Resulta que me inscribí a la banda de rock de la escuela de mis hijas. Voy a tocar batería en el escenario después de dos décadas de no haber agarrado unas baquetas.
Como si tuviera todo el tiempo del mundo para ir a los ensayos, para agendar clases con un maestro, para aprenderme las canciones y ser el que lleva el tempo.
El maestro tiene la edad que yo tenía cuando tocaba en la prepa. Viene en su moto con su chamarra de piel y el pelo largo. Me recuerda a mí. Tal vez yo -aunque con 3 hijas y canas- le recuerdo a él. Los músicos siempre tienen muchas edades al mismo tiempo.
Cuando me inscribí a la banda hace unas semanas, me desperté en la mitad de la noche sin poder creer que me iba a exponer a hacer el ridículo. “Mañana a primera hora lo llamo y le digo que no puedo y ya está”. Le diré que tengo muchos viajes y una agenda saturada y que me disculpe, pero no podré comprometerme. Así pude volver a dormirme.
La música es una alegoría de la vida. O la vida es una alegoría de la música.
Una alegoría es una representación narrativa o visual en la que un personaje, lugar o evento puede interpretarse para representar un significado con importancia moral o política.
Como en el cuadro de Delacroix de la “Libertad guiando al pueblo”. La Libertad es una mujer blanca que muestra sus chichis y guía a los guerrilleros hacia un cielo más claro y luminoso. Coldplay lo usó para la portada de su disco Viva la Vida.
Empiezo a practicar y me duele la espalda. No puedo mantenerme erguido. Me duelen los brazos y me trabo con la velocidad de “Hey Ho, Let´s Go”, una canción sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre una multitud que asiste a un concierto de rock. Pero en el primer ensayo la llevo en cuartos en vez de octavos y eso la hace posible. Al menos, no hago el ridículo.
La acción revolucionaria no es una forma de autosacrificio, de desafiarlo todo para lograr un mundo de libertad, sino la valiente insistencia de actuar como si uno ya fuera libre. Actuar como baterista, actuar como parte de la banda, es mi acción revolucionaria ante la cárcel de mi agenda y de las verdades que me repito todos los días: “No tengo tiempo” y “No soy suficiente”.
En mi época de chamarra de piel no había YouTube ni audífonos inalámbricos. Ahora puedo pausar el tutorial, practicar y volver a darle play justo donde lo necesito. Lo pongo a .75x de velocidad y practico los movimientos sin enredarme con la rapidez y la complejidad de la secuencia para meter el bombo en el tercer tiempo, o en el cuarto, dependiendo si es la sucesión del verso o la que anuncia al coro. Practico gratis en el coche, en el avión, y el algoritmo me avienta justo el video que tengo que ver: “¿Cómo retomar la batería después de 20 años sin tocar?” Hay decenas de videos con este título. Cientos de videos hechos solo para mí.
Sueño con la tarde del festival. Quiero terminar con ella de una vez por todas, para cumplir, para liberar ese espacio de la agenda y volver a empezar con la rutina diaria. Pero también quiero soltar la idea de que viene “la gran noche de la liberación”. Aquella noche idílica con la que sueño constantemente en la que me voy a iluminar, en la que voy a ganar millones -de dólares y de fans-, o aquella noche que todos soñamos que el mundo se va a sanar por fin, y no habrá demagogia, contaminación, violencia, pobreza, enfermedad y opresión. Y entonces, todo será como debe de ser.
Pero el día después del festival, el día después de la liberación, de las elecciones a la presidencia, del día que terminemos con los terroristas o las bacterias, ese día, llamado “el día después de mañana”, es el que, si tenemos suerte, es donde podemos y debemos de ocupar nuestra verdadera atención.
Recuerdo mis cuadernos con las partituras de “All the small things” y “Knocking on heaven´s door”. Pero mis manos las recuerdan aún mejor. Me siento en el banquito y aunque ando medio oxidado, la memoria corporal está ahí. Como cuando te pones los esquís de agua o de nieve 15 años después y parece que no pasó ni una vacación sin haberte calzado uno de esos.
Eso que dicen de aprender las cosas cuando eres niño o joven es verdad. Me dan ganas de meter a mis hijas a clases de mandarín. Dicen que es el idioma del futuro.
Increíble también lo que una noche de sueño hace por el aprendizaje. Me levanto al día siguiente y el break que no me salía de pronto aparece sin esfuerzo.
¿Cómo encontrar esa mezcla de práctica disciplinada y de soltar espontáneo? ¿Cómo descansar en lo que ya somos en vez de forzarnos a quedarnos despiertos para no dejar de luchar y luchar?
Parece que estas vacilaciones entre cómo agendar mi tiempo y observarme en esta paciente tarea de escribir y hacer yoga y comer sano y mandar emails y hablarme bonito, son mi práctica de libertad en sí misma. Aunque la noche de la liberación se posponga y posponga.
Ésta fue la razón que me di para meterme a la banda: disfrutar el proceso. Lo cual, en mi caso, es poder observarme en el proceso. Observarme cuando voy al baño antes del ensayo a sacar el miedo como lo hacía antes de un examen de econometría, observar mi voz interna cuando algo me sale o no me sale, observar la magia cuando algo me sale o no me sale.
En una de las clases, el maestro me dice a la mitad de la canción mientras cliquea las baquetas para que no me salga del tempo: “Respira”.
¿Aquí también? ¿Este también es un juego de respirar?
Parece que sí.
El tema es meterlo a la memoria corporal. La mía y la del mundo acelerado que no respira con el diafragma.
Respirar en el ensayo y cuando practico solo en mi cuartito, para respirar luego en el escenario. Para que el escenario no sea mi noche de liberación, sino para llegar a ese momento ya siendo libre.
De hecho, esto fue lo que hizo que se me quitara el 70% de los nervios antes de subirme a hablar en los escenarios: “Si la cagas, eres tú. Y mientras estés contento de ser tú y de mostrarte cómo eres, pues no la estás cagando”. Esto no quita todo el nervio, pero me permite observar lo que de niño todos me decían, pero en realidad nadie creía: “Lo que importa es cómo juegas, no si ganas o no”. Hoy, al menos me lo creo y entonces lo creo: si estoy en observación es más fácil que permita que pase lo que tenga que pasar. Y esto hace que mis músculos se destensen y mi diafragma fluya como fluye la vida para que siga siendo posible.
Me gusta esta forma de pensar en mi libertad de forma ecológica, en vez de seguir los cánones de bueno vs. malo, libre vs. encarcelado, presente vs. ausente, apurado vs. calmado. Me imagino que así también habría que pensar sobre la revolución del capitalismo. No es salirse del tiempo de la productividad, pero tampoco entregarse a ella ciega y eternamente.
Esta ecología de la libertad, esta negociación de acuerpar lo que somos y lo que aún no somos, aplica también para la revolución feminista, la revolución ambiental, y todas las revoluciones pendientes de los que nacemos encarcelados en nuestro estrato social, raza, género, religión y expectativas sociales. Los guerrilleros no se regalan un espacio para observar y respirar. Los que se defienden tampoco.
En el segundo ensayo me entero de que uno de los tecladistas de la banda es Meme de Café Tacvba. Mi educación musical no contemplaba a este grupo y me avergüenzo al enterarme de que es uno de los más icónicos de América Latina. La revista Rolling Stone puso su segundo disco en el mejor álbum de rock latino de todos los tiempos. Pero Meme no aparenta esa majestuosidad. Él está aquí para servir a esta aglomeración de papás y niños, y no necesita el aplauso de las aglomeraciones que le esperan en redes sociales o en los estadios donde tocará en las próximas semanas. Su libertad es poner sus dedos sobre las teclas, ya sea solo o acompañado, ya sea solo o aplaudido.
¿Cuántos mundos existen que yo no conozco?
¿Qué hay detrás de esta señora de pelos chinos que canta Should I Stay or Should I go? ¿De dónde tiene la indecisión de escapar?
¿Qué hay detrás de esta panadera que mueve el pandero y amasa su afición de ser cantante en cada uno de los ensayos a los que no falta?
¿Qué hay detrás y delante de este niño de 11 años que agarra las baquetas y lleva el tempo de I Will Survive? ¿A qué tiene que sobrevivir? ¿Ésta será su forma de nombrar su vida?
Se trata de observar.
Me la paso con mi esposa armando un rompecabezas y solo puedo avanzar cuando realmente me detengo a observar la imagen y las sutilezas de los cambios de color o las formas de las piezas.
Practico con mi hija el Cubo Rubik y me desespero porque nada tiene sentido hasta que me detengo a observar las sutiles secuencias que se repiten.
Los doctores renuncian en mi empresa y se van a otra, hay algo de inestabilidad, se trata de observar.
Ayer por fin me digné a sentarme con American Pie y pude diagramar la estructura de esta canción que es un tanto no-ortodoxa. Requiere un poco más de mi atención respirada.
Me pongo a escribir porque es mi forma de observar. Si la cago en el escenario al menos tengo una historia que contarme, antes y después. Por eso escribo esto un lunes a las diez de la mañana en vez de ponerme a trabajar y ser productivo. Los revolucionarios del cuadro de Coldplay siguen trabajando. La gran liberación no llega, pero se siente real cuando hacemos lo que hacemos y nos atrevemos a sentir y a decir que ya somos libres.
Practico esta conversación de libertad con las restricciones que tengo.
El artista siempre está jugando con las restricciones. Las pide para seguir vivo.
El verdadero deseo del verdadero artista es solo poder seguir haciendo su arte hasta que se muera. El medio es fin, hasta el fin de los tiempos.
A todo baterista le dicen que hay que practicar y practicar. Construir músculo, técnica, velocidad, pero nunca, nunca, debe perder el feeling. A la música se la siente y de ahí emerge la vida. La vida se siente y de ahí emerge la música. No es que una sea alegoría de la otra. Es que son lo mismo. Viva la vida.
Hoy en la noche hay ensayo. Nos toca sincronizar el bajo, el bombo, el platillo, el teclado y la voz. Es la práctica de libertad la que los sincroniza. Es el juego entre niños y adultos, los medio vivos y los medio muertos, lo que nos sintoniza. Y entonces, la revolución está en proceso. La libertad es este presente.
¿La sientes?