Por CARLOS CARPIO (Subdirector del diario Marca)
El niño de la fotografía no sabe nada de la guerra entre los clubes españoles y el Gobierno por la venta centralizada de los derechos televisivos. Ni quiere saber. Sólo le importa su flamante camiseta de Messi y poder ver el próximo partido de su Barcelona. Y hablando de guerras. Al niño de la fotografía le gustaría ver ahí, en un campo de refugiados junto a la frontera siria, a los que defienden que el fútbol es la continuación de la guerra por otros métodos. Les diría que se equivocan, que es justo al contrario. Tomando prestada la frase de Vicente Verdú (“Si tu equipo ganó el domingo, el lunes es menos lunes”), si tu equipo gana, la miseria es menos miseria. Al menos durante noventa minutos.
Fue a través de la televisión como el fútbol se convirtió en un agente fundamental en esta sociedad de masas que todo lo envuelve. Ese regate de Messi o aquel gol de Cristiano hoy llega a cualquier parte del mundo. Si Apple o Google simbolizan la globalización económica, el Real Madrid o el Barcelona son el paradigma de la ‘globalización’ del fútbol. Para algunos es un juego, para otros una forma de vida. Hay quien lo usa como negocio o lo sigue como ideología. La mayoría lo considera una pasión, pero para muchos representa una religión. De una u otra manera, el fútbol está presente en cualquier rincón del planeta. Es un teatro moderno que se representa en Europa para los espectadores de Asia, África y América.
Esa camiseta de Messi demuestra que hace tiempo que el Real Madrid y el Barcelona dejaron de ser clubes de fútbol para convertirse en multinacionales de ocio, gigantescas unidades de contenidos televisivos con clientes por todo el mundo. Pero el niño de la fotografía se siente más cercano a Messi que al Barcelona porque en la sociedad actual no hay más héroes que los deportistas. Los ídolos van antes que el escudo, por eso a los Reyes Magos se les pide primero una camiseta con el nombre de Messi y después un balón.
En Fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano cuenta que “el niño pobre que no tiene otro juguete que la pelota encuentra en el fútbol la posibilidad de ascenso social. Es la única varita en la que puede creer. Quizás ella le dé de comer, quizás lo convierte en héroe o Dios”. Me gusta pensar que debajo de la camiseta del niño de la fotografía se esconde el nuevo Messi.
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