Por Manuel Domínguez Moreno
A diferencia de los dinosaurios, que sí desaparecieron de la faz de la tierra de forma fulminante tras un cruento colapso, los partidos políticos que han tocado poder tras el reingreso de España en la democracia después de décadas de dictadura siguen empeñados en creer que lo suyo, esa alternancia complaciente al más puro estilo de la Restauración española de finales del XIX y principios del pasado siglo XX, es para siempre. Y los últimos vientos auguran tempestades.
La socialdemocracia española, como ha venido ocurriendo con sus hermanos europeos en general en las últimas décadas, sigue atravesando una dura travesía del desierto sin aún atisbar un horizonte muy cercano. Los democratacristianos, mientras tanto, viajan a los mandos de una nave que a duras penas mantiene la navegación de vuelo en punto muerto, a la espera del siguiente contratiempo en forma de datos macroeconómicos.
Acercando la lupa a España, el Partido Popular de Mariano Rajoy viaja sin remisión hacia un acantilado que hasta el más inepto sabe que está ahí a la vuelta de la esquina. Y el presidente español, como si no le quedara otro camino, se planta las orejeras y tira del rebaño hacia delante.
—Mariano, ¡que nos la pegamos! —le insisten altos cargos del partido por activa y por pasiva.
Y Rajoy a lo suyo.
—No va a haber cambios. El Gobierno está funcionando muy bien y el partido está funcionando muy bien. Estoy satisfecho de cómo están funcionando las cosas, aunque siempre puede haber pequeños ajustes.
El mensaje implícito a los militantes del presidente del Gobierno y del PP sólo un día antes de la celebración, después de dos años sin reunirse, de la junta directiva, máximo órgano entre congresos, y apenas unos días después de abrirse de par en par la guerra dialéctica de reproches entre familias como la andaluza o la castellano-manchega tras la debacle andaluza es claro y contundente: si nos la pegamos, nos la pegamos todos a una, como en Fuenteovejuna.
Por algo similar a esto el PSOE aún sigue preguntándose ante el espejo quién es desde que hace unos años Zapatero y los suyos modificaran, con nocturnidad y alevosía, la Constitución Española para virar 180 grados el devenir de todo un país sumido en la desazón y el desnorte.
No querer ver la nueva realidad política existente en este país es no querer ser conscientes de que la ciudadanía sigue reclamando y clamando por cosas muy diferentes a las que el Gobierno se empeña en dar por alcanzadas con el esfuerzo inmisericorde de los españoles. Porque ni la recuperación del empleo es como nos la quieren hacer ver desde Moncloa, ni el repunte económico parece tan prometedor como apuntan los grandes datos macroeconómicos de las grandes entidades supraestatales, que ni tan siquiera supieron predecir la mayor crisis económica desde el crac del 29. ¡Y ya es ceguera!
El Partido Popular de 2015 ha llegado a un año electoral crucial muy dañado por los casos de corrupción, que le han afectado directamente en su línea de flotación, con importantes dirigentes actualmente en prisión o imputados por la justicia. Y además, los brutales ajustes llevados a la práctica sin anestesia por Rajoy a instancias de Merkel han dejado un país sumido en las desigualdades, roto por en medio y con una brecha social de difícil recompostura.
La primera respuesta de la ciudadanía se la han dado en Andalucía, una tierra con casi nueve millones de habitantes. En esta comunidad, el PP ha perdido buena parte del crédito obtenido en la cita de 2012 cuando fue la fuerza más votada aunque no pudo formar gobierno.
A la vuelta de la esquina, al PP le aguardan unas elecciones municipales y autonómicas que serán cruciales para afrontar las generales de finales de año. Y todas las encuestas apuntan que la debacle se seguirá produciendo a buen ritmo en todos los niveles, porque para colmo de males los populares erraron el disparo al apuntar sobre un supuesto enemigo que sí era tal pero no el principal. No era Podemos el enemigo a batir sino Ciudadanos, al que han ninguneado y les ha salido bastante díscolos y respondones. Un catalán llamado Albert Rivera tiene buena culpa de ello.
Rajoy, con su huida hacia delante, lo único que pretende es intentar amortiguar el golpe, que no sea tan clamoroso como el que ha venido experimentando el PSOE de Zapatero y Rubalcaba en los últimos años con la llegada de la crisis.
El socialismo español se ha venido enfrentando en los últimos tiempos a los fantasmas de esa doble identidad socialista de la organización política progresista, donde cohabitan desde la década de los noventa aquellos que piden una reforma de la estructura orgánica interna dando más peso a la voz de los militantes de base a través de procesos de debate y participación interna directa en la elección de cargos públicos y orgánicos a través del sistema de primarias o listas abiertas. Esgrimían hace unos años los defensores de este sistema que el seno de la estructura socialista se había implantado un modelo más entendido de liderazgo delegado, sustituido por el de una oligarquía lacerante que decide por las bases sin contar con las mismas.
Antes de la llegada de Pedro Sánchez tras arrojar la toalla Alfredo Pérez Rubalcaba después del varapalo de los últimos comicios europeos de 2014, el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero vivió un final de ciclo político después de más de una década de liderazgo del entonces secretario general. Estaba por ver qué modelo de partido y qué nuevo liderazgo emergería del seno del socialismo español, al que muchos veían herido de muerte fruto de cuatro ingredientes: falta de planificación política ante una crisis económica global, alejamiento de la militancia de base que aupó al propio Zapatero, ruptura con las políticas sociales y la pérdida de coherencia política entre discurso y acción que tan buenos resultados le dio a la dirección de Zapatero.
Hoy, en 2015 y tras ganar el PSOE la última cita con las urnas en las autonómicas andaluzas, el partido de Pedro Sánchez vive una tregua hasta el 24 de mayo, que servirá el verdadero termómetro de cómo la ciudadanía ha baremado la transición de la cúpula socialista. Dos nuevos actores principales han surgido en un nuevo escenario marcado por el penoso capítulo de los ERE de Andalucía: su líder indiscutible en Andalucía y flamante ganadora de las elecciones autonómicas, Susana Díaz, y Pedro Sánchez, ganador del último congreso extraordinario del partido tras la renuncia de Rubalcaba. Todo queda en el aire hasta después de las municipales.
Mientras tanto, los nuevos partidos empeñados en pulverizar el bipartidismo en España, Podemos y Ciudadanos, siguen progresando en su escalada política y se sitúan ya como fuerzas determinantes que alejan cualquier rodillo y acercan una nueva política basada en la negociación y los pactos para facilitar la gobernabilidad.