuve una fuerza que nunca me abandonó.
- Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.
- Los poetas, como los ciegos, pueden ver en la oscuridad.
- He firmado tantos ejemplares de mis libros, que el día que muera va a tener un gran valor uno que no lleve mi firma.
- La muerte es una vida vivida. La vida una muerte que viene.
- He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.
- Biografías: son el ejercicio de la minucia, un absurdo. Algunas constan exclusivamente de cambios de domicilio.
Para Borges, el libro mejor escrito de la historia de Occidente es el que contiene los Evangelios, después La Divina Comedia, y en tercer lugar la Ilíada. Si es así como nuestro gran escritor pensaba, la literatura ni se repite ni aburre porque escribir es el oficio, o la profesión de Dios.