«Estamos llamados a ser los arquitectos del futuro, no sus víctimas».
Buckminster Fuller
Stefan Armborst -con la colaboración de Marísa Garcia– (Asociación Bona Ona, www.bonaona.org, bonaona@bonaona.org)
Una minoría cada vez más informada y crítica, consciente y valiente comprende que el uso obligatorio de la tecnología de identificación electrónica a través del teléfono móvil, mal denominada “pasaporte covid”, podría ser el artilugio clave para el despliegue de un régimen tecno-totalitario que marca el fin del concepto de libertad democrática ciudadana que ha venido siendo una seña de identidad de nuestras sociedades.
Cuando salga publicado este artículo se habrán reunido, ojalá esta vez, miles de manifestantes en Palma de Mallorca reclamando el fin inmediato del pase covid. Y seguro que habrá sido expresada la solidaridad con el ex director de Medio Ambiente del Consell de Mallorca, Josep Manchado, cesado en su cargo público insular por sus declaraciones definiendo que el certificado covid «tiene clarísimas reminiscencias nazis y fascistas» y que traza «una línea roja». Asegura Manchado que, «de aquí a unos meses la Justicia lo volverá a declarar ilegal», porque «se margina a una minoría».[1]
Como Antonio Gramsci, pensamos que la hegemonía capitalista siempre requiere la combinación entre coacción y violencia, por un lado, y consenso y subordinación voluntaria, por el otro. Por ambas vertientes, esta estrategia desde las élites podrá naufragar, a medida que más personas se recuperen de la psicosis colectiva. La que ha sido inducida por el aislamiento, desinformación, miedo, confusión, espejismo de seguridad, hasta llegar a consentir la merma y tergiversación de derechos y libertades civiles y sociales “por el bien común”.
Se hará evidente la pérdida casi completa de confianza en las instituciones. Se huele en el ambiente una enorme pérdida de legitimidad en su conjunto, con todo lo que implica. Por supuesto que el anuncio del cese de la imposición de pasaporte covid en Asturias y en Cantabria la semana pasada, por ejemplo, se viste con argumentos aparentemente prácticos, es decir, “ya ‘no cumple el objetivo’ de cortar la transmisión del virus en lugares techados e interiores, ahora que domina la variante ómicron, más contagiosa y que esquiva mejor el sistema inmunitario”[2]. No obstante, flota la duda de que haya sido ese realmente su objetivo.
A ello se añade que, desde el lado jurídico-legal, la base legitimadora de este tipo de apartheid dista mucho de ser sólida: «El pasaporte covid no está regulado en ninguna ley, tan soo en un Acuerdo de Gobierno Autonómico adoptado unilateralmente.
Asimismo, las resoluciones judiciales no forman parte del sistema de fuentes previsto en el art. 1.1 del vigente Código Civil ni del sistema jerárquico normativo previsto en el art. 9.3 de la Constitución de Española. La exigencia de tener que exhibir un documento que acredite o certifique que una persona se encuentra vacunada para acceder a un local abierto al público es, en sí misma, inconstitucional y vulnera la legalidad internacional, constitucional y administrativa»[3]
En la Declaración de Great Barrington, firmada por 60.000 médicos y científicos, que hasta ahora ha reunido casi 1 millón de firmas de apoyo, se subrayan los “impactos dañinos en la salud física y mental de las políticas predominantes de COVID-19”, por lo que se aboga por una “protección focalizada” que consiste en “proteger en lo posible a ancianos, personas enfermas o vulnerables y facilitar que los demás vivan normalmente hasta que la sociedad alcance la inmunidad colectiva. Sin embargo, la vacunación masiva por mRNA hace imposible esta inmunidad colectiva”.[4] Y el fin de esta inoculación experimental a gran escala haría imposible – por lo menos por el momento – que se mantenga vigente el deseado pasaporte electrónico bajo pretextos sanitarios.
Está creciendo la contestación en el mundo: Francia lleva más de seis meses de protestas masivas todos los fines de semana. ¿Se ha visto algo de ello en los medios de comunicación que supuestamente deben informarnos? En Rumania, hay diputados en rebelión contra los pasaportes covid, desplegando una gran pancarta en el parlamento en Bucarest.
En Gran Bretaña, aunque antes se veían pegados carteles diciendo que “cualquier persona opuesta al pasaporte de las vacunas es un terrorista de la conspiración y su peligrosa información se tiene que detener”, ahora se publican grandes anuncios en importantes periódicos que instan a denunciar las secuelas de las vacunas en todas las comisarías de policía del país.
También surge una resistencia en Italia, país tildado de “nación médico-terrorista”, donde los autobuses de transporte público son obligados por la policía a detenerse para controlar los “pasaportes covid” de los pasajeros.
En Suiza probablemente se celebrará un referéndum para prohibir la introducción de vacunas obligatorias y de implantes nanotecnológicos, sin el consentimiento informado de la persona. El Movimiento de Libertad ha recogido 125.000 firmas para desencadenar la votación, 25.000 más de las necesarias para promover una votación.
De China, donde la ciudadanía aleatoriamente recibe periódicamente mensajes del gobierno en sus teléfonos para realizar una prueba de covid y si no la hace su código QR se volverá amarillo, vienen noticias de manifestaciones colectivas y masivas de rebelión, incluso violentas.
«Cuando los individuos pierden su individualidad, pierden también su categoría intelectual y moral»
Carl Jung
La inoculación obligatoria y el “pase covid” son un ajuste de tuerca para un nuevo esquema de control social. La tecnología y el hardware detrás de este “pasaporte digital” y la “billetera digital europea”, implementados por las instituciones de la Unión Europea[5], se aplican con la designación de un código alfa numérico vitalicio para cada persona, y someten así nuestras relaciones, finanzas y comunicaciones a las decisiones del Big Data y sus algoritmos.
En tales condicionantes, los derechos y libertades individuales han de pasar a un segundo plano, siendo relegados por otros valores – el ‘bien común’, el ‘ser buen ciudadano’, el sometimiento a los dictados de la ‘ciencia oficial’ etc. –y en que la inmensa mayoría no tendrá más destino que el de someterse al dominio que una minúscula minoría está decidida a consolidar. Un sistema basado en la concentración de poder, en el vaciamiento de la democracia y en un draconiano control de la información y en el cual el mero hecho de pensar diferente de lo que la élite considera ‘correcto’ será motivo de marginación y rechazo social, cuando no de persecución»[6].
La clave para que los individuos renuncien a su libertad y se subordinen a lo que dictan las élites gobernantes consiste en la pérdida de contacto con las fuerzas colectivas que va de la mano con una especie de subordinación infantilista. Las personas pierden su capacidad de ser individuos autónomos, responsables por sus propias vidas y se convierten en súbditos sumisos, seres débiles y vulnerables que se dejan guiar.[7]
En vez de preservar y defender la libertad en su significado profundo de ser soberanos en la toma de decisiones, excepto aquellas acciones que están prohibidas por la ley, ahora nuestras consagradas y conquistadas libertades se convierten en privilegios otorgados temporalmente, según nuestro grado de sometimiento y buen comportamiento.
La participación en las actividades cotidianas dependerá de los permisos que se nos otorguen a través de nuestros teléfonos. Permisos que, a su vez, serán susceptibles de cambiar de un día para otro.
Los pasaportes de vacunación son un caballo de Troya. Detrás de su apariencia funcional e inocua hay un sistema de identificación digital, construido en una plataforma de software diseñada para extenderse en el tiempo.
Hoy tendrás un simple tick verde o rojo que indique tu inclusión o exclusión de la vida social en el día a día, pero mañana serás puntuado en cada aspecto de tu vida.
Hasta la fecha, la venta de nuestras almas al diablo de las grandes corporaciones tecnológicas aparenta limitarse a un pequeño inconveniente ocasional con anuncios digitales. Sin embargo, esto cambiará todo, y lo cambiará para siempre, si permitimos que se instauren los “pasaportes covid”.
¿Porqué? Porque tales «pasaportes» y el sistema de crédito social rápidamente nos empujarán, y esto es la clave, hacia una infraestructura automatizada de control social, de vigilancia permanente y estricta. Ahí, la tecnología 5G resulta imprescindible.
Ya no habrá espacio para la disidencia, ni oportunidad para el debate, ni lugar para objeciones a las normas prescritas o de los comportamientos obligatorios. Mientras el importante espacio para el debate, la diversidad y la no-conformidad desaparecen, también se esfumará la posibilidad de que los seres humanos ordinarios marquen colectivamente el rumbo que queremos para nuestras sociedades.
La libertad, como la hemos conocido toda nuestra vida y las generaciones predecesoras, será exterminada para siempre, y para todos, menos a unos pocos privilegiados en la cúspide de la pirámide.
Mantener viva la antorcha de la libertad por la que tantos dieron la vida es la valentía de nuestros tiempos. Apreciarla, cuidarla, defenderla como el más alto bien que hay que salvar, para nosotros y las futuras generaciones. Pero todo es aún mucho más profundo. Se trata de elegir, cómo individuos y como colectivo qué camino de evolución queremos.
El camino de la evolución con inteligencia artificial al servicio de un nuevo totalitarismo tecnocrático quiere generalizar una inteligencia sin corazón, sin voluntad, sin amor, sin libertad. Quiere extirpar el alma. Sin embargo, este no es el verdadero futuro evolutivo de la humanidad. El nuevo mundo emergente será orgánico, natural y en equilibrio biológico o no será un mundo en que merece vivir.
El no al pase covid es una cuestión de vida, libertad y también de futuro.