Nuestros padres y abuelos no dan, literalmente, crédito a la transformación vertiginosa que ha experimentado el sistema financiero desde los años setenta. Y tienen toda la razón. El primer cambio que recuerdan, muy probablemente, fue la revolución de la proximidad. Desde 1970 hasta 1990, el número de sucursales bancarias, sin incluir las de las cajas de ahorros, se multiplicó por cuatro hasta rozar las 17.000.
Ir al banco con frecuencia dejó de ser algo característico de las grandes ciudades: así, por ejemplo, el número de oficinas estuvo a punto de triplicarse en Teruel y Soria, mientras que en Gerona pasó de 73 a más de 400. Otro aspecto que catapultó la inclusión financiera fue la expansión, a partir de 1985 y 1988, de las cajas de ahorros fuera de los territorios donde habían nacido. Las cajas tenían todavía un cliente distinto al de los bancos, por lo general con menos poder adquisitivo, y ofrecían productos distintos. Por eso, los bancos y las cajas se complementaban.
La expansión de los bancos y de las cajas de ahorros desde 1970 hasta 1990 proporcionó un servicio de proximidad en el que a los clientes se les conocía con nombre y apellidos nada más entrar por la puerta de la sucursal, y donde los gestores los acompañaban durante años. Sin embargo, la oferta de productos y de asesoramiento financiero era muy distinta a la actual. Los profesionales de cara al público, además de facilitar las operaciones en Bolsa, se dedicaban, sobre todo, a vender préstamos, créditos hipotecarios, plazo fijo, bonos del Tesoro y letras de cambio.
Era, por supuesto, un mundo pensado para el largo plazo, y eso incluía desde las carreras de los empleados de los bancos, que aspiraban a quedarse en la misma entidad para siempre, hasta la relación con unos clientes que se ‘casaban’ con su entidad tras la firma de su primera hipoteca o la contratación de ciertas inversiones o productos.
En los años noventa, surgió un punto de inflexión fundamental. Para empezar, las grandes fusiones de los bancos y las cajas, cada uno por su lado, crearon entidades enormes y capaces de servir a casi todo el territorio nacional. En segundo lugar, se comenzó a diluir la relación entre el cliente y su gestor de confianza, que cada vez rotaba más y permanecía menos tiempo a su lado e incluso dentro de la propia entidad.
Por si eso fuera poco, se importaron prácticas bancarias internacionales como las cuentas remuneradas, que aumentaron la competencia para conseguir clientes y redujeron el tiempo que permanecían ligados a su banco de toda la vida. Finalmente, las inversiones se volvieron más rápidas y dejó de ser excepcional, por ejemplo, comprar y vender acciones el mismo día. Terra salió a Bolsa el 17 de noviembre de 1999 y, un mes y medio después, se había revalorizado más de un 180%.
Las entidades tradicionales empezaron a buscar más la rentabilidad de sus productos a corto plazo. Y como alternativa, se fue haciendo su hueco el asesoramiento financiero de calidad que ofrecía la nueva banca privada, muy centrada en sus clientes y, muy especialmente, en los grandes patrimonios.
El Grupo Bancario Mediolanum, al que pertenece Banco Mediolanum, nace en 1982 con el objetivo de gestionar el esfuerzo y las ilusiones de las familias a través del cuidado de sus finanzas. Actualmente cuenta con más de 2.275.000 de clientes en Italia, Irlanda, Alemania, Luxemburgo y España. Su modelo innovador se basa en la figura del Family Banker, un asesor financiero personal, y en la Multicanalidad, que permite interactuar con la entidad, además de estar informado a través del móvil, ordenador o tableta. El resultado de todo ello es un servicio 100% personalizado, cómodo y seguro, basados en el compromiso, la confianza y, sobre todo, el acompañamiento.
Aquella banca privada se benefició en los noventa no solo de la Ley del Mercado de Valores de 1988, que revolucionó todos los servicios asociados a la Bolsa, sino también de la llegada de los novedosos fondos de pensiones y fondos de inversión, que despegaron comercialmente en nuestro país en 1991. Además, en el año 2000, se constituyó el capítulo español de EFPA, la asociación europea de asesores financieros que impulsaría la profesionalización con sus acreditaciones y certificaciones.
El boom inmobiliario y bursátil que se infló como un enorme globo durante los primeros años del siglo XXI agravó la difícil situación de algunas entidades españolas que ya había arrancado a finales de los noventa. Y como resultado, tristemente, muchos ni siquiera pudieron sobrevivir a la crisis de 2008, las cajas de ahorros perdieron, en gran medida, su identidad y, quizás lo peor de todo, se recortaron las plantillas y la confianza de millones de clientes quedó muy mermada.
La óptima combinación entre la tecnología y la relación personal
La parte positiva es que, gracias a las nuevas regulaciones y ayudas públicas, las entidades han podido iniciar su recuperación con una protección más eficaz para ellas mismas y sus clientes. Otro aspecto positivo es que, con las directivas europeas MIFID en 2007 y 2014 ha mejorado aún más la profesionalización del asesoramiento financiero. De hecho, la evolución del sector en estas décadas es un hecho y eso se refleja en la incorporación de nuevos modelos y formas de entender la banca. Las entidades tradicionales comparten desde hace años espacio con otros modelos.
Es el caso de Banco Mediolanum, una entidad especializada en asesoramiento financiero que representa la óptima combinación entre la tecnología y la relación personal. Un modelo de banca en que pone al lado de cada cliente un asesor financiero, un profesional que acompaña a los clientes a lo largo del ciclo financiero de su vida apoyándoles para que tomen las decisiones más adecuadas de ahorro e inversión.
Por último, también se ha intensificado la digitalización hasta el punto de que, según Ditrendia, un 72% de los españoles realiza operaciones con su banco a través de apps de banca móvil. Gracias a toda esta gran transformación, cada vez son más los clientes que valoran la tecnología por encima de las sucursales y… el servicio y la confianza por encima de cualquier tecnología.
Tras medio siglo de cambios y transformaciones, existe un retorno a los orígenes donde el sector entiende que la dimensión de las estructuras o el volumen de negocio debe convivir con una atención más profesional y personalizada de las demandas de los ahorradores, cada vez más exigentes. De ello, dependerá el futuro de todos los actores. Veremos.