La filosofía de los antinatalistas sostiene que lo mejor que le puede ocurrir al planeta es que la especie humana se deje reproducir y se autoextinga. Puede que parezca de un negro pesimismo existencial. Aunque parezca difícil de creer Ben Ware considera que su problema es que “su pesimismo no es suficientemente radical”.
Ben Ware es co-director del Centro de Filosofía y Artes Visuales en el King’s College de Londres. Es un destacado pensador en la filosofía moderna europea, la filosofía de Wittgenstein, la teoría crítica continental y la estética modernista. Actualmente, está trabajando en un libro sobre filosofía y extinción para Verso.
Ware reflexiona sobre el antinatalismo. En su artículo “La enfermedad de la vida: sobre los problemas del antinatalismo” dice que esta visión del mundo se refleja en la novela “Bodily Harm” de Margaret Atwood, donde la vida se describe como “otra enfermedad social de transmisión sexual”. Perspectiva perfectamente reflejada en el personaje de Rust Cohle en la serie de HBO “True Detective”. Cohle, interpretado por Matthew McConaughey, quien sostiene que la conciencia humana es un error trágico en la evolución, y que la humanidad debería dejar de reproducirse y caminar hacia la extinción.
De Edipo a Freud
Ware refiere que la idea de que sería mejor para los humanos no haber existido en primer lugar tiene una rica historia intelectual. En “Edipo en Colono”, Sófocles expresa que lo mejor es no nacer, y lo segundo mejor es morir pronto. La máxima trágica también es fundamental para Nietzsche, quien en “El nacimiento de la tragedia” relata la historia del rey Midas preguntándole al sabio Sileno cuál es lo mejor y más deseable para la humanidad. Sileno responde que lo mejor está totalmente fuera de nuestro alcance: no haber nacido, no ser, no ser nada. Sin embargo, lo segundo mejor es morir pronto.
Esta máxima sofoclea se refleja en el trabajo de Freud, donde se le da un giro cómico: “No nacer nunca es lo mejor para los mortales”. Pero, como señala Freud, esta afirmación es en última instancia un sinsentido.Sin embargo, Freud tergiversa este planteamiento al considerarlo un «sinsentido» desde su enfoque analítico.
Sin embargo, el coro de Sófocles no está hablando de los que nunca existen, sino de los que sí existen. Para ellos, la existencia es mala y habría sido mejor no haber nacido nunca. La vida, en este sentido, se considera un trágico accidente. Entenderlo como una crítica a la propia condición existencial tiene validez, viendo la vida como un accidente ontológico, en palabras de Schuster.
La vida es una enfermedad
Para Ware la postura antinatalista, como vimos en el caso de Rust Cohle, intenta responder a la pregunta de qué hacer cuando la vida se entiende como una enfermedad. El antinatalismo ofrece una solución cuando se concibe la existencia como una enfermedad sin merecimiento. Ve la vida como un derroche inútil de materia orgánica. Según esa postura, ninguna vida humana vale la pena; incluso los más afortunados estarían mejor si nunca hubieran existido.
Ware apunta a que en cualquier vida, el quantum de dolor siempre supera al quantum de placer. Por lo tanto, la única solución, según la lógica utilitarista negativa que aplica el antinatalismo, es abstenerse de traer ninguna nueva vida al mundo. El objetivo es la extinción controlada de la especie humana. Al abstenernos de procrear, erradicamos el sufrimiento. Y, finalmente, llegamos a la visión de Schopenhauer de un “estado cristalino” o mundo sin vida.
Como dice el filósofo Peter Wessel Zapffe: “conócete a ti mismo, sé infértil, y deja que la tierra calle después de ti”. Así, el debate antinatalista evidencia la larga tradición intelectual de esta postura pesimista. Más que un «sinsentido», ofrece una respuesta metafísica contundente ante la tragedia de la condición humana.
Antinatalismo, ni tan radical
Ben Ware, en su análisis crítico de la filosofía antinatalista, cuestiona si esta postura puede ser considerada como una forma de pesimismo ilustrado. Aunque el antinatalismo renuncia a todo optimismo sobre la especie humana y ve la existencia como realmente es, Ware argumenta que su pesimismo no es suficientemente radical.
Señala que el antinatalismo equipara la existencia con el sufrimiento universal, pero no considera cómo la miseria humana se distribuye desigualmente en la sociedad. Además, el antinatalismo no reconoce cómo el placer y la felicidad rara vez son lo que parecen. Por ejemplo, en “Endgame” de Samuel Beckett, el personaje Hamm sufre, pero también disfruta de su sufrimiento.
Para el filósofo del King’s College, el antinatalismo no comprende cómo el pesimismo es el punto fijo alrededor del cual circula su propio goce. Lo que singulariza al antinatalista es la opinión de que “lo mejor es no nacer” y que nuestro propósito ético ahora es provocar la extinción de la especie negándonos a procrear. Sin embargo, esta postura no considera la complejidad de la existencia humana y cómo el sufrimiento puede ser una fuente de goce. Por lo tanto, aunque el antinatalismo dice la verdad sobre el sufrimiento humano, su pesimismo no es suficientemente radical, según Ware.
Dos visiones
“Se trata de una vida que se opone a la vida, que lleva la muerte en sus entrañas; pero es una vida, a pesar de todo”, escribe Ware en su crítica a la filosofía antinatalista. Plantea una serie de interrogantes sobre la vida y la muerte, y cómo estas se entrelazan en la visión antinatalista del mundo. Sugiere que, a pesar de su rechazo a la vida, el antinatalista sigue viviendo, posiblemente debido a la satisfacción que encuentra en su propia visión sombría del mundo.
Sostiene que hay dos tipos de antinatalismo: uno que considera que la existencia es mala para la persona que existe, y otro que considera que la existencia humana es mala para la naturaleza. Este último se refleja en el activismo ecológico de la muerte, como se ve en el cortometraje “Thank You for Not Breeding” y en el Manifiesto Ahumano de Patricia MacCormack. En los cuales se plantea que la extinción humana es necesaria para la recuperación de la biosfera de la Tierra y para liberar al mundo natural de la opresión.
Ware señala una conexión entre el antinatalismo ecológico y la tesis del “No Future” de Lee Edelman. Quien argumenta que las relaciones sociales contemporáneas están organizadas por los imperativos del “futurismo reproductivo”, en el que la imagen del niño sirve como el horizonte de toda política reconocida. Visión que contrasta con la del antinatalismo, que rechaza las nociones de futuridad basadas en la idea del “niño especial”.
Criadores normados
En su análisis crítico, explora las implicaciones de rechazar al niño como emblema del valor incuestionable de la futuridad. Ware examina la propuesta de Lee Edelman de un queerness antinatal, antisocial y negador del futuro, que implica una fidelidad incondicional al goce y a la pulsión de muerte. Señala que la tesis de Edelman, aunque aparentemente radical, es problemática en varios aspectos.
En primer lugar, Edelman concibe la pulsión de muerte simplemente como pura negatividad, una negatividad que se opone a toda forma de viabilidad social y deshace todas las ideas de futuro. Ware argumenta que esa lectura es crudamente antidialéctica y ciega al potencial generativo de la pulsión de muerte.
Señala que la articulación de Edelman de la negatividad queer tiene un curioso parecido con la descripción de Marx del capitalismo en el Manifiesto de 1848. Para Edelman, la liberación del futurismo consiste en anular toda noción del bien general, rechazar cualquier esperanza de acceso dialéctico al significado, y renunciar al cruel optimismo que acompaña a todos los proyectos políticos.
Ware apunta que tanto el antinatalismo ecológico como la postura de Edelman han absorbido el infame dictum neoliberal: “No hay alternativa”. Ambas posiciones ofrecen sólo una negatividad nihilista que, en última instancia, refleja la autodestructividad del propio capitalismo. Según sus palabras, ambas filosofías carecen de cualquier propuesta política más allá de enfrentar a una vanguardia minoritaria contra la masa de “criadores” normados.
Muerte con sentido
En su crítica al antinatalismo, plantea interrogantes sobre el futuro. Sobre quiénes pueden permitirse el lujo de rechazarlo. Sugiere que aquellos que han sido reducidos a la nada por el sistema de beneficios pueden no desear la liquidación del futuro. Ni la extinción total de la especie humana.
Ware también examina el antinatalismo ecológico. El que sostiene que la existencia humana es mala para la naturaleza. Planteamiento que ve la extinción humana voluntaria como una respuesta a la llegada del llamado antropoceno. Como un autocastigo necesario para lo que se percibe como la humanidad explotadora y ecofóbica.
Sostiene que el antinatalismo no se preocupa simplemente de «salvar la naturaleza». Si no de perseguir un intento literal de morir de otra manera. De morir una muerte con sentido. De morir una muerte correcta en un mundo equivocado. Cita a Adorno cuando dice que «el individuo hoy ya no existe y la muerte es, por tanto, la aniquilación de la nada». Por lo que para Ware, la extinción humana voluntaria podría verse como un intento de superar la nada. De vivir y morir por algún propósito superior percibido.
Para Ben Ware, “La afirmación de la autoextinción humana es tan «heroica» como cualquier forma de utopismo tecnológico que afirme que también puede resolver todos los problemas de la naturaleza”. La paradoja muestra que el antinatalista está actuando tan afirmativamente como cualquier otro sujeto humano mundano, concluye.