Por Javier Molins
09/07/2017
«Cien mil euros para quitar el olor a pescado». La expresión resume muy bien en qué consisten los tres días de inauguración de la Bienal de arte de Venecia. Unos días en los que las fiestas e inauguraciones se suceden una tras otra en una competición por ver quién consigue llevarse a su lado a los deseados coleccionistas que acuden en tropel a ver cuáles son las últimas novedades del mundo del arte contemporáneo.
Lo curioso de la frase es que tiene lugar en el mercado del pescado de Rialto, justo debajo del puente que lleva el mismo nombre y a orillas del gran canal. Allí se ha reunido lo más selecto del coleccionismo de arte para homenajear al artista Damian Hirst, quien ha realizado una monumental exposición de su obra reciente en el Palazzo Grassi y en la Punta della Dogana, ambos espacios gestionados por el coleccionista François Pinault, dueño de un entramado empresarial que incluye marcas tan conocidas como Gucci, Puma, Yves Saint Laurent o la casa de subastas Christie’s.
La fiesta ha sido organizada por dos de los galeristas más poderosos del momento: Larry Gagosian, dueño de las 13 galerías que llevan su nombre por todo el mundo, y Jay Jopling, fundador de la prestigiosa White Cube, con sedes en Londres y Hong Kong. Y es que estas dos galerías son las encargadas de comercializar las cerca de 300 obras que componen la exposición de Hirst y cuyos precios van desde 200.000 a 15 millones de dólares. Y nada mejor para romper el hielo que una lujosa fiesta a orillas del gran canal en el mercado del pescado cerrado para la ocasión y transformado en un espacio con dos barras, mesas, sillas, puestos de comida variada junto con los tradicionales de pescado y una pista de baile frente a una orquesta. Eso sí, todo ello sin olor a pescado.
Y es que para atraer a los coleccionistas hay que huir de las manidas fiestas en los lujosos hoteles del gran canal para buscar espacios singulares que se escapen de lo habitual. Así es como en esta fiesta se puede uno encontrar alrededor de unos cuantos Café Martini o Aperol Spritz al propio Damian Hirst con su amigo el también artista Anish Kapoor, a Larry Gagosian por un lado recibiendo a sus invitados, a Jay Jopling por otro haciendo lo propio con los suyos y, por en medio, directores de museos y representantes del mundo del arte como el director de la Tate, Nicholas Serota, o la directora ejecutiva de la Royal Academy of Arts de Londres, Maya Binkin. Y es que todo el que es alguien en el mundo del arte acude estos días a la cita veneciana.
Un encuentro que hace tiempo que es más interesante por los llamados eventos colaterales, en los que las grandes galerías realizan exposiciones de sus artistas más destacados, que por el propio programa oficial, que depende del gusto del comisario elegido en cada edición. Además de la exposición de Damian Hirst, en la que puede verse a un impresionante coloso de casi ocho metros de altura ocupando el patio interior del Palazzo Grassi, existen este año muchas otras muestras interesantes que atraen a miles de turistas que se suman a los habituales de esta ciudad de 54.000 habitantes que recibe a 76.000 visitantes al día.
Manolo Valdés, el artista español con una mayor proyección internacional, es uno de los protagonistas estos días en Venecia con una exposición en la galería Contini, la más importante de la ciudad, que incluye sus características arpilleras y esculturas, como las Meninas, en las que establece un diálogo con la historia del arte. Una exposición que se extiende por la ciudad, pues pueden contemplarse esculturas monumentales de Valdés en diversos puntos como la terraza del hotel Westin o en las calles del centro.
La exposición de Michelangelo Pistoletto en la Abadía de San Giorgio Maggiore es una de esas por las que vale la pena acercarse a Venecia por estas fechas (la Bienal dura hasta el 26 de noviembre). Cuando uno entra en la impresionante basílica diseñada por Andrea Palladio en el siglo XVI se encuentra con una instalación circular de la que cuelgan unos paneles en los que se puede leer la frase “Amar la diferencia” escrita en muy diversos idiomas. Una vez dentro de ese círculo, te das cuenta de que esos paneles son por la otra cara espejos en los que te puedes ver reflejado junto con las otras personas que en ese momento visitan la exposición.
El recorrido continúa por el pasillo de la sacristía donde el autor ha instalado sus característicos espejos poblados en esta ocasión por las figuras de diferentes inmigrantes sentados en la calle, en clara referencia a la multiculturalidad de las sociedades de hoy en día. La siguiente estancia es la sala capitular, donde Pistoletto ha realizado cuatro instalaciones compuestas cada una por un espejo y un elemento característico de cada una de las cuatro religiones principales, como son una figura de Buda, un reclinatorio, una alfombra o la forma de las tablas de los mandamientos.
Una obra que reivindica el diálogo entre estas cuatro religiones: el budismo, el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Finalmente, la muestra desemboca en un larga sala de exposiciones –donde en otras ediciones de la Bienal han expuesto artistas españoles como Jaume Plensa o Antonio Girbés– en la que se puede contemplar una retrospectiva de la obra de Pistoletto desde sus inicios en los años 60 hasta sus obras más recientes.
La isla de San Giorgio Maggiore –uno de los lugares en los que existe una de las mejores vistas sobre Venecia, sobre todo desde el campanario de la basílica– acoge otras dos interesantes exposiciones: una del artista Alighiero Boetti (Turín, 1940–Roma, 1994), que acoge el mapamundi más grande que creó a lo largo de su carrera, así como otra de las serigrafías que realizaron al mismo tiempo Robert Rauschenberg y Andy Warhol.
La fiebre por el arte contemporáneo es tan grande durante la Bienal que hasta el museo más clásico de Venecia, la Academia, que vendría a ser un equivalente veneciano del Prado, también se ha sumado a los eventos colaterales con una soberbia exposición dedicada a Philip Guston (Montreal, 1913–Woodstock, 1980) comisariada por el español Kosme de Barañano. Esta exposición, titulada Philip Guston y los poetas reúne más de 50 pinturas y 25 dibujos en los que puede observarse la relación de este artista con el arte italiano y con cinco poetas que influenciaron en su obra: D.H. Lawrence, W.B Yeats, Wallace Stevens, Eugenio Montale y T.S. Eliot. Una ocasión única de ver la obra de este representante del expresionismo abstracto norteamericano que en la última etapa de su vida volvió a la figuración, algo que ya pudo verse en una exposición celebrada en el IVAM de Valencia en 2001.
Este recorrido por los eventos colaterales finaliza en el Palazzo Fortuny, antigua residencia y estudio de Mariano Fortuny y Madrazo (Granada, 1871–Venecia, 1949) quien, además de ser el hijo del famoso pintor del mismo nombre, fue un diseñador de moda y escenógrafo de óperas de gran éxito en su tiempo. Y es en este palacio, que la viuda de Fortuny donó a la ciudad de Venecia, donde el galerista Alex Vervoordt ha instalado una serie de obras de artistas tan prestigiosos como Joan Miró, Willem de Kooning, Antony Gormley, Anish Kapoor o Marina Abramovic, que dialogan con la arquitectura de este palacio y con los diseños que Fortuny realizó a lo largo de su vida.
En definitiva, toda una serie de exposiciones alrededor de una Bienal compuesta en su esencia por una sección oficial del gusto de la comisaria de este año, Christine Macel, y de unos pabellones nacionales del gusto del comisario de cada país. Poco que ver con esos lugares donde consiguen eliminar el olor a pescado a golpe de talonario.